Claudio Simiz: sus respuestas y poemas
Entrevista realizada por Rolando Revagliatti
Claudio
Simiz nació el 1 de junio de 1960 en la ciudad de Buenos Aires
y reside en la ciudad de Moreno, provincia de Buenos Aires, República Argentina.
Es Profesor en Letras (desde 1983) y Licenciado en Letras (desde 2003) por la
Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Desde 1985 se
desempeña en Educación Superior y ha estado al frente de diversas cátedras. Ha
sido docente en la U. B. A. y en otras universidades, ponencista o invitado
especial en Jornadas, Encuentros y Congresos en varias localidades del país y
formó parte de equipos de investigación. Ensayos de su autoría fueron incluidos
en volúmenes compartidos editados entre 1996 y 2013. Ha obtenido varios
primeros premios en concursos de poesía y narrativa. Formó parte del consejo de
redacción de la revista-libro “La Pecera” de Mar del Plata, coordinó una
revista electrónica y en la actualidad dirige otra, co-coordinó ciclos de
poesía y ha sido jurado en certámenes de poesía y dramaturgia. Recibió el
premio a la trayectoria artística “Violeta Castro Cambón” en 2008 y ha sido
declarado Huésped Académico por la Universidad Nacional de Jujuy en 2005. Su
libro de cuentos “De solitarios” se
editó en 2011 y acaba de aparecer otro de cuentos y relatos: “Los años pasan según” (Primer Premio
del Concurso Internacional “Antonio Di Benedetto”, provincia de Mendoza, 2014).
Sus poemarios, entre 1980 y 2014, son “Celda”,
“Evangelio de bolsillo”, “Los míos”, “La mala palabra”, “De pura
chapa y otros versos”, “No es nada” (Faja
de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores período 2005-2009), “El franco”, “Tríadas”, “Tríadas II”, “Actas de naufragio”. Integra “Antes que venga ella”, antología
poética del grupo homónimo. Ha sido incluido en otras antologías y fue
traducido parcialmente al inglés, guaraní, portugués e italiano.
1 — A los veintitrés años te recibiste de
Profesor en Letras y cuatro lustros después de Licenciado en Letras. Me pregunto
qué circunstancias te habrán inclinado hacia la obtención del segundo título
universitario. Y en tanto, habiendo ya aprobado los seminarios
correspondientes, estás elaborando tu tesis a los efectos de recibirte de
Doctor en Letras, me pregunto qué circunstancias te habrán inclinado hacia la
obtención de un tercer título universitario.
CS — Provengo
de una familia humilde, gente del interior. Si bien mi madre era lectora y mi
padre partícipe entusiasta de movidas sociales, la vida académica era algo muy
distante en mi hogar (ellos sólo habían hecho la escuela primaria), aunque me
apoyaron en la “idea rara” de estudiar Letras. Lo menciono porque la facultad (“Filo
en UBA”) fue un mundo muy extraño para mí (por ejemplo, no sabía que existían
“los prácticos”, casi pierdo unas cursadas por eso). Hice la carrera en cinco
años, porque había pedido prórroga para el Servicio Militar, tenía que
recibirme “sí o sí” y cumplir con la beca que conseguí en el último tramo de
mis estudios. Cursé entre 1978 y 1982, o sea con los militares en el poder; la
universidad (y encima Filo) había sufrido una poda espantosa, y era apenas (lo
comprendí con los años) un profesorado de cierto nivel, además con muchas
“zonas oscuras” (el énfasis estaba puesto en lo clásico, lo estetizante; recuerdo
que me sugirieron, ante mi propuesta de dar a Gabriel García Márquez en mis
prácticas, que “evitara autores que están en ciertas listas”). En síntesis: luego
de cinco arduos y bastante amargos años (nunca del todo integrado a ese cosmos),
por un lado me sentía orgulloso de haber llegado “ahí”, o sea, mi título
universitario, el primero en toda mi familia paterna y materna, y a la vez percibía
cada vez con más intensidad que me faltaban muchas cosas. Las busqué en la
militancia política, en el desarrollo de tareas periodísticas y culturales… Por
otro lado, y como rubricando mi “extrañamiento”, había formado parte de un
grupo de investigación en la facultad, que se disolvió por renuncia del
profesor (no se sintió bien tratado por las nuevas autoridades, era una persona
muy prestigiosa y bastante mayor) antes de intentar el ingreso al CONICET, así
que desde 1983 mi nexo con lo académico prácticamente se restringió a mi
noviazgo con una chica de la facultad. Mi escritura poética se fue tornando,
por entonces, notablemente esporádica.
Mi vida laboral se orientó
entonces a la docencia y a las actividades que mencioné, así que sólo catorce
años después decidí retomar la senda universitaria,
cuando se me impuso la necesidad de realimento intelectual, de planificar una
nueva etapa, luego de pasar por otra de “cuerpo a cuerpo” con el mundo, que
incluyó la formación de una familia y mi especialización (más fáctica que
teórica) en Educación Terciaria. En simultánea, reapareció la veta de la
escritura artística, semiabandonada durante una década. Promediando la
licenciatura (que cursé bastante rápidamente), una beca de investigación del
Fondo Nacional de las Artes me permitió viajar por el interior, indagando sobre
los grupos literarios del ‘40 al ‘80. En ese transcurso cobré conciencia de la
conveniencia de desarrollar miradas más amplias en el ámbito de nuestra cultura, y también de que
mi experiencia como periodista, docente, escritor y animador cultural me brindaba
un instrumental eficiente y un “puesto de observación” original para
desarrollar los estudios que me proponía, más allá de mi precaria formación
como investigador universitario.
Así, un par de años después, desemboqué en el doctorado,
centrado en uno de los grupos que había investigado. Esa fue otra etapa, que me
abrió un amplísimo horizonte de contactos, fundamentalmente con investigadores
de las provincias, en jornadas, congresos y simposios.
2 — ¿Cuál es el tema de tu tesis, Claudio?
¿Cómo lo planteás?
CS — Mi tesis (aún no
tiene título definitivo) se plantea, en principio, como el análisis del
proyecto “Tarja”, emprendimiento artístico-cultural generado en Tilcara (1955-1960),
que significó, entre otras cosas, la fundación del campo intelectual jujeño y
la proyección al ámbito nacional de algunos de sus integrantes. Un grupo de
poetas (Néstor Groppa, Jorge Calvetti, Mario Busignani y Andrés Fidalgo) junto
al plástico Medardo Pantoja, desarrollaron
una serie de actividades (fundación de la primera librería literaria jujeña, teatro
de títeres, conferencias, conciertos, debates...) y, fundamentalmente una
publicación periódica de excelente nivel, que alcanzó los dieciséis números y
cierto reconocimiento nacional y hasta continental. En ese marco confluyen
problemáticas vinculadas a las identidades, historicidad, articulaciones
regionales, etc. Digamos, un grupo de escritores de una provincia “marginal”
dice, promediando el pasado siglo, “aquí estamos” y plantea su diálogo con su
propia comunidad, el país, el continente y el mundo desde ese lugar simbólico,
entre reconquistado y construido.
Había
planeado “hacer todo en un día” en San Salvador de Jujuy (cuatro entrevistas,
nada menos), y si bien lo conseguí (igual me perdí el último micro a la ciudad
de Salta), aconteció un hecho decisivo: la charla con Groppa (paradójicamente,
no me dejó grabarlo), que vino acompañada del regalo de la colección completa
de la revista “Tarja” y otros materiales. Con Héctor Tizón (que había hecho sus
primeros pininos en el grupo), tuve dos charlas telefónicas, nunca estaba en
Yala cuando yo andaba por la Quebrada. A Calvetti le realicé un reportaje en
las últimas semanas de su vida.
Nunca ha
dejado de asombrarme el entusiasmo que genera en escritores e investigadores jujeños
(del interior en general) que un porteño de la UBA se preocupe por sus cosas… Este
hecho me hizo reflexionar sobre lo que acaso sea el aporte más relevante de mi
tesis: la verificación de notables constantes en el origen de los grupos
culturales del “interior profundo” (mayoritariamente nucleados en torno de la
poesía), su desarrollo y articulación con el campo intelectual porteño y
nacional y entre sí. De allí derivaciones a la temática del canon, la relación
de la cultura-la historia-la política y un largo sueño, compartido con otros
artistas e investigadores, como Osvaldo Picardo, de rearmar el mapa de la
cultura argentina en un marco continental e intercultural (aclaro: lejos de
ciertas connotaciones demagógicas que han proliferado en los últimos tiempos
alrededor de estos conceptos).
Finalmente,
el poner en el centro de la escena a estos grupos (desde lo temático) y la
aplicación renovada del comparatismo (en lo teórico) en diálogo con distintos
paradigmas (el geocultural, la sociocrítica, entre otros) y el uso de variedad
de fuentes (en lo metodológico) constituyen, creo, un incentivo a otros
investigadores para recorrer los senderos de nuestro acervo y sus potenciales
desarrollos.
