Frente a la puerta roja
(O reflexionando sobre la escritura)
Estoy sentada frente a ella. Mirando la puerta roja. Mis ojos están
fijos y mi mente queda por un instante en el aire. Las voces se oyen lejos,
como un murmullo ajeno a mí. Permanezco así algún tiempo más. Una sensación de
extrañeza me recorre el cuerpo. Salgo del hechizo que me produce y me pregunto
¿por qué esa puerta me cautiva? Es solo una puerta roja… ¿O es algo más que
eso?
Una puerta invita a pasar de un lugar a otro. Cambiar de espacios, entrar
a una dimensión nueva, dejando un lugar. Para bien o para mal. Pero siempre es
movimiento. A veces es un paso con retorno y muchas veces sin él, sin
posibilidad de regreso. Estoy frente a ella en este lugar lleno de libros,
historias y personas impregnadas de emociones. Ese color…el rojo, excitante,
peligroso, vivificante. Puedo imaginar la entrada a un mundo apasionante, al
territorio del infierno o al espacio de las sensaciones vitales. La miro y
pienso cuantas puertas rojas pueden cruzarse en la vida. No lo sé. Pero tal vez
unas pocas… o solo una. Mientras la miro sigo pensando que llegué aquí hace
algún tiempo. Desde ese momento hice del acto de escribir un medio de expresión
increíble. Un lazo que me conecta a los otros. Hubo antes una búsqueda…una
búsqueda de largos años que me condujo hasta aquí. Una forma de nombrarme y
reconocerme. De modo que esa puerta roja es mucho más que una simple puerta
pintada. Su presencia aquí y ahora se convierte en símbolo de mi escritura.
Puedo decirme con alegría, que ese paso, esa salida, esa puerta tiene una sola
dirección: hacia adelante. Sin retorno.
Los murmullos se han convertido
en voces reconocibles y en discursos comprensibles. Miro a mis compañeros junto
a la mesa. La premisa es escribir. La escritura nos espera. Así lo hago mientras sonrío...
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