Susana
Szwarc: sus respuestas y poemas
Entre-vista
en tramos-e, realizada por Rolando Revagliatti
Susana
Szwarc nació el 29
de mayo de 1952 en Quitilipi, provincia de Chaco, la Argentina. Reside en la
Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Ha publicado la novela “Trenzas” (Legasa,
1991), así como en narrativa breve “El artista del sueño y otros cuentos” (Tres
Tiempos, 1981), “El azar cruje” (Catálogos, 2006), “Una felicidad liviana”
(Ediciones Ross, 2007); en el género poesía “En lo separado” (Último Reino, 1988),
“Bailen las estepas” (De la Flor, 1999), “Bárbara dice” (Alción, 2004), “Aves
de paso” (Ed. Cilc, 2009); y en literatura infantil “Había una vez una gota”,
“Había una vez un circo”, “Salirse del camino y otros cuentos”, “Tres gatos
locos”, entre 1996 y 2010. Entre otras antologías de la que es responsable,
citamos “Cuentos ecológicos” (con colaboración de Adolfo Colombres, Ediciones
Unesco, 1996) y “Mujeres 3, Visiones en el siglo” (IMFC, 1998). También el
volumen “La mesa roja”, antología personal de su narrativa. Sus piezas
teatrales “Paisaje después de los trenes”, “Trenzas, el secreto robado”, “Justo
en lo perdido”, fueron representadas entre 1985 y 2003. Cuentos y poemas de su
autoría se tradujeron al alemán, inglés, catalán, mandarín y francés. En 2013
se editó “Bárbara dice / Barbara dit” completo, bilingüe (Abra Pampa Editions,
París, Francia). Además de haber sido incluido su quehacer en diversas
antologías, colaboró con artículos, reseñas literarias, poemas y cuentos en
publicaciones periódicas nacionales y extranjeras. Desde 1985 coordina
seminarios y talleres de lectura y escritura en instituciones públicas y
privadas, en varias provincias de su país y en España. Entre los
reconocimientos recibidos destacan el Primer Premio Nacional Iniciación de
Poesía (1987), el Premio Unesco (Buenos Aires, 1984), Premio Antorchas a la
Creación Artística (1990), Premio Único de Poesía de la Municipalidad de la
Ciudad de Buenos Aires (1998), Premio de Honor en la categoría Libro para
Niños, otorgado por la Municipalidad de San Miguel de Tucumán (1996). Fue
becaria del Fondo Nacional de las Artes por su proyecto de escritura de novela
(1995) y recibió el Subsidio Fondo Creadores del Gobierno Autónomo de la Ciudad
de Buenos Aires por su proyecto de escritura de libro de cuentos (2005). Está,
actualmente, en los inicios de la fundación de la Biblioteca Popular “La Sin
Rival” en Quitilipi. En http://susanaszwarc.blogspot.com.ar es posible acceder a una galería fotográfica, al
cortometraje “No camines en el barro”, opereta inspirada en un cuento suyo, a
videos donde se la advierte en lecturas públicas, presentaciones de libros y
otros eventos, a galerías de tapas de sus libros, antologías y publicaciones
diversas (revistas Casa de las Américas, Apofántica, por ejemplo), a enlaces a
Sitios, blogs y revistas digitales, a textos de su autoría.
-Porque no he visto
representaciones de tus piezas teatrales ni las he leído -¿es esto último
posible, parcial o totalmente, en la Red, o de algún modo público?-, comienzo
interesándome por ellas, Susana. ¿De qué tratan las estrenadas? ¿Dentro de qué
tendencia las ubicarías? ¿Te conformaron las puestas en escena? Sí o no, ¿por
qué? ¿Tenés piezas sin estrenar? ¿Qué dramaturgos te atraen? ¿Fantaseaste con
la concepción de guiones cinematográficos?
-Ahora que me hacés esta
pregunta, además de sorprenderme (es como si me olvidara de mis obras de
teatro) me doy cuenta de que no hay registros de las puestas. Las directoras y
directores tendrán fotos, algún video, pero no lo han subido a internet. Es que
cuando se estrenó la primera obra, no había aún internet. Lo mismo con la
segunda. Con la tercera sí, pero no nos habremos dado cuenta de registrar.
