LA KELA
El tren se ponía en
marcha con ruido de huesos viejos y algún estornudo breve. Apenas había pasado
Rancagua y un pequeño grupo de personas se iba acomodando en los asientos
vacíos más próximos a la puerta. Una mujer de abrigo rojo y largo avanzó, se
instaló al frente mío colocando una maleta grande entre los respaldos opuestos.
Continué leyendo un
libro. Suelo llevar siempre uno o dos para los viajes en tren. Es un gran placer leer mientras se viaja. Por
el rabillo del ojo advertí que me observaba. Era grande, alta y maciza, pero
con buenas formas que podían adivinarse bajo la ropa ceñida. Unos zapatos
negros de tacones muy altos llamaron mi atención. Volví al libro.
Media hora
después ella se había quitado el abrigo y parecía leer una revista de magazine.
Continuaba observándome cada vez con más insistencia. Me inquietó esa actitud.
La miré francamente; era gordita y un par de años mayor que yo. Me pareció
voluptuosa, fumaba con cierta gracia, el pelo castaño claro evidentemente
teñido alcanzaba a cubrir sus hombros y parte del abundante pecho. Me sonrió
directamente, desafiante se levantó y vino a sentarse a mi lado.
-¿Tu eres Rodrigo? - Atolondrado respondí que sí. Yo no
la conocía y ella, al parecer, sí… -Nos
conocimos hace unos diez años…yo vivía
en Concepción… en el barrio estación… Soy la Kela… ¿Te acuerdas?
****************
En un
parpadeo del tiempo neuronal la recordé, y también toda la circunstancia en que
nos habíamos relacionado.
Yo vivía con
mis abuelos en Concepción, mis padres estaban pasando esas etapas de conflictos
económicos que hacen conveniente alejar a los hijos por un tiempo. Por la misma
razón abandoné el colegio en Santiago y me matricularon en el Liceo de Hombres
de la Capital del Bío-Bío. Llegué al
tercero de humanidades con 14 años; era el menor del curso. De inmediato me
bautizaron como el “Chico Valdivieso”.
Antes del 21
de Mayo, el profesor de Educación Cívica organizaba las elecciones de curso. Ya
conocíamos la teoría del ejercicio democrático y republicano. El presidente de
curso elegido el año anterior, hacía una “cuenta” de lo realizado y entregaba
el cargo. La asamblea proponía nuevos dirigentes para el período. La
presidencia no era reelegible.
El Patolucas,
como apodaban al Presidente, era de los mayores del curso, muy simpático y
reconocido galán, me propuso a mí como candidato. Entendí que era una broma,
apenas me conocían, además de ser el menor de todos. Permanecí impávido, no sabía como rechazar la
nominación. Tres nombres se anotaron en la pizarra. Por lista alfabética cada
uno votó con un trozo de papel que se depositó en la urna -una caja de zapatos
con una ranura- al final el profe fue leyendo cada voto y sorprendentemente
gané la presidencia, con mucha ventaja sobre los otros nominados. El Patolucas fue el primero en felicitarme y
me ofreció su apoyo para que yo pudiera ejercer el cargo sin problemas.
El profe me
hizo pasar adelante para que diera las gracias por la votación obtenida,
(60%), y por la confianza de mis
pares. Hizo un breve recuerdo de los
principios democráticos que ya habíamos estudiado y dijo al elegido como
secretario que levantara un acta con el resumen y los resultados de la elección.
Sentía
emoción y mucho temor por ser ésta mi primera experiencia cívica. En el colegio
de curas nunca habíamos elegido a nadie, el Profe. Jefe de curso, nombraba en
Marzo a un presidente de curso y eso era todo. Para el día del colegio se hacía
un desfile y el presidente marchaba a la cabeza del curso. En Septiembre había una reunión de todos los
representantes de los colegios Católicos de la Comuna y en esta instancia
asistían los presidentes de curso.
En el recreo,
el Patolucas me pasó un papel con su “Programa de Gobierno” y me dijo que yo
podía hacer uno parecido para presentar en la primera reunión de Asamblea de
Curso, bajo mi Presidencia. Eran unos diez puntos, recuerdo que uno era
“mantener encerado el piso de la sala”.
