Reflexiones
y desventuras de un jardinero
Fue casi al atardecer cuando Doña Rosario comenzó a
los gritos….¡¡¡se murió¡¡¡…¡¡¡ se murió¡¡¡
Ese día, él había comenzado pasando el rodillo de
corte alrededor de la pileta, luego siguió con paciencia por entre los árboles
y finalmente hizo el frente de la casa y el borde de la laguna.
Más tarde encaró con paciencia los margaritones, las azaleas, el clavel del
aire y el bicherío del duraznero, deleitándose con el aroma del jazmín.
Almorzó sentado en el césped una frugal ensalada de
papas con huevos y perejil que se había traído en la mochila y sin vergüenza se
permitió una corta siesta a la sombra de la acacia blanca.
Para la tarde dejó lo más rutinario. Fajado en la
cintura, estuvo arrancando hongos e hierbas malas que atacaban siempre al
césped inglés y regó un poco los
agapanthus que sufrían con el sol.
Dejó para el final las macetas de cultivos especiales
que la pícara Marisa utilizaba para plantar lo que se le ocurría o lo que la
abuela le regalaba para experimentar en el jardín ideas que la maestra le
enseñaba en la escuela. Por supuesto era mejor eso y no que enterrara semillas
de zapallo.
En eso estaba cuando observó que una de las macetas
parecía arrasada y no tuvo ninguna duda del origen de ese desastre. Para colmo
justo ésa…Su deducción coincidió con la desesperación de la abuela.
Doña Rosario seguía desencajada.
Don Jaime tomó coraje, se sacó las botas húmedas y con
yuyos pegados, y entró en el living en medias. Vio al Buby, el cachorro bóxer,
despatarrado boca arriba en el sillón. Puso una mano de consuelo en el hombro
de la anciana y le susurró…-Tranquila, tranquila… se devoró entera la planta de
melisa, va a dormir durante todo el día… el pobre quiso purgarse…
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