SEÑOR PALOMO
La felicidad es bella pero incomprensible y, cuando la poseo, una
helada inquietud me abruma. Tengo la convicción de que aunque soy yo quien
manejo los hilos de mi destino, alguna vez podrían enredarse o quizás cortarse.
Sin embargo, aquello sólo sería el resultado de alguna estupidez y yo no soy
ningún estúpido. Además, soy como soy, así me han hecho, auténtico. Brindo todo
lo que requieren otros y tomo de la vida lo que yo requiero.
Soy un excelente ingeniero llegando a la madurez. Mi familia está
consolidada. Mi mujer y mis tres hijos me adoran. Nada les ha faltado jamás:
casa, automóviles, estudios, paseos, medicinas, viajes y buenas amistades.
El recíproco amor conyugal se ha convertido en un proceso mental en el
que ni siquiera existen discusiones. Elena se ha compenetrado tanto
conmigo que adivina hasta cuál camisa deseo colocarme para tal o cual
circunstancia, anticipándose a mi decisión. O cuál comida disfrutaré mejor,
según mi estado de ánimo por mis frecuentes gastritis. De vez en cuando
propongo un paseo en auto y arrancamos de la gran ciudad y su asqueroso aire
emponzoñado. Vamos al campo, cuya extensión ensancha también nuestro espíritu.
Recuerdo estos paseos familiares desde aquellos tiempos en que los hijos
eran niños. Ahora los absorben sus propias amistades adolescentes. Por su
parte, Elena prefiere descansar en casa. A veces yo también lo hago, siempre
que ella no esté de mal humor. Esta circunstancia me induce a pensar que
conformamos ya un “matrimonio fatigado”. Naturalmente las relaciones íntimas se
han espaciado. Elena ha sido una buena mujer, reconociendo que su piel no es la
misma, el sistema muscular entero está más suelto y ha engrosado
considerablemente. Al fin ¡sesenta años, son sesenta años…! Yo también los
tengo, pero los hombres estamos hechos para ser considerados fuertes y no
bellos.
Estas evoluciones mentales me mantienen a distancia de introducirme más
profundamente en mi propia siquis y en la de los demás. Estratégicamente
planifico cada día con anterioridad. En mi oficina soy el jefe, en mi casa soy
el jefe y en mi vida soy el jefe. He invertido muchos años en labrarme no
solamente la estabilidad material, sino en hacerme a mí mismo, hasta conseguir
el juicio lisonjero de quienes se apoyan en los convencionalismos.
He sabido saltar a tiempo cuando las circunstancias han intentado
convertirme en un aplastado y derrotado muñeco. Mi apariencia siempre será
correcta, exenta de problemas escabrosos. Las mujeres forjan su seguridad y su
integridad emocional en este detalle, se apoyan en esta imagen. Elena,
por ejemplo, no resistiría ofensas o conflictos de presión.
Pero, sin embargo. ! Cuán hermosos son los días que transcurren junto a Susana!
Rememoro su ingreso a mi oficina, hace
veinticinco años…Delgada, frágil cual junco. Su melena castaña enmarcando
un rostro casi infantil. Era su primer trabajo y su voz tímidamente
preguntando:
-¿Está bien así, señor Palomo?
Fue casi natural tener que quedarme hasta tarde para explicarle las
complejidades técnicas de cada documentación. Pronto comprendí que mi
presencia le producía turbación y aquello me encantó.
Curiosamente, también yo, -que podría ser su padre, -
comencé a experimentar una confusa sensación. Un deseo intenso que fue
adquiriendo velocidad como la lógica de un cuerpo que viene de lo alto.
Yo, el correcto señor Palomo…, estimulado y excitado hasta la última de mis
neuronas…
La relación surgió natural, espontánea, hasta que Susana se hizo mujer conmigo.
Tengo todos sus gestos grabados en mi mente. La comparo inevitablemente… Es
franca, auténtica, maravillosa y de una desinhibida vitalidad. Lo que inicialmente
fue timidez, se transformó paulatinamente en confianza y despreocupación.
