Crónicas de un obsesivo
- Permiso. Y abre su cajón. Cada cosa en su lugar: el termo en la misma
posición de siempre, los demás objetos, cada uno con su bolsita especialmente
cerrada, cada cierre de bolsa caracteriza al objeto que contiene.
No es lo mismo poner en una bolsa un paquete de yerba que un paraguas... ¡ah
no, no!
¡No es lo mismo señores! Envolsar que colocar en una bolsa, no es lo mismo.
(Enbolsar. Embolsar. Poner en la bolsa. Colocar dentro de una bolsa.
Guardar en una bolsa. Ponerle en una bolsa.)
Como si el objeto contenido fuera de extremo valor sus dedos pulcros y
prolijos hacen maniobras para que todo quede en su perfecto lugar,
milimétricamente pensado, no puede ser sino, tantas cosas en tan pequeño cajón.
Sigo mirándolo, habla del tiempo. Saca un paraguas.
Claro, nunca se sabe si cuando uno se mete al subte y esta goteando, cuando
salga en la otra punta de la ciudad después de media hora de viaje, va a estar
lloviendo torrencialmente. No!! por alguna desgracia de la vida, uno no lo
puede saber!
Agarra el paraguas con cuidado de no estropear tan insulso y breve objeto.
Nada más que una fuerte llovida para tener que despedir de él, maldito sistema
de productos sumamente finitos. No se dan cuenta que uno se encariña con las
cosas. Uno vive situaciones con ellas, lo acompañan en su vida, o en momentos
de ella. Y tras un breve lapso de vida, lo tiene que tirar sabiendo que esta
persona seguirá viviendo, sin ese paraguas, con otros paraguas que a su vez
morirán en el camino.
Terrible.
Volvamos a mi compañero. Luego de sacar el paraguas, piensa sin cerrar el
cajón aún, si es útil llevar o no la funda, ya que al usar el paraguas, la
funda queda sin efecto, tonta, inútil, inservible.
Decide no llevarla y la deja en el cajón, pero en la misma posición en que
el paraguas debería estar. Vuelve a poner más cosas lo cual le lleva demasiado
tiempo, más teniendo en cuenta que estoy parada esperando que él termine con su
dificultosa decisión para poder sentarme.
Las piernas me tiemblan, comí demasiado y la panza me tira. Me
quiero sentar y este piensalotodo ¡o se ha decidido todavía! Un resoplido
quedaría fuera de los estándares socialmente adecuados, pero, y lo de él, es
socialmente aceptado? al carajo con las normas, este señor me colma la
paciencia.
Cierra el cajón, si señores cierra el cajón con las dos manos cosa de que
ninguno de los extremos se desequilibre (hay que tener en cuenta de que se
trata de un mobiliario viejo) y lo tenga que volver a abrir y cerrar. No
queremos eso, no!
Le pasa llave y luego la gurda en su billetera, en un lugar exclusivo para
ella. La muy afortunada. Quisiera yo tener un lugar solo para mí en la
billetera de alguien. O mejor aún, aprender de él, y resguardar preciosamente
la llave del cajón para que después no me la olvide junto con las otras llaves
de mi casa y quedarme un día afuera de mi guarida.
Quién dijo que ser llave no era gratificante?
Estoy segura que en el trayecto desde su pecho hasta el bolsillo del
pantalón, el señor ha pensado las diferentes opciones que le ofrece su
vestuario, opción elegida seguramente como la más acertada para evitar el
posible robo.
Se le nota en la cara que esta pensando, y además dejo de hablar por unos
instantes.
¿A mi también se me pondrá la cara diferente cuando pienso? ¿La demás gente
lo notará o pasará inadvertido?
Se despide, y me llama de una manera particular, que estoy segura que
también lo ha estado pensando todo este tiempo que el cajón el ha robado.