Ahora estoy viendo el afiche de “Justo en
lo perdido” que dirigió Irene Rotemberg,
se dio unos meses en el Camarín de las Musas y en el Centro Cultural de
la Cooperación, en la sala Tuñón. Esta obra está basada en un cuento de mi
autoría. Así como “Trenzas, el secreto
robado”, se basó en la novela “Trenzas”. La primera sí estuvo escrita como obra de
teatro y otras también. La última: “La
resolana”, sin estrenar aún, sucede en una kermese de pueblo (una especie
de parque de diversiones muy “del interior”) y dos mujeres hablan como
recordando, pasan por un mismo lugar pero por segunda vez, juegan para soportar
ciertos horrores (se sabe que se está en Napalpí, en el lugar de la masacre de
trabajadores rurales en su mayoría qoms ).
Podría decir que tanto las obras de teatro como la poesía y los cuentos
tienen “un aire” en común. El aire de los pueblos del interior es lo que va
abrazando (y abrasando) a los personajes, siempre marginales, siempre en “la
frontera”, sobrevivientes (lo que no implica sólo un “aire de tristeza” sino la
alegría de descubrir, de conocer y de estar viviendo –que también hay- en estas
situaciones).
Dramaturgos: Beatriz Pustilnik, Maruja Bustamante, Ciela Asad, la maravillosa Griselda Gambaro (o sea,
dramaturgas). Y ahora recuerdo también a
Susana Poujol, poeta y dramaturga.
Y me preguntás por guiones cinematográficos. Por lo general en las
críticas y también algunos lectores, me
hablan de “la película” que aparece en mis textos, como que algo de lo
cinematográfico está allí. Por la novela “Trenzas”,
Rodolfo Modern decía en 1992, en “La Gaceta de Tucumán”: “Y cabe
agregar lo mucho que la autora puede haber asimilado del lenguaje
cinematográfico, con sus secuencias aparentemente deshilvanadas, pero que
hacen a1 asunto, y de las más modernas técnicas de composición musical, lo que
otorga a sus páginas una complejidad creciente y un interés renovado para
quienes ansían la elaboración de una prosa alejada de las convenciones al uso.”
En
la presentación de “Bárbara dice”, en
julio del 2004, dijo Amalia Sato: “Susana Szwarc pisa: en ese espacio que es el
Chaco, la selva de América… las estepas de Polonia, los campos de escarcha, y
se vuelve desafiante con imágenes que de ser filmadas provocarían terror, en
una sucesión de fotomontajes con perspectivas dignas de una sala de espejos
deformantes: la materia de un huevo chorreando por una montaña, dos que juegan a la luz oscilante de una lámpara de 25W a un
crucigrama y gritan que Holocausto es una bonita palabra por su diptongo. Eso
que Susana se atreve a pisar, después de tomar decisiones visuales en un
territorio que es todos los mapas, con un giro dadá, amparado por el cabaret
excéntrico, es un nuevo suelo donde instilar con una síncopa las sentencias de
Adorno, de Primo Levi, de Celan, con una pequeña muesca que es coma, que
es ofrenda hecha con palabras.”
Tal vez en algún momento, alguien desee llevar alguno de mis textos al
cine. Y eso sería un placer. Ahora que digo placer, para mí fue una inmensa
alegría que el compositor Cristian Varela basara su ópera en el cuento “No camines en el barro”.
-Que hayas participado en las
funciones del ciclo “Kamishibai”, el Teatro de Papel de origen japonés que
coordinó Amalia Sato, merece que nos ilustres sobre esas incursiones. De qué
trató, cómo te sentiste, qué te dejó.
