Entrevista
realizada por Lucas Carrasco a Rolando Revagliatti a través del correo
electrónico y difundida a principios de agosto de 2017 en el portal Noticias
Entre Ríos.
1)
¿Cómo definirías tu literatura?
Rolando: No sabría responderte de un
modo lo suficientemente preciso y abarcativo y que a mí me convenza. Mi
dramaturgia, la que rescaté en un libro publicado en 1991, “Las piezas de un teatro”, unas pocas de las muchas, breves, que
pergeñé en los setentas, promovió desconcierto en algunos actores, dramaturgos,
directores que recibieran copias en mis años de formación y labor actoral, y
fueron saludadas con entusiasmo, por ejemplo, por Griselda Gambaro, Patricio
Esteve, Miguel Bejo y Alberto Ure (el comentario bibliográfico de Daniel
Terzano en el Suplemento de “Cultura y Nación” del “Clarín” del 8.8.91, se
tituló “Teatro de la ‘loca verdad’”). Devenían del teatro del absurdo, con
motas de pintoresquismo, toques de porteñidad y otros aderezos. Mi narrativa
breve, compuesta por cuentos cortos, relatos, microficciones y hasta algunos
textos inclasificables, indebidamente socializados en dos volúmenes, “Historietas del amor” y “Muestra en prosa”, debió haber
aparecido en uno cuyo título fuera este último; eso es lo que era: una muestra,
un muestrario: realismo, puntillosidad, fantasía, disloque, erotismo de
barricada, reflexión poética (fui narrador entre los últimos años de los
ochenta y los primeros de los noventa). En cuanto a mi poesía, Lucas, estamos
más o menos en la misma: fui encarado de diversas maneras por las musas, por
los asuntos, por las predisposiciones.
2) ¿Cuáles son los autores que más te
inspiraron?
Rolando: Según las etapas, por supuesto. Me inspiraron o
más bien me sedujeron: digamos de los que más me impregné. Indiscernible es
cómo dejaron sus huellas en la escritura, esa voz que produje y me fue
produciendo. Leí con fervor —salteándome el mentar a escritores de mi infancia,
pero destacando la incidencia de los letristas de tangos y milongas, y a los
glosadores que escuchaba por radio, a los recitadores gauchescos— en mi
adolescencia y primera juventud, a Julio Huasi, Jean-Paul Sartre, Ernesto
Sábato, Nicolás Olivari, Roberto J. Santoro, Henry Miller, Abelardo Castillo,
Raúl González Tuñón, Pablo Neruda, David Viñas, Nicolás Guillén (y menciono
sólo un puñado de aquellos de los que fui adquiriendo todos sus libros: los que
iban apareciendo y los que conseguía rebuscando en librerías de usados). Así
fui procediendo después con muchos otros (va este puñado): Jean Genet, Alfredo
Veiravé, Samuel Beckett, Juana Bignozzi, James Joyce, Adolfo Bioy Casares,
Simone de Beauvoir, Jorge Leonidas Escudero, José Donoso, Juan Carlos Onetti,
Leónidas Lamborghini, Kato Molinari, Paul Auster, Haruki Murakami, Milan
Kundera, Siri Hustvedt, José Saramago, Petros Márkaris, J. M. Coetzee. Preveo
leerme todo lo que hayan escrito Roberto Bolaño, Leopoldo Padura, Gioconda
Belli. Ahora me sigo impregnando, releyendo sistemáticamente desde hace años
los tantísimos libros y cientos de revistas literarias de mi biblioteca, y así
despidiéndome de ellos y aligerando los estantes.
3) ¿En qué momentos
escribís? ¿Cuál es tu rutina?
Rolando: Pronto se cumplirán cinco años en los que ni siquiera he intentado
concebir un poema. Respecto de ellos, en lo que persisto es en la corrección,
pequeños o grandes ajustes, o eliminación de los que ya no valido. En cuanto a
rutinas, no las he tenido.
4) En tu literatura
hay mucho de autores populares, escritores de culto, personajes
extraliterarios. ¿Cómo se da este mestizaje?
