CIRCULO
Se despertó de golpe, mareado, sin saber muy bien
donde estaba o quien era. Incómodo y oprimido por la ropa, que ahora se dio
cuenta, no se había sacado antes de acostarse. Los pies pesados por los zapatos
sucios que contagiaron a las sábanas. Saltó de la cama y tuvo que aferrarse a
un paño abierto de la ventana para no terminar desparramado en los mosaicos. En
el espejo sucio de humedad, sobre la pileta cochambrosa, había un tipo canoso
de camisa arrugada y barba puntuda. Apenas si le dedicó una mirada, la justa
para arreglarse el pelo de un manotazo. El sol, al final del oscuro pasillo, lo
deslumbró. Venía distraído, pensando en el revoltijo de sábanas sobre el bulto
que ocupaba la mitad de la cama. La esquina se llenaba y vaciaba con cada
colectivo, se paró junto al poste, pero lo pensó mejor. Parado en medio de los
que querían subir, recibió empujones, miradas de bronca y algún pedido de
permiso que sonaba a otra cosa. Camino sin saber y entró al bar de la esquina.
Acodado en el mostrador, pidió un cortado y se quedó pensando nada, porque no
sabía en qué pensar
- ¿Me pagás un café? – Desconocida, flaca, pelo
largo, ojos grandes – Si claro – Habló con Marta dos cafés y después se fueron
a un bar más cómodo. No llegaron, se sentaron en el pasto de la plaza. Marta
estaba sola, no tenía trabajo y en dos días tenía que dejar la pieza - ¿Y qué
vas a hacer? – Ahora, sacarme la hormiga que me está trepando la gamba y
charlar con vos, después se verá - Un chico se les vino encima, otro lo
perseguía y los dos gritaban y se reían. Lo miraron con la risa congelada que
peleaba con el miedo, cuando los sujetó antes del impacto. Soltó a uno y le
ordenó correr, el otro pibe tironeó para soltarse – Pará, yo lo frené, tiene
ventaja para el raje - después lo soltó. Marta se reía – Sos lindo vos – Vivía
en La Boca, una
casa vetusta, alquilada por cuartos, la pieza estaba al final de un largo
pasillo, jalonado de puertas. En el aire flotaba una indescifrable melodía,
mezcla de cumbia, rock y algún tango – Parece una película en blanco y
negro – Pensó, mientras apartaba la cortina de cuentas desparejas. Marta
fue al baño y volvió desnuda. La miraba sin saber qué hacer y ella, parada ahí
con la cara llena de risa, no lo ayudaba a decidir. Estaban fumando cuando
golpearon la puerta. Un petizo sin edad, habló enojado. Un acento italiano en
el monologo, punteado con algún grito enojado. Es el casero le dijo Marta - Me
dio hasta mañana. Así que tenemos tiempo – Después lo empujó, otra vez, a la
cama. El petizo vivía en una de las piezas de adelante. La puerta ostentaba un
rótulo “Encargado” lo miró sin saludar, y siguió mudo, leyendo La Nación. Le preguntó por
la deuda, tenía hasta las nueve de la noche – Se la plata nostá, le tiro tudo a
la cashe – Volvió antes del plazo. Compró cerveza y pizza. El olor aceitoso de
la mozzarella se le quedó pegado en la nariz. El viejo seguía con el diario. Le
dio la plata y siguió hacia la pieza. El viejo gritó – Golpiá ante dentrar,
merá que nostá sola – Escuchó risas, que cesaron cuando golpeó – Hola, no sabía
que venias – Le contó de la deuda que estaba pagada y del tano que estaba
leyendo el diario desde la mañana - Mentiras, el viejo no sabe leer. Se pone
con el diario para mandarse la parte, pero es al pedo, ya se dieron cuenta
todos que lo único que hace es mirar las figuritas - Después le dijo que estaba
ocupada, y cerró la puerta. Se quedó enfrente, sentado en el cordón, masticando
la maza fría y pegajosa. Cuando lo vio salir supo que era él. Volvió al
conventillo y esta vez empujó la puerta y entró – Che, es mi casa – Le pagué al
viejo – Si, ya me lo dijiste ¿no? – Y bueno… - Yo no te pedí nada – Pero ahora
estarías en la calle – Y como se te ocurre que tengo que agradecértelo – Y así
siguieron. El sin encontrar las palabras y ella sin ayudarlo.
La bronca empezó de a poco, como sin darse
cuenta, vino junto con otras cosas; la auto conmiseración, por pagarle el
alquiler, la burla del encargado, ella que no le dio más bola – Yo me porté
bien – Se repetía - La muy guacha me cagó – Terminaba.
Volvió al conventillo y no la encontró. La vecina
le dijo que no había vuelto desde la tarde anterior. Se iba cuando la vio;
enmarcada en luz, al final del túnel del pasillo y el pelo parecía una aureola
brillante que coronaba la figura en negro. Cuando se acercó, el seguía sin
moverse. Cuando siguió rumbo a la puerta, sin siquiera saludarlo, alargó el
brazo para detenerla. Marta lo miró. Había tanto hielo en esos ojos que abrió
los dedos, bajó la vista y la dejó ir. Pero la siguió y se metió detrás de
ella. Marta se quedó quieta, mirándolo fijamente. Después quiso ir hacia la
puerta. La sujetó con fuerza. Otra vez las recriminaciones, otra vez las
respuestas que lo excluían, que dejaban todo en un momento que él, por su cuenta
y sin permiso, quiso extender - ¡No sos nada ni nadie! - ¡No quiero verte más!
- ¡Rajá de acá! - ¡Boludo! – La luz, que entraba por la ventana de la cocina,
hacía brillar la hoja de un cuchillo. Lo vio como al descuido. A medida que
ella hablaba, la hoja parecía irradiar luz azulada. Cuando lo empujó para que
se vaya, se apoyó en la mesa para no caer y sintió el mango en su mano.
Llevó el cuerpo a la cama, tapó las heridas con
la almohada y amontonó las sábanas para parar la sangre, que le ensució los
zapatos. Después se acostó a su lado. Quiso pensar en todo, pero se quedó
dormido.
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