INTRIGA
AL DESPERTAR
Un fuerte golpe, como si en el techo hubiese caído un fardo pesado, hizo que su
sueño fuera interrumpido así, bruscamente. A través de la ventana se veía
el cielo oscuro y esa transparencia del aire que presagia el anuncio del
amanecer. Al observar el reloj del velador supo que aún había tiempo para
dormir. Por lo tanto, el golpe causante del violento despertar debería tener
una connotación inusual. Remeció suavemente la espalda del hombre, quien le
contestó con un leve gruñido. Debió insistir un poco más fuerte, para que
muy a desgano, se diera vuelta y abriera a medio filo sus ojos, con la
expresión de dar curso a su demanda, pero con la intención de seguir durmiendo
plácidamente. Otro golpe casi similar hizo que su cuerpo saltara y el esposo se
alertara totalmente.
- ¿Y eso, que será?, dijo él.
- Al parecer alguien cayó sobre el techo-, respondió la mujer.
A continuación se sintieron unos pasos arrastrados, descoordinados. El hombre hizo
ademán de levantarse, tirando la ropa hacia atrás en un rápido movimiento, pero
ella tomó con presteza su brazo y le impidió
continuar.
-¿Qué pasa, querida?, debo ir a ver que sucede en
el techo
-¡No, por favor, Ricardo!- No vayas. Podría ser algún ladrón que viene huyendo
y debe andar armado.
Nuevamente se sintió el arrastrar de pies y el ladrido de los perros se
hizo ensordecedor. Tanto su mano como el alboroto canino fueron razón
suficiente para que el hombre lentamente volviera a su sitio anterior, en
una posición de alerta. Los pasos continuaron cada vez más cansados y un
sonido como quejido doloroso los acompañó por largo rato. Al fin los ruidos
decayeron y los ladridos de los perros hicieron otro tanto.
- ¿Crees tú que podrá ser algún
maleante?
-Pienso que sí, recuerda lo fácil que es saltar del camino a nuestro techo. Si
no fuera porque somos vecinos conocidos y nos tienen consideración, más
de alguno saltaría detrás de los
volantines.
-Sí, tienes razón, pero de todas maneras debería ir a cerciorarme y llamar a
Carabineros.
-No querido, por
favor, tú no estás bien, vienes saliendo de una crisis, es mejor quedarnos
dentro de la pieza y encerrarnos con llave.- Dicho esto, se levantó en
puntillas y giró rápidamente el mecanismo de la chapa. Luego volvió con el
mismo sigilo y se arrebujó entre las sábanas.
-Bueno, y según tú ¿qué deberíamos hacer ahora?- dijo Ricardo.
-Creo que lo más cuerdo es quedarnos acostados y
esperar hasta que aclare; el tipo deberá huir o, si está herido,
avisaremos a la policía y ellos se lo llevarán. Por lo demás, creo que lo
más importante es evitar el
peligro.
-Sí, creo que es razonable-, dijo, poco convencido, y para sí mismo
agregó: Lástima que este mes no pude comprar el otro aparato para llamar desde
aquí, pero apenas me pague lo haré sin falta.
Nuevamente, pasos arrastrados, pero mucho más tenues, y un sonido que
interpretaron como quejido
agónico.
-Pobre hombre, cuándo pensaría que iba a morir en un techo, solo y
perseguido.
-¡Qué bien, o sea que todavía le tienes
simpatía!, si es un maleante él se lo buscó, o ¿No?
-Bueno, sí, pero sólo de pensar que es un hombre joven, quizá un niño, me
produce pena.
-Querida, el maleante es como si no fuera persona. Ellos no tienen escrúpulos
cuando cometen fechorías. Es tan grande su dureza, que aunque se estén
muriendo, juran que son inocentes, incluso con la víctima a su lado.
Pero de todos modos, cuando uno tiene hijos,
querido, a todos los jóvenes los asocia con ellos aunque estas personas sean
descarriadas.
El hombre la miró de soslayo y en un gesto burlón enarcó las cejas y volteó sus
ojos hacia arriba.
-Y por último, soy cristiana y como tal debo respetar a mi prójimo
-Mire, querida, creo que usted está perdiendo la
perspectiva. Un maleante es un maleante y punto.
-Tú siempre tan frío y
racional.
-Qué bien, o sea que ahora yo soy el malo. Bueno, mi estimada, si vuestra
merced, condolida por la situación del que está allá arriba, dispone
invitarlo a compartir cama y calor con nosotros, me abrigo y voy a decírselo.
-Qué hombre más desagradable, no te sienta ser
irónico conmigo.
-Shits, baja el volumen o el sujeto captará que lo
hemos advertido.
La esposa le dio vuelta la espalda y se tapó hasta
la nariz.
-Bueno y ahora qué, el tonto ya está despierto y la
princesa aprontándose para roncar. ¿Qué se supone qué debo hacer?
-¡Dormir! , -dijo la mujer, en tono agrio.
Transcurrió bastante tiempo en el que los ruidos se dejaron sentir más
tenuemente, el matrimonio dándose la espalda se enfrascó cada uno en sus
propios pensamientos. La claridad del amanecer los descubrió en un profundo
sopor.
Como si se hubiesen puesto de acuerdo, ambos saltaron de la cama, se calzaron
las zapatillas y la bata de levantarse y salieron a los otros recintos en busca
de una escalera para mirar con más detalle el techo. Una vez afirmada en la
muralla, el hombre subió y cuando llegó arriba, una gran risotada alegró su
mañana.
-Querida, ven a ver a nuestro supuesto maleante. Diciendo esto, bajó y
ayudó a la mujer a ascender, ella miró con incredulidad a un
enorme y retinto jote, que los miraba con aspecto de indiferencia, pues el
problema de su pata ya era más que suficiente. Sus garras se habían enredado en
la rama de un arbusto y ésta andaba como lastre en cada movimiento que el
pájaro hacía con intención de zafarse.
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