JUAN
Juan lo supo, lo sabe y lo sabrá.
Pero eso no es consuelo, simplemente acostumbramiento.
Lo siente sobre sus hombros, en el arrastre de sus pies, la curvatura de la espalda. Hay lastres pesados,
eternos, increíbles, imposibles de encontrarle lógica.
Lo tiene adherido como una garrapata al lomo del perro
o la hiedra que soporta la pared. Imposible de despegar sin ayuda ajena porque
seguramente Juan no pondrá nada de él para desprenderlo.
Se ha conformado con llevarlo como un amuleto
inverosímil, que en vez de traerle suerte le trae desgracia. Casi diría que le
gusta, divierte, acompaña, llena su soledad y los insomnios, camina con él por
el tejado de los gatos negros y los sótanos de los ratones grises.
Es el abanderado de la nostalgia, el que marcha
siempre al frente en el desfile de la tristeza, quien hace sombra a todos,
siglos atrás quizás le hubieran recomendado un exorcismo en algún oscuro
convento con un monje de risotada larga .
Los amigos de Juan le dicen que se escape de lo
negativo, que se ate al vino, la música y el encanto de un baile frenético, una
mujer hermosa que le bese el cuello y le vuelva a despertar los sentidos, que grite
muy fuerte, que se ahogue cantando, como cuando el Nano en Lucía dice…no hay nada más bello
que lo que nunca he tenido …nada más amado que lo que perdí…aunque
justamente esta letra suene contradictoria para esta enfermedad del alma.
Y entonces Juan escucha y no entiende y vuelve a su
monótono dar vuelta sobre lo mismo, una noria infernal que lo lleva a las
sombras y no se anima por supuesto, claro que no se anima…
…porque arrancarse el imán del recuerdo es entrar en
el olvido.
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