¡ME QUEDÉ EN EL PASADO!
En el living de su hogar leía
tranquilamente el periódico, de pronto
lo dejó de lado y miró de reojo a sus nietas que se preparaban para reunirse
con sus amigos con los que irían a un “carrete”, como todos los fines de
semana. Sonrió con desgano al percatarse de los cambios ocurridos con las
nuevas generaciones. En su época, las señoritas no salían solas, los varones
iban a buscarlas y a dejarlas a sus casas, conociendo por ende a sus familias. Ahora,
rara vez se les conocía a sus amigos. Eran las 21.30 y ellas consideraban que
aún era muy temprano para partir, las fiestas se animaban después de la
medianoche. ¡Dios mío! Exclamó en voz baja. ¡Cómo han cambiado los tiempos! En
mi época, a esta hora veníamos de regreso a casa y algo asustados por la
reprimenda que recibiríamos. ! Nos habíamos excedido del horario!
Observó a Fernanda, su nieta mayor,
de una exuberante belleza trigueña, luciendo unos pantalones desteñidos y todos
deshilachados en las bastillas. ¡Amén, que parecían caérseles! Los tenía a la
altura de las caderas, dejando al descubierto parte de su cuerpo. La chaqueta
que llevaba le llegaba un poco más arriba de la cintura. Mirándola por sobre
sus espejuelos le dijo: - ¡Hija, te queda muy chico ese Pecos Bill,
cámbiatelos! La joven lo miró sorprendida y fue Elizabeth, su nieta del medio,
una chiquilla de apostura desafiante y grandes ojos pardos, quien le respondió
con su rudeza habitual:- ¡Tata, no se llaman Pecos Bil, se llaman “Jeans y así
se usan! Se quedó alelado, si hasta las denominaciones de las prendas de vestir
habían variado de nombre. Se encogió de hombros y siguió leyendo, sin embargo
continuó mirándolas a hurtadillas.
Alejandra, la menor de las niñas, se
le acercó acurrucándose entre sus brazos y se quejó de dolor de cabeza,
preguntándole: -Tatita, ¿tienes algún remedio?, - ¡No mi hijita! respondió él,
pero una de sus hermanas puede ir a la botica de la esquina a comprar
Mejorales. Cada vez que sus hermanas mayores tenían un “carrete”, Alejandra se
enfermaba, ya que a su corta edad, no podía acompañarlas y eso la disgustaba.
Para hacerse notar inventaba cualquier dolencia. Nuevamente, Elisabeth lo
criticó aduciendo: -¡Tata, no se llama así! se dice farmacia y ahora existen las
Aspirinas, los Tapsín, etc. ¡Todavía no aprendes!-. Le recibió el dinero y de
malas ganas, salió a comprar, no sin antes regañar a su hermana pequeña por
molestosa.
Ignorando el mal humor de su nieta,
se dirigió a la mayor:- Negrita, hágale una basta a los pantalones, porque los
lleva arrastrando y se ven muy feos. -¡Tatita,- respondió ella con un dejo de
dulzura, - no seas exagerado, así están a la moda!- Movió la cabeza en signo de
desaprobación, pero no añadió nada más, no valía la pena. Alejandra intervino:-¡Mi
Tata tiene razón, te vez harto mal!-. Fernanda contestó: ¡No “seai metida”
cabra chica. Tú quédate “piola”!
Su esposa iba más al ritmo de sus nietas,
y siempre en son de broma, cuando rezongaba por las extravagancias de los
jóvenes modernos. Le decía: ¡Viejo, te has quedado en el pasado, “cachai”!,
riéndose con incredulidad ante la palabra que empleara. No se consideraba tan
anciano, se veía más joven de los 78 años que tenía, bien conservado
físicamente y con la mente lúcida. Cuando alguno de sus alumnos lo encontraba
en la calle, le hacían el alcance de lo bien que lucía. Por su parte él los
identificaba con nombres y apellidos. Se preguntó:- ¿Cómo sería dirigir una
escuela en este momento? Habría tenido que asimilarse a las circunstancias para
poder compartir y educar. Hacía 15 años que había jubilado por una enfermedad
al corazón.
A las 11,30, las niñas decidieron
marcharse. Quiso saber a qué “boite” irían. Las chicas se miraron y al unísono
le aclararon:- No se llama “boite”, Tata. Vamos a “vacilar” a un “pub”.
Llevamos celular por si acaso, no te pases “rollos”. Anda a acostarte, ya es
muy tarde para ti. Las vio partir, recordando que sus hijos, estaban de viaje y
les habían encargado el cuidado de las niñas. Suspiró, sabiendo que ambos no
conciliarían el sueño mientras no estuvieran de regreso. Recapacitó para sí,
acerca de los tiempos que vivía: Ahora los lolos han acortado hasta la semana.
Para ellos, el “carrete” comienza los días jueves, para nosotros era el sábado
por la tarde. En su conversación emplean puros modismos que me son difíciles de
entender. ¡Qué cosa! Me cuesta adaptarme, pero debo hacerlo. Pese a todo, ¡los
quiero y trato de entenderlos!
Con gesto de resignación, dijo a su
esposa: -¡Tienes razón “Chatita”! ¡Me quedé en el pasado!... Ahora entiendo a
mis mayores.
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