NOCHE
DE HALLOWYN
Los últimos rayos de sol hicieron un
adiós con su conjunto de colores brillantes, cuyo reflejo hizo del horizonte
una línea continua, sugiriendo una cordial bienvenida a la próxima oscuridad. El
lucero fue el primero en aparecer y una tímida luna en cuarto menguante le
acompañó. Aquello me indujo a pensar que esta noche se abriría una puerta al
misterio de lo desconocido.
Es noche de Hallowyn, anterior al Día
de Todos Los Santos y al de los Fieles Difuntos. Es el recordatorio del ayer,
de aquellos que fueron nuestros comienzos y que hoy sólo están en la añoranza.
Desde que se pone el sol empieza el “dulce
o travesura” con los más pequeños y posteriormente aparecen los mayorcitos.
Animales simpáticos, personajes de las últimas películas ínterespaciales,
brujas, monstruos y toda una serie de seres horripilantes y los más variados
disfraces improvisados. Hasta los adultos, a veces, se unen en esta noche de
muerte, con reuniones de amigos para compartir y celebrar esta festividad
importada del otro hemisferio.
Muchos rechazan de plano esta
costumbre foránea, por sus convicciones religiosas o por tratarse de festejos que nada tienen que ver con nuestras
raíces. Sin embargo cada año, la costumbre encuentra más adeptos, sobre todo en
los niños más pequeños y por ende el comercio aporta más novedades en
disfraces, accesorios y dulces, promocionándolos en sus vitrinas con mucha
anticipación.
Es media noche y deambulo solitario,
por una plaza llena de gente disfrazada. Mis audífonos llevan a mis oídos una
música agradable y me siento volver a una infancia en que este festejo estaba
muy lejos de llegar. Me atreví a transformar mi imagen en un ser horripilante.
Una túnica negra con capucha y una careta, me ocultaron por completo de los
posibles conocidos que me pudieran identificar.
Di una excusa a mi polola, dije que
me acostaría temprano, porque mañana me había comprometido de ir al cementerio a
dejar flores a la tumba de mis abuelos. Ella dijo que su grupo de amigas se había
organizado para salir a recrearse, disfrazándose de la forma más original e
improvisando un vestuario con lo que su closet les permitiera.
Dejé mi auto estacionado en un
pasaje cercano al centro de la ciudad, como costumbre lo hacía siempre en el
mismo sitio, por tal razón estaba tranquilo y podía disfrutar mi actuar y poder
ver con placer morboso la cara de espanto de cuantos pasaban por mi lado. De
pronto la música conocida se interrumpió y dio paso a un extraño silencio.
Pensé que se trataba de la tablet que quizá se había desconectado de los
audífonos. No era así porque de pronto sentí un chisporroteo que duró bastante
rato, estaba a punto de sacarlos de mis oídos cuando sentí una voz lejana, como
en eco, diciendo algo que en un comienzo no entendí. Intrigado me senté en un
escaño desocupado y manipulé el aparato, pensando que se había producido una
interferencia con alguna otra estación. No alcancé a mover los botones porque
una voz de ultratumba me frenó. Me sentí inquieto, sin embargo presté atención
a la voz y alcancé a escuchar la palabra MUERTE... primero como en lejanía,
pero en la medida que pasaba el tiempo, la voz fue subiendo de tono hasta
hacerse más fuerte y más fuerte. Me saqué los audífonos y pensé ignorar la música
o lo que fuera y disfrutar solamente el entorno, sin embargo y para sorpresa
mía, ya no me encontraba en la plaza, sino en un camposanto solitario. La luna
iluminaba las tumbas y un vientecillo suave pasaba entre las ramas de los
cipreses provocando un sonido lúgubre. ¿Cómo llegué a este lugar? era la
incógnita. Miré en rededor y no vi ningún alma viva, solamente lápidas, cruces
y ángeles en mármol que proyectaban su sombra en los pasillos de circulación.
Un pájaro lanzó un chillido que me hizo saltar. ¡Debía buscar pronto la puerta para
salir del lugar, porque mi valentía ya estaba a punto de abandonarme¡ Caminé
bastante rato pero a cada momento me sentía más perdido. Llegué a un lugar donde los arbustos que
adornaban las tumbas formaban como un pequeño bosquecillo. Estaba oscuro, pero
algo me impulsó a seguir adelante, me di cuenta que una fuerza me guiaba y no era dueño de mi voluntad. De
pronto llegue ante un mausoleo de no tan larga data y me llamó atención el
nombre. Harold Stanley Stevenson y unas fechas 23 de Marzo de 1983 y 1° de Noviembre del 2017. Tuve un vuelco en
el estómago y casi pierdo la estabilidad. Sin embargo logré controlarme, era
yo. Sin embargo hasta hacía poco rato estaba deambulando en una plaza. ¿Qué
había pasado? Me saqué la máscara y
quise alejarme rápido del lugar, sin embargo, de pronto me encontré cayendo en
una fosa abierta muy honda y me hundí en la más completa oscuridad. Me sentí
tan indefenso como un niño pequeño y sin querer lancé un grito a todo pulmón y
traté de safarme de esas paredes húmedas y malolientes. Fue tanto el esfuerzo
que puse al hacer el giro con toda mi humanidad, tanto que sentí que mi cuerpo se azotaba fuertemente en una
superficie dura y fría.
Abrí los ojos y debí cerrarlos de
nuevo. Era una mañana luminosa y yo estaba envuelto entre las cobijas, pero
tendido en el suelo. El giro había sido tan violento que mis costillas acusaron
el golpe, a duras penas logré levantarme y tenderme nuevamente en la cama,
tratando de recordar todo cuanto había soñado en una noche de Hallowyn. Pero me
quedó la intriga de saber por qué en el sueño tenía otro nombre en
circunstancia que me llamo Iván Pérez González.
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