LLORICONA
Todos los habitantes de Pueblosonriente eran requetesonrientes.
Bueno, todos lo que se dice todos, no. El año pasado, para desgracia de ellos, se había mudado allí
una señorita requetellorona.
Ella se pasaba el día llorando en cualquier parte y por cualquier
cosa. De molesta que era nomás. Para colmo también lloraba hasta cuando recibía
buenas noticias.
Como lloriqueaba requetemucho siempre tenía los ojos colorados y
requetehinchados. Por eso la bautizaron
Lloricona.
Con el tiempo, los habitantes del pueblo se aburrieron de
pedirle que sonriera. Así que dejaron de
hablarle, ni siquiera la saludaban. Al cruzarse con ella en la calle daban vuelta
la cara. Y los vendedores de los negocios miraban el techo cuando la atendían.
Es que estaban requetecansados de sus llantos.
Lloricona se había convertido en un desagradable problema para los
habitantes de Pueblosonriente.
Un día se les terminó la
paciencia y le dijeron que se fuera a vivir a otro lugar, que no la aguantaban
más, que estaban requetehartos de verla llorar,
y que basta, se acabó, ¡adiós!
Lloricona hizo todo lo que no debía: tragó saliva, tosió, soltó un gemido largo, y
se puso a lagrimear…, pero se detuvo al advertir que los rostros de sus vecinos
empezaban a enrojecer y que sus dedos índices señalaban la salida del pueblo.
“No me quiero ir de acá. Tengo que hacer algo ya mismo “– pensó
desesperada, mientras ellos avanzaban
amenazantes .
Rápidamente se limpió los ojos con la manga de la blusa y, para
demostrarles que iba a cambiar, comenzó
a reír como loca.
Ahora a Lloricona la llaman
Sonrisona, tiene novio y un
montón de amigos. Y anda por el pueblo,
siempre llena de risas.
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