-Amalia Sato fue la que
nos trasmitió, nos contó, nos “dio” el Teatro de Papel. Ella tenía en la casa
de sus padres las láminas y un teatro. Luego, cada uno de sus “conocidos” que deseamos formar parte del Club
Kamishibai, “nos hicimos” de un teatro. Comenzamos a hacer las funciones por
diversos sitios (Centro de España, Malba, El Ecléctico, Biblioteca Nacional,
Notorius, etc. etc.) . Algunos de los integrantes: Nicolás Prior, Sergio
Pángaro, Delius. Cada uno llevó luego sus funciones a otros espacios (escuelas,
bibliotecas, centros comunitarios). Yo hice algunas representaciones en
Resistencia, Chaco, en el Cecual. Y esas
incursiones continúan. Es muy hermoso ver cómo se produce, cada vez, ante este
hecho que llamaría poético, una comunión entre los actores (los que narran y
mueven las láminas) y los espectadores.
Dan ganas de subirse a una bicicleta (que fue la primera forma de
transporte en Japón del kamishibai) y recorrer diversos sitios para contar, mostrar,
compartir este Teatro de Papel.
-Que desde que comenzabas a ser una
treintañera coordines talleres de escritura supone un bagaje del que nuestros
lectores agradecerán lo que nos puedas trasmitir. ¿Cómo fueron los primeros
años en ese rol, cómo los siguientes, cómo los últimos?
-¡Qué joven fui un día!, dice el personaje de “Hiroshima mon amour” y
era una treintañera. Es cierto, empecé a coordinar talleres sin que hubiera
sido –podría decir- mi intención. Estaba
trabajando en escuelas de la provincia de Buenos Aires (Rafael Castillo, Isidro
Casanova) cuando salió mi primer libro de cuentos (“El artista del sueño”) y varios lectores empezaron a preguntarme
si daba talleres de escritura. Ante esa hermosa demanda, comencé a dialogar con
el poeta Mario Morales que tenía una práctica de talleres, con Aída Bortnik que
me había hecho el prólogo del libro. Ambos me animaron, me dieron elementos
para reflexionar y hacer. Comencé entonces a trabajar “con” los otros en eso
que se ha dado en llamar taller literario o taller de escritura. Por supuesto,
decía entonces y digo ahora, que no se enseña a escribir, que ninguna facultad
faculta al escritor. Que en el taller se lee, se amplía el universo de la
lectura, se da lo que se dio en llamar consignas (pre-textos) como
“disparadores”. Creo que se trata de una trasmisión y que ese estar de otro (u
otra, en mi caso) produce, lleva al hacer. En la infancia pensaba que leer a
otros en voz alta era una tarea hermosa y de algún modo me dediqué a eso. Creo
que coordinar un taller de escritura es un trabajo (tarea, oficio) muy
especial. Viene alguien a mostrarnos eso íntimo que implica componer un texto y
quien coordina recibe este dar, esto nuevo que alguien puso en el mundo. Y habrá de sugerir, mirar, decir
con absoluto cuidado. Y a veces, leyendo con el otro un poema, alguna frase, se
produce una comunión, un captar juntos la música del texto.
-“La Sin Rival” se llamará la
Biblioteca Popular que en Quitilipi estás empeñada en fundar. ¿Con quienes más,
Susana? ¿El nombre fue una propuesta tuya? Tuya o no, ¿fue resistida?... ¿La
idea es que además de biblioteca ofrezca la posibilidad de realizar talleres,
exposiciones, ciclos? Desde tu infancia de quitilipense hasta la actualidad,
¿cómo se fue transformando esa ciudad? ¿Hay allá parientes tuyos? ¿Es desde que
comenzaste el colegio secundario que residís en la autónoma Cabeza de Goliat,
desaseada y derechosa Capital Federal?
-Es buena la palabra que
usás; “empeñada” en fundar. Es que exista esa posibilidad en nuestro país, en
todo lugar del país, en el pueblo más pequeño y en la ciudad más grande, de
crear una biblioteca, de recibir ayuda material para su funcionamiento, que sea
totalmente autónoma (son los habitantes del lugar con su comisión de biblioteca,
la única que decide), y que no se
utilice, es no sólo una pena sino una necedad, o simplemente se ignora. En
Quitilipi ya están todos los pasos dados, faltaría que se habilite el lugar
(que también ya está habilitado en los papeles). El nombre fue decisión de la
comisión. Querían poner el apellido de mi padre (que es también el mío) pero me
opuse. Y mis padres tenían en el pueblo una tienda que se llamaba La Sin Rival.