Lo recuerdo porque también lo puse en mi programa ya que en la bodega de
la casa de mi abuelo había un tambor con mucha cera que nunca se ocupaba. Llevé
cera en un tarro cada miércoles por la tarde,
cuando los alumnos hacíamos “Régimen Interno”, o sea el aseo y
mantención de la vieja sala y el pasillo contiguo.
Me fui
haciendo amigo del Patolucas y sus consejos siempre me sirvieron, además cuando
los más “viejos” del curso trataban de tomarme para el fideo, de inmediato él
se encargaba de pararles el carro en seco. A veces yo lo ayudaba con las tareas
para la casa, porque él tenía que trabajar con su papá y no tenía tiempo de
hacerlas. Su padre -Don Pato- tenía un taller de carpintería y se dedicaba a
confeccionar ataúdes y cunas. El Patolucas era el único del curso que fumaba en
los baños durante el recreo largo de las diez. Alguna profe lo descubrió y lo
suspendieron de clases. Cuando vino el papá, le dijo al Inspector: - El Pato
fuma a los 18 años, yo empecé a los 15, o sea estamos progresando… ¡Pues, son
tres años más, señor Huerta!
Me contaba de
sus conquistas amorosas y me dijo que cuando nos encontráramos en la calle con
algunas de sus amigas, yo dijera que él estaba en sexto humanidades. Parece que
le daba vergüenza estar tan atrasado. Sus amigas eran muy grandes para mí y
aunque él me hacía gancho, nunca me resultaba
un pololeo. El cabro chico, es decir yo,
era más una presencia incómoda que una compañía provechosa para el
Patolucas, a pesar de eso me invitaba a compartir con él, íbamos a la plaza, al
cine y al estadio a ver fútbol y atletismo. También alguna vez fui a un malón
al que él mi invitó.
En Agosto, el
Patolucas se puso a pololear con una niña mayor que él, tenia 19 años y
trabajaba en una peluquería. Poco a poco nos fuimos distanciando, la polola lo
tenía muy absorto, incluso lo iba a buscar
cuando las clases eran en la tarde. Las pocas conversaciones que aun
teníamos eran de sexo. La nueva polola era muy exigente y cada día lo metía a
su cama por horas. Andaba pálido y con sueño todo el día. Yo aprendí muchas
cosas que ignoraba y comencé a mirar a las profes y a las niñas del Liceo de
mujeres con otros ojos.
Después
del desfile del 18 de Septiembre el Patolucas no volvió a clases en toda una
semana. Me llamaron de la Inspectoría del Liceo y me contaron que Don Pato
había fallecido, que el Patolucas no podría seguir asistiendo a clases porque
tenía que hacerse cargo del taller de ataúdes y de la mamá, quien quedó muy mal
con lo del ataque cardíaco de Don Pato, además tenía dos hermanos chicos.
Fue un tiempo muy triste para todos y más aun para mí. La
directiva del curso y el Profesor Jefe hicimos una campaña de ayuda y después
fuimos a su casa a darle el pésame y el dinero que juntamos. El Patolucas
estaba muy emocionado, nos recibió en el taller con su delantal de
maestro carpintero. Yo me impresioné mucho al ver los ataúdes pintados de negro
que estaban amontonados a un lado. En
un momento él me dijo bajito: “Oye Presidente, sabes… para más yapa la Nuri me
dejó...” Sólo lo escuché sin saber que
contestarle…
Nos fuimos muy deprimidos y nadie habló nada en el
bus. Yo imaginaba a Don Pato metido en
uno de sus propios ataúdes.
Llegó Diciembre y el tiempo de los exámenes. Apareció el
Patolucas a dar exámenes libres para pasar de curso. A todos nos alegró verle.
Me pareció que estaba más grande, como más serio o más adulto. No bromeó con
todos como antes lo hacía. Me contó como
la Nuri lo había “pateado” y se había ido a trabajar a Santiago con un
empresario que le prometió ponerle una peluquería en Recoleta. Me dijo que si
pasábamos todos los exámenes sin dejar ni uno para Marzo, me iba invitar a
realizar una visita muy importante para
mí. No supe bien de qué se trataba, pero sospeché que era a la parcela de una
tía suya, camino a Lirquén, donde tenía
una prima muy linda que vimos para el desfile del 18 de Septiembre y en la misa
del funeral de don Pato.
