viernes, 23 de agosto de 2013

Nélida Vschebor-Buenos Aires, Argentina/Agosto de 2013

AURA ENVOLVENTE


La pared grita los nombres
escritos sobre ella
        Y esa pelota indolente
rebota una vez más
         Los niños alocados corren
persiguiendo un sueño
        transformado en cometa


Enfrente                   no muy lejos
el mar calmo espera


Entonces,  estática observo
cómo el viento intrépido avanza
      Arrasa      Eleva       Acuna
lo que encuentra a su alcance
              Hasta las nubes
     en sus brazos viajan


Ahora  la calle  silenció de pronto
    Soledad que se instala
            y penetra
                       Cala hondo
                                   Inunda el ser


Y yo,  desde mi balcón,

             miro la lluvia volcarse en el mar

Javier Úbeda Ibáñez-España/Agosto de 2013



Las estaciones del amor

Primavera
en tu cuerpo
sembrado de brillantes amapolas
y margaritas que contienen deseos:
¿me quieres?, ¿no me quieres?
Pero yo sé que me quieres.

Verano
en el dulce estanque
de tu sonrisa diáfana,
velero que surca caminos de agua
con un timón de soles encendidos.

Otoño
en el regazo de tus manos siempre atentas.

Un festín de hojas pletóricas de belleza
escribe en el suelo nuestra historia de amor.

Y pasa la vida
al amparo de tus rosadas manos otoñales.

Invierno
en tus resplandecientes ojos de melodías
de cristal y vientos.
Se enciende la lumbre
cuando me miras
y el frío huye al instante si tú
estás a mi lado.

María Elena Soria-Chilecito, Provincia de La Rioja, Argentina/Agosto de 2013

Imagen

Río que pasas sin tiempo,
tu vida es este pasar…
dejando la costa nueva
con tus olas de cristal.

Río, música del alma,
río, camino del mar..
Llevas en reflejos de agua
ecos de cada lugar.

Curso de agua cristalina
río de eterno caudal,
aquí te entrego mis sueños
Tú déjalos en el mar…

Luis Tulio Siburu-Buenos Aires, Argentina/Agosto de 2013

Como locos…                                             

Mañana de dos de abril
Treinta años después
La tropa formada
Patio de Armas
Regimiento de Infantería 25
Chubutenses con banderitas
Marcha de San Lorenzo
Luego una Diana
El teniente joven espera
El veterano maduro se acerca
Como locos, frente a frente
Uno se ríe y el otro llora
El oficial orgulloso de su papel
De entregar una medalla
No puede ocultar una sonrisa
De alegría por el mandato recibido
El ex soldado, con muletas
No puede ocultar una lágrima
Por la pierna perdida
Por los amigos perdidos
Por las Islas perdidas
Que apenas conocía
De los libros de Geografía
Y que no tenía sentido
Que le cambiaran la vida
Con el debido respeto
A la defensa de la soberanía
De su patria Argentina
………………………………….
El acto finaliza, el homenaje miente
Es resabio de una escena dantesca
Parida hace tres decenios
Cuando un borracho demente
Sin importarle las vidas
Sin importarle los cuerdos
Sin importarle Malvinas
Se creyó Dios pero fue el Diablo
No era el momento ni los caminos
Las islas siguen allí
Base con pabellón inglés
Cementerio con héroes argentinos

Horacio Semeraro-Buenos Aires, Argentina/Agosto de 2013



La magia continúa

Por Horacio Semeraro Para LA GACETA - TUCUMÁN

En la Feria del Libro Infantil y Juvenil de Buenos Aires, que se realizó en julio pasado bajo el lema "La magia continúa", había tres espacios destacados para la lectura: la Biblioteca Infantil, la Zona de lectura -de literatura juvenil- y el Taller Leer y Compartir, equipado con computadoras y tablets. Creo que la verdadera magia estaba allí, en esa convivencia y reciprocidad de ambos tipos de lectura, sin exclusiones.

Las ventajas de los chicos que leen son asombrosas: leer libros permite un nivel de concentración mayor, reduce la dispersión mental y posibilita mirar detalladamente una trama o historia facilitando su comprensión y memorización. Mejora la capacidad de expresión oral y escrita, facilita la comprensión de las matemáticas, ofreciendo posibilidades de un futuro mejor. De los adultos depende que la magia de los niños continúe.