Votaron por ese nombre. Pensé, después, que es bonito que una biblioteca no se maneje
con rivalidades. Las bibliotecas populares ofrecen la posibilidad de realizar
talleres, seminarios, charlas, ciclos. CONABIP colabora con el envío de coordinadores así como con el
envío de libros. Y contribuye
económicamente para que las cosas sean posibles.
Los pueblos “del interior” son otro mundo, existen los mismos códigos que
en la gran ciudad pero también otros. Y
como el lugar es pequeño, salta a la vista la diferencia de clases y a la vez
las ayudas entre unas y otras como también la exclusión, el maltrato. Pero si
bien todo está a la vista, se oculta. Y el poderoso es quien se impone.
No hay familiares allí. Mis padres “cayeron” a Quitilipi en el 49. Se
conocieron en Buenos Aires, podría decir se re-conocieron porque estaban
hablando la misma lengua. Ambos venían de Polonia. Ambos sobrevivientes. Y por
esas cosas, llegaron hasta el pueblito. Quitilipi esta al lado de Napalpí, donde
en 1924 se produjo una masacre
feroz. Los obreros qoms pedían mejoras
salariales y se produjo una matanza. Una locura criminal que se oculta aún, que
no aparece en los libros de historia. Fijate que coincide aproximadamente con
la fecha de la Patagonia Trágica y cómo los terratenientes actuaron como
asesinos. Esto lo digo por tu pregunta de
si hubo cambios en el pueblo. (Y tal vez estoy respondiendo que no hubo.) En mi
infancia allí, no había pavimento. Llovía y el barro divertía a los chicos si
no era torrencial y asustaba. Después llegó el pavimento. Pero el supuesto
progreso trajo progreso y atraso. El tren que pasaba, dejó de pasar (como en
casi todo el país en la década de los 90 con el auge del neoliberalismo. Y eso
fue un golpe para los habitantes de los pueblos de todo el país). Pero Quitilipi no es un pueblo abandonado. Se
sigue cosechando por allí, y el pueblo funciona. Así como los pueblos vecinos,
por ejemplo Machagai está muy bonita con sus diagonales y árboles y flores.
En estos pueblos (en estas provincias) sucede algo que no sucede en la capital. Hay
habitantes indígenas. Cuando era chica estaban en “La Reducción” que luego se
llamó “La Reservación”. Fijate estas horrorosas palabras. Después eso cambió,
supuestamente. Fueron a barrios “cerrados”, se convirtieron en la mano de obra
más barata. Qué increíble cómo se
naturaliza lo que no es natural. Cómo esas tierras que pertenecían a los quoms,
a los wichís, a los guaraníes pero que estaban sin alambrar porque “quién puede pensar que la tierra es algo que
se compre o que se vende”? (dice Luis Benítez en “Manhattan Song”), ahora
tienen sus dueños (que explotan la tierra y a los que la trabajan). (A veces
hay algún interludio).
En Quitilipi está el maestro Belén que tiene una radio, la mejor y que
escribe también en diario “El Norte”. Tuvimos muy buenos maestros, la escuela
pública funcionó de maravillas y algo de eso queda aún. Hay dos bibliotecas públicas
(diferentes a las populares) que están hace años, el pueblo tiene sus lapachos
y laureles, también jazmines magnos. Había un cine en mi infancia que luego
dejó de funcionar y ahora es un centro cultural. También funciona un cine
nuevo. Hasta el año pasado se preparaban comparsas para el carnaval que daba
trabajo a muchos habitantes.
Por algún motivo, los padres nos mandaron a las hermanas mayores a la
capital. Lugar gigante. Y sí, derechoso. Sin embargo, no logró la ciudad
atraparnos en esa vorágine sino que encontramos la grieta para percibir “el
otro lado de las cosas”. De todos modos pasar de un lugar pequeño, viviendo
amontonados, a la gran ciudad a los 10 y
12 años, solas dos niñas, habrá sido de
lo más interesante.
