EL
REGRESO
A
esa hora, el aeropuerto estaba colmado de pasajeros que iban y venían por los
diferentes niveles del gran edificio. Voces por los altoparlantes en idiomas
diversos, anunciaban el arribo o despegue de los aparatos, colmados de personas
de diferentes nacionalidades y razas.
Erika,
se deslizaba por la manga junto a otros pasajeros. Su avión venía de Brasil y a
diferencia de la mayoría, que lucían alegres y conversadores, ella se veía
reconcentrada y bastante triste. Aún llevaba en su mano el detonante de su
estado de ánimo.
Felipe,
estaba dentro del numeroso grupo de personas que aguardaban a los viajeros; era
un tipo atractivo de mediana edad. Moderaba su espera fumando un cigarrillo que
aún no se consumía. Un guardia se acercó y le mostró con un gesto el gran
letrero que impedía este molesto hábito en aquel lugar. Se disculpó y lo colocó
de inmediato en un basurero, luego de apagarlo cuidadosamente.
De
lejos la divisó y una abierta sonrisa achicó sus verdes ojos, mostrando su
perfecta dentadura de hombre sano y fuerte.
Se
encontraron en el pasillo y el abrazo salió espontáneo.
-Erika, mi vida, creí que no regresarías. Tu
última carta me dejó muy preocupado. ¡Nunca pensé que me harías tanta falta!
-¡Mi amor!- Sabes que yo también te amo y estoy
feliz de haber regresado. Contigo me siento protegida. Por favor, ¡vamos luego!
Llévame a mi departamento.
-No, primero iremos al restaurante del
aeropuerto, tengo algo que decirte y es urgente. Dijo la frase con rostro
serio, pero con una ternura reflejada en sus gestos y en sus ojos.
Una
vez acomodados en el elegante café, frente a sus respectivos “cortados”
humeantes, las galletitas de mantequilla y el vaso de agua. Felipe sacó de su
saco una cajita, miró a Erika y le dijo.-Querida,
por favor, te ruego me perdones por anticiparme tanto y hacer esto en un café
de aeropuerto. Pero ya no puedo esperar ni un minuto más. ¿Te quieres casar
conmigo?- Junto con decirlo, puso en el dedo de la mujer una cinta
plateada, que se apreciaba a la distancia su alto valor. La mujer lo miró sin decir una palabra, sonrió a través de sus
lágrimas, y asintió con un movimiento de cabeza.
Luego
de pasado el momento de emoción, hablaron de su proyecto matrimonial, afinando
los detalles y fijando una fecha aproximada.
Una
hora más tarde, se retiraron y emprendieron el trayecto hacia el centro de la
ciudad. Si bien era cierto, eran amantes desde hacía mucho tiempo, nunca habían
convivido en el mismo piso. Por ello, Felipe, captando la gran emoción de
Erika, la dejó acomodada en su departamento y, se retiró discretamente. Esa
noche se reunirían en un restaurante para cenar y festejar sus futuros planes.
Amelia, la
hermana de Erika, debía ir para dar cuenta de su gestión administrativa de los
negocios que juntas manejaban. Había llamado por teléfono, pero nadie le
respondió, por ello usando la llave que su hermana le había entregado para
emergencias, abrió la puerta del departamento. En su interior todo era
silencio. Erika estaba en su cama, aparentemente durmiendo. Sin embargo, al
acercarse comprobó que algo le sucedía. Finalmente, se dio cuenta con espanto
que ya no respiraba, tenía el frío aspecto de la muerte en su rostro ceroso.
En
el velador un frasco de pastillas para dormir desocupado y en su mano apretada,
un sobre azul claro. Con cierta dificultad lo pudo sacar sin romperlo.
“Erika,
mi niña, no puedo decirte amor, nunca lo sentí por ti. Pero creo ser un
excelente actor y te convencí. No me juzgues perverso, no, no lo soy. Fue la
vida la que me hizo actuar de esta forma. Una mujer como tú, me mintió amor y
me contagió una mortal enfermedad la cual ya me está matando día por día. Tú
querías un cambio en tu pasar. Me dijiste tener un novio eterno que nunca se
había decidido a formalizar, por ello, te di una temporada de pasión y te hice
sentir aquello que nunca lograste con tu amante. Tienes lo que buscaste, salvo
que ahora cuando empieces a sentir los primeros síntomas, yo estaré bajo
tierra. Rolando.”
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