sábado, 20 de septiembre de 2014

Lilia Elena Durand-Buenos Aires, Argentina/Septiembre de 2014

El Violín


Después de veinte años, regresé al viejo barrio del puerto. Madrugada de domingo. La calle, casi sin movimiento. Le pedí al chofer que me dejara una cuadra antes de la tranquera y caminé despacio, escoltado por los álamos de siempre. En la entrada,  mi madre, alargaba los ojos para verme aparecer en el recodo, mientras Samuel y Sultana daban vueltas en frenéticos movimientos de sus colas. Aún llegaba de lejos, el último rasguido de una serenata. Recordé a mi compañero de adolescencia, Luisito, el primer y único violín del barrio, mi vecino de al lado.

Mi viejo vaso de las cuajadas mañaneras, blanqueaba orgulloso el rojo mantel de las flores doradas.
Como chinas cuesta abajo, las preguntas iban y venían, sonrisas y lágrimas se alternaban en un ping-pong de recuerdos  y de vida.

En la casa de al lado, el silencio mordía. La puerta sin llave permitió el ingreso. Vacía está la casa, dijo mi madre. Mi hermana, la tomó de los hombros. Quién lo dijo, pregunté…
.

Las manos de mi hermana me entregaron el viejo violín de Luisito. El pequeño rostro sin ojos me miraba  a través de la única cuerda que había sobrevivido a su dueño. Lo apoyé en el piso. Lo cambié de lugar. Al final se quedó en el alfeizar de la ventana que enfrenta la mía.

Miraba el entretejer de una araña en la viga carcomida por el tiempo. Mi madre me dio las buenas noches. Antes de irse repitió “la casa está vacía”
Acéptalo Miguel.

La casa está vacía… Ý las ondas de esa melodía que brotan del derruído violín de Luisito. Es que no oyen los latidos de mi infancia y el escondido adiós del río que se fue pegadito a su lecho, dormido en verde almohada

La casa está abierta. Ya no está vacía. Él, dejó sus trinos.
Con su único diente, desde la biblioteca, entre fusas y semifusas, vela mi sueño.

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