AMIGO CASUAL
Vivir
en un barrio
no resulta tarea sencilla, basta con ver la complicada topografía,con sus cuestas y
precipios. Un extenso
abanico de privaciones, como suspensiones de luz y agua, confluyen en un todo que sin
embargo, uno se adapta, o se
resigna cristianamente. El humano tiene
ese talento de sobreponerse
a las adversidades, o a casi todas; una
de las calamidades del
barrio era la
desatada delincuencia,
comenzando con el simple cobro de peaje por
permitir subir las escaleras
o la
presunta protección por parte
de bandas criminales.
Pero en fìn, a todo uno se
acostumbra, trata de sobrevivir, con distracciones, desde las
comunes como dedicarse
las bebidas o las
drogas, o los locos,
como tildan en llamarme, a
la lectura. Debo
reconocer esta afición al
tesòn de mi
madre, que desde pequeño,
a pesar de mis
protestas y caras de fastidio,
insistió, sin desmayo, a cultivar
èste hàbito. Siempre
que puedo, le agradezco
el privilegio, merced a su testarudez, puès
no siendo ella
aficionada a la lectura,
logró inocular el
hàbito de leer en mi
persona. Allì encontré
un refugio mental
a las precariedades del ambiente.
Siempre me han gustado
los autores clásicos,
de esos, que en las
bibliotecas sus obras, en viejos
libros, recogen todo
el polvo domèstico, detritus y
ácaros acumulados por
años; me encontraba leyendo
a los autores irlandeses del
siglo XIX; uno en particular
me llamò
la atención, por sus
conocidas obras escenificadas
en cine y televisión,
temas de terror y vampirismo, su autor: Bram
Stoker. Estaba ya por
concluir mis estudios en
Filosofìa y Letras,
como era de esperar, gracias a la
debilidad por los textos.
Las clases del período
académico solìan terminar
muy tarde en la
noche, panorama que
acarreaba a mi madre, un
sufrimiento, una atroz
angustia, el esperarme en
casa, hasta las altas horas de la
noche para cerciorarse que efectivamente
había llegado sano y salvo.
En màs de
una ocasión, por insistencia de ella,
me quedaba en casa
de compañeros para
estudiar, conversar y pernoctar, para
librarla del sufrimiento
de esperar mi
tardìa llegada al hogar.
Ese dia
fuè diferente, quizás
por el hecho de
tener que comprarle, a como diera, su antihipertensivo. Bajè
del cerro desde
temprano para recorrer las farmacias, antes
de comenzar las clases, pero nada; no se conseguía,
el dichoso medicamento para
bajarle la tensión.
Tenìa que ser ese,
sea en presentación
de marca o genérico, pero sòlo ese principio
farmacológico. Las cartas
estaban hechadas esa jornada.
Recorrì las farmacias
en diversas zonas de la capital,
pero en todas el producto
estaba agotado o
por recibir… Cuando? No
se sabìa… Llamè
a mi madre, justo antes
de entrar al aula,
poniéndola en conocimiento de
esta situación, prometiéndole
que al finalizar la Universidad me
abocarìa a seguir en la
búsqueda del producto.
Aceptò mi propuesta
a regañadientes, como
toda madre, por ese
instinto, sabìa intuir algo… La convencì, no sin
agotar los recursos de actualizar causas
y consecuencias, pero la necesidad
del antihipertensivo resultaba clave, pues se le
había agotado hace días. La
tensión no era
cosa de juego
para ella. Al finalizar la
jornada acadèmica, me despedí
de los amigos y me
aboquè a la
búsqueda del medicamento.
Tuve que hacer
numerosas colas ante las
farmacias, siempre con la misma
respuesta frente el
mostrador: NO HAY. No
querìa resignarme, pues llegar
al hogar, sin el producto,
le hubiera causado
una desiluciòn. No merecía tal disgusto. Recibìa sus
SMS y llamadas
preguntando sobre mi
ubicaciòn, còmo estaba? Todo, bien…? Còmo sucede
en las películas y
en los capítulos de
libros, casi rendido
por el fracaso,
en la última farmacia
de turno, màs parecida
a una botica rudimentaria,
logrè encontrar, de
milagro, dos cajas
del señalado producto.
Alguièn lo había reservado
hace días, pero
vencido el período
de espera, màs de dos
días, me fuè vendido. El
esfuerzo de la búsqueda
tuvo su lógico contrapeso en
el tiempo; ya
había oscurecido, la noche estaba bien avanzada; vì
en la pantalla del móvil,
las once. Sentìa
vergüenza de tocar la
puerta de algún amigo para solicitar pasar
la noche, como hubiera deseado
mi madre; pero
la necesidad de llevar el
remedio me indicaba
la premura de
llegar a casa.El
dilema no era
sencillo, pero privaron
mis sentimientos de
solidaridad con la abnegada progenitora.
