UN CORAZÓN
ENFERMO
Al despertar, Agustín, se sentía totalmente aturdido después de los efectos
propios de la anestesia. Sintió la mano suave de una enfermera tomándole el pulso
y luego el sonido de las ruedas de un instrumento con el que le tomó la
presión.
Empezó a recordar, un gran dolor al pecho, que no pasó y luego la inconsciencia
total. La mano libre recorrió su pecho encontrando un vendaje bastante abultado
y la sensibilidad propia de una herida. Ahora presumía que había estado grave.
Dedujo que su corazón había sido sometido a una operación, y en su mente
empezaron a dar vueltas mil preguntas, mientras su conciencia habitual se hacía
presente. ¿Qué voy a hacer ahora con mi vida? Él era un preparador físico de
alto rendimiento.
Sin embargo, su mente aún prisionera de los anestésicos, le hizo evocar gratos
recuerdos de cálida amistad que le había brindado su vida anterior. En su mente
se reflejó aquel instante en que el sol se reflejó en su rostro, mientras
estaba de espalda sobre las blancas arenas de la playa de Las Torpederas,
después de tener la satisfacción de saber que el grupo a su cargo, había
resultado vencedor entre varios equipos con mejores condiciones de preparación,
llegados de diferentes puntos del país.
El siempre estuvo acostumbrado a ser ganador en competencias deportivas, antes
de llegar a comandar este grupo. ¡Siempre ganador! y ahora debía replantearse
en una edad en que todavía se sentía joven. ¿Qué haría el resto de su vida?
De pronto sintió que su cuerpo era presa de espasmos que no podía controlar,
seguramente producto de una descompensación postoperatoria, alcanzó a escuchar
el llamado urgente de la enfermera solicitando ayuda al doctor de turno, quien
dispuso se le inyectara un medicamento que calmó la emergencia.
Luego de pasar esa primera agonía pensando en su futuro, y al día siguiente, ya
más calmado, empezó a recordar parte de su vida, haciendo una desordenada
revisión, debido a los medicamentos a los que estaba sujeto.
Días después, no sabía cuántos, llegaron a visitarlo su mujer con un vientre
bastante abultado, por su próxima maternidad, y algunos amigos con la intensión
de animarlo para que lograra una pronta recuperación.
Estas visitas, en vez de ayudarlo, le dejaban más sumido en agoreros
pensamientos. ¡Cómo podría seguir trabajando en lo que había sido su labor
anterior!
De tanto pensarlo en sus ratos de soledad, un día tomó la terrible decisión de
algo extremo. ¡Suicidarse pero sin dejar rastros! Él estaba suscrito a un
seguro de vida bastante bueno y éste ayudaría a consolidar la situación de su
familia. Es decir, él era más valioso muerto que vivo.
Comenzó a pensar cómo hacerlo. De pronto discurrió: Carlitos, el joven que
hacía el aseo le podría servir. Se veía un muchacho de mirada huidiza y por sus
gastadas zapatillas dedujo que era de aquellos hombres jóvenes que necesitaban
ayuda económica con urgencia.
Un día se animó, y le pidió que le consiguiera una caja de relajantes
musculares para dormir, dando como razón que una persona amiga se lo había
encargado. Pronto, el muchacho cumplió su comisión, y el medicamento lo tuvo en
sus manos.
Como pudo llenó un vaso de agua y manipulando debajo de las sábanas fue sacando
las pequeñas pastillas de una en una, evitando que alguna enfermera se fuera a
enterar de su actuar. Cuando tenía la totalidad de las pastillas en el cuenco
de su mano, tomó un gran trago de agua y luego tratando de no pensar en nada,
se llevo la mano a la boca...
En ese momento sintió que una mano firme lo remecía:
-¡Agustín, despierta,... despierta! Hombre, parece que tenías una pesadilla,
porque gesticulabas que dabas pena.
-Ah, sí...parece que estaba envuelto en una terrible pesadilla.
Pero al comienzo no supo discernir, si ésta era la pesadilla o la anterior,
pero lo cierto es que se sentía sumamente cansado. Tratando de incursionar en
su mente, subió su mano al pecho y lo encontró tibio, sin vendajes, ni
sensibilidad alguna.
Entonces recordó. El día anterior había asistido al cardiólogo en una visita de
rutina, y el doctor le había recomendado dejara por un tiempo los asados y
aperitivos, que lo estaban predisponiendo a una futura obesidad que casi
siempre llevaba a sus pacientes a operaciones de bypass o afecciones más serias
e invalidantes.
-¡Agustín...Ya, levántate!...prometiste a los niños llevarlos a pasear al Cerro
La Campana,
sintió la orden perentoria de su mujer.
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