Horacio Semeraro - Crítico literario. Miembro de la Academia de Literatura Infantil y Juvenil de la Argentina.

Roxana Rosado-México/Agosto de 2013

LA VIDA ME PIDIO UNA PAUSA



La vida me pidió una pausa
una tregua a mi arduo caminar
me invitó un café y galletitas
nos detuvimos en un bello lugar,
me mostró un álbum de mi vida
desde que vi la luz la primera vez,
recuerdos bellos, recuerdos tristes
palabras de aliento

de desconsuelo

caricias tiernas, arrebatos de negrura
y como resultado

mi presente en la bruma.




Me enseño lo por venir

lo que me espera detrás de cada puerta
la recompensa que hay

cuando se secan las lágrimas
las sonrisas amigables

los abrazos cariñosos

y el amor que en algún lado
me espera encontrar.




Mientras conversábamos

miré por la vidriera

detrás no había muro, ni calle, ni gente
había un hospital

lleno de pacientes,

enfermos graves

del corazón, cuerpo y mente
algo en una silla

llamó mi atención,

era yo, ahí, sentada

parte de la decoración.




La vida me habló de frente

me dijo –frena, frena ya-

lo pasado no puede remendarse
lo quebrado, quebrado está,
el presente puede componerse
para que tu futuro pueda llegar,
quita el pedal del acelerador
y baja del auto de tu preocupación
déjalo ahí, la hierba del olvido lo cubrirá,
ten un boleto de viaje

sube al tren que te espera ya
te llevará al remanso de calma
para que puedas continuar.



Yo la observé un rato

¡se parecía tanto a mí!

le di un beso


-te quiero tanto- le dije

y tomé el boleto para en el tren partir,
al salir abrí mi bolso

y unas llaves tiré

el auto quedó a la deriva

pero yo, me abrazo a mi misma
porque ya debo seguir.




La vida me pidió una pausa
una tregua a mi arduo caminar
la miré sonriendo

le dije –hasta luego-

y en ese momento entendí

que puedo tener mil vidas

atrás y por venir

pero como ésta solo habrá una
es un regalo que al nacer abrí
y no tengo derecho a hacerlo trizas
sino de cuidarlo y amarlo bien
por eso vida, hoy te abrazo
perdón te pido si algo dañé,
abracémonos fuerte, muy fuerte vida
y sigamos de frente hacia el porvenir.

Margarita Rodriguez-Buenos Aires, Argentina/Agosto de 2013

La mesa de café




_ …!!
_ A mí no me gusta hablar de política –dice Mario- ¡Siempre terminamos discutiendo y nunca nos ponemos de acuerdo!
_ Querido Mario: te guste o no, todo es política. Cuando vas a comprar algo, cuando pagás el alquiler, cuando querés cambiar de trabajo ¡Todo es política! – reflexiona Marcos, que siempre lleva temas de actualidad a la mesa de café.
Luis se suma al grupo:
­_ ¡Salú la barra! ¿Qué talco?
Ambos lo miran sin responder al saludo, esperando que siga con sus acostumbradas frases hechas. Acusando recibo, Luis se sienta en silencio, consciente de que interrumpió una conversación importante y trata de involucrarse con el tema.
_ Lo que pasa –le explica Marcos- es que el gallego nos contó…
_Catalán, coño, ¡Qué soy Catalán! ¡Los gallegos son de Galicia! Lo interrumpió Joaquín, el dueño del bar, que en ese momento  pasaba por detrás de la mesa.
_ Tenés razón ga…, perdóname. Te decía que el hermano de… Joaquín quiere viajar a España. El asunto es que no le venden  los dólares que necesita;  hablábamos de eso y... una cosa trajo la otra.
_ Es que yo vengo al boliche a distenderme, no a cargar con los problemas de los demás –acota Mario-. ¡Mirá si  les voy a dar la lata con todas las cosas que me pasaron en la semana! Todos tenemos pálidas, pero la vida sigue. Es cuestión de cargar las pilas y darle para adelante.
_ Me parece que estás siendo un poco conformista al no cuestionar las cosas que están mal en la sociedad  –arriesga Luis, tratando de ponerse a la altura de la  situación.
_ Siempre que llovió paró – lo corta Mario.
 Marcos lo mira de reojo y no dice nada. Luis, viendo que la conversación no rumbeaba para ningún lado, aprovecha la última frase para decir:
_ Hablando de eso: ¡Qué tiempo loco! ¿Cuánto hace que no para de llover? Escuché en el noticiero que tenemos para dos días más y el extendido dice que va a subir la temperatura,  pero el lunes tenemos agua otra vez.
Todos miraron por la ventana como para verificar lo dicho.
_ y, es el cambio climático. ¡Sigamos tirando porquerías a la atmósfera! Esto se está poniendo cada vez peor –sentencia Marcos.
_ Lo que pasa es que es época del niño. Dicen en la tele que es posible que siga así hasta fin de año.
_ Será que Marcos tiene razón –dice Mario pensativo- ¿Saben lo que me compró Mecha? Un desodorante en barra. Dice que Caro le insistió tanto, que tuvo que dejar el que uso siempre en la góndola del supermercado, porque en la escuela le enseñaron que los aerosoles afectan el medio ambiente. La mocosa el otro día me hizo juntar todas las pilas que andan dando vueltas por la casa y guardarlas en un frasco. Cuando se llene el frasco, me quieren decir: ¿Dónde carajo lo pongo? Y parece que Mecha se tomó en serio lo de la ecología, porque ahora junta las cáscaras y la yerba para las macetas, ¡Y guay de que vacíe el mate en el tacho de basura! Las botellas y papeles van en otra caja, y todo así. Ah! Y no compra más palmitos para que no se extingan los monos de no sé dónde. ¡Todo por lo que la nena aprende en la escuela! No, si ahora los hijos educan a los padres.
_ Mal no está –dice Marcos- los chicos asimilan más rápido que nosotros.
_ Sí, pero ¿Qué hace una puta pila al lado de un derrame de petróleo, que son toneladas? Ó ¿Un tubito de desodorante frente a la cantidad de combustible que queman los cohetes espaciales, o la proliferación de centrales nucleares? ¡Esos sí que van a terminar matándonos a todos!