3 — Uno de los trabajos que conforman “Actas del Vº Congreso de Narrativa
Folklórica” (Universidad Nacional de La Pampa, 2001) es tu “Héctor
Gagliardi: Identidad porteña en los ’40 y polémica sobre la cultura popular”.
CS — Héctor
Gagliardi [1909-1984] fue una figura insoslayable (por llegada al público,
originalidad e influencia) en la cultura porteña (y de algún modo, nacional),
durante por lo menos tres décadas. Era un tipo talentoso, que logró una
irrepetible síntesis entre la cultura tradicional del porteño “del ‘40 en
adelante” (tango, radioteatro, tertulia), la tradición payadoril campera y los
nacientes escenarios artísticos que fueron surgiendo en la época
(fundamentalmente, el radiofónico, aunque sus poemarios se vendieran en los kioscos
de diarios y revistas y no cesaran de re-editarse, habiendo participado,
además, en programas televisivos y en espectáculos teatrales). Su poesía,
emotiva, tradicional en su estilo, sensiblera, por momentos, sabía reencontrar
a su público con las vivencias y personajes “típicos” (la maestra, la primera
novia, la “barra” del barrio…); difícil era escucharlo y no sentir que asomaba
algún recuerdo desde lo más íntimo. El gran secreto de Gagliardi, en mi
opinión, era su modo de recitar, cambiante en el tono, sabiamente dramático, insuperable
en el manejo de los silencios, una
gesticulación estudiada y llegadora. Me recuerdo de niño, lagrimeando al
escuchar “El Rusito” o “El Sapito”; he visto extasiarse a hombres y mujeres,
hoy desaparecidos en su mayoría, ante la caravana evocativa de sus poemas. Por
otra parte, él despertó, además del innegable apoyo popular, más de una tensión
en ese gran caldero ideológico-cultural que fue el peronismo en su origen y
despliegue. Es notable que los prologuistas de sus libros (Homero Manzi, Alberto
Vacarezza, Horacio Becco, Cátulo Castillo, Jorge A. Bossio, entre otros),
embanderados en lo que llamaríamos “cultura popular” (con las polémicas
connotaciones de la época), duden en cómo clasificarlo y hasta en reconocer
plenamente sus dotes. Manzi esboza en su prólogo (en polémica con Borges, al
que admiraba pese a la polarización política) un intento de explicación sobre “lo
popular” (así titula, y con signos de admiración) en Latinoamérica, a partir de
la aceptación de lo bueno mezclado con lo malo, pero asumido como propio por el
pueblo, como identidad, defensa y proyecto. Éstas y otras tensiones ha despertado Gagliardi…
A tantos
años de mis primeras emociones ante sus versos (confieso que salvé de “irse a
diciembre” a un alumno porque recitó magníficamente tres poemas suyos), no
puedo evitar reflexionar sobre los momentos de felicidad que sólo el arte
popular (en el más digno sentido de la expresión) puede depararnos,
trascendiendo los velos del solipsismo, del “refugio interior”, rumbo a los
espacios solidarios de las vivencias y sueños compartidos.
4 — Desplazándonos hasta 2013, advierto que
un ensayo que titulaste “Diez apuntes sobre la poesía de Amelia Biagioni” se
incluye en el volumen dedicado a la obra de dicha autora (1916-2000), compilado
por Santiago Sylvester.
CS — La
poesía de Biagioni fue uno de los azoramientos estéticos de mi adolescencia. La
atmósfera mística de “El Humo” y
después, en rápida sucesión, sus otros poemarios editados, me impresionaron
vivamente: en “un ratito” memoricé “Oh tenebrosa fulgurante”…; sentí que había tropezado con “otra cosa”
acaso más profunda, sin dudas más misteriosa que mis admiradísimos Atahualpa Yupanqui,
Jorge Luis Borges y Alejandra Pizarnik de la época.
Pasaron las décadas y los poetas, y en una presentación
literaria, Sylvester (codirector de “Época”, una más que interesante colección
de libros de ensayos sobre poesía argentina de Ediciones del Dock) me comenta
respecto de la preparación de un volumen sobre Amelia; yo le manifiesto mi
admiración por la santafesina y mi reciente relectura de sus textos, en una
biblioteca de pueblo que ella había visitado alguna vez. “¿Cómo no pensé en usted?”, irrumpe Santiago
y ahí empezó a nacer mi ensayo.
En el libro aparecen, entre
otros, textos de especialistas y amigos de la poeta, como Cristina Piña y
Valeria Melchiore (escribió su tesis doctoral sobre Biagioni casi conviviendo
con ella). Opté por mostrar un panorama propositivo de los caminos que habilita
al lector y al crítico el acercamiento a su poesía. Por eso lo titulé “Diez
apuntes…”, sin tratar de llegar a definiciones concluyentes, ni cierres
definitivos; el marco de estudio que intento trazar se despliega entre la
constitución de un “yo poético”, el desarrollo de un lenguaje original, en
permanente mutación, y la búsqueda inclaudicable de lo inefable. A partir de
este escenario, postulo, en distintos parágrafos,
algunos “puntos de observación” sobre su obra, a saber: su lugar en nuestra poesía femenina; los puntos comunes y diferenciales de su itinerario
desde su Gálvez natal hasta su consagración; el
misticismo (se llamaba a sí misma “la cósmica”, diferenciándose de sus amigas
Pizarnik y Olga Orozco) de su poética; la
articulación de los lenguajes-miradas artísticas en sus poemas y la consideración de su obra como un todo con “estaciones”
(cada uno de sus seis libros) armónicas y secuenciadas. Sobre el final,
propongo una distinción entre mística, filosofía y arte, y ubico a Amelia dentro
de ese triángulo, pero mucho más cercana al vértice artístico: un intento de
aprehender y expresar la realidad, en última instancia, a través de la búsqueda
denodada de la belleza.
5 — ¿Cómo y cuándo fuiste accediendo a la
dramaturgia? Descubrí que una pieza de tu autoría, “Circo Éxodos”, trata sobre el éxodo jujeño, e integró el VII
Festival Iberoamericano de Teatro: Cumbre de las Américas. ¿Qué otras obras
tuyas se estrenaron? ¿Qué otros textos teatrales has escrito?
CS — Siempre
me interesó el teatro (hasta me casé con una profesora de teatro, pero eso es
otro tema). A fines de los ‘80 escribí mi primera obra, “Historias de chicos”, una trilogía de dramas breves centrados en
la denuncia de la marginalidad, sobre todo la infantil. Una de las piezas, “Historia de una puerta”, fue estrenada
como teatro leído en la Escuela de Teatro de la ciudad de Moreno y cuenta las
peripecias de unos niños vendedores del Ferrocarril Sarmiento que, en sus
juegos, molestan a los pasajeros, hasta que uno de los pibes termina cayendo a
las vías “accidentalmente”. El único ejemplar existente (creo recordar) está en el Grupo de Estudios de
Teatro Iberoamericano y Argentino (GETEA), un instituto de la UBA, en edición
fotocopiada.
Siguió un
largo interregno en mi creación dramática, hasta que me presenté (y fui
seleccionado) a un concurso de dramaturgos, convocado por la Comedia de la Provincia
de Buenos Aires y las autoridades educativas. Se trata del programa “El Teatro
y la Historia”, una propuesta de llevar en lenguaje teatral determinadas
situaciones y personajes de nuestro devenir, desde una perspectiva no
tradicional, a escuelas, centros culturales, cárceles, etc. Un historiador nos
propuso temas / situaciones y una profesora de
dramaturgia nos proveyó de algunos lineamientos (obras de no más de tres actores
y con un máximo de una hora de duración, fácilmente montables). Yo elegí una
situación de personajes “anónimos” en el Éxodo Jujeño (claro, yo estoy bastante
empapado de lo que concierne al Noroeste Argentino, por lo ya referido), y así
nació “Éxodos” (más tarde rebautizada
“Circo Éxodos”), que fue representada
por el grupo “Terrafirme”, dirigida por el brillante y hoy desaparecido Claudio
Bellomo. El asunto se centra en dos historias paralelas: dos patriotas y sus
dudas de abandonar su tierra, por orden del General Belgrano, y un par de
cirqueros, en crisis por su imposibilidad de echar raíces, en medio de su
itinerancia. El tema es el desarraigo. En este sentido, la obra es un homenaje
tanto a los esforzados patriotas del interior y su sacrificio (hubo una decena
de éxodos en la Quebrada de Humahuaca, en las luchas de la independencia), como
a los artistas del circo criollo, cuna de nuestro teatro popular. Los actores
fueron alternando sus papeles (patriotas-cirqueros) en escenas sucesivas, hasta
donde confluyeron las historias, el momento de la “decisión final”. Un payador
(en la versión de Bellomo, el dueño del circo) efectuaba, en verso y con guiños
hacia el público, el “hilván” entre las escenas. Esta obra, escrita en 2010, se
representó en institutos con menores privados de su libertad, en un festival
internacional, en el festival en homenaje al actor Carlos “Negro” Carella, se
la representó, además, en versión infantil, y fue elegida por Lito Cruz para
relanzar el programa “El Teatro y la Historia”; el elenco original la repone,
de tanto en tanto.
