ABOLENGO
El gran
comedor vestido de gala. Las mesitas coquetamente adornadas. Legítimos manteles
de hilo, bordados a mano. Profusión de cuchillería. Ahí estaban los Dixon, los
Solingen, otros en plaqué brillante, pulidos a morir y los de mango labrado
cual filigrana. Espectáculo rutilante
era la presentación de la vajilla, los juegos de porcelana de Sajonia, Bavaria,
Rosenthal, todo el pasado del hotel gloriosamente a la vista. Se quebraba la
luz en las copas de muselina en cristal Baccarat, en las Val St. Lambert, en
las de Venecia, doradas a fuego, en las Murano, en los licoreros de grueso
cristal tallado a mano, los ceniceros de cristal de roca legítimos, los plaqués
luciéndose gallardamente. Los Christoffle codeándose con los Elkington y los
Reed and Barton. Seguían centros de mesa con juegos de copas vinera
elegantemente dispuestas. La prosapia y el linaje eran innegables: Val St.
Lambert, Bohemia, Muselina Baccarat...
Doña Ana
Luisa sus pira suavemente. Dolorosamente casi. ¿Por qué la nostalgia invade el
gran comedor? Aquí está su chal negro, también las pastillas para que no se
ahogue tosiendo y su pañuelito de encaje blanco. Pero, ¿dónde están, el
bullicio, la alegría, luz, concurrencia que aún no llenan el recinto? Pero aún
es tiempo de contemplar, desgraciadamente
sola, la vitrina colonial Cruz Montt, con la fina porcelana de Bavaria,
las traslúcidas tacitas con decoraciones diferentes, algunas de ellas perdidas
en el tiempo, quizás desde la última dinastía de los Ming, las que jamás se
usaron por temor a trizarlas, recuerda irónicamente Ana Luisa. El gran mueble
buffet-platero en roble americano, esos floreros en opalina y porcelana
Seledón, las mesitas de arrimo en cada ángulo, frete a espejos de impecable
luna biselada.
¡Oh, las
figuras de biscuit...! Para doña Ana Luisa tienen una encantadora expresión
aquellos grupos con niños o angelitos sonriendo amorosamente desde su infancia
con sus cuerpecitos regordetes, blancos o sonrosados hasta la última uña del
pie. Todo aquello bajo la luz derramada
por las lágrimas de cristal que repetían la imagen multiplicada de los
comensales...
¡Ana Luisa!
¡Cómo aletean los recuerdos de grandes comidas al regreso de cada viaje a
Europa...! Los caminos de la vida no son simétricos como los rombos del parquet
en dos tonos, o quizás no eran rombos, sino cuadrados para alguna misteriosa partida de ajedrez,
como aquellas interminables, entre su
marido y su hermano.
Linaje había
en cada partícula que flotaba en el ambiente. Abolengo, distinción, elegancia.
De todo eso se disfrutaba en el gran Hotel D”Arelli. Y era su hogar que estaba
bajo su mano desde que enviudara de su querido Emiliano. Mantuvo su prestigio tan brillantemente, como la platería, aquella
que refulgía allí dentro de esas vitrinas con marquetería de bronce y cubierta
de mármol de Carrara. Luego se encenderían las grandes lámparas y volvería a
colmarse el gran comedor. Todos los espacios verían desfilar damas y caballeros
elegantes. Ella permanecerá en su puesto tan valientemente como el capitán que
no hace abandono de su barco. Pero, cuán doloroso es tener un recuerdo en cada
silla, cada mesa, cada adorno, aún aquel pequeñito florero de multicolor de
porcelana. ¿Cuántos años hacía que su mano había depositado en él las primeras
violetas? Todo ahora es historia. El gran reloj de pie, con campana de carillón. En el salón el magnífico
Steinway and Sons, que ningún afinador vino, nunca más, a arreglar y el jarrón
Satzuma y las figuras Capo di Monti. Los muros decorados con los más famosos
cuadros que la concurrencia admiraba. Todo y mucho más hasta que la cuenta
bancaria paulatinamente fue disminuyendo sus ceros. Impuestos, empleados cada
vez más caros y deficientes, alimentación más subida, reclamos. Y luego el
modernismo, exigencias. – Pero señora, ¿Cómo puede decir usted que su hotel
tiene de todo? ¿Dónde están los baños con agua caliente al lado de cada pieza?
¿Y los citófonos? ¿Y la calefacción? ¡Todo tan anticuado, poco funcional!... Y
el hotel se iba desmantelando. Consejos, consejos... Ambientación moderna, le
decían, sin suprimir lo artístico. Pero los decoradores modernos movían la
cabeza: “Nada superfluo” era su lema.
Horroroso conflicto en sus sentimientos. ¿Arrasar con todo lo que tiene una
historia aún tenue como un encaje?
-Doloroso, es
doloroso- se despabiló bruscamente.
Todas las
luces están encendidas. El gran salón y comedor nuevamente repletos...Un señor
se adelanta y, frente a ellos saluda elegantemente:
-Buenas tardes, señora y señores. Se
da comienzo al remate del fino menaje del Gran Hotel D”Arelli...
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