EL ÚLTIMO LOBO ARGENTO
La cerveza espumosa se vuelca en el suelo mientras papá habla
incoherencias acerca de la matanza de la que había sido testigo cuando era
chico, un invento de su mente privilegiada para atraer incautos que apenados
ante el relato le invitan otro trago, odio verlo ebrio, no solo porque
usualmente hace el ridículo, sino porque, el dinero que gasta en su vicio
podría ayudar en casa, por ende, yo no
tendría que trabajar. Lo veo expulsar todo el licor de su cuerpo en un
interminable torrente de vomito, hago una mueca de asco al verlo pasarse la
mano por la cara embadurnándosela de porquería.
Suspiro mientras aplico la segunda capa de cloro en las paredes del baño
de la cantina para quitar ese olor desagradable, sí ese es mi trabajo, limpiar
las porquerías de los clientes del lugar: Ebrios que escapan a sus problemas de
la mano de una botella de licor, seres sin cerebro que pasan noches y días en
el mismo lugar: “La Cantina
de Don Lucho”, coreando melodías del “Rey del Despecho”, ocasionando destrozos
o como en el caso de mí padre hablando sandeces al tiempo que el vomito le
escurre por el rostro, ya debería estar acostumbrada, pero simplemente no lo
tolero, toda la situación es tan irreal
que salto por una de las ventanas al frio helado de la noche sin estrellas, lo
he pensado por los últimos años, ahora es el momento: Voy a huir.
“Que mamá trabaje o deje de tener
hijos con un alcohólico” pienso egoístamente, tengo siete hermanos menores a
quien debo mantener, sin embargo, al borde de la cordura y con más rabia que
otra cosa, por los padres que el destino me otorgó dejo todo atrás. Mis botas
desgastadas dan contra el pavimento, un instinto animal se apodera de mí ser,
corro como una criatura salvaje hacia el bosque que rodea nuestro pueblo, atrás
dejo las canciones que lastiman los oídos
y la voz atontada de papá pidiendo otra cerveza esta vez mezclada con
tequila.
¿Estaría mal desear que se muera? Nunca lo he
visto sobrio, ni una sola vez, ya ni siquiera sé si es un ser humano o un
esclavo de la adicción, Lucho, el dueño de la taberna continuamente dice que el
“pobre hombre está enfermo”, para mí, es un desgraciado sin alma. Me abotono la
chaqueta hasta el cuello, la brisa helada me entra en la piel como navajas pero
no voy a desaprovechar la oportunidad que la suerte me ha entregado, el corazón
me danza en el pecho a medida que me abro paso entre los cedros, manzanos y
robles, ahora solo escucho el sonido de las cigarras atrayendo a sus
compañeras, respiro tranquila y disminuyo la marcha, mis dedos acarician las
flores silvestres, que para esa hora, duermen plácidamente, soy casi mitad
ardilla, o eso dicen en el pueblo, por
la manera rápida que tengo para subir a los arboles, trepo a un pino y paso ahí
lo que queda del crepúsculo.
Contrario a lo que el sentido común me indica,
no puedo dormir ni un poco, disfruto los segundos de libertad, saboreando cada
bocanada de aire, deseando tener alas y terminar entre las nubes, me pongo en
marcha nuevamente a la madrugada, “no tiene caso seguir con esas botas rotas”,
me digo, viendo como mis dedos se asoman entre la suela, libero a
mis cansados pies del tormento de andar ocultos arrojando los zapatos tan lejos
de mí como puedo.
Recorro casi un kilómetro, tropezando con gorriones,
alondras, una que otra rata de campo, liebres y demás vida que se oculta en la
vegetación, el estómago me pide comida, rebusco entre la tierra húmeda ese
musgo que te quita hambre y sed, cuando me topo de frente con un enorme lobo
color argento, sus ojos endrinos se posan en mí por un instante, tratando
de leer mi alma, pero ya dejé de tener
una, su pelaje parece hecho de terciopelo es tan absolutamente perfecto que cada parte de mi ser se siente conmovida,
caigo de rodillas frente a él, nos quedamos observándonos por un largo lapso de
tiempo, casi como si nos hubiéramos
conocido en otra vida, una de seguro mejor que esta miseria en la que debo
existir.
Lo que me devuelve a la realidad es el sonido de
los cazadores rastreando el bosque, no
buscan a una chica fugitiva, sino a él, lo empújo a las profundidades de los
arboles, ahí donde ni siquiera la luz entra por temor a quedar atrapada dentro,
pero el animal no se mueve es como si dijera: “¿acaso no vendrás?”
·
Largo tonto o ¿quieres que esos monstruos te maten?- no sé qué ocurre
con los seres humanos que quieren destruir toda la belleza que los rodea, ha de
ser el último lobo que queda sobre la faz de la tierra y he tenido el
privilegio de verlo.
Sus patas acolchadas se ponen en marcha mientras
yo borro con una rama todo rastro de su presencia, los cazadores ataviados con
sus pieles y armas pasan junto a mí desapareciéndome con su mirada vacía,
continúan en una dirección completamente errada, que conduce a un abismo, respiro aliviada al
verlos alejarse, quiero correr a la frontera, pero los ojos endrinos me invitan
a seguirlo, se mueve sigilosamente, parece flotar en el aire, llegamos al borde
de una cascada melodiosa bebo con ganas de sus aguas dulces, al tiempo que, el
lobo olisquea el ambiente en busca de amenazas, comienza a alejarse, pero lo
tomo por el cuello dándole un abrazo, no quiero dejarlo, mí mente se llena con
recuerdos de la vida pasada que compartíamos antes de volverme humana, no voy a
perderlo nuevamente.
El animal se sienta sobre sus patas traseras,
abre su enorme hocico expulsando un tibio aliento que me estremece el alma,
toda yo desaparece, mí cuerpo está cubierto de plumas negras, salvo por la
cabeza que tiene un color nieve, quiero
decir algo, más solo sale un imponente chillido, levanto vuelo, soy la última
águila en un mundo que se cae a pedazos, ni papá ni mí familia van a capturarme
jamás, intento hallar algún sentimiento hacia ellos, no sé, cariño o nostalgia
por no volverlos a ver, pero, solo encuentro alivio.
Mientras vuelo hecho un último vistazo al
pueblo, compruebo que las cosas siguen igual al ver al cantinero Lucho separar
a dos ebrios que se pelean en plena calle a pico de botella usando un palo, al
mirar hacia el bosque compruebo con alegría que el lobo plateado me sigue a
gran velocidad, y a donde vamos nadie nos podrá alcanzar.
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