Otra obra
que conoció las tablas fue “Don Pedro de
la Cueva”, con elenco amateur dirigido por el multifacético Alfredo Costas
Herrero, en Merlo. Es una pieza que quiero mucho, se ambienta en una librería
“de viejo” que está por “mudarse” (en realidad, es un cierre encubierto). Dos
empleados jóvenes encaran la coyuntura con mezcla de bronca y resignación, y
uno muy anciano, que está desde su fundación, yace, en una especie de locura
mística en el sótano, ordenando amorosamente los libros en cajas. La presencia
de una clienta que viene buscando al Quijote (al que cree un personaje
existente) precipita los acontecimientos y al final el viejo emerge de su encierro
y se va del brazo con la clienta. Él era, en realidad, Don Quijote. La obra (que
se juega, en buena parte, en verso) es un homenaje a la literatura y el teatro,
y a los viejos, irremplazables, libreros de Buenos Aires.
Tengo
varias obras no representadas (y con pocas esperanzas de pasar de libreto);
destaco dos: “Clamona” (drama en tres
cuadros) y “Mingo” (tragicomedia en
cinco actos). La primera es un juego entre dos mujeres “típicas” (señorona y su
criada), que en su ir y venir y bajo el sonido casi ininterrumpido de la radio,
en 1982, van develando su drama: la criada (Ramona) intuye que su hijo ha
muerto en Malvinas; la patrona (Clara), termina confesando que su hijo fue
secuestrado por los militares y probablemente esté muerto, aunque intente
mantener, con su esposo, la farsa del “viaje de estudios”. Ambas mujeres se unen
en la lucha, Clara y Ramona se vuelven “Clamona”, clamor de madres.
“Mingo”
cuenta, en versión libre, la historia de Menocchio, un molinero del Friuli,
que, a partir de ser (extrañamente, para la época) alfabetizado, de su cultura
de origen campesino y de una aguda inteligencia crítica, esboza una serie de teorías
sobre el origen del mundo y la sociedad, que son cuidadosamente seguidas por la
Inquisición (la investigación que realiza el italiano Carlo Ginzburg se basa en
los archivos de ésta), preocupada por los incontenibles efectos ideológicos de
la imprenta, en plena Contrarreforma. Luego de una detención de dos años, y
ante las nuevas arremetidas de Menocchio (esta vez cuestionando el orden
social), y llegado el caso a Roma, se produce la inevitable incineración del
molinero. La obra se juega en dos planos: el pueblo en sus cotidianos haceres,
con un Mingo “afiladísimo”, una especie de protoanarquista, y el poder, que
habla en off y en verso, estudiando el “peligroso caso” del molinero que
pensaba con su propia cabeza y lo expresaba. Al final, en clave brechtiana, se
produce el juicio a Mingo, con invitación al público: y entonces los personajes
del pueblo hablan en verso y los poderosos en arrastrada prosa. Final abierto.
También
escribí varias obras de teatro breve (monólogos, soliloquios, teatro sin
palabras), algunas de las cuales fueron publicadas y premiadas, principalmente a
través de la Cátedra Internacional Garzón Céspedes y su publicación “Cuadernos
de Gaviotas” (por lo tanto, googleables). Acoto que estar desempeñándome como
profesor de Dramaturgia I y II y Teorías del Arte II en un conservatorio de
teatro, me ha reconectado con esta disciplina, peligrosamente apasionante.
En los
últimos años publiqué varios libros e interactué bastante en la web (principalmente en los géneros poesía y cuento), sin
embargo se me hace cada vez más manifiesta la necesidad del teatro, en sus
variadas expresiones, como espacio de comunicación intensa, auténtica,
comprometida, en medio de un mundo que nos afila las garras y nos tapona los
oídos cada día un poco más. El teatro es imprescindible para la nueva
humanización que pide a gritos la sociedad contemporánea o, al menos, los que soñamos una sociedad distinta,
“humana” en el más pleno sentido. Por el momento, no tengo entre mis
prioridades publicar mis dramas, preferiría
verlos “en vivo”, razón de ser de lo teatral.
6 — De tu dramaturgia deslicémonos a
tu narrativa breve. ¿Qué asuntos
preponderan en ella?
CS — Ante todo, una aclaración: aunque han aparecido un par de microrrelatos
míos en algunas publicaciones latinoamericanas, no me dedico a lo “micro”, tan
a la moda en narrativa. Lo mío es, hasta ahora, el cuento breve y el relato.
Llegué a escribir tres novelas, dos de la cuales destruí y otra que reconvertí
a distintas textualidades. Cuando hablo de cuento breve me refiero a un tipo de
narración ficcional de no más de tres cuartillas, generalmente centrada en un personaje.
En “De solitarios” los llamo
“discuentos”, porque los juzgo carentes de ciertos atributos, de esa admirable
completitud que caracteriza a Horacio Quiroga, Borges o Juan Rulfo, mis
maestros en castellano (menos piadosamente, podría hablar de mi distalento). Ese
libro lo publiqué por un premio internacional (había competido con dos cuentos),
lo cual me obligó a crear tres o cuatro textos más para armar algo así como un
volumen respetable. Seleccionando entre lo ya escrito y planificando los textos
complementarios, fue apareciendo el eje convocante de la soledad, la
incomunicación de personajes que ensayan infructuosamente la comprensión del
mundo y la comunicación con “el otro”. De allí el título; de algún modo se lo
puede considerar un volumen temático y bastante autobiográfico, que, entre
otros, debe bastante a Kafka, Dino Buzzatti y Nabokov.
En el caso de “Los años pasan según”, también
publicado por premio, el concurso era de relato (género que si bien despuntaba
en un par de cuentos del libro anterior, sólo abordé más decididamente en el
último lustro), pero el texto ganador es parte de un volumen donde alternan
cuento breve y relato, con un tema definido: las huellas del paso del tiempo y
la forma de asumirlas por los personajes. Al igual que en “De solitarios”, la mayoría de los textos son realistas, aunque
algunos podrían leerse como fantásticos, acaso metafísicos. En lo técnico,
retomo en varios de ellos la multiplicidad de puntos de vista y registros
lingüísticos, con los que había experimentado en mi juventud; esto asomaba en
tres de los cuentos del libro anterior. Lo autobiográfico es fuerte, tanto
desde la vivencia personal como desde el contacto intenso con personajes reales
y su experiencia vital. En algunos casos, debí realizar pequeñas
investigaciones para no desmadrarme del marco histórico. Todos los textos
fueron desarrollados siguiendo la brecha temática señalada, aunque el relato
premiado, “La espera”, nace de dos anécdotas mías centradas en las dolorosas
experiencias que atraviesa un escritor ignoto. Para finalizar con mi aspecto de
narrador, estoy terminando el plan de una novela coral, “La cofradía del tacho”, que estimo terminaré el año próximo.
Y una pregunta que tal
vez no tenga respuesta: ¿puedo “correrme” del poeta cuando narro, y eso sería
positivo?... Un amigo, destacado novelista y ocasional cuentista, terminó
confesándome que más allá de uno u otro detalle a mejorar, no podía criticar a
fondo mis cuentos porque “son otra cosa, son muy poéticos”.
7 — En varias localidades de nuestro
país ofreciste con los Grupos “Con-Versando” y “Antes que venga ella”,
recitales poético-musicales; “Cruce de Palabras” se llamó uno de los ciclos que
coordinaste; fuiste fundador de la primera FM que funcionó en una “villa de
emergencia” —en “Ciudad Oculta”, a mediados de los ‘80—; a fines de esa década
fuiste pionero en los intentos de TV comunitaria en zonas pobres del Gran
Buenos Aires, como conductor y productor, etc. Por un lado, me interesaría que
sobrevolaras sobre éstas y otras incursiones, y por otra: ¿en qué te ha
gratificado y en qué te ha decepcionado tu experiencia como animador cultural?
CS — Temo que ese
sobrevuelo sería insoportablemente largo, por la diversidad y extensión en el
tiempo de las experiencias y por lo mucho que incidieron en mi vida (hasta
cierto punto, “fueron mi vida”), sobre todo en mi juventud. Intentaré reseñar
los puntos salientes…
Soy un tipo más bien solitario
que, paradójicamente o no, vive “condenado” a la comunicación, fundamentalmente
la verbal. Esas experiencias de animación cultural surgen, en primera
instancia, de la necesidad de contactarme con la vida social, luego de la
acotada experiencia universitaria que ya
describí. Iba descubriendo el mundo con actitud militante, esperanzada en las posibilidades
de cambio. Sin embargo, ya en mis veinticinco años, me iba dando cuenta de que
la “política de los políticos” no era para mí, y sí lo era un territorio de
experimentación, de comunicación y construcción grupal y horizontal, que ora
con vértice en lo comunicacional, ora en lo educativo o artístico, me deparaba
el sentimiento de estar desarrollando una tarea imprescindible para el
crecimiento grupal e individual, autogestiva y contestataria del poder, de lo
culturalmente impuesto.