No le podía
fallar. Me aventurè
a regresar al
barrio, a sabiendas
del riesgo al que
me exponía. Revisè
mis pertenencias, que
podría perder con un
robo, o mejor dicho, con
la entrega voluntaria
de mis objetos: un
viejo móvil, el
escaso dinero, los bolígrafos.
Estaba seguro que
los libros, cuadernos y
las dos cajas
del medicamentos no
corrìan peligro de sustracción por
los malhechores. Quièn
robarìa un viejo libro de
Bram Stoker, me preguntè,
como para darme
ànimo, justo al salir
del Metro y encaminarme
a las escalinatas
del barrio. Las
calles estaban prácticamente
desiertas. Respirè hondo, que
Dios me proteja, me reconfortè.
·
Bueno,
a prepararse para la marcha…!
Lo màs rápido
posible, sin detenerme- me animaba,
desde el comienzo
de la subida.
- A ver como termina todo esto…! -
no sè si me
servìa de reflexión
o aumentaba la
natural ansiedad. –Partida…!
Comenzè el ascenso;
al principio, sin inconvenientes; pude
saludar a algunos
vecinos en los
portales de sus
enrejadas casas. Quizàs esta
circunstancia me animò
algo màs, me
inyectò mas positivismo.
Habìa apagado, hace rato,
el móvil, para evitar
las llamadas de mi madre, durante el
ascenso, sonido que pudiera llamar
la atención de
los desalmados. Subìa sòlo,
con el móvil apagado.
Ya había ascendido
unos 150 peldaños,
cuando una voz
me detuvo en seco:
·
Còño,
me agarraron! - pensé,
en mi interior…!
Pero no, no había logrado discernir
las palabras de
mi interlocutor, al
voltear vi que se trataba
del señor Rigoberto,
viejo vecino, amigo de la
casa, quièn me apuraba:
·
Corre
hijo…! Es muy
tarde, tu madre
debe de estar
desesperada con tu tardanza!
Corre! Corre! - insistìa
con tono preocupado.
·
Recuerda,
los malandros no
perdonan a nadie! - - A nadie!
- A nadie! Repetía.
Las advertencias del
señor Rigoberto sòlo
avivaron el desasosiego
y la sensación
de impotencia. Apretè
la marchar para
poder llegar lo
màs pronto posible.
No
había recorrido màs
de sesenta pasos, otra voz, ruda
y de timbre
desagradable me paro
de golpe:
·
A
dònde vas pajarito?
Te la das
de valiente con
nosotros? - advirtió la
voz.
·
Alto
ahì! - No
te muevas! -Si te la das de listo, te quebramos!- hablò
otra voz, de seguro, un
segundòn de los integrantes de la banda.
·
No
pienso moverme! Estoy
parado, como ven…! - les
contestè de inmediato.
·
Eso
me gusta!- volvió
a hablar la primera voz,
probablemente del líder.
La
oscuridad no me
permitia distinguirlos bien, y
total, procurar no verlos el
rostro resulta mucho
mejor para la seguridad
de uno.
·
Estoy
quieto! No me moverè! -
repetí, ya resignado
de las consecuencias que
este encuentro acarrearìa.
– Que quede en
el robo de
aquellas cosas, que había inventariado
antes de subir.
·
Què
traes pajarito? - preguntò
una tercera voz,
a mi izquierda, también
oculta en la
penumbra.
·
Revisen lo
que tengo…! Epa, cuidado… voy a
sacar el dinero del
bolsillo- No disparen ! - logrè
articular la frase
a pesar del nerviosismo
que me consumìa.
·
Cuànto
traes, preguntò la
voz líder?
·
Dèjame
contar…! Con la luz del móvil
contè el monto
del dinero. Informè.
·
Traes
poco… ! No trabajas
acaso…? - repreguntò
la voz líder.
·
Trabajo
y estudio… pero hoy no
es dìa de
cobro…! Contestè.
·
Tìrame
la mochila a la izquierda…! - Introduce el móvil en la
bolsa, con cuidado- Me mandò , precisamente, el
individuo de ese lado. -
A ver que traes
allì?
Lanzè
la mochila a
ese lado. El
individuo comenzó a hurgar
su contenido:
·
Mira
Jefe, lo que tenemos: unos
cuadernos de apuntes, un
viejo móvil para botar, unos libros de la
universidad, dos cajas
de medicamentos y déjame ver
esto, mira que sorpresa
con el galàn,
un libro que tiene
pintado a Dràcula
en la portada, què novedad con el
caballero…! Le gusta el
terror…?