_ Bien Mario. ¿Ahora entendés porqué hay que involucrarse?


George Reyes-México/Agosto de 2013

LIQUIDO MIRAR

Y mis adentros se alborozan en este firmamento de sequedad porfiada
porque el río de tu mirar
se desliza con frescor de oleaje
por mi pradera de verdor
sedienta de un derroche de las gotas de cristal de tus niñetas
¡Llegó el festín final
de la risada en harapos
siempre ahogada en ese lago de murmullos de los muertos!
¡Se vistió de azul
el horizonte en el que vagabundeaba la tristeza
y donde danza el ex terco ensueño
dejando por doquier su ego disperso

Ascensión Reyes (Cuento)-Chile/Agosto de 2013

UN EGO DESMEDIDO
                
                                                            (Una recreación sobre el cuento de Anton Chejov, El Drama.)

            El jurado dictó su veredicto, declarando inocente al acusado…
            Sin embargo toda esta historia de locura y muerte, había sido tan sólo, producto de la mente enferma de Pavel Vasilich. En la realidad seguía siendo tan libre como siempre lo había sido, porque en ese ataque de demencia provocado por la extensa lectura del Drama, tomó el filoso abrecartas y descargó su furia, no en la cabeza de la mujer, como él se lo imaginó, sino en un cojín, cuyo interior voló dejando la habitación convertida en una plaza nevada de plumas. La autora del Drama, la señora Murachkin, al ver las intensiones de Pavel Vasilich, salió corriendo de la casa del renombrado escritor, olvidándo totalmente su manuscrito. Pasado el primer susto, concluyó que el convertirse en escritora probablemente la pondría tan loca como Pavel y desistió de continuar con su empeño, y tal como lo tenía presupuestado se fue a la ciudad de Kazan. Total, en casa la esperaba otra copia del manuscrito olvidado en el salón del escritor. Mientras, Pavel Vasilich, estuvo largo tiempo encerrado en su habitación como ajeno a todo, aceptando sólo los cuidados de su criado. Cuando se sintió un poco mejor y pudo pensar cuerdamente, recordó el incidente y se hizo la pregunta: ¿Qué habría causado su ataque de locura cómo para querer dar muerte a una mujer? ¿Y por el sólo hecho de encontrarse saturado por su interminable lectura? Pasó mucho tiempo meditándolo, no podía sacar de su mente aquel incidente, hasta que un día pidió a su criado:
            - Busca entre mis papeles el Drama de la señora Murachkin.
            -Señor, cree usted que será apropiado que vuelva a leer esa obra -Le contestó preocupado.
            -¡Ve y trae lo que te he pedido!- Insistió molesto.
            Al poco rato, volvió el criado con lo pedido por Pavel, quien le ordenó en forma perentoria:- ¡Y ahora no me molestes hasta la hora de la cena! Y si viene alguien por mí, no estoy, he salido a otra ciudad. El empleado asintió con un gesto la orden de su patrón y salió cerrando la puerta para dedicarse a sus obligaciones.
            Mientras leía el manuscrito,  al comienzo con muy poco interés, luego fue adentrándose en el verdadero drama que la obra ocultaba y pronto quedó prendido de su lectura. Todo estaba en silencio sólo se escuchaba el tic-tac del reloj de péndulo que presidía su estudio. Y no se dio cuenta del tiempo transcurrido hasta que la claridad del día debió ser reemplazada por la luz de su lámpara de escritorio. Ya tarde concluyó la lectura y con una campanilla llamó a su criado.
