¡Donde pone el ojo, pone la bala!
¿A ver… cómo contar esto sin que alguien piense que uno de los protagonistas de la historia es Pancho Villa el pistolero? Tomarlo con calma, la mente abierta, dejarse llevar por el simpático relato…
Iba yo caminando una tarde de otoño, tranquilamente por la vereda de enfrente de mi casa, disfrutando del silencio de la siesta y un solcito que amodorraba mi andar, cuando de pronto escucho sin saber bien de dónde venía, un chistido.
“Tsh, tsh! Fernandita…” Me detuve a investigar de dónde salía la voz, mirando hacia la lechería y las ventanas de nuestros vecinos, que estaban bajas pero no del todo y no veía a nadie. Entonces claramente escuché otra vez…”tsh, Fernandita… decile a tu papá que nos están asaltando!”
Valientemente crucé la calle, sin correr para no despertar sospechas (¡¡a los 12, yo ya leía mucho suspenso y policiales!!) y entré en casa por la puerta del garaje, que como la del garaje de los vecinos estaba siempre sin llave y corrí, ahí si hasta el consultorio de mi papá!
-Están asaltando la lechería!! Dije con desesperación.
Mi papá que estaba lo más pancho escuchando música en su mundo, se sobresaltó al escucharme, dejó todo y salió del consultorio muy resuelto a hacer algo por sus amigos que lo necesitaban. Subimos juntos las escaleras hasta el primer piso y mientras él buscaba un arma que tenía en una cajita, mi mamá tomaba el teléfono dispuesta a llamar a la policía. En ese entonces no era el 911 el teléfono de las urgencias y la policía, así que había que fijarse cada vez que llamabas porque no era como hablar con un amigo, ese número no te lo sabías de memoria!
Mi papá pensó que si tiraba un disparo de advertencia, los ladrones se asustarían y dejarían a sus rehenes para salvar sus propias vidas, temerosos de que ese vecino francotirador los hiriera gravemente. Entonces lo que hizo fue abrir la ventana de su dormitorio y mientras nosotras marcábamos el número ya encontrado, disparó hacia la calle desierta, donde el estampido del disparo sonó aterrador… y luego cerró la ventana… por las dudas.
El problema fue que… mi papá tuvo tan pero tan buena puntería que la bala justo, justo cortó el cable del teléfono que pasaba por delante de nuestra casa. Así que ni mi mamá ni los vecinos que escucharon el tiro y quisieron llamar a la comisaría, pudieron hablar con nadie por teléfono, ni en ese momento ni por unos días después del episodio, ¡ya que… la línea estaba MUERTA!
Salvando ese pequeño detalle, la historia terminó bien. Los ladrones efectivamente se asustaron y salieron corriendo, los vecinos agradecidos salvaron sus vidas, hubo un poco de confusión por lo de los teléfonos que justo enmudecieron en un momento tan tenso, pero la respuesta se dio naturalmente después de una inspección ocular de los cables colgando finamente seccionados en la puerta de casa…
El certero tirador, nunca más sacó el arma… está guardadita donde nadie la encuentre ya que todos aprendimos que “a las armas las carga el diablo!”
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