“Cordel”. Obra de la artista plástica argentina Beatriz
Palmieri
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La decrepitud del cordel que se negó a morir
En algún sitio que en realidad era todos los sitios, existía un cordel
atado del extremo donde nacía la vida extendiéndose hasta lo que se imaginaba
como el final de los días. Aunque era invisible, todos sabían que gracias a ese
trozo de cuerda cualquier sociedad puede ir tejiendo su destino a la vez que
permitía que la vida transcurriera con normalidad. El hilo se auto regeneraba
luciendo brillante cada amanecer, respetarlo era tarea colectiva.
Poco a poco, con la lentitud de quien aminora su
marcha por estar muy apurado, cerebros perversos fueron orquestando la
destrucción de la cuerda. Para ello, en primera instancia era necesario
corromper cada hilo fino que unido a otros otorgaba la fuerza necesaria para
mantenerlo tirante.
Fue entonces cuando el lugar que era todos los
lugares, comenzó a despatarrarse, cooptado por una Inteligencia superior, diosa
de destinos enmugrados, cavadora de fosas donde entrarían en putrefacción
las buenas intenciones.
Cada vez que se cortaba una fibra, el cordel perdía
parte de su capacidad de tensión combándose hasta adquirir la forma de un
paréntesis perezoso. Suponía la Inteligencia que una vez que estuviera
totalmente derrumbado, ella podría dominarlo todo. Y así se fue modificando ese
lugar que era todos los lugares. O casi todos, porque a decir verdad, nada es
tan absoluto.
La confusión se instaló. El poder y quienes creían
tenerlo, ayudados por los que soñaban alcanzarlo algún día, comenzaron a
caminar sobre la cuerda. Con el tiempo y ante una realidad que evidenciaba la
decrepitud de la maroma, muchos fueron saltando eso que consideraban un
obstáculo pero que en realidad era imprescindible, sabiendo que del otro
lado del cordel la vida era muy distinta. Desordenada, sin márgenes, sin
consideración, germinaba la semilla maldita creando el descontrol, desatando
iras, alterando la historia y con ello el ritmo normal existente hasta ese
momento.
Con el tiempo y dado que algunos hilos de la soga se
cortaban con rapidez, el lugar fue ingresando en una especie de nebulosa donde
muy pocos eran los que suponían hacia dónde se dirigían los pobladores de los
alrededores. La irracionalidad, empujada por la perversidad de la Inteligencia,
impulsaba los movimientos a los que habrían de seguir otros.
Es decir, en medio de semejante desmadre y con el
cordel herido de muerte, todos parecían volverse locos generando situaciones
que acarrearían más desmadre.
Los ricos, haciendo uso de su poder hostigaban a los
pobres sin tener en cuenta que su riqueza era posible gracias al esfuerzo de
estos. Los pobres, no siempre se sometían al destino señalado sino que muchas
veces se rebelaban. Ante lo que consideraban semejante desparpajo, lo único
posible, creían los ricos, era ejercer más control sobre ellos y qué mejor
manera de hacerlo que adoctrinando fuerzas de seguridad cuyos miembros,
paradójicamente, pertenecían a la clase pobre. Estas fuerzas fueron
convocadas para escarmentar a los insumisos, convirtiendo a esos seres en
ejecutores de sus hermanos. Eran expertos en salto al cordel
gracias al excelente estado atlético adquirido luego de someterse a fuertes
presiones que los ubicaría en la categoría de desclasados.
Así fueron saltando la cuerdita divisoria, la que
marcaba la frontera que separaba el raciocinio de la bestialidad, esta última
valorada erróneamente como acción nacida desde el centro de la “malas ideas”
que se consideran patrimonio de los más hostigados.
La Inteligencia continuaba creando aliados, se valió
también de docentes formados en escuelas con orientación pedagógica de
tinte fascistoide. Estos formadores demostraban su sapiencia imponiendo
obligaciones pero omitiendo los derechos que tenían los educando.
Los alumnos fueron aprendiendo que cuando un
mayor salta, excediendo la realidad objetiva de la presencia de cordeles,
era lícito imitar el atropello y fueron también ejercitándose en el arte de
salto a la soga y en ese brinco se desbarrancaba su juventud.
Las sustancias tóxicas fueron introducidas en aquel
sitio, con tanta facilidad, que daba miedo notarlo y su tenencia y
consumo, al ser de tan fácil acceso y con un cordel ya sin fuerzas capaces de
mantenerlo todo lo tirante que debía estar, se desparramaron por todo el
lugar.
El salto al cordel fue continuo, se convirtió
en el deporte de moda, aunque en realidad no fuera sino el salvoconducto
que dirigiría hacia el desmoronamiento de la vida en ese lugar.
En medio de semejante tragedia crecía la
descomposición del tejido social. Era cosa cotidiana ver padres y madres
incapaces de generar en sus hijos el respeto lógico que merecía el viejo
cordel, impulsándolos a no solo a saltarlo, sino también a desconocerlo, como
si fuera un trasto viejo.
La Inteligencia superior gozaba ante cada salto que se
ejecutaba en el lugar. Sabía muy bien que una vez instalada su hegemonía muy
difícil sería salir de ese desorden, lo que mantendría su proyecto a resguardo
hasta que nuevas formas de esclavitud, acorde a los tiempos que vendrían,
fueran amasándose como arcilla blanda.
La pregunta que se hacían los observadores del nuevo
fenómeno tan dañino, en expansión constante, se centraba en el interrogante
acerca de qué sería lo que habría de suceder una vez que se cortara
el último hilo que mantenía al cordón con vida. Pero la soga, tan herida
de muerte como estaba, aún podía conservar un poco de la tensión que lo mantuvo
vivo durante tantísimo tiempo.
Ante ese hilo debilitado, se apoyaba la esperanza por
sobre la decrepitud de un cordel que se negaba a morir del todo,
impidiendo con gran esfuerzo, que se corrompiera su última fibra.
(Siempre hay hilos conductores que se niegan a morir sabiéndose tan
necesarios…)
Fueron pasando los años hasta llegar al presente, el
cordel sigue agonizando; al salto sobre sí ya no podemos
mencionarlo como deporte. Ahora estamos en condiciones de asegurar que se
trata de una compulsión provocada por el deseo patológico de transgredir
cualquier cuerda. Cualquier barrera capaz de contener al orbe de la degradación
absoluta.
La Inteligencia va ganando su enésima batalla pírrica
tratando de demorar la llegada de fuerzas vinculadas con los actos nobles que
puedan salvar a la humanidad, en aquel lugar que es todos los lugares, mientras
el cordel insiste en mantenerse vivo pese a tanta violación inducida.
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