Me mantenía
rìgido, sin moverme. Viendo
al frente; evitando
verlos a la cara, y
contestando sus preguntas.
Mi cuerpo era
invadido entre rràfagas
de un frio que
calaba hasta los
huesos, seguido de oleadas de
calor, que me hacían sudar a
chorros. La ropa
estaba empapada de sudor.
La boca seca,
la saliva espesa. Me
sentía lìgero como para
emprender una rápida huida, pero
al entregar mis
pertenencias, el medicamento
estaba con los verdugos del
momento.
·
Dìos,
a ver como termina
toda èsta pesadilla! -
reflexione, para sorpresa
mìa.
·
A
ver si Dràcula
le ayuda…! Ja!
Ja! Ja! Gritò
histèrico el segundòn, saliendo de la
penumbra y colocándose justo
frente a mì.
·
Mira
jefe, este varòn
no nos pide
nada… està parado
como una estaca,
como si estuviera clavado
al suelo! - Ni
lloras, ni estàs histèrico…!
A ver si aguantas
esto…!
Sin mediar màs palabras, me
disparò con su revolver
al muslo derecho,
a quemarropa, esperando ver
mi caída. El
impacto me tumbò
a las escalinatas;
involuntariamente me desplazè
varios peldaños, dándome
golpes en diferentes segmentos
del cuerpo, especialmente en
la cabeza. Sangraba
por la pierna y por una heridas en el
cuero cabelludo. Levantè
la cabeza y el
tórax en dirección del
camino, justò allì
donde se encontraba el
individuo con el revolver. La sangre chorreaba por
la frente y cara; me
dificultaba visión parcialmente. No había
perdido el conocimiento.
·
Mìralo,
todavía tiene ganas de
medio incorporarse y
sigue sin quejarse
el desgraciado…!
El disparo repentino y
los golpes contra
el pavimento, en secuencias seguidas,
habían impactado sobre
mi persona. Estaba
aturdido entre la pesadilla
de los maleantes y los
desafíos de estos desalmados
seres. Inexplicablemente mantenía
la serenidad y la
relativa consciencia. Tuve la
fuerza de mirar al cielo; vi
una luna llena,
con su intenso
brillo; pero que era rápidamente
obstaculizada por cúmulos que presagiaban
la inminente lluvia
de madrugada. Empezaron a
caer aisladas gotas, pero
lo suficientemente gruesas como
para sentirlas como
diminutas piedras. Las
gotas acentuaron el frio
que invadìa mi
cuerpo. Mientras tanto,
los tres individuos,
en una especie de
paroxismo sadista me contemplaban
callados, como deleitándose
de su obra de dominar a
un hombre. Finalmente,
el líder hablò:
·
Tienes
poco para salvar
el pellejo! Creo
que te vamos
a liquidar…pero antes…!
Sigues sin pedir
por tu vida…! Tu nos oyes,
por casualidad? -
inquirió.
·
Sì!,
sì! Los oigo…! -
contestè a duras penas.
Tenìa que responder de lo contrario recibiría el
tiro de gracia
allì mismo.
·
Me dà
pena con el medicamento
de mi madre… se lo prometì
para hoy…! Logre balbucear entre
dientes. - Llèvense
todo, sòlo déjenme
el remedio! - sin
suplicar, les manifestè,
escupiendo sangre al
suelo.
·
Sigue
de varòn, sin quebrarse, condenado…! – recriminò el segundòn de la banda. – Vamos
a terminar el
asunto jefe, lo
liquidamos de una
vez!
El
líder asintió con
la cabeza, logrè ver de reojo. – Ya me fastidiè
con este loco…! – Dale yà…! - diò la
orden. El segundòn
que estaba frente
a mi levantò
el arma en
mi dirección; sin
saber yo en
que parte del
cuerpo me iba
a dar èsta
vez. Mientras se deleitaba sosteniendo el
arma, retumbò otra
voz, distinta a
la de los hampones,
gruesa, dicción clara con acento foràneo, con un trasfondo diferente,
como proyectada a
un infinito:
·
Colegas,
por què fastidian al
chico?- - No les
hizo nada…! - Les
entrega lo poco que
tiene… sòlo pide resguardar el
medicamento de su
madre…! Es un gesto loable el
de èste valiente frente a vuestra cobardìa,
en abierta superioridad
numérica y táctica.
·
Coño, Jefe!
Este quièn es? De
dònde vino el
carajo? Dèjanos verte…! – insistìa el
segundòn de los malhechores. –
Eres un zombie, acaso? Un gòtico?
-Ja!, Ja! Ja!. – No estamos en noches
de brujas…! Mira a este vampiro, se parece a la portada del
libro…!
·
Baja el
arma de inmediato, te lo ordeno!