-No
sólo te voy a preguntar, Susana, qué estás escribiendo en la actualidad, en qué
géneros, sino también si prevés algún tipo de obra de esas que requieren mucha
investigación, o si no deja de rondarte algún tipo de trabajo literario que
temés que no puedas realizar o que realizándolo imaginás que pudiera no
satisfacerte, renegar de él y nunca publicarlo.
-Actualmente estoy con un libro de
poesía casi terminado, me falta volver a
revisar, a ubicar los poemas
espacialmente. Y por ahora creo que se llamará “El ojo de Celan”. Tengo empezada una novela y otra terminada, se
llama “La muertita”. Y me ronda otra,
donde quiero investigar sobre los
lugares que visitó Sara Gallardo y ficcionalizar sobre ella. Pero no sé si me
pondré a escribirla. También me rondan otras ideas en teatro. Y tengo un libro
de poemas en literatura infantil, se llama “En
un lugar de la mancha” (porque
hay manchitas, por ejemplo de tinta). Es curioso cómo la propuesta de escritura
aparece con su “forma”. Por ejemplo, no me rondan cuentos en este último
tiempo. De todos modos creo que se está siempre renegando (me gusta esa
palabra).
-Has sido invitada más de una vez a la Feria
del Libro de Resistencia, Chaco. ¿En qué ha consistido tu participación en cada
una? ¿Cuál es tu evaluación de cada una de ellas? ¿En qué aspectos se han
diferenciado? ¿Qué sugerirías a los organizadores que establecieran o
incorporaran para futuras convocatorias?
-Ir a las ferias de distintas
ciudades, me gusta mucho. Ir a la feria del libro Regional del Chaco, me es,
cada vez, un placer. Me hace feliz llegar a esa provincia. Es como que el
cuerpo reconociera los cuerpos de los árboles, de los pájaros y también de las
amistades, y se alegrara de estar allí.
He participado presentando libros: por ejemplo “Tres gatos locos”, libro de cuentos para chicos con ilustraciones
de Eugenio Led. Este libro fue editado por la Secretaría de Cultura de la
provincia y se entregó gratuitamente a escuelas y bibliotecas. Este año presenté la antología personal “La mesa roja” y el libro traducido al
francés. Además se entregaron los premios a los ganadores del concurso Veiravé,
del que fui jurado. El primer premio fue para el poeta Luis Argañarás. Las
actividades son múltiples, cada año la feria tiene un país homenajeado (este
año fue Bolivia). Y cada vez hay diferencias que la enriquecen. Todo lo que se hace en Cultura en el Chaco es
abundante y de nivel. La Feria del libro es una parte de las múltiples actividades
(hay buen cine, exposiciones de pintura, danza, la fiesta de la escultura,
talleres). Mientras respondo pienso que es una provincia especial: montones de
cosas que faltan, cosas para
“quejarse” y –a la vez- logros muy grandes:
escuelas bilingües (se aprende toba, wichí), hospitales que funcionan muy
bien, etc.
-Has
recordado un insoslayable clásico del cine francés de tu juventud. ¿Qué otros
recordás o has visto más de una vez o volverías a eventualmente disfrutar en
los próximos quince días (o meses, o años)? ¿“Te tira” más lo francés? ¿”Qué te
tira” más? ¿De qué tipo de cine sos más “incondicional” espectadora? ¿Lo fuiste
de alguno y ya no lo sos?
-Es cierto, recordé “Hiroshima...”
pero lo pensé por quien escribió el guión, lo pensé por Marguerite Duras. Tuve
un momento en que me era imprescindible leerla. Pero volviendo a tu pregunta,
sí, me gustaba el cine francés. Hasta
que conocí a Tarcovsky, recuerdo aún cuando vi “El Espejo”. Y “Stalker”. Y “Nostalgia”.