El 12 de Diciembre, con el ramo Trabajos Manuales
terminamos todos los exámenes. El Patolucas se sacó un 7. Ya estábamos en
quinto humanidades. Fuimos al cerro a quemar los cuadernos como era la
tradición, allí andaban muchos estudiantes haciendo lo mismo. Se formaban
verdaderas fogatas y algunos llevaban guitarras. Las parejas de pololos se
perdían en los bosques…Diciembre era un mes lindo y ya el calor del verano se
sentía hasta en la noche.
Se me acercaba la fecha de volver a mi casa en Santiago,
eso no me gustaba nada. Salvo las fiestas de Navidad y Año Nuevo, donde nos
encontrábamos con todos los tíos y tías, primos y primas… Allá no había nada
más interesante.
El Patolucas me llamó el día 15 que era un jueves. Dijo
que me iba a pasar a buscar en la tarde, como a las cinco, que me arreglara para salir con unas
niñas. Me conseguí permiso y me puse ropa de domingo. Estaba muy nervioso, casi
quiebro el frasco de colonia de mi abuelo a quien le robaba un poquito, a
veces.
El llegó puntual y bien arreglado. Tomamos un micro y
después de un rato nos bajamos cerca de la estación. El Patolucas me notó
nervioso. Me dijo que no tenía de qué preocuparme, era una sorpresa y lo iba a
pasar muy bien. No íbamos a salir con niñas pesadas de esas que me decían cabro
chico.
Caminamos varias cuadras hasta un sector que yo no
conocía, casi todas las casas eran iguales y sin jardín. En la calle varios
niños jugaban a la pelota y las niñas saltaban con un cordel. Me pareció que
todos eran de familias pobres pero que estaban felices, aun sin zapatos. Llegamos a una casa, en la puerta estaban
tres muchachos fumando y jugando al naipe.
Uno muy moreno se apartó y vino a saludar al Patolucas. El le preguntó
por la Kela, le respondió que estaba ocupada pero, que luego se iba a
desocupar. Pensé que era una de las amigas que saldrían con nosotros. El moreno
me preguntó; - ¿Y vos cabro cuantos años tení…?
El Pato le contestó que tenía 16. Yo no dije nada. Se rió y murmuró algo así como; -ya estay
viejito para andar con padrino…El Pato lo tomó con brusquedad por el brazo y le
pasó un sobre arrugado. El muchacho se retiró entrando en la casa.
-Esperemos un poco, ya se va a desocupar mi amiga- Me
comentó el Pato tratando de que no me pusiera mas nervioso. En realidad yo no
entendía nada de lo que ocurría. Le pedí que me explicara. - Este negro es el
hermano de la Kela y es muy pesado, pero ella es todo lo contrario, es una
cabra muy cariñosa, ya vas a ver…- Sacó
un cigarrillo y lo encendió. -No te convido porque no quiero que seai vicioso
como yo - me dijo riendo.
En ese momento me habría fumado un cigarrillo, estaba
nervioso, me sentía bastante tenso. No saber otra cosa que esperar a una niña a
quién no conocía y tampoco cual era el panorama. Era un momento complicado que
se sostenía sólo por la confianza y seguridad que me daba mi amigo.
El Pato terminó su cigarrillo. Salió otro muchacho de la
casa y apareció el moreno pesado.
-Ya, ahora pueden pasar-, dijo mientras miraba para los
dos lados de la calle. Entramos, el lugar era oscuro porque la ventana estaba
tapada con una cortina gruesa. Dos sillones viejos y una mesa de comedor con
cuatro sillas junto a un aparador eran los muebles que distinguí.
Ya –dijo al Pato,- espera a que la Kela te avise. No se
puede pasar de a dos. Acto seguido salió a la calle.
Me acostumbré a la penumbra. Había dos puertas hacia
atrás. Una entreabierta por donde se veía una cocina y en ella una tetera. La
otra daba a un pasillo largo, al fondo se lograba ver un patio o una galería
más iluminada. Nos sentamos los dos en el mismo sofá. El Pato prendió otro
cigarrillo.
