RAMONCITA
A finales de Junio de 1997, regresamos de nuestro viaje de trabajo en
España.
En la terminal de ómnibus, tomamos un remis rumbo a casa. Al pasar
por la pequeña propiedad de Ramoncita, le solicité al chofer que se detuviera .
Al entrar , la encontré colgada del tirante mayor, ya no respiraba.La
silla con asiento de mimbre y el respaldo alto, pintado de blanco, estaba caída
en el piso, debajo de su cuerpo.
Solcito, la menor de los hijos, estaba sentada en un rincón de la
habitación, con la bolsita de la panadería colgada de su brazo derecho,
llorando sin consuelo.
A los gritos llamé a mi mujer para que viniera.
Al bajarla con la ayuda del chofer, observé los surcos de su rostro. Mi
dedo índice, acarició con extremo cuidado algunos de ellos.
Ramoncita estaba vestida con la misma pollera roja, el mismo saquito
blanco y el delantal largo , lleno de flores diminutas.
La llevamos en brazos a la cama , tapándola con una sábana blanca. La
manta escocesa, con la que ella se protegía las noches de frío, la doble en
cuatro , poniéndosela debajo de la cabeza.
Le solicité al chofer que me bajara las valijas y le pagué.
Salí a la puerta, encendí un cigarrillo y pude comprobar una vez más, en
la extrema soledad y silencio en que vivían los habitantes de Villa Yacanto.
La casa más cercana quedaba a unos doscientos metros ,bajando del cerro.
El silencio recorría los cuatro puntos cardinales. Encendí un segundo
cigarrillo y el pensamiento se desprendió del paisaje para pensar en qué era lo
que debía hacer.
Resolví que lo mejor era esperar.
A Ramoncita la conocí bailando con quien sería su segundo marido.
Hace tantos años-
Yo vivía en lo alto del cerro y mientras pintaba, divisaba todo el
valle, surcado por un arroyo largo y angosto, afluente del río Suquía.
Allí estaba ella , todos los días del año, sentada al borde del agua
fresca y transparente, lavando las camisas de todo el personal que
trabajaba en la empresa Fiat.
Varias fueron las veces, en que preparaba el mate y, haciendo un
descanso, descendía la corta distancia que estaba de ella . Charlábamos del
tiempo, de lo cansada que estaba o que cuatro de sus seis hijos se habían ido a
vivir con su hermana a la capital de Córdoba.
Llegó el tiempo en que dejé de verla. Me enfrasqué mucho en mi trabajo,
me quedaba dos meses para la exposición a la que había sido invitado, junto a
Carlos Alonso.
Mi esposa, una mañana--estaba lloviendo --me preguntó si hacía mucho que
no hablaba con Ramoncita.
Me percaté-- cuando estaba ayudando a Jerancio a cargar las
pinturas--que en todo este último tiempo, no solo no había hablado , sino
que
tampoco la había visto.
Al terminar de cargar, lo charlé con el Jerancio, sentados a la sombra,
tomando los mates que nos traía mi esposa Antonieta. Lo último que él sabía,
era que había fallecido el esposo de Ramoncita y que al tiempo se quedó
junto a ella , la menor de los hijos llamada Solcito.
Mi cara de asombró, era no solo por lo informado, sino que me terminaba
de dar cuenta lo absorto que me había tenido la obligación de cumplir con los
marchands de Bélgica.
Fuimos con Francisca a cenar al único restaurant que tenía el valle.
Charlando con los dueños, mientras saboreábamos las ricas pastas
caseras, el Dr. Caselo sentado próximo a nosotros, nos comentó que hacía unos
cuarenta días que había ido a su consultorio Ramoncita , acompañada de Solcito.
Después de revisarla y no verla nada bien, le sugirió que tendría que
hacerse unos cuantos análisis en la capital.
Le confeccionó todas las recetas y al despedirse Ramoncita lo saludo con
un adiós.
Desperté de la somnolencia acompañada de meditación en la que me había
cobijado, y me ocupé de darle un entierro humilde pero digno.
Ella merecía de mí , todo lo mejor.
A los pocos días llegó el invierno.
1 comentario:
ABEL. QUÉ HABRÁ HECHO QUE PARES EL AUTO JUSTO EN ESE MOMENTO??. TALVEZ ESTABA ESPERANDO TU ÚLTIMO SALUDO. POBRE RAMONCITA !!!. ABRAZO.
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