LA
DAMA DE LA PULSERA ROJA
El canil era un hervidero de ladridos,
aullidos y verdaderos llamados lastimeros de los perros que se encontraban
dentro de las numerosas jaulas. Había canes de todas las razas, portes y
colores en un hacinamiento que conmovía a quien amara a los animales.
Unos se veían con su pelambrera sana y
reluciente, mientras otros lucían el descuido de una vida callejera y
solitaria, sin embargo en los ojitos de todos ellos se advertía una gota de
esperanza, poder encontrar alguien que acariciara su cabeza, su lomo, o por
último les brindara una mirada de ternura. De rato en rato, veían pasar
personas que pasaban a reconocer a su mascota que había sido secuestrada por
las autoridades de salud, en las redadas que cada cierto tiempo se llevaban a
efecto en la ciudad.
Ella era una lanuda pequeña, cuyos dueños
nunca se hicieron presentes para rescatarla, pese a su raigambre de fineza, de
raza poodle. Sus amos después de comprarla para un pequeño demonio con faldas,
debieron marcharse a otra ciudad. No sin antes sufrir el pequeño animalito,
todos los tormentos a que la sometió su pequeña dueña. Las tiradas de cola
fueron males menores. Sus orejas supieron de los pinchazos que tuvo que
soportar al pretender colocar los aros de su mamá en ellas y cuando a ella la
castigaban por sus diabluras los mayores, la pequeña se desquitaba con “Lulú”,
nombre que consideraba desde todo punto idiota, en esos momentos la tiraba de
cabeza a la piscina helada, ya fuera invierno o verano, en un afán de descargar
su odio en su pequeña mascota, a escondidas de sus papás. Aunque si ellos lo
hubiesen sabido de poco habría servido, porque su presencia en ese hogar era un
poquito más importante que un simple peluche, al que no se necesitaba darle
cuerda ni ponerle pilas, porque era un ser vivo.
Así la vida de Lulú, se convirtió en un
infierno que costaba soportar y ello se advertía en su piel plomiza y
apelmazada, razón por la cual sería difícil que alguien quisiera adoptarla como
mascota. Estaba resignada a morir, pronto le llegaría el turno de sentir un
pinchazo y luego dormir, dormir profundamente, para no despertar más.
Sin embargo, Lulú era aún joven y
en el fondo de su mente se encontraba el deseo de vivir, de ser apreciada por
alguna familia a quienes ella podría serles fiel y cuidaría sus pertenencias
con su vida. Pero ésto era sólo un anhelo tonto, antes de la partida. El día
siguiente sabía que estaba programado la eliminación de ella y el grupo con
quienes compartía la jaula.
Esa noche durmió mal, cada cierto tiempo
despertaba y trataba de acomodarse entre los cuerpos de los otros perros y
luego de un largo rato en que pensaba y pensaba, lograba conciliar el sueño
nuevamente.
Muy temprano les dejaron un plato con
abundante comida. Ella no quiso comer, no tenía apetito, ¿para qué?, si luego
terminaría en un saco y directo al basural.
Algo molestaba su pata derecha, era una
lana roja que su pequeña y satánica ama le había amarrado, para tirar de ella
cuando quería dejarla amarrada a una silla.
El veterinario, la tomó con delicadeza y la
dejó encima de la mesa donde sacrificaron a sus compañeros de cautiverio. Al
parecer ella era la última. Vio la gran jeringa y dentro de ella el líquido
transparente que penetraría en su cuerpo. ¡No¡ ella no quería desaparecer en un
inmundo vertedero de basura, pero ya no podía hacer nada para salvarse. Sin
embargo, a lo mejor, podía intentarlo.
Sacando fuerzas que no supo de dónde, dio
un salto espectacular, por sobre el hombro del veterinario, y mordió de pasada
una pierna del ayudante con sus afilados dientecillos. Corrió como el viento
tratando de buscar un lugar para escapar. Justamente, en ese mismo instante, se
abría la puerta para dar paso a una persona que entraba a consultar algo,
y casi no sintió el deslizar el pequeño cuerpo del animalito. Corrió, corrió,
hasta caer desmayada en un pasaje, entre un jardín lleno de arbustos que se
convirtieron en el escondite perfecto. Estaba cansada y sedienta, pero le
convenía tomar un pequeño sueño y luego decidir donde esconderse para que no la
volvieran a ese lugar horrible.
Se quedó dormida entre el ramaje tupido
de los arbustos y por primera vez sintió una paz que la hacía relajarse y
sentirse cómoda, tanto que su sueño fue profundo y reparador.
No supo cuánto tiempo durmió. No supo si ahora
estaba soñando y lo anterior era su realidad o viceversa, sólo comprendió su
estado cuando sintió la suavidad de las sábanas que la cubrían y las manos
cariñosas de su madre, tocando su frente, ya más normal, después de soportar
varios días de inconsciencia, luego del feroz golpe que sufriera al enredar sus
piernas con su pequeña y querida mascota.
Levantó su brazo derecho y vio su
graciosa pulsera roja, que la convertía en una más del grupo de amigas que se
dedicaban a amparar a los animalitos callejeros, para convertirlos en mascotas
de amos preocupados y responsables. Una sonrisa iluminó su rostro al observar a
su lanuda mascota que la miraba fijamente, desde un sillón cercano a su cama.
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