EL MIEDOSO
—¡Sr. Contigiani! ¿Ya tomó su decisión?
—Aún no lo sé. Comprenda que me es muy difícil.
—No sea cobarde, elija algo o lo haremos por usted. ¿No pensó quizá en
un perro?
—Preferiría que no fuera un perro.
—¿Qué tienen de malo?
—Pulgas y esas cosas. Además babean mucho, y eso de andar olfateando
traseros ajenos no es de muy buen gusto.
—¿Quizá algún animal no domesticable? ¿Un león quizá?
—¡No, hombre! ¿Cómo se le ocurre tal cosa? Los leones están hechos para
vivir en su propio hábitat, y sinceramente no sé cómo soportan correr tanto en
medio de esos calores. Y ni me haga hablar de los pobres leones de los
zoológicos; esas pobres bestias terminan con severos ataques de depresión.
—¿Por qué no un conejo? Son buenas mascotas.
—Eso ni hablar. Son muy asustadizos, se espantan al menor ruido. Si hay
algo que asciende en épocas festivas, aparte de los precios, es la tasa de
mortalidad de los conejos.
—¡Me cansó! He tomado la decisión por usted.
—¡No, espere!
—Ya es muy tarde.
—¡Dígame al menos en qué reencarnaré!
—En una mariquita —contestó Visnú, sonriendo—. Es lo mejor que se me
ocurre para un miedoso como usted.
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