miércoles, 23 de abril de 2014

Simón Esain-Abril de 2014


Epílogo de Simón Esain para la edición electrónica del libro “Muestra en Prosa” de Rolando Revagliatti y para la re-edición en soporte papel.

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Epílogo

 

                                                                                           Quiero decirle que no hubo impedimentos frontales a causa                             
                                                                                        de lo ya mencionado: el drama volvía a contener un cierto
                                                                                        desmedro de incredulidad inquietante, y el testigo de cargo lo
                                                                                         registraba a pesar de los desenlaces más desorbitados.

                                                                                                              Informe para Emilia Ordaz, La Condición Efímera   Néstor Sanchez



                               En cuanto a tapa, contenido del libro y su autor
        
        Lo creativo se merece una revisada. A la obra creativa no hay de qué curarla.
Bajo la tapa u obturador, R. R. ha acumulado una serie de fotografías de la fauna ciudadana, rectilíneas del efecto a la causa, casos sobre cierto universo de paranoias, alienaciones y otras caras de la normalización humana. En concreto, de la urbana.
La ciudad es un aparato terrible. R. R. es un aparato urbano. Con propiedad aplica su pupila al tema. Descubre que el submarino es el océano. Una gota de tinta basta para mancharlo y R. R. echa a carradas. Fuerza el grotesco. Exagera la ajenidad del drama hasta desconmovernos.
La prosa de R. R. esqueletiza; nos descarna, como aquel cirujano malévolo cuyo estereotipo veíamos en algunas ‘series’ hoy radiadas. Saca para afuera versiones intestinas que mezcla a las ya estantes bajo el sol, la luna o las lámparas. Toma gente encerrada y la transparenta. Lo opaco pasa a ser reja, en el peor de los casos. Podemos creernos que el mejor de los casos queda afuera o espera en la vereda.
        Como cualquier bicho urbano, R. R. se ubica. En la ciudad es así; si no te ubicás, te pisan. Cuando descubrimos a R. R. en su puesto, cargandosé de hombros, también tiene al descubierto sus ojos brillando como bisturí. R. R. expresa amor fraterno a la manera del como puede. Con el periscopio en la mano.
        Lo subjetivo tañe, tañe y tañe la campana mundana. El mundo suena a alarma, a poética alarma, a príncipe loco, suelto.
        Este mundo despierto al que R. R. saca fotogramas, pide a gritos una cura de sueño o un sueño que lo cure. Un sueño que lo cure o un sueño que lo cubra, como cuando un libro se cierra.


                                    Primerizos comentarios

1 - La lente se aparta sobre soledades terribles y luego se cierra; como la gente. Ahí quedan los personajes, auxiliados por el cemento a contener su temblor irracional.
       2 - El fotógrafo, o fantasma, cuenta a su favor con calles y puertas para asomarse a ellas, no para huir. Ya han huido las vidas ejemplares, los buenos amores y otros sueños. Esa ancianidad, esa otra ciudad añeja. Esta ciudad es nueva por sus técnicas.
3 - No voy a plantear dicotomías para referirme a estos relatos. Relativizando y graduando aquellas, podría resultar absolutizada la demencia. Todo un hallazgo innecesario.
4 - Por necesidad o accidente, somos incompletos. Nos completa lo que nos falta y somos paranoicos. Corremos a saltar la pared. Lo que falta nos obsesiona y lo que somos nos repugna. Pretendemos que vuelva el pasado y se repita para meterle mano. El tiempo no cura; la costumbre normaliza. Llega R. R.
5 - El hombre urbano ha aprendido que su cuerpo es un aparato, algo un poco bastante más complejo que otros aparatos. La paranoia es de los modos o monos elegidos por la mente para dominar al cuerpo aparatizado. Uno que le cae rival, reflejo como es de la impiedad externa.
        6 - Aquí oímos a los locos razonar, hasta con pudor. Con el pudor que no les tenemos por creer que no se lo debemos. A falta de piedad, humor al menos.
        7 - Se trata de una guerra a muerte. Guerra civil; muertos, heridos, mandos estratégicos, cuarteles conspirativos, esporádicamente peligrosos o humanos.
        8 - Como planeta que ni fu ni fa va perdiendo su atmósfera, la ciudad se vacía a medida que crece. Qué loca, dejarnos tanto para llenarle mientras se agranda con nosotros.
 9 - Los que no creemos en nuestra locura, la pensamos. Es imposible escapar de ese pensamiento, de ese buen síntoma. Como para intentarlo, nos fingimos tan cuerdos como una dosis. No hacerse este cuestionamiento ¿sería estar cuerdos o dosificados?
10 - El príncipe está loco; esa es la gran novela. Ser o no ser. Que si sos o te hacés. Sucintamente. Revagliáticamente.      
        11 - ¿Hallarle un modo de expresión a la demencia es conjurarla? ¿Es imprescindible? ¿Medir, medicar lo irremediable?
        12 - En el mejor de los casos, cuando logramos reconocer nuestros defectos y errores, la mayoría se ha vuelto irreversible. No sólo nos sentimos monos sino que la reja de la jaula se materializa en nuestras manos. Cuerdamente.
        13 - Ni entonces R. R. sonríe. Los primeros cuentos crean como un universo de la paranoia; uno es quien sonríe y mira desde fuera. Pero en los segundos relatos se levanta otro telón. Había otro telón. Esta gente se detiene alrededor, nos reconoce. R. R. está hablando de nosotros. Detrás de los que nos miran, su mirada nos cobija. Nos mete en su zoológico. ¿A cuenta de una medicina preventiva?


