LA L ÁP I D A
Una vez más, Carlos llegó a la florería, y como siempre eligió camelias,
que tanto gustaban a su señora en vida.
-Ahora que no está a mi lado con toda seguridad, ¿por qué no han de seguirle
gustando?
En
ese pensar estaba, cuando la florista le dio el valor del ramo. De inmediato
hurgó en los bolsillos de su chaqueta para sacar la billetera y cancelar la
compra. La joven fue hacia la caja para entregarle el vuelto, sin percatarse que a sus espaldas, al
hombre le invadió una extraña palidez, y enseguida se desplomó junto con las
flores.
Tan pronto la mujer se dio cuenta de
lo ocurrido, corrió hacia él, en un vano intento de ayudarle. Al darse cuenta de la imposibilidad de hacerlo,
optó por correr a la calle pidiendo ayuda. Muy pronto se hicieron presentes sus
vecinos comerciantes, los cuales trataron de reanimar al hombre caído. Al no
conseguirlo, optaron por solicitar la pronta presencia de una ambulancia.
Finalmente, todos se enteraron del
fallecimiento de Carlos, quien semanalmente se iba a visitar la tumba de su
esposa. Esta vez la florista, junto a la familia, acompañó en el funeral a su
cliente, y depositó el ramo de camelias en su tumba.
Muchos llantos
se escucharon, hasta que de pronto se hizo un silencio, cuando se instaló
sobre una improvisada
tarima, el presidente del “Círculo de ex Funcionarios de la Policía de
Investigaciones”, y a
nombre de la institución, destacó el gran aporte en el desempeño de las difíciles tareas que Carlos
había desempeñado, como hombre íntegro dentro y fuera de su trabajo.
Finalmente habló uno de los hijos del finado, y en tono muy sentido,
agradeció a todos los presentes el haberles acompañado en el dolor. Luego los acompañantes se
acercaron a darles el pésame a los parientes más directos.
Ya instalados en Restaurante “El Quita Penas “, Luis, Juan y Julio, colegas
y amigos íntimos de Carlos, solicitaron, como siempre era su costumbre, la
clásica botella de vino
Pipeño, ahora acompañada de sólo tres copas, debido a la ausencia de
Carlos.
Tan pronto llegó el pedido, y ya
acomodados en sus asientos antes
de servir los vasos, Luis pidió un minuto de silencio por la partida de Carlos,
mientras se escuchaba el bolero la “Copa Rota” interpretado por José Feliciano.
Pasado el minuto, el primer brindis
fue por el recuerdo del amigo Carlos, del cual dijo Julio, nunca
olvidaremos y, esta vez, no vamos a jugar al cacho para definir quién paga la
cuenta, ahora la dividiremos, preguntando. -¿Estamos
de acuerdo? - Que así sea.- respondieron los otros.
Muy rápido se fue la botella del
Pipeño, siendo reemplazada por otra, la que vendría acompañada por una pichanga
compuesta de: chancho, queso y aceitunas.
Toda la conversación giró en torno a
recuerdos del fallecido, y en lo principal, que éste no comulgaba con ideas
religiosas, por lo tanto, todo lo que se hablaba era del reciente velorio, el
cual había sido bien regado y lo bien atendidos por el Restaurante.
-Velorios como el de Carlos ya casi no se ven
en estos tiempos.- dijo Juan,
el cual apuraba los tragos. - Ahora lo
primero que hacen los deudos es meter a los finados en las iglesias, como si
estos hubieran sido piadosos, en consecuencia que no pasaban ni por afuera de éstas.
-Hoy en día, todo el mundo busca la
economía como si la plata se la llevarán pal otro mundo. - Comentó Luis. - Ya no me cabe la menor duda, que hoy
vivimos en un mundo de egoísmo. - dijo Juan apoyando a Luis.
Y así fue que la conversación, se fue
centrando en el recuerdo del velorio, el cual había sido con muy buenos tragos
y buena comida. Lo que más recordaban, era los buenos chistes, de todos los
colores contados con mucha gracia.
-Cuando llegué a mi casa, para
ponerme en la buena con mi señora, le conté uno y hasta nos llegamos a caer de
la cama riéndonos,- dijo Luis.
¡Cómo reían estos hombres, ya no eran los mismos de horas antes! Muy
rápido las primeras sombras se iban haciendo presentes. Estos amigos habían
tenido un día de dulce y de agraz, pasando de la tristeza a la alegría,
comprometiéndose a reunirse el jueves próximo
a las 10 horas en la entrada del cementerio para visitar la tumba de Carlos.
De pronto Julio dijo: -¡Amigos, ¿recuerdan la promesa hecha por
nosotros, que el primero que falleciera nos enviaría una señal
desde El Más Allá! –¡Afirmativo!- respondieron los otros. Una vez más
chocaron los vasos haciendo salud por el finado y cancelaron la cuenta
abandonando el lugar.
En las afueras del
cementerio se encontraba Julio, sentado en un banco leyendo el diario y muy
pronto lo hizo Juan. Mientras charlaban escucharon la bocina de un auto y de él
bajó Luis, le hicieron señas e iniciaron la caminata en dirección a la
tumba del amigo.
Al llegar se encontraron con la
sorpresa que en la tumba de
Carlos, lucía una plancha de mármol con la siguiente leyenda: -“Cuando yo llegué a este mundo, todos reían y
yo lloraba, hoy que ya he partido todos lloran y yo me río”
-¡Que
original! - exclamó Luis. -¿No será
esta la señal? - Preguntó Juan - ¡Quién
sabe, a lo mejor!- dijo Julo. Y así, los amigos, se dieron a la tarea de
investigar quién había ordenado colocar aquella lápida. Vana resultó la
investigación porque no pudieron descubrir
su autor. De tal manera que optaron por acercarse a las marmolerías.
Finalmente dieron con la que había efectuado el trabajo. Ante la consulta sobre
quién había encargado aquella lápida, el dueño dijo no saber el nombre de la
persona. Sólo sabía que la habían encargado el mismo día del funeral, habiendo
sido instalada recientemente.
Ante lo dicho por el hombre, estos se
miraron entre sí. De pronto Julio le preguntó: ¿Cómo era la persona que le
había encargado el trabajo? El hombre iba a empezar hablar cuando Luis sacó rápidamente de su bolsillo una
postal, en donde aparecía él con Carlos.
El hombre, cogió la fotografía, y
sonriendo dijo:- Este es usted y el otro
es la persona que encargó la lápida.- Esa era la señal del Mas Allá, sin
hacer comentarios se despidieron, abandonando el lugar cada cual por su lado,
porque las palabras estaban
de más.
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