Llevamos juntos un cuarto de siglo y ella es una mujer que está en su plenitud.
Alterno algunos fines de semana para dedicárselos a ella. Le compré un
departamento en la costa. Parece ser dichosa, dice sentir una emoción visual
frente al mar. No le preocupa el matrimonio, - es una mujer emancipada-ni
tampoco está en sus planes crearse amarras con hijos. Al menos eso me dice. Por
prudencia, la coloqué fuera de mi empresa y ella maneja ahora su propio negocio
de propiedades.
Estoy orgulloso de su inteligencia y, ¿por qué no decirlo? ¡Ella es Mi
obra! La he moldeado cual alfarero la arcilla. Aunque a veces atisbo que
se ha vuelto mordaz, irónica y un poco burlesca. Casi me ha hecho sentir viejo
y hasta ridículo. Esto me ha dolido bastante.
Entonces pienso en Elena. Regreso a casa y la encuentro vacía y silenciosa.
Allí encuentro la tranquilidad, aunque debo seguir afrontando los cambios en el
carácter de mi esposa debido al climaterio, según diagnóstico médico. Intento
asumir con calma esta etapa de su vida y confieso que me fastidia, diría
demasiado.
¿Por qué un hombre no puede ser leal a dos mujeres, amándolas en sus diferentes
roles? Un comportamiento así debería producir un equilibrio, un contrapeso de
dos fuerzas, que no creo hagan daño a nadie. No me quedaría sino lamentar si
hubiera dejado ir a Susana, hace veinticinco años. Existe multiplicidad de
pistas que debe recorrer el ser humano. Realidades y no abstracciones. La mujer
significa la tierra, la carne, lo divino y a veces hay que juntar dos para
tener un todo.
Ahora, ha llegado un tiempo en que mis negocios no marchan tan exitosamente
como antes. No debería suceder esto cuando los años están encaneciendo las
sienes. Siento que mis nervios se alteran y me disgusta llegar a mi hogar. Mi
comportamiento se ha vuelto evasivo, temiendo algo sin saber qué. Paso al lado
de Elena y su agrio carácter no me permite ni mirarla. Sé que ella no tiene la
culpa de nada y esta certeza me hace sentir incómodo. ¿Podría ser cobardía?
Yo recojo los estímulos como todos los humanos. ! Necesito estar estimulado!
Se me está haciendo profundamente antipática la relación familiar. Preguntan
todos…todos preguntan, Elena, quien siempre ha sido un ser pasivo, también
bombardea preguntas y me exaspera. Soy un hombre ético, por decencia ahogo mis
laberintos para que los demás respiren aire puro, pero la vida es una realidad
y debo definirme. Tomé una decisión: separarme de Elena.
¿Qué objeto tiene vivir juntos? Los hijos están ya colocados independientemente
y han formado sus propias familias. Elena tiene ahora un espantoso genio. Su
mundo se ha estrechado. Una vida sin imaginación es una forma de muerte.
Esa noche, al regresar algo tarde, ella me ha increpado colérica.
¡Acabo de saberlo todo!- grita furibunda, casi escupiéndome- ¡Has estado
engañándome con otra mujer por años y tienes la hipocresía de quedarte a vivir con
nosotros! Con ella has gastado todo el dinero de la familia y ahora ¡estás
arruinado! Me han abierto los ojos, ¡te han desenmascarado!. ¡Canalla! ¡Vete de
aquí, esta es una casa decente y tú has manchado su nombre!
-Pero…yo te creía feliz…-balbuceo. En ese momento mi mentalidad era pobrísima
para capturar la cuantía de la situación.
Elena proseguía como un chorro de vitalidad.
-¡El correcto señor Palomo…!-su voz sonaba sarcástica- Fuimos el soporte para
tu figura de relieve público. Esa es tu imagen de un individuo autoreferente.