Lo primero, en el
tiempo, fue la experiencia con los medios, principalmente el radial. Me tocó la
época de las radios comunitarias, en el resurgimiento democrático y su
posterior desarrollo, y tuve oportunidad de trabajar en las mismas con
intensidad (llegué a superar las cuatro horas de conducción, más las tareas de
producción en FM San Antonio de Padua, emisora en la que aprendí mucho). Tal
vez la experiencia más original y aleccionadora haya sido la que desarrollé con
un grupo independiente en “Ciudad Oculta”, donde instalamos una radio, en acuerdo
con la comisión interna del barrio, para reconectar al mismo con los vecinos
“no villeros” (pesaba una leyenda negra sobre la “Oculta”) y dar lugar a las
voces soterradas; también nos interesaba ayudar a la comunidad a organizarse,
en la medida de sus necesidades. Aclaro: si bien “pasaban cosas”, el mundo
villero de ese momento era “pre paco y pre narco”… ¡Cuántas cosas aprendimos
juntos! Los programas se planificaban, pero siempre la realidad y el aporte de
la gente nos desbordaba… Yo hacía, con Adrián Wittemberg, “Historias de Nuestra
Tierra”, y convocaba, los sábados a la mañana, a la gente de cada provincia o
país limítrofe, con su música, sus comidas, sus historias, su presente…
En determinado momento, ante el
descontento de algún sector del barrio y para no generar divisiones, nos
trasladamos a una casilla de la iglesia, y ante una ola de allanamientos a las
radios, logramos armar una secuencia de escape para “entregar” sólo el coaxil y
la antena. Los sacerdotes y monjas del barrio respondían al padre Puigjané, que
estuvo varias veces en la radio (alguno de los integrantes quedaron vinculados
al grupo “Todos por la Patria”, con sus trágicas derivaciones en el copamiento
de La Tablada, años más tarde). Yo acompañé a un tipo muy especial, Pampa
Ubertalli, fundador de “Radio Rebelde”, en un ciclo de cine (video en el
televisor del herrero del barrio), actividad anexa a la radio, igual que las
tareas de apoyo escolar en que algunos colaborábamos. Unos meses después
comenzaron a surgir diferencias: una parte del grupo postulaba que debían
retener más directamente el poder de decisión de la radio, y otro (en el cual
me incluía), opinaba que iba llegando el momento de entregar el medio a la
comunidad. La radio había cobrado peso, y eso generaba tensiones. Quedamos en
minoría, echaron a algunos y yo renuncié, aunque me mantuve en la tarea de
apoyo educativo, como coordinador (armamos grupos de alfabetización paralelos
al plan oficial, bastante deficiente). La radio tuvo un final insólito y
aleccionador, a mi entender: habiendo perdido el entusiasmo inicial el grupo
que quedó, se apropió de ella el sector más movilizado de la villa y la acción
más importante fue preparar el retorno de los ciudadanos paraguayos a su país (muy fuertes en el
barrio) ante la inminente caída de Stroessner; como el
equipo era portátil, se instalaron antenas en varias villas, y así se
trabajaba. Ergo: las cosas son del que las necesita y las trabaja.
En el ‘89 apareció lo de la TV comunitaria. Yo
integraba la cooperativa de comunicación “Participar”, que tenía un periódico homónimo de bastante
circulación en el Oeste del Gran Buenos Aires, entre los sectores “progres”.
Fuimos sumando programas de radio en la zona (sobre todo desde FM Moreno,
pionera y aún vigente): hacíamos un periodismo tendiente a la difusión de
iniciativas solidarias y cooperativas, en particular en el ámbito de la cultura;
éramos un modesto agente movilizador. Un canal de San Vicente, que ya venía
promoviendo TV comunitaria, decidió renovar su equipamiento y puso a
disposición de grupos como el nuestro el viejo transmisor y la experiencia. Los
tres colectivos que nos interesamos, nos organizamos para transmitir dos veces
por semana desde cada localidad (en Moreno transmitíamos desde el Cruce Castelar,
la zona más poblada); el compromiso era llevar en la mochila el transmisor al
grupo siguiente; a mí me tocaba entregárselo a una agrupación de Fuerte Apache.
Habíamos conseguido que Prensa Latina nos brindase cada semana una selección de
noticias del continente; con eso y otros aportes hacíamos “Noticiero
Latinoamericano” desde la cocina de la casa del camarógrafo (que había creado
una pequeña mutual solidaria para los videófilos). La iniciativa duró poco, no
llegó al medio año. Sin embargo, mucha gente se conectó. Llegamos a hacer un
programa con las sociedades de fomento de la zona. También hubo espacios
musicales y de salud. El trabajo del canal implicó tal esfuerzo que terminó superándonos,
y fue el principal factor en la disolución de la
cooperativa. Cabe aclarar que salíamos por canal 4, en TV abierta, era la época
“pre-cable”. Recuerdo una anécdota : realizándole una entrevista a Heberto
Castillo (candidato a vicepresidente de México con Cuauhtémoc Cárdenas y presidente
del Partido Socialista Mexicano), éste, nos convirtió a los periodistas casi en
entrevistados, preguntándonos con todo entusiasmo cómo “era eso”; imaginaba una
red de televisoras comunitarias cubriendo Ciudad de México… Al poco tiempo
volví a incursionar en un canal de Castelar y en otro de Paso del Rey, este
último ligado a la Iglesia, a los que estuve vinculado brevemente.
Considero que estas
intentonas fueron ricas en cuanto a pensar y desarrollar formas de trabajo
periodístico y cultural alternativas y profundamente solidarias; además valoro
la generación de un espacio donde pudimos conocernos grupos y personas provenientes
de diversos contextos sociales. También queda el sabor amargo y aleccionador de
los límites de estos esfuerzos cooperativos (a veces poco realistas, sobre todo
al no ser pensados en su sustento material) ante lo arrollador del “sistema”, en
su versión neoliberal, en este caso.
Saliendo de los medios,
tuve oportunidad de participar, crear y coordinar numerosas experiencias
vinculadas a la literatura. Empecé con una revistita poética: “Pandemónium”, con
otros jóvenes entusiastas de las letras, que duró los habituales dos números. Casi
en simultáneo, Norberto Fuchs y yo lanzamos “Orfeo”, una revista oral que se autoconvocaba
cada mes en uno de los saloncitos laterales del porteñísimo Café Tortoni: escritores
invitados, charla y música. Corría 1980: descubrimientos, temores, sorpresas,
tiempos bravos para ser joven... Trasladado a Moreno a principios de los ‘90,
recalé en el “Feca 67 bis”, espacio de
la bohemia local, donde una mezcla de plásticos, poetas, músicos, actores y
bailarines nos trenzábamos de vez en cuando. Con la artista plástica Nellie de
Curia, infatigable activista cultural, generamos un espacio similar, pero más
organizado, que terminó llamándose “Coco Danza” (desaparecido cantante de la
zona): allí la poesía ocupaba un lugar central. Cuando la crisis de 2001
empezaba a despuntar, y ante la necesidad de “hacer algo desde la cultura”,
convoqué a tres poetas amigos (Clelia Volonteri, Eduardo Espósito y Walter
Lannutti) y así nació “Antes que venga ella”, ciclo que se sostuvo durante tres
años. Realizábamos un encuentro mensual con un poeta invitado de reconocida
trayectoria, se leía y dialogaba con el público. También había música (y con
mucho respeto hacia el ejecutante, no era un mero “intermedio”). El grupo
siempre preparaba alguna intervención artística, medio recitada, medio actuada,
con un eje temático. Recuerdo la grata sorpresa de Santiago Sylvester, uno de
los invitados, al verse rodeado por más de cincuenta personas, una noche de
lluvia feroz, esperando por su poesía. Había mucha participación, tanto en las
preguntas / comentarios a los invitados como en el micrófono abierto. Cuando llegó
la hora de cerrar el ciclo publicamos una antología del grupo, que todavía
sigue dando vueltas por Moreno. Fue una experiencia importante, por el nivel
artístico, el poder de convocatoria y la continuidad. Y los cuatro
coordinadores quedamos amigos, y lo celebramos con unas empanadas bien regadas
cada año…
La historia y propuesta
de “Cruce de palabras” (2007-2008), son distintas. En 2007 fui invitado a un
encuentro latinoamericano de escritores en la capital de la provincia de San
Juan. Si bien los recitales, visitas a escuelas, etc., eran interesantes, lo
más “jugoso” eran las “tenidas” poéticas, en la habitación de alguno,
leyéndonos y comentándonos hasta la madrugada. Eso me dejó de manifiesto la
necesidad que tenemos los poetas de un ámbito
propio, de sincero e íntimo intercambio de textos, dudas y proyectos.
