YIRA-YIRA
Debo escribir un cuento. Pero ¿sobre qué?, ah, ya, ¡lo
tengo!...
Relataré lo sucedido una noche, que encontrándome solo
en mi casa se me ocurrió salir a cenar.
Almorzaba con mi esposa, quien en un momento dijo en
forma de sentencia:
- El 7 de Mayo
nuestra nieta María Paz cumple 16 años. Nos han invitado a Concepción.
-Regio - dije. -Sin embargo, sabes que el día
5 tengo examen médico y el 6 viajo a Santiago a pagar la hipoteca. Pero puedes
viajar tú, corazón.
-Tienes toda la razón.- manifestó. Por favor,
reservame el pasaje en Tur Bus para el día 4 a las nueve.- Guardó silencio un instante
para luego disponer: -“Sospechaba que
tendrías razones para no viajar. Compré la pintura para que pintes el
departamento en mi ausencia”.
- Quedé de una pieza. Por un instante, como un
flash, cruzó en mi mente la posibilidad de disfrutar una corta soltería, un
veranito de San Agustín. -Sí, claro- le respondí.
El día de su viaje puse manos a la obra. Quería
terminar pronto para disponer de tiempo extra. A las nueve de la noche, aún me
faltaba un dormitorio, estaba cansado. Escurría una y otra vez la brocha sobre
la pared, me daba la impresión de que no avanzaba. De pronto escuché una voz
que decía:- “Agustín, deja hasta aquí la
tarea, báñate, sal a dar una vuelta, ve a comer, diviértete, la vida es corta”…- Le hice caso a la voz. Fui directo
al Hotel Alcázar, ubicado en calle Álvarez, local que amenizaba las cenas con
ritmo de tangos. Pedí una mesa, la carta del menú y un pisco sour. Ordené una
paella. La orquesta en ese momento interpretaba
el tango Uno, de Gardel y Lepera.
El ambiente del local estaba saturado con humo de
cigarrillo, mezclado con perfume de mujer, y la semi-oscuridad propicia para la
introspección y la nostalgia. Terminé mi pisco sour, pedí otro, la paella aún
no llegaba. De pronto sentí un escozor en los ojos, los cerré un momento. Al
abrirlos de nuevo me encontré sentado en la plaza de Vicuña, cuando tenía 14
años. Mi polola estaba románticamente entre mis brazos. En la pérgola central
del pueblo se celebraba un nuevo aniversario de la fundación de la ciudad. La
orquesta interpretaba el tango Yira Yira. Las parejas se desplazaban
rítmicamente a los acordes de un bandoneón. La muchacha deseaba bailar, pero la
entrada tenía un valor de $3, y yo no tenía ni uno solo, a las 12 de la noche
la llevé de regreso a su casa, con un gran sentimiento de frustración.
-Su paella, señor…
Despierto del sueño. – Gracias- atiné a decir. Cené
lentamente. En la pista, las parejas disfrutaban del baile. Por momentos se
limpiaba la atmósfera, ello me permitió observar a una mujer que cenaba sola; a
la distancia no la vi nada mal parecida. La nostalgia del pasado me hizo
reaccionar. -Sí, me dije: -“Ayer no pude
financiar un trago, un baile a quien decía amarme pero, hoy, sí lo puedo
hacer.”- seguí consumiendo mi pedido, lentamente, sin perder de vista a la
dama. Una ráfaga de aire fresco rozó mi oído, de nuevo esa maldita voz me dijo:
-“Ofrécele un trago, ¡tonto!”.
Levantándome a medias para cumplir el mandato de esa
voz, me aproximé a la dama, pero se me anticipó un hombre de negro; cogió la
silla en que ella estaba sentada, la apartó de la mesa. ¡Era una silla de
ruedas¡ Logré ver mejor a la dama, era una anciana, casi un espectro de mujer.
Su bastón resbaló, el acompañante al recogerlo, rozó su cabeza desprendiéndole
su hermosa peluca rubia. ¡Horror es calva! En ese momento la mujer no pudo
reprimir un fuerte estornudo y salió disparada su prótesis dental rodando hasta
mis pies...
En
ese momento el vocalista cantaba:- “verás que todo es mentira – verás que nada
es amor – y al mundo nada le importa – Yira, Yira”.
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