De pronto por el pasillo entró una anciana encorvada, con
ropa oscura y larga y con la cabeza cubierta por un velo o un pañuelo grande.
Entró a la cocina y retiró la tetera del fuego.
Tomándola con un trapo se la llevó por el pasillo con la misma lentitud
con que había venido. El Pato
me dijo despacito -Seguro que la vieja toma mate todo el día.
A mí me pareció que no nos había visto. Puse mi atención
en el pasillo, estaba ansioso por ver aparecer a la Kela. ¿Cómo sería? No me
atrevía a preguntar para no parecer tan “cabro chico”.
Pasó un rato que
me pareció eterno. Una puerta del fondo se entreabrió y se escuchó un llamado:
¡Patooo, pasa Patitooo…!
Se levantó como un resorte y me dijo, - apágame el
cigarrillo, tranquilo...vuelvo altiro…- y se perdió en la puerta del pasillo.
Bastante intranquilo me quedé sólo, ya me estaba fastidiando esta situación con
tanto misterio. -Si se demora mucho me voy no más - Resolví, mientras apagaba
el cigarrillo entre otras colillas, en un cenicero de cobre que estaba sobre el
viejo aparador.
El Pato, volvió muy pronto. Venía contento y sonriendo: -
Ya Rodrigo, campeón, ahora vas a ir a la ultima pieza, al otro lado del patio
interior que se ve de aquí, la Kela te espera. Quise reaccionar y negarme
mientras no me explicara todo este trámite y esta situación tan confusa. No
alcancé, me tomo del brazo y me dijo;
-¡Esta experiencia nunca más se olvida… en toda la vida! Es tu paso de
cabro chico a hombre grande…Caminé el oscuro pasillo como anestesiado, buscando
una explicación a lo dicho por mi amigo, imaginé que la Kela me esperaba con
vestido de fiesta, lista para salir… En el patio de luz la vieja estaba sentada
en una silla de mimbre tomando mate. Pareció no verme.
La puerta del fondo estaba entreabierta, toqué con los
nudillos. Una voz femenina me respondió de inmediato: - Pasa, pasa y cierra la puerta…
La habitación era grande, una lámpara de velador la
iluminaba tenue. La cama era de dos plazas y tenía un cubrecama rojo brillante.
Sobre ella estaba una mujer semi de lado, cubierta por una bata, tan roja como
el cubrecama. Tenía la cara muy pintada. De inmediato imaginé que era una
prostituta de esas que había leído en las novelas o de las que contaban
historias sexuales los muchachos mayores. Me sentí traicionado por el
Patolucas. En ese momento habría huido a no ser porque ella se levantó como una
gatita mansa y me tomó la mano, diciéndome: -No te asustis Rodrigo, ya me contó
el Pato que es tu primera experiencia sexual… siempre el primer polvito es un
poco así… con miedo y emoción. Ya, siéntate aquí conmigo y conversemos…
¿Cuántos años tení… porque 16 no tení…? -Tengo 15- mentí… aunque sólo me faltaban unos meses
para cumplirlos.
-Ah… que bueno… yo tengo 16… y no soy putita… solamente
atiendo algunos amigos para ganarme unos pesitos y mantener a mi abuela… ¿La
viste? Ella está siempre ahí en el patio chico cuidándome…Mi madre se fue pa
Santiago el año antepasado y no ha vuelto. Mi taita trabaja en Argentina, en la Patagonia y manda plata
de cuando en cuando… ¿Tai más tranquilo?
-Si, sí estoy tranquilo… es que el Pato no me dijo
nada y no traje plata…
-Ja... Ja... ya lo arreglamos con él. Tu debí ser muy buen amigo porque él te trajo
como si fuera tu hermano mayor y me pagó muy bien…me dijo que te descartuchara
con mucha ternura… para que seai un campeón con las minas…
Me calmé de improviso, una sensación de seguridad me
devolvió el aplomo. Observé mejor la habitación y a la Kela. Era hermosa aunque
un poco redondita, su pelo castaño oscuro abundante caía sobre sus pechos que
trataban de salir por el cruce de la bata roja…Las piernas muy blancas y
torneadas parecían de niña de calendario, sobre el cubrecamas rojo… Tenía los
ojos grandes color almendra.