Entonces, empecé a invitar mensualmente a cinco bardos, dos locales y los otros
“forasteros”, en un par de mesitas de café colocadas ad hoc en el fondo de la
Librería García, de Moreno. Rodeados de libros, y café de por medio, nos
dejábamos ir (a veces en fuerte polémica) por esos derroteros que sólo la
poesía sabe generar. La cosa terminaba cuando la gente de la librería hacía
ostensibles gestos de “hay que cerrar”… Casi nadie faltó a la cita, la mayoría
reconoció que nunca habían participado de algo similar. Después de un año
abandoné la convocatoria —que acaso retome algún día—, a causa de una serie de
desgracias personales que menguaron mi ánimo.
Tal vez la experiencia
más innovadora y compleja, tomando en cuenta la diversidad de variables en
juego, haya sido “Con-versando”. Esta vez tenía deseos de armar una propuesta
para “salirle al paso” a la gente no habitué de la poesía; mucho me ayudó Héctor
Celano, poeta y actor de gran experiencia en recitales; se sumaron con
entusiasmo Eduardo Espósito y el cantautor Luis Del Mar. Y nació un espectáculo
de algo más de una hora de duración, centrado en nuestros textos poéticos,
presentados con un dejo de teatralidad, más el aporte musical y vocal de Luis.
El público quedaba sorprendido, el temor de que fuera “demasiado largo” pronto
se disipaba. A poco de andar, Héctor partió para otros rumbos, y entonces Luis
propuso a su amigo Hugo Mercado para la vacante. Hugo es un poeta de impronta
gagliardiana, de entonación social y fuerte presencia escénica: fue una apuesta
contrastante con la poesía de Eduardo y la mía, y un aporte decisivo para el
espectáculo. Así, la mayoría de las veces con el apoyo del municipio de Moreno,
recorrimos varias localidades de las provincias de Santa Fe, Córdoba, San Luis y
del Gran Buenos Aires con nuestro espectáculo, que, en su momento de auge, llegó
a tener tres versiones (hora y cuarto, cuarenta, y quince minutos) según el
tenor de la invitación. También participó la charanguista María Inés Ferreira.
Para mí, lo principal era la reacción del público. Recuerdo que al final de una
representación en Librería Hernández, una ex compañera de la facultad se acercó
para felicitarnos y se puso a llorar: “Perdonen, nos pusimos tácitamente de
acuerdo para no interrumpirlos en el recitado, pero es mucha emoción acumulada”.
Calculo que retomaremos ese tipo de propuesta: en ella se resume buena parte de
mi mirada sobre lo poético en su dimensión social. En la actualidad, luego de
una experiencia bloguera con “8 PM” (Ocho Poetas de
Moreno), colaboro en la coordinación (no organizo) de los ciclos “Café
Patricios”, en la ciudad de Buenos Aires, y “Poesía del Oeste” (ciclo creado
por Andrés Aguirre), en la ciudad de Moreno.
¿Cómo evalúo este
aspecto de mi actividad, que podríamos denominar “animación cultural”?: no me
arrepiento de nada, por más que muchas cosas podría haberlas hecho mejor. Eso
sí, si uno se pone a sumar la cantidad de esfuerzo y tiempo empleados, no puede
evitar la idea de que si hubiese balanceado mejor los mismos con la también
necesaria tarea de difundir la obra individual, uno se sentiría más satisfecho.
Tal vez no sea políticamente correcto decirlo, pero siento que tanta tarea desplegada
(por ejemplo: armé el sello editorial “Runa”, sin fines de lucro, para que
poetas locales lograran acceder a la socialización de sus primeros libros) no
halló reciprocidad (y acaso comprensión) en la mayoría de los colegas. Ampliando
la reflexión, a esta altura de mi carrera, constato que las invitaciones a los
encuentros / publicaciones más prestigiosos en el país no llegan, y
probablemente no acontecerán. Me han hecho algunos reportajes en los últimos
años, pero nadie ha escrito un ensayo, ni siquiera un artículo crítico serio
sobre mi obra; y eso es poco alentador para un artista que lleva décadas de
producción. Retornando al concepto de animación (me tienta decir “agitación”)
cultural, no deja de ser, en mi caso, una productiva contextualización de lo
que refiero en otro tramo del reportaje sobre la “Educación Poética” y sus
derivaciones.
8 — De tu actualidad podemos comunicar que desde 2012 dictás el Taller
de Lectoescritura en el Curso de Orientación y Preparación Universitaria
(COPRUN), en la Universidad Nacional de Moreno (UNM); y que la revista
electrónica que dirigís, especializada en poesía y educación, se titula
“Conurbana.cult”; y que coordinás el Grupo “Escritura Creativa”.
CS — En efecto, estoy dictando el curso de ingreso en la UNM; este
tipo de actividad se alinea con una serie de experiencias que desarrollé en la
UBA (en el Ciclo Básico Común, Semiología) hace una década, y con la actividad
desplegada a lo largo de ocho años en el Instituto Rojas (ISFD Nº 21) de Moreno
(formación de docentes), en este último caso con talleres de lectura y
escritura académica, que comenzaron en los profesorados en Lengua y Educación
Primaria, y finalizaron extendidos a toda la comunidad del instituto (unos 4000
alumnos). Los puntos de coincidencia pasan por la toma de conciencia, por parte
de docentes y alumnos, de las importantes limitaciones que imponen al
estudiante superior / universitario la falta de práctica y base teórica mínima
para abordar la lectura y escritura de cierta complejidad. Me satisface que lo
que empezó como un taller (en el Rojas), secundado por un par de ayudantes de
cátedra (categoría que impusimos varios docentes “pioneros”, y hoy es oficial
en la provincia de Buenos Aires) para “ayudar a escribir” a los futuros
maestros, culminara en un taller de escritura académica, como proyecto
institucional, ligado a cátedras universitarias y con reconocimiento del
Ministerio de Educación de la Nación. De todos modos, para ser sinceros, los
resultados fueron limitados.
En la Universidad Nacional de Moreno la
experiencia con los ingresantes es valorable, aunque el período es cada vez más
breve (once clases); para la mayoría, el curso introductorio es el primer
escalón en la vida académica en toda su familia. El taller de lectoescritura es
particularmente propicio para poner en palabras estas situaciones: los miedos,
las expectativas, las dificultades materiales… El equipo de la cátedra,
encabezado por el doctor Armando Minguzzi, es variado y eficiente, aunque en el
último año hubo bastantes cambios. Paralelamente al dictado del ingreso (los
interesados) desarrollamos una tarea de investigación basada en las
producciones de los alumnos; en mi caso elaboré, junto a la licenciada Stella
Maris Cao (psicóloga), un estudio enfocado en las representaciones del mundo
universitario y su propio lugar en él de los alumnos, con una propuesta
centrada en el rol del docente “inicial” para acompañarlos en ese paso; pronto
aparecerá publicado, junto a las investigaciones de otros compañeros. Como
contrapartida, un discurso excesivamente asentado en la “inclusión” por parte
de las autoridades académicas, relativiza la importancia del esfuerzo y la
valoración de la exigencia…; es cuando la política (en mi opinión) se entromete
dañinamente en la educación. Por otro lado, me reconforta que los tres alumnos
que tuve en el tercer año del bachillerato popular de mi barrio (los
Bachilleratos Populares son una última instancia para personas que ni siquiera
pueden “enganchar” en los FINES I y II, que son planes oficiales para completar/cursar
la secundaria), hayan hecho pie en la UNM y estén ya en el segundo año de la
carrera. Los Bachilleratos Populares son una experiencia cooperativa y sin
sueldo; hace un par de años obtuvimos reconocimiento oficial para los títulos.
En esta misma
universidad, y a propuesta de las autoridades, dicté un curso de escritura
creativa y poesía para docentes de secundaria. Resultó bastante exitoso (creo
que “la pegada” fue invitar a dos poetas por encuentro para leer y dialogar con
los asistentes); finalizado el curso (octubre 2013), nos seguimos encontrando
informalmente y esa fue la base de un grupo (Escritura Creativa de Moreno, así
se lo ubica en Facebook) que, con sus altibajos, se mantiene. Mi idea inicial
era centrarnos en el diseño de secuencias y proyectos para trabajar la poesía y
escritura literaria en la escuela. Las necesidades de los integrantes (algunos
de los cuales no son docentes) nos llevaron a armar algo así como un anarcotaller,
con una especie de convocante / coordinador que vengo a ser yo… Siempre se
aprende de la realidad; en rigor, yo quería enfatizar la llegada a la escuela
con otra mirada, otras estrategias, pero los miembros del grupo preferían hacer
taller literario, escribir y leer poesía, cuento y crónicas, como paso previo a
lo didáctico. Bueno, le ganaron la pulseada al coordinador, y creo que para
bien, hay itinerarios que no pueden obviarse.