Pero aquí, yo soy un ser humano de carne y hueso que ha absorbido en silencio
los hechos cotidianos que tú apenas percibes y me los achacas como
construcciones imaginarias.
Ante mi anonadamiento, ella prosigue: -Has acomodado por años mi persona a tu
conveniencia. Jamás has intentado penetrar en el secreto de mi intimidad, ni
has inquirido por mi plenitud emocional. Odio esta función femenina y servil en
la que me has encasillado y que ha coartado mi libertad y creatividad. Cada día
ha sido de tedios y silencios. He aceptado la cotidianidad, pero lo que no
puedo aceptar es tu traición. ¡TU TRAICIÓN!... No existe relación entre mi
lealtad y tu encubrimiento,- terminó jadeante.
Sus gritos habían sido horribles. Comprendí que nada podía explicar. Ella
había hecho dos maletas con mi ropa y me las tiró fuera de la puerta de calle
con la mayor violencia que pudo. Las recogí con la poca dignidad que aún me
quedaba.
Ahora los acontecimientos tomarían su rumbo definitivo.
¡Susana! –Pensé- ¡Te tengo a ti, mi vida! Comenzaremos un nuevo destino. Ahora
más que nunca anhelo tu presencia.
A un taxi echo las maletas y llego hasta su departamento (lo compré a su nombre
para evitar suspicacias). Demora en abrir. A estas horas de la noche su
extrañeza es comprensible, pero su disgustado silencio al encontrarse conmigo
es irritante. Comienzo a explicar.
-Elena me ha echado de la casa.
Su reacción es malhumorada y me acepta por esa
noche, siempre que duerma en el sofá. En mi tribulación acepto cualquier
condición, ya que he interrumpido su descanso.
A la siguiente mañana, su cara está ceñuda y su voz suena durísima.
-¡Esto tenemos que clarificarlo ahora mismo, Sebastián Palomo! Jamás te he
pedido que vivas conmigo. Me he acostumbrado a una independencia que me
satisface. ¡Cuántos años te he dedicado sin pedirte nada, sabiendo que eras
casado, entregándote juventud a cambio de algunas horas! Ahora que soy madura,
¿crees qué voy a sacrificar mi libertad para cuidar de ti? Siempre he querido
ser libre como un pájaro, sin tener que rendirle cuentas nadie. Hay algo cómico
y absurdo en tu actitud de gran señor. A mí solamente me has tenido para
liberar tensiones.
Observo con asombro que en Susana ha recrudecido ese gesto burlesco que me
humilla.
-Eres un estúpido por haber dejado una casa, una familia y una mujer que te ha
soportado a pesar de tu enorme soberbia y vanidad.
-Pero, Susana, cálmate. Conversemos. Déjame explicarte,- casi ruego.
Ya no me hace caso y prosigue: -No me conoces todavía. ¡Nunca me has conocido!
Me tomaste cuando era sólo una niña y no tuviste escrúpulos. Eres inseguro,
tienes que sentirte apoyado en dos partes y en dos seres para mantener tu
irracionalismo y vanidad. ¿Te preocupó alguna vez, o te detuviste a pensar si
alguna de las dos sentíamos incertidumbre y vacilaciones?
Ambas fuimos humilladas por ti. ¡El hombre íntegro! ¡El hombre de una pieza!
¡El correctísimo señor Palomo! Te has formado un juicio preciso de ti mismo.
Quisiste eliminar en mí todo rasgo de identidad. Has proyectado hacia la
realidad sólo lo que tú querías ver, pero has perdido tu punto cardinal. Ahora
careces de influencia sobre mi persona. Ni moral, ni afectiva, ni intelectual,
ni ideológica. ¡Ninguna! He manejado mi tiempo lentamente, con una fuerza
contenida y para ello he buscado un amigo joven, para compartir cuando yo lo
deseo: distracción, amistad, convivencia y sexo.
Me sentí penetrando en un incierto y ambiguo limbo como un traficado despojo.
Con mis dos maletas a cuestas, salí de aquel departamento que alguna vez
alojó la felicidad.
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