En un peinador con espejo y cubierta de mármol trizado,
estaba la tetera y un lavatorio enlozado… En el respaldo de una silla dorada,
tapizada con brocato rojo, había una toalla blanca cuidadosamente doblada…Un
aroma de colonia barata y jabón de tocador inundaba el recinto. La ventana que
daba a un patio de atrás estaba abierta; unas cortinas rojas gruesas la cubrían
impidiendo el paso de la luz desde afuera.
-Ahora, Rodri... ven, te voy a desvestir y lavar el
cosito…con agüita caliente, después nos vamos a meter a la cama para enseñarte
lo que es bueno… ¡ya vai a ver que rico lo vamos a pasar…! Yo nunca me he
acostado con un joven cartuchito y tan bonito como tú…te voy a enseñar todo lo
que sé…
Dos horas después, el Patolucas se había fumado toda su
cajetilla de cigarros y tenía el lugar apestoso. Jugaba al naipe con los otros muchachos en la
mesa. Yo salí enamorado de la vida y a mi amigo le di un abrazo que lo dejó
emocionado.
-Rodrigo, ¿no sabes lo importante qué ha sido este año tu
ayuda?, si no hubieras llegado al Liceo, lo más seguro es que yo no habría
pasado de curso… por eso te siento como un hermano menor… mi padre me decía
siempre: La verdadera amistad es una fruta escasa y hay que saber cultivarla
para que dure toda la vida.
********************
-Claro que me acuerdo, tú eras amiga del Patolucas.
Éramos chicos, estábamos en el Liceo de Concepción…-Déjate de rodeos,
yo te inicié en la vida de hombre. Para mí fue muy lindo y te voy a
confesar que debes ser el único niño de ese tiempo que nunca olvidé…estabas tan
contento y tan emocionado que ahí me di cuenta de lo importante que era el
“momento” para un hombrecito.
Me sentí bastante complicado con ese recuerdo de la Kela,
me pareció que enrojecía como un niño chico. Me armé de valor y le contesté:
-Cierto, es muy importante porque uno sólo tiene información por los cuentos y
aventuras que narran los amigos y compañeros de colegio, que son un poco más
grandes. La mayoría de esos relatos son fantasías y exageraciones. La realidad
se presenta cuando efectivamente se tiene esa primera relación íntima con una
mujer de verdad. Si ella sabe manejarse, uno descubre la maravilla del sexo y
si no sabe encontrarla, resulta un mero episodio orgánico, no más relevante que
la primera vez que comes erizos o riñones al jerez…
-Rodrigo, ¿ese es tu nombre verdad?, ah… me gustaría
saber; ¿qué te pasó después…? ¿Pensaste que yo era prostituta?... ¿Tuviste ganas de volver a verme?... ¿Pololeaste
mucho…te casaste?
-Bueno, estee…hace tantos años… ¡Claro que tuve ganas de
volver a verte!, me pasé muchas noches en vela recordando cada segundo pasado
contigo, yo tenía solo 14 años y me sentía todo un hombre adulto… Nunca pensé
que eras prostituta, creí exactamente lo que me dijiste acerca de obtener algún
dinero para ayudar a tu abuela…Creo que hasta me sentí enamorado. Recordarte y
apreciar como las hormonas se me agitaban era un solo acto… ¿Te acuerdas que
fue en Diciembre?...Yo tuve que volver a Santiago antes de la Navidad y nunca
volví a Concepción… Me puse a pololear al año siguiente con una niña compañera
de curso, fue la primera de muchas…
Me escuchaba atentamente sin quitar sus ojos de los míos.
Eran los mismos ojos que estaban grabados en mi memoria; unas almendras que
traslucían ternura y dolor. Ella se me fue transformando en la misma Kela de
hace veinte años, sus labios - no tan pintados- me parecieron apetitosos, sus
formas redondas conservaban su magnetismo y sus manos -con varios anillos- no
habían perdido su gracia… Conversamos sin parar hasta Chillan y me fascinó como
ella había manejado su vida alcanzando todos los objetivos que se había
trazado.
Riendo me
dijo en tono jocoso: - Te fijas Rodrigo, no he podido dejar de vincularme con
los embutidos… Ja…Ja
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