Hace algo más de un año,
en paralelo, convoqué a un grupo de artistas y periodistas para armar un
revista electrónica: “Conurbana.cult” (así se googlea). El propósito es
difundir la actividad artística y cultural del tercer cordón del conurbano
(sobre todo el Oeste, al que pertenece Moreno), con especial atención a la
literatura y a las experiencias grupales y educativas. Maricarmen Almada
(periodista y escritora), Alejandro Arébalos (docente y plástico) y Mónica
Angelino (poeta y coordinadora de talleres), conforman el consejo de redacción,
tenemos colaboradores permanentes (estamos por sacar un atrasadísimo tercer
número). La revista es independiente, autogestiva y sin fines de lucro, y más
allá del mencionado foco puesto en lo local, también presenta notas sobre el
devenir cultural (en especial, vinculado a la poesía) nacional y continental. Deberemos
mejorar su difusión y enriquecer el diseño. “Conurbana.cult” es un niñito que
se ha largado a marchar…
Respecto de qué rol
juego yo en todo esto, señalo dos cosas. En primer lugar, en estos últimos
años, vengo desarrollando un corpus de ideas, aún algo difuso, que llamo
“Educación Poética”. Se trata de un intento de recuperación / reformulación de
la función de la poesía en la existencia del hombre y en la sociedad actual. Se
trata de repensarnos desde ese espacio tenso, revelador y liberador que plantea
la palabra poética, tanto desde la recepción como desde la producción. Más
pragmáticamente, los medios, la escuela y la familia cada vez brindan al chico
y al hombre en general, menos oportunidad de conectarse con la poesía (más allá
de las canciones, tema de interesante debate), y eso tiene sus amargas
consecuencias: algo así como una pérdida gradual y embrutecedora de la
sensibilidad y la espiritualidad…; digamos, una vida más pobre, un desperdicio
de oportunidades. La escuela debería iniciar un proceso de revisión y reversión
de esta situación. Hace unos días leí que en las escuelas de ciudad de Buenos
Aires se van a impartir talleres de meditación; eso me alegró, va en el sentido
de mi búsqueda; ahora, ¿por qué dejamos que se “cayera” ese espacio de placer tan
constructivo que es la poesía?...
En segundo lugar, debo
mencionar una difícil lucha (con los demás y también interior) para sacar del
medio ideas tan arraigadas como el liderazgo, los “seres especiales” y otros
hegemonismos, que a la postre empobrecen la experiencia creativa (y social, en
general). A veces se vuelve difícil no desbarrancar, “escucharnos en singular y
en plural”, como suelo decir, encontrar el equilibrio en estas proposiciones
“fuera de sistema”. Bueno, es parte del desafío.
9 — ¿Participaste en el Primer
Encuentro de Poetas del Mundo en Cuba “La Isla en Verso” en 2012?
CS — Fue una
participación a distancia. No tenía dinero para viajar (una constante en mi
“carrera” como escritor, nunca pude asistir a premiaciones o invitaciones en el
exterior). Filmamos, con mi amigo, poeta y vecino Oscar Perdigón, dos videos de
algo menos de diez minutos; uno dedicado a mi poética y el otro presentando la
poesía de Moreno, con un recitado “mano a mano” con Oscar y una recorrida por
los libros de poetas morenenses, que por cierto son muchos. Ambos videos están
en YouTube. Lo anecdótico es que no los pudieron recibir vía internet allá (en
esa época en Cuba no tenían banda ancha), así que tuvimos que mandar un CD por
correo, que llegó y se presentó en varias ciudades cubanas, principalmente en
escuelas.
10 — Hace unos años compartimos
espacios sociales, festivos, y tuve oportunidad de oírte cantar y acompañarte
con la guitarra. Y en estos días descubro que has sido director e intérprete de
la llamada “Cantata por la Paz”, auspiciada por la Escuela Municipal de Música
de San Miguel, otra localidad bonaerense, en diciembre de 2014.
CS — La música es en mi vida una novia desatendida, que no pierde
ocasión de reprocharme y seducirme. En junio del año pasado tomé la cátedra de
Literatura en la Escuela Municipal de San Miguel; me tocó un grupo de cinco
instrumentistas en el último año de su carrera (todos muy jóvenes), y quedó
planteado el desafío: había un expreso pedido de la dirección de la escuela de
trabajar contenidos que relacionaran música y literatura. En la primera parte
del año habían explorado el mito y la ópera; yo encaré mi trabajo desde la
indagación en las raíces folklóricas y su proyección en el “Arte Clásico” (esa
es la orientación de la escuela); finalizaron con una monografía sobre aspectos
de esa relación. Pero quedó “picando” la posibilidad de crear a partir de sus
propios saberes y elecciones musicales, así que les propuse indagar el género
“cantata”, desde su origen renacentista hasta esa original apropiación del
género que fue la cantata latinoamericana de las décadas del ’60 / ‘70, tan
relacionada con lo folklórico y, fundamentalmente, con lo político. Después de
escuchar “Santa María de Iquique” y “Cantata Latinoamericana”, la cosa llegó a
su clímax: fue notable el efecto del descubrimiento de esas textualidades
poético-musicales, que les resultaban a estos muchachos apenas un eco lejano y
extraño.
Y comenzó el desafío…, porque escribir
textos poéticos, letras de canciones, inclusive, era para ellos una prueba novedosa
e intimidante. ¿Por dónde empezar para tratar de componer una cantata? Decidí
atacar por otro flanco: les traje fotografías artísticas, de las más diversas
temáticas. Charlamos sobre esas imágenes, improvisaron melodías para
acompañarlas. Finalmente quedó definido el tema: las estremecedoras imágenes de
la guerra y su destrucción serían el punto de arranque. Eligieron fotos del Berlín
de 1945, de las Torres Gemelas, de un miliciano recibiendo un balazo…, pero la
más motivadora fue la de un soldado norteamericano sosteniendo entre sus brazos
el cuerpito de un bebé japonés (no sabemos si vivo o muerto) en medio de los
escombros. “No a la guerra” fue la consigna (curiosamente, uno de los alumnos
es militar, de la banda del Ejército); leímos a poetas de fuerte sesgo social: el
paraguayo Elvio Romero, el chileno Pablo Neruda, el español León Felipe… Siguieron
intensas semanas de escritura talleril, tratando de que cada uno pudiera producir
un texto que “arrimara” a lo poético y en relación personal y comprometida con
el área temática elegida. Fuimos definiendo una estructura, los fui orientando
también para armonizar lo mejor posible los textos, que serían el “recitativo”
de las cantatas clásicas. Fuimos probando ritmos, tonalidades para cada
segmento (en eso, fueron una luz, y yo los observaba algo azorado). Y llegó lo
más difícil: hallar el “leit motiv” y componer la canción, que sería el centro
de la cantata. Dimos con la frase “Por qué no puedo entenderte, Guerra”. Siguió
una elaboración colectiva: en ese texto estaban todas las voces, que yo terminé
de pulir y poner en transpirados endecasílabos. Querían hablar de Hiroshima,
del sentimiento del soldado, de Palestina, de Malvinas, del imperialismo, de
las madres que pierden a sus hijos… Al final, parimos cuatro estrofas, en ritmo
de rock bluseado (también eso después de arduas discusiones).
En fin, que había
despertado expectativas en la escuela, en la cual todos los docentes presentan la
labor del año en una muestra. A nosotros nos faltaba bastante todavía, por eso lo
titulamos “ensayo general” y salimos “al toro” (además, faltó el trompetista,
que era el único que se animaba a cantar, así que el profesor debió cumplir,
con la mayor dignidad posible, el papel de solista vocal). Piano, contrabajo,
guitarra y flauta traversa se desempeñaron con intensidad, aunque no sin
nerviosismo, ante una treintena de asistentes. Al final hubo un aplauso
sincero, más cálido que estruendoso, y una sensación de sorpresa…; ¿qué es
esto?... Como cierre expliqué la propuesta y su proceso de composición e invité
a los asistentes a dar su opinión y proponer un título para la “Cantatita” (su
duración es de unos veinte minutos). Esa charla fue estimulante, y estimo que sirvió
para que los jóvenes músicos (profesionales, casi todos) cobraran conciencia de
lo que habían logrado elaborar, con punto de partida en sus emociones, ideas y
saberes, en laboriosa y esperanzada cooperación.
11 — Al
releer tus primeros poemarios, ¿reconocés tu voz en ellos? ¿Cuánto habrá
variado tu poesía a lo largo de cinco lustros?