            -Iré al comedor a servirme la cena, puedes colocar otro lugar y me acompañas con la tuya. El hombre, no podía creer lo que escuchaba. Por primera vez, después de largos años a su servicio, Pavel Visilich tenía un gesto de gentileza al invitarlo a cenar con él.
            -Bien señor, arreglaré la mesa y en diez minutos puede ir a sentarse.
            Esa cena, para Pavel y su criado fue memorable. Ambos disfrutaron no solamente los exquisitos alimentos, sino también la alegría de una conversación amable que hacía presumir que la mente del escritor, por fin había vuelto a la normalidad. Cuando estaban terminando el café, de pronto Pavel dijo: -Mañana al medio día voy a tomar el tren a Kazan, le haré una visita de cortesía a la señora Murachkin.
            -¿Le puedo preguntar al señor ¿Cuántos días demorará su viaje? Pavel le contesto:- ¡Hum, realmente no lo sé! Creo que por un par de días. En todo caso te avisaré de mi llegada por correspondencia.

            Y pasaron bastantes días, casi cercano al mes, antes de que Pavel Vasilich diera luces de vida. Llegó una carta de Kazan, anunciándole al criado que llegaría en breve con su nueva esposa, la señora Murachkin. Terminada la lectura el buen hombre debió apoyarse en una silla al enterarse de tal noticia. No pudo saber más detalles porque la nota era escueta y sólo hacía mención de tener las habitaciones debidamente arregladas, igual que la vajilla y cubiertos, junto con la mantelería.
            Por fin llegó el día esperado y por la tarde hicieron arribo al hogar los recién casados, Pavel y la ahora señora Vasilich. La casa estaba dispuesta con todo preparado. El regio comedor totalmente iluminado haciendo relucir la plata de los cubiertos y el fino cristal de vasos y copas. Vasilich se veía encantado y otro tanto su nueva mujer, comentando la puesta en escena del Drama en el mejor teatro de la ciudad. Hablaron del elenco y de toda la organización de la obra, dejando la dirección al mejor productor del  momento. 
            Y así transcurrieron muchos meses en que el matrimonio pasó bastante ocupado por la puesta en escena de la obra, cuyo financiamiento lo había hecho en su totalidad Vasilich, al extremo que prácticamente, todos los integrantes del elenco pensaron que la obra era del escritor, nunca se imaginaron que había sido escrita por la obesa señora Vasilich.
            El día del estreno, toda la casa estaba a punto para recibir a los miembros del elenco y algunos invitados dispuestos a homenajearlos, después de la representación. Pavel Vasilich, se veía impecable dentro de su nueva levita y sombrero, comprados para la ocasión. En cambio la señora Vasilich, lucía como un arrollado dentro de su escotado vestido negro, no obstante la faja a presión que se colocó con la ayuda del criado. Su rostro maquillado ostentosamente, en su cabeza lucía un prendedor de plumas negras y brillantes, que semejaban la cola de un ave tropical. Encima una capelina de pieles oscuras, disimulando lo gracioso de su aspecto. Tomaron con bastante anticipación el coche que los conduciría al teatro y al criado le pareció verlos muy felices, observándolos a través del visillo del salón.

