CAMPOSANTO
La escarcha cruje en el suelo
como hojas de otoño secas,
las calaveras huecas
vuelven sus cuencas al cielo.
Una lápida gris perla
se inclina sobre las flores
y distinguidos señores
hacen guiños para verla.
Es el estío sombrío
que cae al morir el día
sobre la ciudad baldía
donde reina siempre el frío.
El cortejo de trajes nocturnos
y de pamelas de encaje
sigue al digno carruaje
que se acaricia por turnos.
¡Llegado está el nuevo inquilino
a los mármoles del miedo!
Y en un quiero y no puedo
delicados pañuelos de lino
se florean en la hipocresía
de lagrimitas saladas
por la pérdida esperada;
alguien recita una poesía.
Por la caída vespertina
se queda ya solo el muerto,
mira estrellas y sabe cierto
que sobre su tumba camina
el ratón y los guardianes
de la Muerte inoportuna.
Y se recoge en su cuna
de piedras y de puñales
que los que siguen en vida
clavan en su recuerdo,
pues por un tácito acuerdo
sus pecados, los del muerto,
todos los vivos olvidan.
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