Me tiraba lo francés. También el cine ruso, el checoeslovaco, y ¿te acordás de
la maravillosa “Cuernos de Cabra”, esa película búlgara, creo? También me
tiraba el cine italiano. Por supuesto Fellini. El otro día vi “Amor y Anarquía”
de Lina Wertmüller, y me enterneció verla. Aunque me pareció exageradamente
romántica, algo inverosímil y preciosa, al fin. Pero acercándonos, me ha
gustado mucho el mexicano Ripstein. Su ferocidad me ha hecho reír, supongo que
defensivamente. Siguiendo con México, me gustó muchísimo “Japón”, de Carlos
Reygadas. (Algo de la mirada de
Tarkovsky hay por momentos allí, y a la vez otras cosas. Y logra escenas no
vistas antes en el cine.) Y el cine argentino también ha dado grandes
películas: pienso en “La Casa del Ángel”, “La Ciénaga”, “El Hombre de al Lado”,
“Historias Mínimas”, “Bolivia”, “El Cuento Chino”… Por supuesto que no podemos
obviar las maravillas que logró el cine alemán de pre-guerra, esa iluminación,
porque tal vez se trate sobre todo de la luz en el cine. Y ¿de qué se trataría
en la escritura? ¿También sería de la iluminación?
-Leo
por allí que en la Biblioteca Nacional estás coordinando con Laura Szwarc –¿nos
la presentás a Laura?-, un Taller Performático, el que también se promueve como
Poesía en Acción: ¿nos describís en qué consiste?
-Un gusto presentar a Laura Szwarc,
ella se dedica al arte y a la educación, es directora de Akántaros, está en el grupo performático Las parientas y pronto saldrá su libro de poesía “Harina en vuelo”. Con Laura venimos
investigando ciertas cuestiones juntas, coincidimos en los interrogantes y me
da gusto que sea mi hija.
Te diré que las performances adornan y
remodelan el cuerpo, cuentan historias, permiten que la gente juegue con
conductas repetidas (se presenten y re-presenten esas conductas). Cada
performance es única, distinta de las demás. Hay repetición, pero lo mismo no
es lo mismo. Y el cuerpo es metáfora y materia; sujeto y objeto; texto y
lienzo; significado y significante. Las performances, en las sociedades que
reprimen los deseos, expanden significación. Trabajamos en el taller con el
material que cada uno trae pero también, como lo enfocamos especialmente a lo
poético, el taller se basa especialmente en el lenguaje escrito sin perder de
vista el otro cuerpo.
-En un artículo de Alberto Luis Ponzo que
acabo de releer –publicado en la revista “Poética” (1986)-, cita a Laurence
Durrel: “no es el arte, en realidad, lo que perseguimos, sino a nosotros
mismos”. ¿Qué reflexión te provoca esta cita?
-¿Somos nuestros propios perseguidores? El arte, “esa
cosa” que fue sembrando la historia de la humanidad, demostrando, tal vez, que
el progreso es una farsa. Y así, con el arte tal vez nos hayamos prometido
mejorar el mundo. Recordé a Girri, lo
cito creo que textualmente: “Ya no es tiempo de prometer/ sino de recibir lo
merecido”.
*****
Susana Szwarc selecciona
para esta entrevista, en septiembre de 2013, seis poemas de su autoría:
Invitación
I
Alguien,
como un teorema, nos ha cercado
con
una magia suave, todavía.
Casi
nada sabemos
sólo
el ruido -musical- que dejan los trapecios
y
confunden.
Toda
la historia entra en una copa,
suspendida
por la ventana en su equilibrio.
Una
tos aleja del ensueño.
Nos
avisan: no leer ya tragedias,
evitar
la inquietud.
Mi
pura verdad vacila y la copa se mueve.
Caerá,
se
hará trizas en la vereda de las grandes ciudades
donde
nunca (nunca, que recuerde) he comido.
(-¿qué
comíamos?
-
letras.)
Se
nos escapa la risa como un huevo
pasado
por agua que evita el incendio
de la
casa,
(a
todos a veces se nos rompe).
II
Recordar.
He mirado los árboles vacíos del invierno
y los
he visto completos otra vez.
También
la otra
-niña-
ajena, los ha visto.
Árboles
nos permitían el saludo, el adentro y el afuera,
y la
prohibición encubierta que separa
las
toses.
Qué
hace, en la luz de la mañana, el milagro
de la
diferencia.
En
esa luz alguien sueña con un padre que bendice,
que
alimenta,
y que
no sabe de la desmesura del sentido.
Porque
alguien sueña
yo
también.
Un
país no es un solo lugar para el derroche de pasiones.
