JACINTA
¿Quién no ha estado en el dilema de
enfrentarse a situaciones difíciles? Creo que todos, alguna vez se han visto en
la disyuntiva de dirimir una cosa u otra. Las respuestas son variadas,
dependiendo de las experiencias personales y de los grados académicos que se
hayan alcanzado.
Esta historia tiene relación con el cumplimiento
de una promesa de campaña presidencial. El mandatario electo, revisando las
grabaciones de todo el proceso previo a la votación, y ahora en el poder,
decidió cumplir.
El parlamento, recientemente, había
aprobado una reelección inmediata porque estimaba que su gestión la estaba
realizando adecuadamente. No estaba dejando detalles para que la oposición encontrara
debilidades. Es así que llamó a un grupo de pedagogos y les dio la difícil
tarea de visitar los lugares más apartados del país. Al docente más calificado
del grupo, lo envió a un lejano pueblo donde de cien habitantes con derecho a
voto, sólo había obtenido un voto en contra. La victoria había sido aplastante.
La instrucción del mandatario fue: “No
importa que no aparezca ningún joven con méritos para estudiar, pero de este
pueblo, necesito al menos uno que se destaque”.
Es así, como a comienzos de primavera,
el pueblo despertó con gran algarabía, los visitaría un enviado especial del Presidente
de la República. El
Alcalde del lugar reunió a todos los jóvenes, porque serían objeto de un
examen. La instrucción era muy clara: “De
todos los que fueran a la universidad, por lo menos uno debía convertirse en
profesional”. Fue difícil contener el desorden en la sala, antes de llegar
el examinador. Con aire solemne éste les dijo:
- “Jóvenes, por instrucción especial
de nuestro Presidente recién electo, previo a una evaluación muy simple, de
aquí surgirán las futuras eminencias académicas”.
Primera pregunta: - ¿Saben lo que es
un seudónimo?
El silencio fue absoluto, con
excepción de un joven flacuchento que levantó la mano. Ni siquiera lo tomaron
en cuenta, por lo insignificante que parecía ser. Como la mayoría no supo responder
la pregunta, la dejaremos sin efecto. De todas maneras, coloquen su nombre para
identificar la prueba.
En ese momento, un grito acalorado
hizo que todos voltearan hacia la puerta de entrada.
-Discurpe el atraso, pero mi burro se
empacó.
El entrevistador se dijo para sí: - “A esta joven me la llevo para Santiago”
- Había notado la voluptuosidad de la chica.
-Ya pos Ja, siéntate luego para que
hagamos la prueba.- Le dijeron los otros jóvenes.
Cómo un destello de luz, esa minúscula
palabra quedó grabada en la mente del examinador. La prueba iba a ser fácil y
la última de diez preguntas decía lo siguiente:- “Vaca se escribe con v corta y
también con b larga”. Los examinados debían responder, solamente, sí o
no.
Terminada la prueba, las risas no se
hicieron esperar ante lo fácil que les habían parecido las preguntas. Todos ya
se sentían universitarios. Además, iba a ser sin costo para ellos.
El docente se reunió con el Alcalde
diciendo: - En una hora tengo el resultado con los aceptados.
Para perplejidad de todos, sólo una
joven había superado la prueba. El docente creyendo que era Ja, la que había sido
aceptada, estaba muy contento. Cuando se dirigió a ellos les dijo: -Jóvenes no se sientan mal, de las
diez preguntas el noventa y nueve por ciento respondió nueve preguntas buenas, y
sólo una persona acertó a las diez.
Mirando
fijamente a Ja dijo: -Que se levante la seleccionada.
El educador quedó perplejo, en vez de
la chica hermosa, el muchacho flacuchento se puso de pie. Éste había usado un
seudónimo para identificarse poniendo en su prueba, “Jacinta”.
Muy pocos asistieron a la despedida del joven
cuando partió a la universidad, tal vez motivados por la envidia de no reconocer
la suerte del insignificante muchacho.
Ya en clases el joven demostró ser muy
vivaz, captaba rápidamente las materias, por muy difíciles que fueran. Llamaba
la atención un pequeño detalle, solía sentarse en el último asiento de la sala.
Al principio nadie lo tomó en cuenta, porque era el único becado en esa
prestigiosa universidad, agregando a ello su apariencia campestre.
Pasado algún tiempo y dados los
resultados que él obtenía, lo empezaron a integrar. El joven por muy ocupado
que estuviera, siempre se daba maña para ayudar. Las chicas ya lo miraban con
otros ojos.
Pensaban
respecto al muchacho: -¡Que importa la apariencia, si el tipo es demasiado inteligente!
Se acercaba el final de año y
decidieron elegir al mejor compañero. El Campechano como le apodaron, cariñosamente,
no tuvo rival. En medio de la alegría les dijo: - Esta es la última oportunidad
que nos vemos, cada uno volverá a sus respectivos destinos y estoy tan
contento, que me gustaría invitarlos a mi tierra. Terminó diciendo - Mi casa es
chica pero el corazón es grande.
Acordaron el día del viaje y todo
quedó dispuesto. Las chiquillas comentaron: -“Por fin vamos saber quién ocupa
un lugar en su corazón”. Una de ellas susurró: - “Yo escuché el nombre de su
novia cuando habló por teléfono, para que sepan, se llama Jacinta. - Qué nombre
más raro para una mujer. Debe ser linda porque él es inteligente.
Se fueron todos en el tren. Fue un
viaje lleno de risas y recuerdos. Los padres del joven los esperaban con un
opíparo almuerzo, donde no faltó el asado y las empanadas jugosas. Y de
Jacinta, nada.
Empezaron a comentar entre ellos que
podría tratarse de un amor imaginario, y las chicas sintieron renacer las
expectativas. Cansados todos se fueron a dormir.
El Campechano les dijo:- Mañana será
un día de nuevas aventuras, buenas noches.
Aún no asomaban los primeros rayos de
sol, cuando una de las muchachas se despertó y dijo: - El Campechano no está-
otra agregó- Lo escuché decir que iba a ordeñar las vacas, para tener leche
fresca al desayuno, vamos a ayudarle. –Yo nunca he ordeñado una vaca, ni
siquiera sé cómo se hace.- Menos yo, sólo conozco la leche del supermercado - dijo
otra. En silencio se desplazaron al establo. De pronto escucharon el siguiente
diálogo:
-¡Cómo estay mi niña linda¡ Si te conozco
de ternera, recién parida y más encima te bauticé. Siempre que llamaba para la
casa preguntaba por ti, mi “Jacinta”. Mi papá dice que estás dando muy buena
leche, así que festejaremos a unos amigos que han venido conmigo de la capital.
Suavemente comenzó a ordeñar las ubres de la vaca y comenzó a fluir el blanco
líquido en el balde que tenía para recibirlo. Pero el Campechano se había
olvidado de un pequeño detalle, “amarrar la cola de la vaca”. El animal lo
golpeaba en su cara de vez en cuándo.
Tomó la cola y se la levantó para que
no lo siguiera molestando. Al incorporarse bruscamente se le bajaron los
pantalones, amarrados al descuido con un cordel, quedando al descubierto toda
su virilidad.
El Campechano no había notado la
presencia de sus amigas que lo descubrieron en esa instancia, nunca pensaron que
sólo de trataba de un hecho fortuito.
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