- dijo
el visitante recién llegado.
El hampón
impactado bajò el
arma. De las penumbras emergió
un individuo fornido,
ataviado de un negro riguroso, impecable , de gala. Botas que
brillaban a la luz de la
ya dèbil luna. Apenas podía divisar
los esbozos del
extraño visitante, quièn, por
momentos, detuvo mi ejecuciòn;
se trataba de un caballero de porte distinguido;
ademanes refinados a la hora
de hablar y moverse;
su parsimonia era
pasmosa, le eran indiferentes los
delincuentes con su nerviosismo.
Se podía
ver la silueta de una
figura opuesta a
los estereotipos contemporáneos. Me pareció verle hasta una flor, quizás un clavel, en el hojal
de la chaqueta; èsta le llegaba
casi hasta las rodillas.
Se desplazaba de modo
ágil.
·
Dejen en paz
al muchacho, se los digo
por última vez…!
Sonò la orden crucial.
En ese
momento, el segundon del trìo
levantò su arma
en dirección del inesperado invitado, con intenciones de
disparar. Sonò un disparo,
pero fallò a juzgar por los chispazos en el suelo. Creo
haber perdido en esos momentos la
consciencia. Sòlo oìa unos
gritos y suplicas por
parte de los
tres delincuentes. – No! - No!
- No lo hagas, por favor…!
Perdònanos… estábamos drogados…!
Te soltaremos al
muchacho, pero dejanos
vivir, te lo suplicamos…! Oìa
las voces entrecortadas,
como alaridos desgarradores. Sonaron
otros disparos; ignoro, que
fuè de
estos destellos, por mi semi-inconsciencia. Sòlo que, al poco rato, cesaron
las detonaciones y
los gritos de mis antiguos
verdugos. Sobrevino un
silencio. Entre las
sombras observè el
camino despejado, solo una figura, la del inesperado individuo
se desplazaba, sin hacer
el menor de los ruidos. No supe
de mì a partir
de ese momento.
Despertè
en el hospital.
Mi madre estaba
a mi lado, llorando la tragedia. Al ver
que abrì los ojos, se
contentò y diò
gracias a Dios
por tal bendición.
Le preguntè como
lleguè al hospital
y quièn le
avisò a ella.
Ella se sorpendiò
con las preguntas:
·
No recuerdas quièn te trajo a la Emergencia…? Quièn
se encargò de
tramitar tu ingreso a
pabellón para extraerte
la bala y
suturar las heridas?
·
No, madre…!
Sòlo recuerdo el callejón y
a los bandidos…! - casi
le susurrè.
·
Hijo!- me dijo. Me llamaron por tu móvil; la voz se
identificò como un amigo tuyo. Me dijo que estabas
a salvo a pesar del
grave percance. Me orientò a que
hospital dirigirme. Cuando lleguè,
lo vì parado, en el
pasillo, frente al
quirófano. Insistiò que era
tu amigo. Te
había traìdo al
Hospital. Me llamò
la atención su
aspecto: era como de
otro mundo, vestìa
elegante como para
asistir a una
recepciòn; impecables guantes negros; educado, atento
a mis suplicas; mantenía siempre
puestas sus oscuras gafas; en
ningún momento se
las quitò. Justo antes
de amanecer, me dijo que
todo estaría bien contigo, se
marchò, como si se hubiera
evaporado. Quisè buscarle
para darle las
gracias, ya que me olvidè de
agradecerle todas sus molestias, pero nada…! - ya no
estaba en la sala!.
Se había ido…
·
Tù lo
conoces hijo… a ese
extraño samaritano, amigo
tuyo?
·
No,
madre…! Recuerdo que
alguien apareció de
repente durante mi
pesadilla.
·
Por cierto
hijo, antes de irse,
me entregò tu
mochila; me dijo que
las cosas estaban
allì; insistió en que tomara
mi antihipertensivo sin falta.
Ahora que recuerdo, justo, antes de irse
me dijo que revisaras
un SMS en tu
móvil, el último, me
reiterò.
Mi madre buscò el móvil en la mochila; me lo entregò, pude
ver el SMS, que decía:
<
se le ayuda,
un amigo y servidor, Dràcula
>>
Estàs pàlido hijo… Te pasa
algo, se preocupò mi madre.
– Nada, madre! Extraña es la vida- le contestè con
desgano.
Entraba el señor Rigoberto para
saber de mi salud;
comentaba que en la mañana
habían hallado los
cadáveres de tres conocidos bandidos,
azotes del barrio. Ninguno murió abaleado. Habia
poca sangre en
la calzada. Todos
tenìan un rostro
de terror, con extrañas
heridas en el tórax y
cuello. La policía
no entendía bien
las circunstancias de esas
muertes.
-
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