Rolando: Provengo de lo popular: nací en una pensión. Viví en pensiones —en una
durante más de un lustro: Bogotá 3332, Floresta— hasta mis nueve años, cuando
mis padres se convirtieron en propietarios de un departamento en Villa del
Parque; y a mis once años derivamos a otro, más grande, a estrenar, en
Rivadavia 4986, Caballito, a metros de la “boca del subte”. Desde pibito
—cumpliendo con mis responsabilidades de pibito: la escuela, los horarios para
comer y hacer la tarea, etc.— me la pasaba en la calle. Coleccionaba Patoruzú,
Misterix, El Alma que Canta, leía el diario “La Prensa”. En la adolescencia me
fui volcando a todo tipo de lecturas, sin discriminar (casi), y me pasé a las
revistas literarias. Empecé a concurrir, todavía más que en la infancia, al
teatro. Ya no al de los los actores de nombradía: Luisa Vehil, Pablo Palitos,
Luis Sandrini, Paulina Singerman, Arturo García Buhr, Tita Merello, sino al
independiente. El socialismo no me era ajeno: mis padres eran “socialistas de Alfredo
Palacios”: de hecho, alcancé a votarlo. Mi imbuí del anarquismo, del marxismo,
del trotskismo. Me sentía atraído por las propuestas estéticas de riesgo,
contraculturales. Y por lo extraliterario de los personajes literarios, así
como por las neurosis, para mí todas restallantes, de cualquier personaje.
Frecuentaba el Instituto Di Tella, galerías de arte, bares como La Paz, La
Ópera, el Ramos, La Academia.
5) ¿Cómo es tu
conexión con el cine?
Rolando: Desde chiquito me llevaban no sólo al teatro, sino también al cine (y
al Parque Retiro). Y había un cine por Floresta, en la avenida Avellaneda,
cerca de mi casa (la pensión que regenteaba mi madre), al que concurría solo,
los miércoles, día de entrada más barata, y me veía un par de películas argentinas.
Compramos televisor al tiempo que nos mudamos a Caballito: y entonces, veía las
series. Durante 1965 y 1966 estudié en la Asociación Cine Experimental.
Robustecí mi formación fenomenalmente. No mucho después fui actor en no menos
de veinte films publicitarios (colchones Simmons, embutidos La Foresta,
automóviles Peugeot, whisky Old Smuggler…), hice un par de bolos (menos de diez
palabras) en los largometrajes “La civilización está haciendo masa y no deja
oír” de Julio Ludueña y “Gente en Buenos Aires” de Eva Landek (ambas de 1973) y
tuve un personaje secundario en “La familia unida esperando la llegada de
Hallewyn” (1971) de Miguel Bejo (no difundida comercialmente). Y paso a mis
últimas tres décadas: soy espectador (cable, DVD, salas, y una vez por mes
reunión vespertina y dominguera cinema-gastronómica con algunos amigos) de no
menos de trescientos cincuenta filmes por año.
6) Lo urbano y lo popular son parte de tu narrativa de manera muy
particular, qué podés contarnos al respecto.
Rolando: Hace unos días me enteré de modo indirecto que había fallecido quien
fuera el director de la revista literaria “Ocruxaves”: el narrador Hugo E.
Boulocq. Sólo nos vimos y charlamos una vez. Me voy a permitir transcribir —y
así recordarlo públicamente— algo de su prólogo (mucho más interesante que lo
que yo pudiera balbucear ahora) para “Historietas
del amor”: “…entre los pliegues
lingüísticos del decorado, …Rolando, observador de esa realidad donde comienza
el terreno común de la semántica, sustantiva, verbaliza, ajusta las palabras
como si fuesen resortes de los sentidos. Y el festín principia. La sensación de
espacio, de ambiente, es tan rápida que anula la distancia con el texto;
descripciones apretadas, concisas, síntesis intachables, muy a propósito para
un ritmo narrativo ceñido al galope de las frases, definen la brevedad del
tiempo en el que todo ocurre como si nada pasara —aunque pase y pueda mirarse,
tocarse, oírse, sentirse, pensarse. Más allá, franqueándonos la entrada a la
representación verosímil de la realidad —que no es el mero detallismo
superficial de lo real—, el arsenal discursivo del autor se convierte
notoriamente, como recurso técnico y posibilidad significativa, en una
indagación aguda acerca de lo previsible y precario de la existencia.”
7) ¿Se viene la muerte de los libros,
como pregonaban muchos?
Rolando: ¿“Nada se pierde, todo se transforma”?
8) ¿Qué futuro le ves a la poesía en
tiempos de redes sociales?
Rolando: Sólo de
oídas sé que la poesía circula bastante en redes sociales (no integro ninguna).
La lectura de poemas exige: exige un posicionamiento, algo del orden de la
contemplación (de los versos, de la espacialidad). Cuántos se detendrán lo
suficiente en esos ámbitos vertiginosos, atiborrantes, me pregunto.
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