PABLITO
Recreación
de “La señorita Cora” de Julio Cortazar.
Increíble, han
pasado veinte años y un sinnúmero de hechos han cambiado totalmente mi vida. Ya
el hospital, Marcial y mi querido Pablito quedaron atrás todos estos años. Sin
embargo de este pequeño nunca me he podido olvidar por completo. Lo dejé cuando
su cuerpo ya no resistía nuevos tratamientos y su destino estaba sellado.
Incluso al tocarlo por última vez le noté esa frialdad que anuncia el fin. Y
con esa sensación horrible volví a mi hogar. Sin duda, ese día estaba designado
para atesorar todos los acontecimientos más tristes de lo que había sido mi
pasar hasta ese momento. En el salón me esperaba una mujer muy joven, casi una
niña de colegio, que lucía un abultado vientre, dijo llamarse Clara y novia de
Marcial hasta ese momento. Me puso al tanto de sus ilusiones fallidas y de las
esperanzas con relación al hijo que en
breve nacería. La despedí, tratando de entender en qué punto estaba yo, considerando
que Marcial día a día proclamaba a los vientos su amor por mí. Con el propósito
de poner tierra de por medio a estos desgraciados acontecimientos. Ya por la
tarde, maleta en mano, partía al otro lado de la cordillera donde un hermano
que reside en Santiago, desde hace muchos años… Ha pasado largo tiempo pero su rostro gracioso es el mismo. La misma
señorita Cora que causaba mis rubores, es claro, con algunas arruguitas en el
borde de sus ojos y su hablar y movimientos más pausados. Sin embargo, hasta
hoy no ha perdido su encantadora bondad, que sólo ahora percibo. En ese
momento, era una mezcla de descubrimiento sexual y enamoramiento prematuro. Nos
reconocimos de inmediato en un cruce de peatones y ella puso cara de haber
visto un aparecido. Por ello, le cogí el brazo,
seguí su ruta y ya en lugar seguro, el abrazo salió espontáneo. A ella
se le humedecieron los ojos y a mí una sensación se amistad y admiración
compartida, me hizo asirla de su mano para llevarla al primer local disponible.
¡El café más exquisito que me he servido hasta este momento!…
¡Pablito!, mi niño recordado frente a mí. Sueño o realidad, no acertaba a
definirlo. Le pregunté ansiosamente qué había ocurrido. Al parecer la tenacidad
de su madre. Ella nunca se dio por vencida y a poco de dejarlo en su sala,
entró con un nuevo doctor y un nuevo
tratamiento… Gracias a mamá el nuevo doctor, lentamente, me hizo revivir. Más
adelante se impuso una nueva operación, haciendo de mi convalecencia una larga
espera. Fueron muchos meses los que pasé en el hospital, hasta llegué a considerarlo, un poco, mi
hogar. Trabé contacto con todos los médicos, quienes me entregaron simpatía, y
sin quererlo, conocimientos elementales hasta que descubrí en mí una vocación
que me acompañaría hasta estos días. Sí, soy médico cirujano y estoy de paso en
Santiago en un congreso de mi especialidad…Pensar que esa señora,
pesadísima hasta el extremo, iba a tener tanto coraje para luchar hasta el
último por su hijo. Hoy debo retractarme por mi antigua apreciación, pues
gracias a ello, hoy he tenido una de las alegrías más grandes. Ver vivo a
Pablito, saber que tiene esposa y tres niños a los cuales su mamá, aquella
agria señora, malcría a su placer…A Cora, siempre la tuve en mi pensamiento,
hasta creo haber elegido a mis novias pensando un poco en ella. Hoy ha estado
frente a mí y lejos de ese desagradable Marcial. Confieso que nunca lo pude
aceptar, aunque siempre fue atento conmigo, aún después de perderla de vista,
sentía celos por haber sido su novio. Felizmente, encontró un buen hombre aquí
y ya tiene hijos grandes. Ella venía de comprar un libro. Después de darnos nuestras mutuas señas, para
vernos en otra oportunidad, me lo regaló para mis horas de ocio. Son cuentos de
un coterráneo, Julio Cortazar.
Luego de leer el cuento “La señorita Cora”, de
Julio Cortazar, no pude evitar sentir una pena horrible por el mortal destino
de Pablito. Y con todo el respeto que merece su creador, me atreví a
continuarlo para darle un final feliz.
Abril/05.
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