La
vuelta al mundo recomienza su andar
y
todo el pueblo
entra
en nuestros ojos como un fruto maduro,
a
punto de morder.
Justo
en lo perdido, una migración.
(de “Bailen las
estepas”)
*
¿Sonreía?
Alguien
arroja un huevo
crudo
(podría ser también por agua),
hacia
la zona de montañas, altísima,
justo
en el lugar de las nieves eternas.
Ese
gesto es trivial, tan cruel (casi)
como
el gesto del asesino que arroja
cuerpos
al
océano
pero
que, por algún motivo del azar, se ve
en
los ojos de la víctima, que le sonríe.
¡Ah!,
cada día, cada noche,
la
misma inconcebible pregunta:
¿por
qué sonreía?
o
aun: ¿por qué me sonreía?
Y
cada vez
el
verdugo cierra los ojos, aprieta los oídos
como
esos niños atormentados por los gritos
de
una madre todavía inexplorada, y se muerde
los
labios.
-No
hay que aceptar la pregunta- piensa.
No le
dice a nadie lo que piensa.
Mientras
la frase no le salga de la boca
nadie
(nadie) contará el cuento.
Ahora
(que alguna vez es siempre),
la
dignidad de la montaña
resbala
junto con la yema.
Hay
manchas de luz.
La
noche es negra y blanca:
como
no saber si es de día
o se
hizo pedazos la montaña.
Ninguna
jarra para guardar un trazo
de la
nieve, ni regazo.
Si
algún tierno, tesoro,
deforme
(¿yo, vos?)
mirara
hacia allí diría,
entre
lágrimas claro,
-¿cómo
cuelga así? Cáscara, yema,
montaña.
La
caída de qué letra, o paisaje
sin
reparo.
¡Ah!,
pero el tiempo no se queda quieto. Sopla.
(de “Bailen las estepas”)
*
Bárbara
Ese
cuerpo excesivo
aún
después del strip-tease
es
tan leve como el mejor
afiche
ante mis ojos.
La
estética del poster
me
hace sonreír
y
mecerme en la silla de mi casa
(al
compás del ritmo ajeno).
¡Ah!
es exactamente igual
que
ofrezca Bárbara su carne
-de
verdad, de mentira-
para
mí.
Su nombre acerca a mi memoria
el poema de Prevert
aunque
ella insista: “mirá, también me llamo Sonia
y no
hay en mis manos ni crimen ni castigo”.
Pero
ninguno de estos recuerdos
sirve
esta noche,
ella
está allí, quitándose siempre
su
ropa dorada, justamente para llevarnos al olvido
y su
cuerpo es un mapa perfecto,
un
territorio para abrazar,
arrojar
monedas,
atrasar
relojes.
De
pronto ya no sé qué sucede.
No
hay ruido de pulseras en la habitación de al lado
y la
música que sale de la radio,
que
despierta a los vecinos,
me
afecta el sentido del gusto, la clarividencia.
Un
hombre, otro hombre,
abraza
a Bárbara.
Bárbara
tristeza la del hombre
que
la abraza y no apaga así
sus
lágrimas de carne.
Pero
el llanto es de los dos
y
valen nuestras monedas.
(de
“Bárbara dice:”)
*
Quisiera
enterarme
Quisiera
enterarme de que nada
tiene forma,
decías. Y acepté,
hasta el fondo
de la copa del árbol,
de la copa del
río.
Ninguna de las
otras (creía)
se ahogaba como
yo. (Me hundí.)
No hay placer,
dijiste
mientras
vaciabas al padre
en la botella y
mi cuerpo te servía.
¿Te habías ido?
¿Y las otras?
Tuve vértigos
como si alguno
más
se cayera del
mundo.
Dormida, en la
noche de fiesta,
alcancé a oír: ¿qué
hay después?
Al despertar
había panes
en mi cama.
(de “Bárbara dice:”)
*
Engaú
Estamos adentro
del sueño.
Es bella la
noche, tu partitura.
Sé que es mejor
mantenernos
callados. Sin
embargo
esa compulsión
de llenar
me hace decir:
“no me arrepiento de nada
ni siquiera de
no haber probado cocaína”.
