El cuarto
El cuarto olía a tiempo, quizás ese ambiente lo
imponía la sobre abundancia de muebles viejos.
La claridad se enfrentaba en una dura batalla con
la oscuridad que yacía agazapada repleta de pesadez y nostalgia de otros
tiempos, de otra vida.
Al entrar
al cuarto su presencia gozó de la
total indiferencia de las partículas de
polvo que flotaban en el aire como constelaciones buscando donde orbitar.
Él, contemplo todo con sus ojos de ausencia.
Era tan etérico que sus pasos no dejaban huella sobre
la alfombra. Su delgadez extrema, por falta de sustancia, lo hacía más... volátil.
Nada de lo que allí había ya le pertenecía, hasta
los recuerdos se evaporaban como las naftalinas guardadas en los cajones de los
muebles y cuyo aroma impregnaban el cuarto.
Se sintió solo muy solo, sin esperanzas. Entonces, tomó conciencia, respiró hondo y
atravesó la pared.
La hormiga
Había
una vez una hormiguita, que un buen día de primavera, mientras tomaba un poco
de néctar bajo una gran hoja de parra,
comenzó a preguntarse: “¿Este espacio que va desde la planta al hormiguero es
el mundo? Con el corazón lleno de
valentía decidió averiguarlo y transformarse en una hormiga exploradora. Sus
amigas, las otras hormigas, alarmadas por semejante atrevimiento le decían
“¡¡¡no
sea loca!!!”, “¿adónde vas?”, “hay peligro mas allá de las filas”, “muchas
hormigas exploradoras no han vuelto…” Pero la hormiguita, que se llamaba Juana,
no quería oír voces cargadas de temor,
estaba dispuesta a conocer más allá del hormiguero.
Caminó y caminó…todo lo que sus pequeñas patas le
permitieron. A medida que recorría
lugares iba haciendo senderos… y
conociendo: flores de múltiples fragancias, hojas de diferentes tamaños y texturas, diminutos
charcos que saciaban su sed.
También encontró otros insectos con
idiomas desconocidos por ella y que por necesidad de compañía aprendieron a comprenderse.
En
un despejado día de sol mientras paseaba
entre la hierba, se topó con un
grillo cantor llamado Manolo. Este interpretó hermosas melodías mientras movía su redonda cabeza de aquí para
allá y entre el ¡cri..!¡cri…! y el ¡cri-cra..! se fue formando una maravillosa
amistad.
El
nuevo compañero de viaje le propuso llevarla
entre sus alas hasta lo más alto
de las ramas del viejo árbol de nogal
para que pudiera ver desde lo más alto todo el jardín. Mientras ascendían por su tronco, el árbol
empezó a reír a carcajada porque las patas del grillo le daban cosquillas
pero la hormiguita se hallaba
fuertemente sujeta a su amigo saltarín; estaba resuelta a ver... Cuando
llegaron a la rama más alta, sus pequeños ojos
se encandilaron ante la bastedad
del inmenso jardín. Su pecho dio un brinco y el asombro le fue ganando
todo su cuerpito hasta hacerla temblar por un instante. Contempló el colorido de la multitud de flores y
plantas que ella no conocía.
Ante
tanta belleza tomó otra
determinación, ir más allá aún…Explorar
el bosque.
Manolo
le dijo que la acompañaría donde fuera, que para eso estaban los amigos. Y los
dos emprendieron la nueva aventura.
Las hormigas de la colmena comentaron por años la valentía de Juana que
pasó a ser una leyenda.
Cuentan
los insectos que hasta hoy, por el miedo y la comodidad del hormiguero, ninguna
otra hormiga se atrevió a imitarla.
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