CS — Sin dudas ha variado
mi poesía, junto a toda mi persona, a la creciente alforja de lecturas, al
mundo que en esos cinco lustros, ha cambiado aceleradamente. Pero es mi voz… Digamos
que hay poemas añosos que me hacen sonreír, otros ante los cuales me pregunto
“¿cómo pude …?” Pero estoy ahí, no hay
vueltas. Claro, en el proceso ha habido hitos, momentos determinantes. Recuerdo,
en especial, tres: el primero, allá por mis trece, catorce años, fue como la
confirmación de que era poeta, y la intuición de que “eso” me acompañaría
siempre. Fue una tarde veraniega de caminata por mi capitalino barrio de Villa
Luro, siempre entrañable… Sentí un estremecimiento, empecé a dar
vueltas en mi cabeza a unas imágenes que surgían… Cuando llegué a casa el poema
estaba terminado, y mi vocación, confirmada. Si bien yo “escribía” poemas desde
antes de ir a la escuela, esa tarde fue algo así como un ritual iniciático,
solitario y parece que definitivo.
El segundo momento que juzgo decisivo
fue diferente. Durante la Carpa Blanca, allá por mis treinta años largos, los
docentes en ayuno juntábamos firmas de adhesión a la defensa de la escuela
pública en las plazas locales. Una mañana se acerca un muchacho a firmar, tenía
mucho entusiasmo, pero escribía su firma muy lentamente (era analfabeto). Me
embargó una tremenda emoción, que apenas pude disimular. “Esto tengo que
escribirlo”, pensé. Pero eso ocurrió un año después, volviendo de discutir en la
ciudad de La Plata en otras instancias, pero también educativas, amontonado en
el Ferrocarril Sarmiento a las siete de la tarde… Y el poema apareció, lo
escribí de memoria (generalmente componía así en esa época). Al llegar a Moreno
ya estaba listo. La reflexión que se inició esa misma noche sobre los
tendenciosos misterios de la inspiración y su conexión con el duro combate de
cada día, me instalaron en otro escenario respecto de la poesía y mi propia
creación.
Finalmente, hace una década, comencé
a trabajar como capacitador de docentes, y debí trasladarme con frecuencia a la
localidad de Laferrére, casi dos horas sólo de ida…; en el colectivo comencé a
componer un texto que me extrañó, era sinuoso, con mucha asociación libre, con
mucho vértigo inconsciente…; extrañamente, me sentí cómodo, pleno,
escribiéndolo (lo terminé después) y en ese momento me di cuenta de que había dado
con el rumbo que estaba buscando para mi poesía de ese período, a la que venía sintiendo cada día menos satisfactoria,
algo limitada, tal vez reiterativa…; desde esa mañana mi poesía tuvo más
oxígeno, o, directamente, otro aire.
En lo que hace a lo temático, hay una
región a la que vuelvo, desde mi adolescencia, periódica, casi cotidianamente:
la reflexión sobre lo poético y la palabra. Lo social fue responsable de mi “reencuentro”
con la poesía, después de varios años de casi abandono, y generó tres libros;
es algo que permanece, y vuelve, en situaciones puntuales, a aflorar. En la
última década, sin embargo, me ha ganado la poesía que podríamos llamar
“existencial”, una constatación, entre brumosa y encandilante, de las heridas,
de los abismos del transcurrir y el ser, de la permanencia y la disolución. Y también
están los textos que voy escribiendo sobre mis hijos, celebrando ese
descubrimiento inagotable que es ser padre; componiendo y leyendo estos poemas
he experimentado (junto a algunas situaciones de logros en las aulas) los
momentos más felices de mi vida.
En cuanto al estilo puedo señalar que
todo es un insospechado reciclaje… Junto a los neologismos empleo con cierta
frecuencia palabras casi relegadas al olvido
(por ejemplo: relente, hogaño, zurear) que no deberían perderse, aunque más no
sea por su musicalidad. Estoy volviendo a escribir algunos poemas con métrica y
rima (abundaban en mi juventud). Hacia 2008 comencé con la composición de
tríadas, poemas breves, con separación de barras, no de versos, en un intento
de retener la fluidez semántica, sintáctica y fónica. Cada poema forma parte de
una unidad mayor (tríada), a la manera de los movimientos de un concierto
barroco. Así nacieron “Tríadas” (2009) y “Tríadas II” (2012). Otro “género” que experimento es la “marina”,
composición más bien metafísica, surgida de la contemplación del mar, y también
exploro desde hace un lustro el haiku (acabo de finalizar un pequeño volumen
con ellos) e intento con el shijo… Dios y Basho dirán…
12 — Transcribo unas frases de un trabajo que se presentó en 1988 en
Fundación del Campo Freudiano, en Buenos Aires, y del que ignoro el nombre de
su autor: “La poesía manifiesta una
violencia infligida al uso del idioma. Se funda en la ambigüedad de un doble sentido.
Alusiva al igual que el oráculo, se constituye más allá del sentido. Lo que
despierta es su polisemia, su imprevisibilidad. Para escucharla no se puede
permanecer pegado al sentido. ¿Acaso el poeta no logra a veces la proeza de que
un sentido esté ausente?” ¿Qué agregarías, Claudio?
CS — Hay una afirmación
de Roman Jakobson que demoré en comprender (creo que recién lo estoy haciendo
ahora), que, de algún modo, dialoga con la paradoja señalada. Aunque parezca
todo lo contrario, es en el territorio de la poesía donde las reglas de la
lengua se cumplen con más inflexibilidad. Hay una cierta “ferocidad” inherente
a la palabra que trasciende al que la emplea, aunque sea el poeta… “Las palabras tienen vida propia/ por eso
saben herir tan limpiamente” nos
dice Guillermo Boido en un dístico apabullante. El poeta no debe “hacerse
cargo” de la ambigüedad, desvelarse por ella, pues ésta es inherente a lo que
somos y no somos, al lenguaje, que nos dice y nos desdice…
Esto consolida (al
menos para mí) la imagen del poeta como oreja y lengua del gran latido cósmico,
médium más que maestro, albañil más que arquitecto, que intenta manejar el
fuego de Zeus (que no es suyo) con la “herramienta” díscola del lenguaje (que
precariamente cree dominar) para comunicar algo a otros seres (que son y no son
como él). Por eso cuando creo un neologismo (se da con frecuencia en mis
textos), hay algo de derrota (no di con la palabra, el lenguaje no me abrió del
todo su cofre) y de triunfo (“descubrí” ,“fundé” algo); en este sentido, ya en
el terreno de las imágenes y del poema mismo, experimento esa misma sensación
de “develar la simpatía universal”, digamos un segmento del ADN cósmico, a la
par de brotarme la estremecedora duda de haber realizado, apenas, un jueguito
verbal, una pirueta que se sueña salto mortal. A veces envidio a los pintores y
a los músicos, los siento ante un campo abierto; nosotros, los poetas, estamos
en la jungla del lenguaje, acechantes y acechados.
13 — ¿Qué escritores te influyeron?
¿Piglia? ¿Beckett? ¿Lispector? ¿Montale?... ¿El peruano Augusto Salazar Bondy
(1925-1974), el portugués José Saramago (1922-2010), la inglesa Virginia Woolf
(1882-1941), el salvadoreño Roque Dalton (1933-1975)? ¿Griselda Gambaro? ¿Yukio
Mishima? ¿Eugène Ionesco?...
CS — Mis primeros formativos “leídos seriamente” fueron los
clásicos españoles e internacionales de la Colección Contemporánea de Editorial
Losada, que una tía había ido reuniendo (sospecho que casi sin leer). Allí me
deslumbraron Rabindranath Tagore, Juan Ramón Jiménez, García Lorca, en poesía;
la prosa de Miró y Azorín se me presentaba como insuperable. Pero el gran poeta
de mi pubertad, y sigue siéndolo, es Antonio Machado, ya en sus libros, ya
musicalizado por Serrat. Y en narrativa, un Quijote leído a los once años (en
versión adaptada por Germán Berdiales) me fascinó, vuelvo infinitamente a ese
libro, es el modelo insuperable. Shakespeare y Sófocles me enamoraron del
teatro leído; con Brecht y Fernando Arrabal empecé a entender la especificidad
del hecho teatral (y Molière, por supuesto, el verdadero clásico inoxidable de
las tablas). Volviendo a la línea clásica lírica, Garcilaso, Góngora y Quevedo
siempre “están ahí”, y la Generación del ‘27, con sus aledaños León Felipe y Miguel
Hernández laten quedamente en mi poesía, junto a Blas de Otero y Nicolás
Guillén. De los argentinos, Manuel J. Castilla, Juan L. Ortiz y Raúl González
Tuñón son presencias poderosas. Y claro, Borges, tanto en poesía como en cuento,
compartiendo el podio de influencias con Rulfo y Quiroga, que ya mencioné. Aclaro
que siento sus presencias en mi creación, sin que mi literatura se les parezca
o pretenda hacerlo; es eso, una presencia sin la cual mi producción sería
distinta. Leo sin demasiada fluidez algunas lenguas europeas, lo cual me ata a
las sospechosas traducciones (¿habrán dicho eso Omar Jayam, Tu-Fu, Rilke?), de
ahí la preeminencia de los castellanos en mis recorridos líricos.
