domingo, 23 de marzo de 2014

Ascensión Reyes Elgueta-Chile/Marzo de 2014

AL DIA SIGUIENTE

    Hoy es mi último día de docencia después de cuarenta años de magisterio, en este colegio, en esta ciudad, en este país. ¿Qué haré mañana? Bien fácil de contestar: No tendré que levantarme temprano como todos los días, de lunes a viernes, y también los sábados y domingos para preparar las clases de la semana. Hoy es miércoles y mañana… seguramente debe ser el resto de mi vida.
-Maestro, queremos que usted escuche unas palabras que hemos pensado entre todos, y como presidente de curso, me corresponde…- Chávez, ese chico de ojos vivaces, y siempre dispuesto a liderar a sus compañeros, me sacó de mi ensoñación.
    “Querido profesor Gutiérrez, lo conocimos desde que cada uno de nosotros ingresó a esta escuela...” Y así continuó el discurso con un sinfín de remembranzas repetidas en múltiples ocasiones a lo largo de toda mi trayectoria. Sin embargo, éstas tenían como el sabor de la niñez y de la retórica sincera, pues seguramente al cabo de algún tiempo esos rostros se me desdibujarían en la memoria, en cambio en la de ellos nunca moriría la imagen del profesor Gutiérrez, o los muchos apodos con que fui bautizado. …y terminó con… -“Lo recordaremos con mucho cariño”. El niño se acercó para entregarme las hojas escritas y me dio un apretón de manos. Por mi parte no pude menos que recibirla y dar un estrecho abrazo a Chávez y a cada uno de ellos !mis muchachos!, con los ojos húmedos y una gota impertinente en la punta de mi nariz.
    Después, muchos abrazos, regalos y papeles escritos que recibí en todos los cursos donde impartía mis clases de castellano, terminé con el estómago totalmente encogido. Era increíble reconocer mi gran emoción, en circunstancia que siempre me reí de los sentimentalismos baratos y hoy. ¡Qué irónico! era yo el afectado.
    Por la tarde, sí, seguro lloraría a mis anchas. Y mis compañeros de labor serían los causantes de mi nueva conmoción. Este día me darían un agasajo en un elegante local céntrico.
Iba por el pasillo, cuando divisé a lo lejos la figura voluptuosa y deseable de Gina. La maestra de historia. Su presencia trastornaba hasta mis calcetines y me alborotaba la libido haciendo subir mi temperatura al máximo. Siempre que coincidíamos y me acercaba con el ánimo de hacerle una inocente invitación, recordaba mis casi 65 años, acompañados de canas, barriga incipiente, un buen puñado de arrugas en mi rostro moreno, disimulado por una estatura razonable y la agilidad propia de un corredor de plaza, pero sólo de vacaciones. Todo este añejo bagaje contra sus bullentes treinta años y bastante experiencia en las lides del amor; me enteré que es separada. ¡Bueno, a lo mejor esta noche me animaría!

    Las luces del restaurante dieron un espaldarazo a mi ánimo, bastante disminuido, por el vuelco que tomaría la vida de profesor en ejercicio, a profesor jubilado y viudo solitario. Para completar este panorama decadente, hasta dueño de una mascota que hizo aparición sin poder evitarlo. Alertado por unos ladridos y rasguños en la madera, me encontré con un espécimen de perro de raza indefinida que me atrapó con su simpatía. Era un ella, quien muy suelta de cuerpo se ha tomado mi pieza y mi cama como suyas.

    La cena estuvo espléndida, decorados platos con exquisiteces que hacía tiempo no degustaba, tragos de fuego suave y chispeante que me habrían predispuesto a declarar mi admiración a Gina. Desgraciadamente, recibí una nota en la cual se disculpaba de no asistir por una indisposición de su hijo de diez años.
     Debí lamentarlo, sin embargo los organizadores con o sin intención, colocaron a mi lado a Morelia. Increíble, pero esta noche ha sido una revelación. Luce radiante con ese vestido negro que modela sus redondeces de cincuentona vigente. Si antes no me había fijado en ella seguro fue, por sus ropas grises y severas, que la hacían aparecer poco atractiva. Pero hoy, su visión me ha puesto eufórico, al tomarla entre mis brazos para bailar un tango arrabalero que me transportó. A ella creo que le agradó, sus verdes ojos me han estado enviando mensajes toda la noche.
    Morelia, encanto de mujer, he conversado con ella toda la velada, paseándonos por tópicos diversos y realmente es brillante. Pero lo que más me impresiona son sus blancas y torneadas piernas, realmente me hacen divagar. En un momento de la conversación al dar énfasis a una explicación, presioné su muslo con mi mano, en forma totalmente inocente. Le pedí disculpas cuando me di cuenta, pero ella no la esquivó, es más me sonrió. Además le gustan los perros, tiene un pequinés en su casa.
     Hemos seguido bailando todo lo que han tocado y ya mis colegas me han disparado varias bromas e indirectas. Morelia no se ha molestado, incluso le ha motivado una sonrisa de complicidad. Al hacernos mutuas confidencias de nuestras vidas, me he enterado que es tan viuda y solitaria como yo. Pero lo que se adivina por su pronunciado escote, me tiene realmente extasiado, es un crimen que los lleve a la tumba sin ser admirados por un varón que se precie. A lo mejor el difunto me dejó esta hermosa dama en herencia. ¿Quién sabe?
    Casi no quedan invitados, me he ofrecido para llevarla a su casa en mi auto. Algo me habló de un cafecito para contrarrestar los excesivos brindis y sin duda se lo aceptaré.
    ¡Por las barbas de mi abuelo!, creo que bien valdría la pena usar la broma que quisieron hacerme mis colegas “Empezar cumpliendo a cabalidad con Morelia y esa misteriosa pastillita azul”  Y de Gina y la emoción hasta las lágrimas ¿quién se acuerda?, si tan sólo fue un ensueño de docente activo.


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