SIN RETORNO
El hombre sale del hotel,
directo a tenderse en la arena. La atmósfera es límpida, luminosa como un día
después de la tormenta. Las olas lamen suavemente las blancas arenas
contrastando con el infernal ruido que producen cuando el viento del este azota
los roqueríos.
En esta quietud, recibe los
suaves rayos de sol de agosto. Echa su cabeza atrás, apoya ambas manos sobre la
arena formando un trípode que sujeta su
cuerpo. Cierra los ojos, el sol incide sobre su rostro. ¡Que agradable
sensación! Los dedos de sus manos juguetean con la arena que se escurre entre
ellos, introduciéndolos cada vez más profundo hasta tocar un objeto sólido. Una
piedra - piensa – pero no, al sacarlo a la superficie se percata que es una
concha de “loco”. Vacía la arena. En su interior una pequeña banderita chilena
pintada y una inscripción: “Bar Hamburg
Valpso. Chile 1982”.
Entre la arena caen también dos colillas de cigarrillos a medio consumir, las
mira con atención, bajo la boquilla de corcho aún se puede leer “Belmont”. Una
de ellas conserva manchas de lápiz labial.
Este descubrimiento lo
deja atónito, ¿Cómo ha llegado hasta aquí, a esta playa de Marbella, Málaga,
España, a orillas del mar Mediterráneo esta concha de “loco”? Recuerda que es
un gasterópodo endémico de las costas de
Chile, muy apetecido por su carne firme y sabrosa. En su casa en el cerro barón
de Valparaíso, no sólo se emplea como cenicero sino además, engalanan el jardín
pegándolos a la roca saliente del cerro.
Recuerda perfectamente la
ornamentación interior del “Hamburg”, estuvo allí con Mariana, novia que dejó
con la promesa de regresar para casarse. Han pasado diez años. En ocasiones
piensa en ella. Sobre todo recuerda la noche de Año Nuevo de 1982 en que
abrazados, luego de disfrutar de la explosión de colores y ruidos de los fuegos
artificiales en la costanera, cenaron ahí. Bebieron champagne, bailaron hasta
el amanecer. Días después viajó a España para integrar el equipo de guías de
turismo a bordo del “Fernando VII”,
nave que cubre la ruta mediterránea.
Se agrupan los recuerdos
en su mente: ve las blancas manos de Mariana jugueteando con el cenicero
repleto de colillas de cigarrillos “Belmont” untados con el carmesí de sus
labios. En el fondo, pintada la bandera chilena y la inscripción: “Bar Hamburg
Valpso. Chile 1982”.
Cada año el local renueva
este singular souvenir que reparte a quienes lo visitan. Así, el mundo entero
tiene un recuerdo, no sólo de un país, de una ciudad, de un local repleto de
experiencias que deja en el pasajero, en el turista o el marinero cosmopolita,
el eterno deseo de regresar a ese pequeño local ubicado en la calle O’Higgins
de su querido “Pancho”. Se reconoce cobarde, traidor. Quiere llorar. Pese a
conocer bellas mujeres sigue soltero. Tiene dinero ahorrado. De pronto decide
regresar a Chile a cumplir su promesa.
Vuelve al Resort para
almorzar cuando el sol deja el cenit. Se viste para la ocasión. Su mesa está preparada. A su espalda un joven
matrimonio conversa. Una niña pequeña de no más de seis años está entre ellos.
Almuerza con calma. De pronto escucha, ella dice: -“Roberto, anoche extravié en
la arena mi cenicero de concha de loco que traje de Chile, ¿volvamos a
buscarla?...” -Reconoce la voz; es ella, es Mariana ¡está ahí! No lo ha
reconocido. Se retira de la mesa, vuelve a su habitación, se lanza sobre la
cama; llora, gime de impotencia… Pronto la noche cierra sus ojos…
Tres horas después la
mucama de servicio lo encuentra fallecido. Sobre su pecho ambas manos aprietan
el singular cenicero con la banderita chilena pintada en el fondo de la concha
y la inscripción: “Bar Hamburg Valpso. Chile 1982.
Infarto al miocardio por
tensión emocional”, reza el diagnóstico final del tanatólogo.
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