lunes, 21 de octubre de 2024

Norberto Ramazotti-Argentina/Octubre 2024


 

Acerca de Encuentros y desencuentros

 

         Las páginas del libro de la vida de los seres humanos, según pude colegir escuchándolos mientras pasaba de mano en mano, están llenas de encuentros y desencuentros. Algunos dulces, otros amargos y otros, digamos que poéticos.     Permítanme contarles algo acerca de uno de ellos.

        Gustavo y Lucía se vieron por primera vez una tarde ventosa y fría de otoño, según me entere después. Mejor dicho, Gustavo vio pasar esa tarde a Lucía, por primera vez, caminando por los amplios y lustrosos pasillos del salón de los pasos perdidos de la majestuosa y atemorizante facultad de derecho de la UBA, muy apurada por llegar a su curso, vestida con un tapado gris y su gorro tejido.

       Ella, en cambio, supo de la existencia de Gustavo bastante más tarde, cuando una amiga en común los presentó, recordaba la amiga una noche de reunión, sin otra intención que cumplir con las simples formalidades del caso.  El asunto fue otra tarde, (no se dijo si ventosa y fría o calurosa y húmeda) en el bufet de la facultad. Sin embargo, vaya a saber por qué motivo, el muchacho siempre recordó aquella visión (la de la chica caminando apurada los pasillos), como la del cruce de sus caminos.

        Después, gracias a la intervención del azar, (¡cuando no!) la cursada de una materia en común fijó fechas y horas para los encuentros, en los que, poco a poco, se comenzaron a buscar, amparándose uno en el otro ante el cúmulo de jóvenes, ansiosos y bulliciosos estudiantes con los que compartían el aula. Así es que, luego de descubrirse en la primera clase, no fue raro que se sentaran juntos a partir de la segunda.  Aquí comenzó el vuelo.  

        Desde las primeras charlas, en una de las mesas de la biblioteca parlante de la facultad, (en las que fui compañía permanente), los dos se sintieron mutuamente cómodos, aunque no muy atraídos. En la intimidad, al avanzar la pareja, Lucía confesó su disgusto ante el pelo largo y las ropas estrafalarias de Gustavo; y el muchacho sinceró el rechazo sufrido ante una llaga que ella tenía junto a uno de sus labios los primeros días de clase, llaga que, según decía jocosamente la chica, era regalo de su exnovio el leproso.

       Quizá esa manera de tratar su afección, con una sonrisa, haya conmovido a Gustavo y con ello lograra desviar su mirada e interesarse en las manos de dedos finos y uñas pintadas, los escurridizos ojos verde mar y, claro, la bien formada figura de Lucía. Ella, por su parte, comenzó a escuchar extasiada, aunque temerosa, los alegatos en favor de la utopía en la que militaba el muchacho. Así,su mente dejo a un lado todo aquello que no le agradaba y comenzó a tejer en él, al hombre de su sueño.

       Por tanto, no asombró a nadie que, aquella tarde en la que ellos dos a solas en la amplitud de la parlante, preparando un examen en especial complejo, (allí también estaba yo), cuando una mano de ella rozara la de él apenas un instante más de lo necesario al buscar el atado de cigarrillos y las de él tocaran las de ella tan solo un poco más de lo debido, mientras acunaban el fósforo con el que le diera fuego y los ojos de uno se clavaran en los de la otra con una pregunta silenciosa, no resultó extraño, entonces, que los “semáforos dieran tres luces celestes”, según el poema de Horacio Ferrer, y un beso apasionado marcara el comienzo del romance (y el olvido del estudio. Mas tarde lograron aprobar la materia).

“Vuela esta canción, para ti Lucía,

La más bella historia de amor, que tuve y tendré.

Es una carta de amor, que se lleva el viento

Pintada en mi voz, a ninguna parte a ningún buzón”

        Esto cantaba el muchacho acompañado de su guitarra, muy enamorado, mirándola arrobado, alucinando con cada uno de sus gestos, de sus palabras, en cuanta reunión (partidaria o no), picnic (político o no), reuniones familiares inclusive, en las que, por supuesto, también estuve.

         Una tarde (la verdad, no recuerdo si hacía frio o calor), vi llegar a Lucía con dos pequeñas valijas al departamentito de Gustavo. Me di cuenta de que esa noche el festejo duró hasta tarde porque ya era muy avanzada la mañana del otro día cuando me buscaron.

        En esa época Lucía, que se había entusiasmado con el discurso trasgresor, transformador, al que la despertara Gustavo, fue paulatinamente animándose a participar. Hubo muchas reuniones (en las que estuve, obvio) y/o picnics (a mí también me llevaban) y otras salidas (a las que no) por ejemplo para efectuar pegatinas, reparto de panfletos y otras actividades, según me enteraba después. Al tiempo, vi sorprendido que comenzaban a salir cada uno por su lado, con grupos distintos. Así también, desconcertado, escuche las primeras discusiones en las que no hablaban de amor o desamor, sino más bien, de actitudes, de ideales, compromiso o posturas ante una situación. Y también de celos.

          -¡Pero que se cree ese! No te puede acaparar. Pensá un poco en mí, che-. escuché reprochar a Gustavo.

           -No me quiere acaparar, Gus. Es importante participar. Ante la situación hay que poner el hombro y yo quiero estar, entendeme. ¿O se te acabó el compromiso que tenías con todo esto? - contestaba Lucía, a la que, a esa altura, más de una mañana la escuchaba cantar desde el baño:

“Los muchachos peronistas

Todos unidos triunfaremos

Y como siempre daremos

Un grito de corazón, viva Peron”  

           Resumiendo, el lunes después de un fin de semana que Gustavo paso a solas en su departamentito (yo trabajé como loco) al llegar Lucía la discusión escaló.

          -¿Todo el finde, che?¿Tanto llevo la reunión?-comenzó Gustavo.

           -Fue un congreso, no una reunión. Mira, estuve pensando que tenemos que hablar. Creo que es mejor que nos demos un tiempo, ¿entendés?- contestó Lucía.

           Después, siguieron varios reproches de uno y otro. (Yo los escuchaba frío, sin creer lo que oía). Hasta que, luego de algunos gritos y una o dos lágrimas, ella metió en sus valijas la poca ropa y los libros que había traído y un golpe fuerte de la puerta del departamento selló el fin de la relación.

           Me hubiera gustado hablarles, decirles que no se apresuraran, que eran jóvenes, que aun podían entenderse, perdonarse, y que se yo cuantas cosas más. Pero… ¿Quién le va a dar pelota a un simple mate, que ni siquiera puede elegir la yerba con que lo llenan, o la temperatura del agua de la cebada ni la bombilla que introducen en sus entrañas, por más que sea de cerámica, finamente trabajada, y adornado con la leyenda YO SOY DE BOCA?

           

         

       

               


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