Sobre los autores de
la lista, Montale y, en general los existencialistas-herméticos italianos, en
especial Ungaretti, me deparan un siempre renovado espacio para la reflexión,
más aun que los surrealistas, diría. De los narradores, nadie podría negar a Saramago,
Mishima o a Virginia, pero no siento que me hayan influido, tal vez por haber
llegado tardíamente a mi biblioteca (salvo aproximaciones aisladas). Sí admiro
—me identifico en el latido— a Ionesco, Beckett y Gambaro (aunque mi escritura
teatral poco tenga que ver con la de ellos); en verdad, el Absurdo se prefigura
en el Expresionismo, estética (casi diría cosmovisión) con la que me hallo en
honda sintonía. Y en diálogo con ellos, la literatura “existencialista”, en el
más amplio sentido: de Camus a Orwell, de Dino Buzzatti a Char, arrancando del
genio solitario de Kafka, y esa versión tan nuestra y original que es la
narrativa de Antonio Di Benedetto, acaso el más perfecto y a la vez
estremecedor de nuestros novelistas. Reconozco en mi escritura teatral fuerte
influencia de nuestro grotesco, más al modo de Francisco Defilippis Novoa que
al de Armando Discépolo, y esa impronta insoslayable, lúcidamente desesperada,
genial, de Arlt. Finalmente, un lugar muy especial para la literatura popular, desde
el cancionero tradicional folklórico al tango, de Atahualpa Yupanqui a
Gagliardi, pasando por los narradores orales… Cuánto debe nuestra cultura y
nuestro universo emocional a estas cotidianas gemas.
14 — Ricardo H. Herrera declara: “Me gustan los poetas que se aproximan a su
tema como Cézanne lo hacía a los suyos: con esfuerzo, obstinadamente. Nada de
abstracciones de escritorio sobre el papel, tan sólo lo que se conoce por
experiencia de los sentidos. (…) Me gusta que el color de la palabra transmita
el sentimiento nombrándolo apenas…” ¿Qué te despiertan estos enunciados?
CS — Perseverancia,
obstinación, por un lado, y sugerencia, sensorialidad, por el otro, parecerían
términos de una formulación contrastiva. A mí me orientó bastante al respecto
una charla sobre la poética de Dylan Thomas (desafortunadamente, no recuerdo al
expositor, tal vez fue Esteban Moore); en ella se puntualizaba el enojo del
galés cuando la crítica lo ubicaba demasiado cerca del Surrealismo. Y se
entiende, según él, algunos poemas le llevaban meses de paciente y a veces
desalentadora “lima”… Nada más lejos de la escritura automática y las
asociaciones azarosas. Y sin embargo, la poesía de Thomas sabe internarnos en
los pasadizos de la pesadilla, el deseo y la desesperación de manera más honda, y sin dudas
más conmocionante que la mayoría de las zambullidas de la tropa bretoniana. Cuando
la poesía realmente lo es, será sugestiva, más allá de la técnica de “maleado
verbal” empleada, más allá de ideología pregnante; siempre, volviendo a una
pregunta anterior, se nos escapará de la manos, siempre nos de/re/sangrará los
labios y los oídos, o sea, los portales del alma.
*
Claudio Simiz selecciona poemas de su autoría para acompañar esta
entrevista:
Los hijos
Y
mientras el esclavo
y el siervo
y
el mensú
y
el obrero
engendraban
sus hijos,
el
amo hacía cuentas
y
soñaba
con
sus nuevas monedas
de
carne encadenada
en
su cofre de hierro.
En
cambio,
el
esclavo
y
el siervo
y
el mensú
y
el obrero
reían,
lloraban,
y
danzaban
porque
sabían que engendraban hombres.
(de “De pura chapa y otros
versos”, 2000)
*
La tierra
Y la tierra es así:
uno
quiere olvidarla,
se estira,
intenta
la
aventura del aire,
pero
el aire se parece demasiado
a los sueños
y
uno aterriza
en cuatro patas,
de rodillas,
de pie,
la
columna estremecida.
Al
rato
sacude la cabeza,
se palpa
los dolores y los años,
busca
un piso más firme
para
el próximo esguince.
Los pájaros nos miran,
nos
sonríe su corazón azul
que
solo caerá una vez.
(de “No es nada”, 2005)
*
Lugares
I Desde mi ventana
Lo han venido anunciando
los zorzales/ el día ya es inevitable/ y crecerá la luz aunque cierre mis
párpados/ igual que el olor acre de la muerte/ indiferente y ferozmente
ecuánime/
Me pregunto/ si quedará alguna línea
aún no escrita/ un hiato un lapsus/ entre tantos millones centillones de
instantes/ que absorbemos el aire y lo expulsamos/ hasta quedarnos con el solo
silencio/
Ojalá llegue el viento / sabio niño/
a azarearme las páginas del día/ a azorarse en las velas desvaídas de mi desarbolado
corazón/ en los páramos/ de a ratos/ la poesía perfuma de otro modo.
II Desde mi biblioteca
Ojos expertos núbiles/ manos trémulas de ensueño o de
codicia/ creerán desbrozar saquear mi biblioteca/ que se dispersará/ como un
lento y pequeño Bing Bang de silencios/
Ella ha ido creciendo/ ha cambiado
de tallas y de nombres/ ha discurrido ocasos y cenites/ y acaso pueda/ contar
mejor que nadie mis costillas rotas/ hacer constar en actas las capitulaciones
de mis sueños/
Al final/ las miríadas de páginas y
polvo/ que fatigué mil veces/ o esquivé tercamente/ resultarán mi cosecha y mi
siembra/ la manera de entrarme mansamente/ en el descubrimiento prodigioso del
olvido.
III Desde mi espejo
Aquí están mis palabras/
dolientes o dolidas/ aquí está mi silencio/ yo no estoy aquí/
Aquí está mi pellejo/ trasegado de
esquirlas y caricias/ aquí mi subrepticia/ mi rotunda osamenta/ yo me he ido
hace tiempo/
Aquí yace un obstinado corazón/ un
náufrago solitario y espléndido/ después del desamor y el desolvido/ no le
tengas piedad/ los sueños saben ser generosos con su presa.
(de “Tríadas”, 2009)
*
Jornada
I
Nadie mira adelante/
antes de la partida/ los ojos van y vienen/ del puño a la maleta/ del cielo al
suelo/ mientras susurran “vamos” las agujas unísonas/
Nadie sueña el mañana/
mientras cierra la puerta/ y sus pasos opacos despiden la vereda/ y guarda en
su bolsillo las llaves que darán a la nada/ e inaugura el exilio tempranamente
exhausto/
Nadie deja su casa
vacía/ nadie se marcha solo.
II
Caminar es
la cosa/ aceptar que partir es partirse/ hasta romper con la propia sombra/
Caminar es la cosa/ pactando atajos
con la senda crispada/ con la luz temerosa/ con los propios ajenos dubitativos
fémures/
Caminar es la cosa/ comprender que
la diáspora es una flor secreta que se abre y se cierra cada día/ caminar/ sin
que se nos apague el corazón/ intentar que no caiga condenado inocente/ como un
huevo de su nido.
III
Todo hombre
tiene su instante de ceniza/ y las cenizas saben obstinarse quedamente/ hasta
volvernos ciega la mañana/
Todo hombre ha bebido su último
trago hasta las heces/ mientras ausculta la memoria de lo que no ha sido/ y
acomete a alaridos a la noche impecablemente sorda/
Todo hombre regresará una tarde/
sólo para saber si aún está solo.
(de “Tríadas II”, 2012)
*
Los ahogados (marina)
Los
ahogados son los únicos
que
vuelven de las caricias de la muerte.
Nos
regresan crecidos,
burilados
quién sabe por qué mano,
coloreados
como un mantel
en
que se ha derramado el vino de la noche.
Vienen
de perseguirse por los bosques azules,
del
intento de hacerse de burbujas
que
siempre escaparán hacia su padre, el aire,
de
recorrer senderos
que
ceden sus atajos falaces.
Pero
regresan,
siempre
regresan,
tal
vez con algún alga dorada en los cabellos.
Los
abismos siempre son más pequeños que una casa;
en
el amanecer
la
playa se parece demasiado a una cuna.
(de “Actas del naufragio”, 2014)
*
Hasta siempre
A
Javier Adúriz, in memoriam
El
poeta lo sabe:
entre
la íntegra locura
y
la obscena cordura
sólo
media un paso,
y
él está
(todos
estamos)
sosteniendo
la vida
con
un pie en cada abismo.
(de “Café con lluvia”, inédito)
*
Entrevista
realizada a través del correo electrónico: en las ciudades de Moreno y Buenos Aires, distantes
entre sí unos cuarenta kilómetros, Claudio Simiz y Rolando Revagliatti.
*
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