UN AMOR DE NAVIDAD
Los
bajaron para depositarlos en una oscura bodega, cuya puerta se cerró al salir
el último cargador. No supo cuanto tiempo transcurrió antes que el recinto se
abriera nuevamente para dar paso al dueño del negocio y a un dependiente,
quienes comenzaron a seleccionar juguetes para instalarlos en las vitrinas. -También
hay que colocar estos Taca-tacas-, ordenó el hombre saliendo del lugar. Al
comenzar la selección tenía mucho miedo que lo dejaran de lado, no quería
continuar en la bodega, le producía pavor la oscuridad. Por fortuna cuando
perdía las esperanzas, el dependiente se devolvió y lo llevó consigo. Fueron
colocados en un extremo del escaparate, donde no impidieran ver a los demás
juguetes importados que allí se exhibían.
Día
tras día, acudían adultos y niños a mirar las vitrinas, pero nadie parecía
reparar en ellos. –Tienen razón, pensó. ¡Cómo iba a competir con esos hermosos
juguetes que ejecutaban las más variadas e increíbles piruetas!- Un día
advirtió que había un niño que por segunda vez acudía a contemplar la vitrina.
Parecía que buscaba algo especial. A través del vidrio lo observó
detenidamente. Era un niño pequeño de rostro agradable, delgado, de cabellos
claros. De pronto, al descubrirlo a él junto a sus compañeros de partida, el
rostro del pequeño ángel tímido se iluminó con una amplia sonrisa y sus ojos
mostraron gran alegría.
Pensó
con tristeza en el cambio que había sufrido la preferencia de los niños en
cuanto a los juguetes, era difícil que unos tan anticuados como ellos gozaran
de las simpatías de algún pequeño. Al día siguiente, apareció de nuevo por la
mañana y se quedó mirándolos, sólo a ellos con embelezo, al parecer ese era su
único interés. Sin embargo, su amiguito no se dejó influenciar por aquellos y
lo escuchó defender y elogiar su preferencia. ¡Oh, sorpresa! El fue el elegido.
Seguramente lo pediría a su madre para esa Navidad. Durante el tiempo que
restaba para las fiestas, el niño no faltó ningún día para contemplarlo a través
de la vitrina. Cómo anhelaba que pasara luego el tiempo para poder ir con él,
pues estaba seguro que lo querría y cuidaría mucho. A su vez, él haría lo
posible porque el pequeño ganara todas las competencias con otros niños. La espera se hizo interminable.
Todas las noches al cerrarse el negocio, se sentía molesto y decepcionado, pues
nada ocurría.
Por
fin llegó la Navidad,
el movimientos en la calle se hizo abrumador, la gente se agolpaba frente al
escaparate y el niño no estaba entre ellos. Por la tarde y cercano al cierre lo
divisó abriéndose paso entre el público, le costó bastante llegar hasta la
primera fila, pero al fin lo consiguió. Sin embargo, el sacrificio del niño de
pararse a diario a mirarlo, no había sido suficiente y seguramente en esa Navidad
no se podrían juntar. Su carita lucía apenada, incluso al retirarse de un
manotazo limpió una lágrima impertinente que corría por su mejilla.
Un
poco antes del cierre fue retirado de la vitrina para que dos señoras lo examinaran
detenidamente, antes de ser envuelto con un vistoso papel de regalo y su
respectivo moño de cinta de colores. ¡Ya no volvería a ver a su amiguito, quizá
en qué manos iría a caer! Triste destino, sus sentimientos no contaban en la
elección de su dueño. El par de señoras lo colocaron en una pequeña bodega,
para más tarde ir a gozar de la compañía
de otros regalos bajo el árbol de Navidad. Se sentía angustiado, su
incertidumbre no tenía límites. De pronto la puerta se abrió y sintió unos
pasos menudos deslizándose hacia él y el rasgar de un trozo de su envoltura y
una exclamación de alegría; luego se cerró la puerta de nuevo.
Sería
un poco antes de la media noche, cuando lo llevaron al recinto donde se reunía
la familia para festejar la
Navidad. Se sentían voces de adultos, de niños y música que
daba un ambiente festivo. De pronto, risas cercanas y unas manos pequeñas lo
tomaron rompiendo apresuradamente el papel que lo cubría. Supo de un
encogimiento en su cuerpo de madera, pero al instante se encontró con él, aquel
niño con carita de ángel tímido que lo apretaba entre sus brazos y lo
contemplaba con todo el amor que un niño puede sentir por un juguete deseado en
una noche de Navidad. Su anhelado Taca-taca.
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