EL DIENTE DE LA TÍA JUANA
Era una mujer a quien siempre le estaban
pasando cosas raras, sin duda la tía Juana era un baúl de anécdotas de todo
tipo, desde sus cuatro maridos gozando de la paz eterna, hasta sus varios
admiradores a quienes mantenía a raya porque consideraba que ya sus gozados
años eran muchos como para iniciar otra aventura matrimonial.
Esa noche estábamos tomando una bebida
caliente antes de partir a la cama, acompañada de unas tostadas, que ni la
abundante mantequilla había logrado ablandarlas, pero igual estaban sabrosas y
crocantes. De pronto, la tía Juana dio un pequeño grito y tapó su boca con su
mano para dirigirse al baño. Me sorprendí al verla regresar con la notoria
falta de uno de sus incisivos.
-¡Dios, si casi me lo trago¡ Mañana a primera
hora iré al dentista para que me pegue esta corona, que no hace tanto tiempo me
hizo. - Debí colocar cara de sorpresa, al verla con el diente en la mano.
De pronto ella lanzó una risotada, que fue
coreada por mí, porque antes no me atreví a dar curso a la hilaridad que debí
contener, por el aspecto cómico que presentaba, su antes, impecable dentadura.
Al día siguiente desperté asustada por
los gritos destemplados que daba la tía Juana: - Silvina, ¡Qué horror¡ Anoche
dejé el diente encima de esta mesita. Aquí justamente - dijo indicando con el
dedo el lugar. ¡Y hoy ha desaparecido mi diente¡
-Tía, yo me acosté y dormí profundamente
hasta que desperté con su llamado…Así es que no sé nada de su diente.
-Y lo peor es que tengo que hacer varios
trámites, ¿Y voy a tener que ir en esta facha. Con el portón abierto? Bueno, en
fin lo buscaremos con paciencia.
Parte de esa mañana la pasamos buscando
el dichoso diente, pasamos la escoba, revolvimos papeles, corrimos muebles y
nada, había desaparecido misteriosamente. Al fin nos dimos por vencidas y ambas
salimos a realizar nuestros respectivos cometidos. La tía Juana, ya más
calmada.
Por la tarde, casi oscureciendo, regresé
con la preocupación por la desaparición del dichoso diente, porque su reemplazo
significaría un costo que la tía no estaba en condiciones de asumir.
Una vez que me desprendí de la cartera,
chaqueta y reemplacé mis zapatos de taco por mis pantuflas, me dirigí
directamente a la mesita donde supuestamente, la tía había dejado su diente.
Se me encogió el estómago, en ese momento
llegaba la tía Juana tapándose la boca para saludarme.
Sólo atiné a decir: - ¡Tía el diente...ahí
está¡....el diente está encima de la mesita.
La tía Juana palideció y sólo atino a
santiguarse, un rato después, ya repuesta de la sorpresa y con la corona en la
mano, me dijo: - ¡Fue mi mamá¡ Ella me lo escondió. Siempre me hace estas
travesuras.
-Pero tía, si la abuela murió hace tantos
años.
En ese momento no le creí, pero
posteriormente se me perdieron algunos objetos que luego aparecieron, sin que
mediaran manos extrañas.
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