                                                Qué me pareció esta locura

El mundo es; no hay que hacerle. Lo primero que debe haber comprendido su creador, si lo hubo, es que implicaba el aburrimiento. Llegó el hombre y vino a ser, con el tiempo, rey de conjeturas y suposiciones. Fijensé que no deduzco: demencia en estado puro.
Fijensé lo aburrida que es la porción de presente que nos toca. Conjeturamos que el presente verdadero sucede a otras personas, en otro lado. Que la novela es posible. Cómo no creer en el Génesis.
        Por su parte, el buen futuro murió. Suponemos que el futuro es malo pero el pasado es peor. El presente nos aburre porque es más grande que nuestra capacidad de entretenernos sin tiempo.
 Poco es tan perdurable como la esquizofrenia. La llamada normalidad es alguien que pasa de largo por entre gentes rumbo a no se sabe qué. Seria cosa. A cambio, las manías llegan a instalarse en nosotros y a prepararnos para el retrato que nos harán. Lo peor de cualquier cosa comienza por su reiteración. ¿No lo sostenía Borges? ¿O era él, el sostenido? El giro la convierte en rueda. Ruedas que llenan la ciudad y musicalizan. Es preciso vehiculizar estas ruedas para que en lugar de aplastarnos, nos lleven. Estoy tratando de echar por tierra las dicotomías.
       Fabricado o indeseado, todo tiene un final. Sea un sosiego, una temporada de cordura, una dosis de tiempo espeso.
       Me pareció que la locura da para mucho. Hasta para hacerle la prosa. R. R. pretende hacerle terapia a esa prosa donde tuvo enredada un montón de gente.
Me pareció que todos estamos enfermos. De verdad; ser como somos es una manía vergonzosa. Caernos simpáticos, parecernos mundanos, para que la manía se nos vuelva endémica.
Es patético que tanto demente no comprenda su demencia. Resultando además, que resulta patético. También lo es que consista en ello uno de los pocos grandes dramas de la humanidad. Que la cuestión avance y se agudice a medida que avanzamos, lo es. Que seamos lo que no somos hasta reventar en el pimpollo de lo que somos, lo es.
        Un proceso, es. Que ya no suena igual, que suena a varia cosa.


                                                 Sintomatología

El peor enemigo es el que vuelve. Hasta una persona cuerda puede entenderse, de pronto, prisionera de una noria. Enemigo interior, bomba de tiempo plantada por alguien cercano. En la ciudad se está al tanto de que todo es irremediable. Todo se sabe. No está loca la gente que habla sola por la calle; habla sola porque es sola.  
Concurre el síntoma, cunde el desánimo. Pero nadie escapa. Cae la bomba como cae la luz.
        No es raro que perdamos el cuerpo y nos arreglemos con pedazos, algunos recuerdos de cuando el cuerpo, entre otras cosas, era nuestro a través de otros cuerpos. Los caracteres se reconstruyen. Lo que otros entierran allá y aquí, acá busca la vista. A menudo es casi cuanto se ve.
        El pasado es monstruo grande, pisa fuerte y reina en ese país que habitamos. Ese país que habitamos es adonde nos entierran. Aquí es donde nos enterramos nosotros mismos.
        El presente es inmenso e imperioso como pocas cuestiones lo son, sin embargo no podemos dejar de habitarlo en el pasado.
        Por su parte, el loco nunca pone nombres; usa apodos inconvenientes. Elide. El maníaco no añora, vive su manía. En cualquier lengua, de cualquier edad, es peor que sí mismo; arrastra lo insepulto. Desde su cordura, R. R. también elide. ¿Acaso hay otro lado? Se refiere. Ve y señala. Hagasé cargo cada cual, dice con el espejo en las manos. Mire, entienda, cada cual. Tanto tememos ser nada más que cada uno.
        R. R. nos ha ayudado a confesar. Si no le creemos podemos volver, a leer de nuevo sus fotografías.

                                               Oremos

       Cuando no podemos acariciar, agredimos. Cuando no podemos amar, odiamos. Quien no alcanza a ser libre se vuelve carcelero, de sí u otros. Sempiternos fracasados aspirantes.
      A falta de animales sueltos en la ciudad, unos personajes se dedican a la interinidad. Referencias necesarias si pretendemos humanización también en el averno.
       Somos fauna. A falta de piedad, humor. R. R. nos lleva de la manito a que miremos. No reflexiona. Espera que reflexionemos. Espera oírnos. Sus ojos brillan porque tiende el oído y escucha la tensa cuerda que sube y baja. Maneja una ventana. Sueña en el silencio, que un punto perdura, más allá de todo, donde somos completamente humanos.
       Delgada línea que sube y baja, la cuerda de al lado, la cordura. ¿Se la puede tañer? ¿Se la podrá tañer? Tienta, como toda cuerda.
       Es lindo oír una musiquita; sentirnos comprensivos, comprendidos… algo pío.



                                                                     Simón Esain
                                                                 Chascomús, Buenos Aires, la Argentina, octubre 2007

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