domingo, 27 de noviembre de 2016

Walter Rotela/Noviembre de 2016



La carta del hombre de la silla

Hace muy poco tiempo atrás me contaron sobre un asunto que aún no sé si pasó realmente o no. Sin embargo, la historia me resultó, por demás interesante. Por ello quise dejar testimonio de lo que me contaron una soleada tarde de otoño.
Un amigo, que conozco desde hace un montón de años, me comentó, a propósito de un sistema cloacal que estábamos conociendo, sobre otra cloaca y un sistema de túneles. 
Nuestro sistema cloacal consta de dos cámaras y un estrecho pasaje de conducto de media caña que lleva los efluvios hacia el sistema de drenaje que pasa por el medio de la calle. Me impresionó el tamaño de la cámara, puesto que nunca la había visto antes. Suponía que tenía cierta profundidad, mas nunca pensé que un hombre cabía allí parado y que hubiese lugar para otra persona más allí, aunque de dimensiones más pequeñas. Es decir, un recinto importante para albergar dos personas pequeñas o una de tamaño normal y otra pequeña.
Mi amigo me comentó que en realidad no era muy grande, que él conocía un sistema de desagüe cuyas dimensiones permitían caminar dentro del sistema casi erguidos, en un trayecto de varios metros, muchos en realidad.
Lo miré y le dije que no conocía algo así, aunque sabía que en la ciudad existían lugares así.
Él me contó que realizando una tarea de albañilería en una casa conoció un túnel de las dimensiones referidas y que era accesible desde la casa donde realizó servicios de reparación. Pero que ese acceso estaba en parte ocluido por una puerta que la mantenía casi oculta. Y la historia referida por el dueño de la casa era también, de un modo, algo que no revelaba por que sí no más. Pero que no era un misterio, sino, una curiosidad.
Mientras avanzaba en su relato, le fui sirviendo unos mates invitándole a que prosiguiera con la historia, que prometía ser interesante.
Él, sabiendo mi gusto por conocer historias de la ciudad, fue tomando una postura de quien tiene entre sus manos una cosa importante.
̶  Mira, la cosa es que tenía que reparar una pared que estaba perdiendo el revoque y arreglar el marco de una puerta trampa que estaba en el suelo de una habitación.
̶ Entiendo… -le dije, buscando que prosiguiera.
̶ Bueno, para poder reparar la puerta, es decir, el marco de la misma, debía abrir la hoja de la puerta y sacarla. Lo hice y mi sorpresa fue grande…
̶ ¿Por…?
̶ Bueno,  había un tipo sentado allí. Es decir, no un tipo, lo que quedaba de él. Un esqueleto sentado en una silla.
̶ ¿Cómo?
̶ Como lo escuchas. Un tipo, claramente muerto, un esqueleto vestido, con ropas polvorientas, con mucha mugre, sin olor ninguno apreciable.
 ̶  Y el tipo, el dueño ¿cómo explicó eso?
̶ Me dijo que no me asustara. Que él lo encontró allí cuando se puso a hacer reparaciones la primera vez. La puerta trampa, está debajo de una segunda tapa de tablones que conforman el piso de madera de la habitación. Por eso no reparó en la existencia de la puerta sino hasta que un día, golpeando el piso, en una suerte de zapateo, lo sintió hueco. Jugaba con uno de sus hijos y así lo descubrió.
̶  ¡Qué historia…!
̶ Sí, el dueño de casa me contó que si bien primero atinó a mantener todo en secreto, no pudo seguir sin saber qué o quién era la persona que allí estaba. Es decir, sus restos.
Tomó coraje y con una linterna entró a esa habitación, como lo creyó en un principio. Notó que además del esqueleto había otras cosas: muebles pequeños, utensilios de cocina y algunas herramientas estaban, cuidadosamente, colocados en pequeños estantes adosados a la pared de un túnel, que continuaba más allá de los límites de su casa. Pero no pocos metros, sino que mucho más.   
̶ Me parece increíble, totalmente increíble lo que me cuentas -le dije. Mas mi amigo asegura que el lugar existe y que el dueño de casa le contó más sobre el asunto.
Mi amigo entendió que lo que estaba compartiendo sonaba totalmente descabellado y me explicó que también a él le pareció así cuando el dueño de casa le refirió la historia.
Pero tenía sentido, lo que había debajo de la casa de este señor no era una habitación, sino un túnel que fue habitado por personas en un tiempo en que se desarrolló una guerra civil en la ciudad, y que algunos hombres y mujeres tuvieron que esconderse en esos túneles. Historia que yo conocía, pero jamás por un relato verbal de alguien. En textos de algunos sobrevivientes aparecían relatos de lugares así, pero que en nada semejaban lo contado por mi amigo.
̶ Como te decía -prosiguió mi amigo.  El hombre quería que le reparara la puerta y tuvo que contarme la historia, primero para que no me espantara y segundo para que terminara el trabajo. Investigó y descubrió que, en un pasado no muy reciente, el lugar había sido ocupado para esconderse de una ocupación, de un sitio de la ciudad. Las ropas estaban intactas, y ciertamente no era de los sesenta o setenta, sino mucho más antigua. Por ello consideró que nadie buscaría a esta persona.
Por otra parte, nunca había sentido nada al respecto y creyó que si estaba allí y no molestaba, era como un tesoro escondido, como una historia que estaba allí en el sótano de su casa. Un día, un vecino le comentó que también tenía acceso a un túnel, que rellenó con escombros y dejó cerrado el acceso. Años después, otro vecino, de dos cuadras más al norte, también había encontrado acceso a un túnel que también rellenó y cerró su acceso. Esto le corroboró que el túnel era más largo que lo que pensó en un principio y que tenía como fin no sólo comunicarse, sino que había sido usado para vivir, pues los utensilios encontrados así hacía pensar.
̶  ¿Y el hombre de la silla? ¿Quién pudo ser? ¿Investigó el dueño de casa? 
̶ Sí, sí… pudo saber quién era. Al menos había encontrado una carta que estaba en una caja. Te digo que el lugar está seco, eso es increíble. Pues en general estos lugares son húmedos. Sin embargo, esa zona no es húmeda, pues fui varias veces y nunca sentí humedad.
̶ La carta ¿qué decía?
̶ Sí, la carta… Era una carta para una mujer. Le escribía diciéndole cuánto la amaba pero que debía permanecer oculto hasta que todo eso pasara. Que apenas cesara la revuelta él buscaría la forma de contactarla. Firmaba al final de la carta, Theo R.  Sin embargo, él nunca salió de allí.
̶  Y la carta tampoco.
̶  Cierto. No lo había pensado.



Este cuento aparece en el libro de cuentos  Serie Túneles publicado en Editorial Bubok, 2016. 

1 comentario:

Walter H. Rotela G. dijo...

Gracias por publicar el material. Gracias por difundir la obra de escritores nóveles.