¡¡¡Tengo una bronca!!!
Nosotros vivíamos en el Chaco, todos éramos
felices allí, no había que tener cuidado para cruzar la calle, la mama no te
decía nunca “no hables con desconocidos”, tampoco tenías que pagar al tipo que
viene todos los meses a cobrar porque te prestó un lugar para vivir que se
llueve todo.
Allá estábamos en el rancho que había sido del
abuelo, del abuelo, del abuelo, esos que ni conocí pero que nos dejaron vivir
en ese lugar que habían hecho con la ayuda de la abuela, de la abuela, de la
abuela.
Jugábamos entre los árboles, hacíamos unas
escondidas donde nadie podía descubrirnos, mis hermanas y hermanos eran más
hermanos y hermanas. Ahora las chicas andan con otras amigas suyas jugando con
muñecos de trapo que parece que te miran pero que si les hacés buuuuhhh ni
reaccionan.
En cambio en el Chaco jugábamos a correr a los
pollos, dormíamos con los pollitos abrazaditos, hasta una vez sin querer ahogué
uno que se puso debajo de mí y apareció
al otro día tan quietito como los muñecos que hoy tienen las chicas.
¡Mi madre, cuánto lloré ese día!, yo quería
cuidarlo al pollo, como se le ocurrió meterse ahí y ni fuerza que hizo el
tarado para salir. La cuestión es que yo sigo llorando cada vez que me acuerdo,
como ahora.
El cielo allá era más brillante, a las
estrellas parecía que podías agarrarlas y nos subíamos a la rama más alta de
los quebrachos, estirando los brazos, claro, igual no podíamos llegar porque
éramos muy bajitos. Además estaba lleno de sapos y ranas, charcos, lagunitas donde
íbamos a sacar anguilas con el dedo gordo de la mano. Cómo se movían, te
chupaban el dedo y no las podías desprender, después íbamos a tirárselas a las
chicas que corrían muertas de risa.
Las bobas, desde que están acá se asustan
hasta de las hormigas, se hacen las finas y son todas ¡ayyyyy mamiiiii!
Cuando llegaron esos tipos blancos como cuero
e’chancho nos dijeron que habían comprado los terrenos y teníamos que irnos.
–¿Qué compraron quéeee? Si ya no están los abuelos, mentirosos. Además no
trajeron ninguna plata.
Mi viejo se resistió enojado pero al final
como los tipos venían armados, le dijo a mi mamá que nos trajera para Bs.As,
que luego nos llamaría de nuevo cuando se aclararan las cosas.
Pero nunca aclararon nada, dice que tiraron
abajo hasta miles de miles de árboles, no hay más sapos, se murieron un montón
de bichos de carne que eran los amigos nuestros. A la mama la vemos llorando
vuelta a vuelta, entonces para que pare, la abrazamos y le juntamos florcitas
que no son tan lindas como las que crecían por allá, pero al menos nos mira y
sonríe.
Yo sigo con bronca, no me gusta este lugar
donde te miran de reojo y muchas madres les dicen a los hijos, cuando nos ven
pasar –alejate de ese indio de mierda.
Qué se creerán, si son todas desteñidas. Y mis
hermanas se quieren parecer a ellas y se ponen pollitos de trapo en la punta de
las trenzas, pavotas.
Que se dejen de joder, yo me volvería al Chaco
pero es que ni tren que me lleve hay ahora.
De su libro de cuentos y relatos “Destapando
el silencio”. Editorial Amaru
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