            El cuartel de policía esa noche estaba desierto, sólo un funcionario afirmándose la cabeza con la otra mano escribía en una hoja, a desgana. De pronto vio entrar a un caballero vestido con levita y sombrero, pero totalmente descompuesto, sus ojos eran los de un ser extraviado. Mostrando sus manos como un poseído, dijo al policía:-
             ¡Ahora sí, por fin lo he conseguido! Con estas manos he puesto fin a la carrera literaria de la señora Murasckin...! Maldita bruja!... nadie es mejor que Pavel Vasilich. Después de la presentación, debí reconocer que la obra era de ella. ! Cómo odié ese momento!, ¡Pero me aseguraré que esa obra jamás sea presentada nuevamente!





Ascensión Reyes (Comentario libro)-Chile/Agosto de 2013



UN PUEBLO LEJANO
           
            Un regalo inesperado es siempre gratamente recibido. Tal fue así, el tener en mis manos el libro “Un Pueblo Lejano” escrito por un famoso médico bonaerense, Master en Psiquiatría y Salud Pública, el doctor Luis César Guedes Arroyo. Ello se debió a la feliz consecuencia de un encuentro literario, entre un grupo de chilenos que viajamos a Buenos Aires y fuimos recibidos, con todo protocolo, por un nutrido grupo de miembros de la Sociedad Argentina de Escritores, de Buenos Aires.
            Luego de las exposiciones literarias en el importante salón de la institución argentina, hubo tiempo para compartir impresiones, intercambiar libros, hasta algunas improvisadas interpretaciones de poemas por parte de los anfitriones, combinado con un exquisito y abundante cocktail que ayudó a relajar la formalidad anterior.
            Conversé con varios escritores acerca de nuestro quehacer, matizado con la toma de fotografías que servirían como registro de nuestro viaje al país trasandino. Sin darme cuenta con quien compartía impresiones, sobre nuestro quehacer literario, charlé in extenso con un señor cuya conversación me pareció muy interesante. Al otro día, recibí con sorpresa uno de sus libros, de manos de mi amigo don Carlos Calderón, con la tarjeta del Dr. Guedes Arroyo, con una inolvidable dedicatoria de su puño y letra.
            Y bueno, terminar su lectura desde tenerlo en mis manos, fueron largos ocho meses. Debí hacerlo por etapas, entre otros libros que se antepusieron por obligación literaria. Pero siempre estuvo ahí, porque desde sus primeras páginas capturó mi interés, por su desarrollo en un lenguaje sencillo, pero no falto de, podría decir, pulcritud literaria. Diálogos claros, que a pesar de tratarse de Norteamérica, lugar donde se desarrolla la acción, el lector se traslada y sigue las vivencias de sus protagonistas tal y como si fuera testigo presencial de ellas.
            Los diálogos fácilmente retratan a los personajes y los diferencian unos de otros en las variadas historias que se suceden en la vida de su protagonista, quien por su quehacer, de médico psiquiatra, llega enviado por los directivos del Hospital Johns Hopkins, a un pequeño pueblito de nombre Tyler Hill. Allí, como en cualquier lugar, sus veinte mil habitantes no están al margen de los problemas psíquicos y psiquiátricos que agobian a la mayor parte de los seres humanos de nuestro planeta.
            Esta sucesión de crónicas sobre personajes con diferentes patologías, comienza con el encuentro de un paciente próximo a operarse, renuente a comunicarse con su propio doctor. Luís, nuestro protagonista, logra abrir el candado conductual de tal enfermo. Este hecho, y su exposición de sólidos conocimientos, lo convierten en una buena carta para proponerle aceptar, como conejillo, un ambicioso proyecto en ese pueblo lejano que indica el título, basado solamente en la energía y el entusiasmo juvenil y altruista de nuestro protagonista. Allí se suceden las historias, constituyendo para el lector, cada una de ellas, un aprendizaje sobre comportamientos extraños e inexplicables de los cuales hasta estas lecturas, en la mayoría de los casos carecía de información. Y en esta obra vemos a la mayoría de sus personajes romper las pesadas cadenas que arrastran que se remontan a sus primeros años o a episodios traumatizantes en su vida adulta.  