No sólo escucho
sino que veo
cómo se ríen de
mí.
Sobre la mesa,
las sillas, la cama:
los libros
apilados como “camisas
que no caben”.
Siempre esa
misma dificultad
cuando alguno
quiere sentarse,
porque se alejó
de la ventana.
Entonces soy yo
la que se ríe
y comienzo a
cambiar las pilas de lugar.
Acomodo los
libros en el suelo
con la misma
delicadeza
con la que
cambiaba los pañales.
De pronto, en la
biblioteca, irrumpen las botellas:
vino, fernet,
ginebra, anís, grapa.
Sé perfectamente
que estamos adentro del sueño
y no creo que
exista aquí, en esta ciudad,
en ninguna
ciudad,
algo como la
grapa del pueblo de la infancia.
Tampoco la niña
que pregunta
y revuelve en la
pregunta:
¿por qué los
cosecheros golondrinas toman grapa
hasta el
hartazgo?
¿Por qué si
estuvieron días bajo el sol,
ellos, sus
mujeres, los hijos,
arrojaron las
monedas –no a la fuente-
sino al paisaje
de la zanja de la grapa?
Antes habían
comprado una frazada con más colores
que el cielo.
Más tarde, vacíos los bolsillos,
se acomodaron en
mi umbral.
La frazada
repartida entre sueños por los que también
caminé:
algodonales, algodonales,
pero sólo
mordíamos naranjas. ¡Ah!, cómo recuerdo
engaú, esa sed.
Y después, mucho después –todavía-,
la frescura en
las bocas.
Pero decía del
sueño de esta noche. Es el momento justo
en que una
ciudad se burla de mí.
No me arrepiento
digo: he olido jazmines,
fresias, lirios.
Si olí hasta las flores de loto
de una película
vietnamita y presté –también- mis manos
cada vez que un
amante pronunciaba palabras
y las dejaba
caer, sueltas, en la madrugada.
Yo corría a
buscar hojas, más hojas:
anotaba como los
viejos copistas.
Me vi llorar
dentro del sueño,
me vi desierta,
decirte: si supiera escribir tu música,
las notas
exactas de la fiesta de la angustia.
Brilla (mi amor)
tu amor en el agua del jarro.
Afeitan tus
manos de mis lágrimas lo amargo
y convidan al
mendigo.
-Ni una gota
más-, dije en el sueño.
Estiré los ojos
para mirar el pájaro de cada mañana.
Insistía: pío,
pío, pío.
Y ellas
(Bárbara, Sheila, Luva, Patricia) dijeron:
-lo descolocado
nos excita.
Pagaste.
Pagamos. Pagaron.
¿Quién se
atrevió a decirles prostitutas, sólo para poder
separarse cada
vez sin dolor?
Cerraron los
monederos azules, rojos,
amarillos.
Cerraron la puerta del sueño.
Adentro, ¿quién
se atrevió a decirme?:
“es hermoso
estar así, solo, con alguien.”
Disimuladamente,
arrojé mis monedas,
engaú.
(de “Bárbara dice:”)
*
El desorden de las relaciones de propiedad
a Guada y José Kózer
Y
yo, volví al hospital.
En
el largo pasillo repleto esperaba
-esperaba
de pie y te leía-.
En
un solo movimiento: girar la cabeza la página
un
dedo de la mano izquierda,
los
anteojos de leer cayeron
-sobre
el mosaico-.
Cada
pedacito de vidrio mostraba una garza
sin sombra, que
empezó a recorrer el pasillo con sus zancos.
De
lejos la vi apoyar su lomo
en
el vendaje de una pierna. Despacio
me
acerqué.
Es
mi garza decía - un poco
a
los tumbos- pero cada uno deseaba a la sanadora.
Es
mía, insistí, riéndome
por
las cosquillas que me hacía -garza- en su desorden.
Salieron
los médicos al pasillo -salieron por el revuelo-
y
llamaron: Garzas.
Nos
hicimos
-sombra-.
(Inédito)
En la Ciudad Autónoma
de Buenos Aires, Susana Szwarc y R. R., septiembre 2013.
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