UN
CHISTE CRUEL
Manolo
caminaba con paso seguro por la avenida iluminada por el sol poniente. Los
jardines de las tiendas lucían floridos y sus perfumes parecían inundar el
ambiente.
Debía estar triste, pero muy por el
contrario, me siento liberado, tanto como si una pesada mochila en mi espalda
me hubiese abandonado. Por primera vez, después de mucho tiempo, voy sin prisa
alguna. Su tranco lo acompasó al ritmo de sus pensamientos, ágiles y
seguros.
Era
un hombre cincuentón, de buena figura a la distancia, y de cerca mejor, se
podría decir atractivo. Sus ojos azules
en un rostro moreno, hacían resaltar su simétrica dentadura, ahora
visible al sonreír ante su imagen reflejada por las grandes vidrieras de una
tienda de autos.
Tras
el cristal, una mujer de mediana edad, rubia, posiblemente teñida. Sin duda
bastante atractiva. Su cuerpo, bien formado, no dejaba indiferentes a cuanto
varón se le cruzara, y su perfume, suave y penetrante, envolvía hasta el
pensamiento.
Mientras
Manolo, contemplaba un vehículo que llamó poderosamente su atención, la rubia se
acercó con cierto disimulo. Pero no tardó
mucho en decidirse y lo abordó, con una sonrisa cautivadora.
-Señor, disculpe. Me agradaría conversar con
usted. Soy publicista y estoy trabajando en un suplemento de vestuario. Es para
una cadena de grandes tiendas y me hace falta una imagen de varón, así como la
suya.
El
hombre pensó que podría tratarse de una broma de mal gusto, de esas que
acostumbran hacer en algunos programas televisivos, por ello sonrió y enarcó
una ceja, lo que le proporcionó más atractivo.
-Perdón señorita, creo no entender. Veamos,
¿usted cree que mi imagen le puede servir de modelo?, o es un programa de esos
donde a los incautos, por no decir algo más feo, les hacen creer en una situación
equivocada. ¿Una vulgar tomada de pelo?
-¡No!, dijo la rubia. – ¡Definitivamente, no! – Observándolo
con atención y pensando, que no se había equivocado en su apreciación
precipitada. –Es más, agregó.- Lo invito al café del frente, para
explicarle con más detalle mi proposición.
-¿Total qué puedo perder?- pensó y la
siguió dócilmente.
Al calor y agrado de un aromático café, le
conversó de su oferta para que modelara ropa masculina de todo tipo, fijando
sus honorarios y su horario de trabajo. Quedaron convenidos para iniciar la
primera toma fotográfica para el día siguiente, y así avanzar en el aprendizaje
de una actividad que no estaba ni remotamente dentro de sus conocimientos.
De
camino a su departamento, arrendado recientemente, iba pensando que su
positivismo ante las dificultades lo había salvado. Hacía dos meses estaba
cesante. Su patrón había puesto los ojos en su mujer: joven, bella y ambiciosa.
Los lujos, y el auto último modelo, la convencieron de convertirse en amante
con cierta ventaja en la vida del empresario.
Él
ya tenía un matrimonio anterior. Su fiel y devota esposa había fallecido, junto
al bebé que esperaba. Tragedia que suavizó con el conocimiento de Ángela, quien
muy luego buscó otro horizonte más productivo.
Al
otro día llegó temprano a la dirección indicada en la tarjeta, e inició sus
primeros aprontes de modelaje, que en razón a su buena salud y disposición, le
fueron más fáciles de lo que hubiese imaginado.
A
la semana siguiente, ya caminaba con la soltura propia de un modelo avezado. Se
sentía poco menos que triunfador. Denisse, que así se llamaba su jefa, lo tenía
medio trastornado. Su trato cordial, su figura espléndida y su perfume, cuyo
recuerdo lo hacía divagar en sus noches de soledad, lo estimulaba en su nueva
actividad. Al parecer, a la mujer tampoco le era indiferente, puesto que al
configurar alguna imagen visual de tal o cual prenda, sus ojos oscuros quedaban
prendidos en los suyos con un indefinible mensaje, todavía no analizado en
profundidad.
Un
día que el fotógrafo debió retirarse más temprano, Denisse le propuso posar
unos nuevos modelos de ropa de playa, entre los que se encontraba un reducido
traje de baño, un poco atrevido, pero sugerente para un hombre de su edad.
En
un giro rápido, mientras ella le indicaba cierta postura de brazos y piernas,
los hizo toparse en forma brusca, ambos quedaron prisioneros de sus miradas al
observarse tan cercanamente. Él, la acercó con cierta timidez y juntó su boca a
la de ella. Sintió una sensación de correspondencia femenina, que lo hizo
apretarla con más fuerza y hundirla en un abrazo que lentamente dio origen a
caricias más íntimas. Desembocando en un silencioso estremecimiento de sus
cuerpos entremezclados, hasta terminar en un clímax que detuvo el tiempo.
Ya
era medianoche y reinaba la oscuridad. Ella fue la primera en separarse, sin
decir nada, como temerosa de romper el hechizo. Fue al baño a vestirse,
componer su peinado y maquillarse. Manolo, aún aturdido, trataba de pensar. La
pasión había sido desbordante. Sin embargo, algo extraño rodeó esta relación,
que no acertaba a definir. Algo no encajaba en sus conocimientos acerca del
amor.
La
mujer apareció compuesta. Ya dueña de la situación, cerró las cortinas y
encendió la luz.
-Lo siento, tengo que irme rápido- No
obstante se notaba su confusión. -Mañana
nos veremos. En la toilette te dejé una nota, te ruego la leas antes de
retirarte.- Abrió la puerta y la cerró tras ella, suavemente.
El hombre se incorporó y se dirigió al lugar donde lo esperaba el
mensaje. La habitación todavía olía el penetrante perfume de la mujer. Leyó,
tratando de comprender. Su rostro reflejó sorpresa, sus ojos ya no lucían ese
brillo del hombre triunfador. Esta noche, la vida le había jugado otra broma
cruel.
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