LA SOMBRA DEL TRAUCO
El bosque umbroso recibe los últimos rayos de sol que despiden aquella
tarde de estío. Es un verano excepcionalmente caluroso y despejado de nubes. La
temperatura es agradable, haciendo del paisaje que bordea el camino, el
embelezo de la muchacha.
Unos ojos penetrantes y misteriosos se han desperezado de su letargo. La
presencia de la hermosa joven y su caminar despreocupado, han motivado su
interés.
El dueño de aquellos ojos es un hombrecillo de no más de un metro de
alto, que cubre su cabeza y cuerpo, con un gorro y capa de quilineja (vegetal
fibroso y duro), semejante a una verdadera escoba andante. Camina silencioso y
a pasitos cortos, porque en vez de pies tiene una especie de muñones, pero eso
no es obstáculo para desplazarse con facilidad por entre el matorral
cercano al camino.
En sentido contrario cabalga un muchacho. Al estar a la altura de la
joven se desmonta y surge un tierno saludo de enamorados. Se miran, la abraza,
y le susurra al oído todas aquellas cosas que a la muchacha la dejan sin
voluntad para negarse a acompañarlo a un bosquecillo. El lugar parece desierto
y luce tapizado con una alfombra de pasto y hojas secas, que invitan a sentarse
sobre él. Allí surgen más abrazos, besos y caricias con la pasión propia de la
juventud de ambos protagonistas. Tendidos en la mullida alfombra natural, con
los ojos cerrados, están concentrados en su hacer amoroso y no advierten que el
hombrecillo está junto a ellos y los observa con curiosidad. De pronto, el
extraño saca de entre su ropaje un pequeño mazo que descarga sobre la cabeza
del muchacho, dejándolo inconsciente por un instante. La joven siempre con los
ojos cerrados, no advierte que el hombrecillo ha tomado el lugar de su
enamorado, embrujando el momento con un instante de placer ardiente, explosivo
e inolvidable para ella.
El hombrecillo se retira, tan silencioso como llegó, parecido a una
sombra que se desliza por entre matorrales y árboles…suavemente. Sólo se
escucha el piar de los pajarillos buscando acomodo en el tupido follaje de los
árboles.
La muchacha despierta del encantamiento y presintiendo, que si se entera
su familia, este momento le traerá bastantes complicaciones. Después de tanta
efusión, prefiere dejar a su enamorado sumido en lo que cree un sueño plácido y
reparador, y emprende con mucha prisa el camino de regreso a su casa.
Pocos meses después se celebra la boda, la muchacha ya luce un abultado
vientre, los padres resignados se han puesto sus mejores galas, y en casa han
dispuesto una pantagruélica cena para todos los invitados, que son bastantes
entre parientes y vecinos. El joven camina vanidoso hacia el altar para unir su
vida con la mujer que pronto le dará un hijo.
Desde un árbol cercano, unos ojos miran con curiosidad la ceremonia, y
de pronto, el dueño de aquellos, emite un chillido de triunfo, que en ese
momento se confunde con el de las aves que cruzan el cielo, en raudo vuelo. La
soleada tarde empieza a cubrirse de nubes oscuras que presagian
tormenta.
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