            Así vemos a Luís, nuestro protagonista principal, involucrado con un convento de monjas, donde se suceden conflictos tan insólitos como la huelga de hambre, por parte  de un grupo de religiosas cubanas. Una joven y bella superiora norteamericana, inflexible y autoritaria que con el paso del tiempo y la influencia de nuestro galeno, logra encausar su vida lejos de la vida conventual y dar curso a una sexualidad reprimida. Un buen mozo sacerdote que tiene ingerencia directa en esta comunidad religiosa, no puede evitar causar estragos románticos entre sus casquivanas siervas. Insensiblemente cae en la tentación carnal con una de ellas y pensando que el Concilio Papal daría normalidad familiar a la vida religiosa - posición eclesiástica que nunca se dio - el hombre queda preso en la disyuntiva – o seguir en sus funciones clericales de obispo, con posibilidades de un no muy lejano grado cardenalicio - o bien dar curso a su inclinación sexual y sentimental, definida como hombre, ignorante de la próxima maternidad de una monja que es de su total responsabilidad.
            Otra de las historias más impactantes, es la de aquella monja que incita a un joven colega filipino; alternar un fogoso encuentro sexual, con la ejecución, con mediana maestría, de su última tocata y fuga en tempo appassionato, en el coro de la capilla de la congregación, entre encendido de luces, toque de campanas y autoridades eclesiásticas y civiles presentes en la nave central, para escuchar tal concierto.
            La trágica historia de una niña próxima al suicidio, no deja de ser impactante. Su extraño comportamiento, pese al apoyo y preocupación de su madre, quien no logra captar el actuar aberrante de su propio padre. La solución llega por mano divina y ambas mujeres logran con el tiempo encausar felizmente sus vidas.
            La enferma cuyo comportamiento la aleja de todo su entorno. Duelos no resueltos, hacen de ella su propio enemigo, provocando lentamente su destrucción, hasta que nuestro protagonista logra interesarla en permitir un cambio gradual, y gracias a un simple ardid se posibilita el principio de su sanación.
            También nos presenta el caso de aquella importante e inteligente doctora y su asistente. Ambas mujeres forman una pareja que viven una discreta relación romántica y que gracias a este sentimiento les crea una leal dependencia. La primera, debe buscar ayuda médica en la medicina alternativa, porque la alopática le anuncia su muerte a corto plazo. Finalmente logra vencer los vaticinios anteriores con la reeducación de hábitos, y un atinado tratamiento naturista. Ello deja pendiente un gran un desafío para nuestro protagonista, en cuanto a la efectividad de esta  terapia que niega la ciencia médica tradicional.
            Estas y otras crónicas, tienen un triste desenlace que nos lleva a participar en la partida prematura y trágica de la novia de Luis, nuestro personaje principal. Un mal totalmente agresivo, detectado a destiempo, es el responsable de su próxima partida. Los designios no están a su favor, las maravillas de la medicina alternativa no están a su alcance, por circunstancias no previstas.
            Y así, nuestro joven galeno, que resulta ser el propio escritor Luís César Guedes Arroyo, cumple su estadía en el Lejano Pueblo de Tyler Hill, dando por concluida su labor en la puesta en marcha de su programa sobre salud mental ambulatoria, para los habitantes de ese simpático lugar, que podría ser cualquiera de los nuestros, guardando las diferencias.
            Finalmente, agradezco al doctor Guedes el haber puesto su libro en mis manos. Este ha sido un verdadero aprendizaje novelado y de mucha información, que para un lego en estos asuntos desconocidos, resulta de un valor incalculable. Sin embargo, el conocer estos desórdenes, no significa una simple curiosidad, sino más bien, observar sin censura y con mucha comprensión, estas falencias que pueden afectar nuestras vidas, directamente o en forma tangencial, con  seres que forman parte de nuestra propia historia.
R. ASCENSIÓN REYES-ELGUETA. 11-FEBRERO-2010.
                  
           

           

Rolando Revagliatti-Buenos Aires, Argentina/Agosto de 2013


LA CA­BE­ZA



Per­so­na­je Úni­co: MU­JER

IN­DU­MEN­TA­RIA:
a)  Tra­je sas­tre ne­gro, mal he­cho.
b)  Blu­sa con pun­ti­llas.
c)  Me­dias ma­rro­nes. Va­rios pa­res su­per­pues­tos. En­ro­lla­das ape­nas más arri­ba de las ro­di­llas.
d) Za­pa­tos nue­vos.

ES­CE­NA­RIO:
a)  Un ban­qui­to.
b)         Una mu­ñe­ca sin ca­be­za. Mi­de 1,70 mts. Sin ro­pas. Pa­re­ce un ser hu­ma­no. Ex­ten­di­da, ha­cia arri­ba, en mi­tad del es­ce­na­rio, con pier­nas a pros­ce­nio y abier­tas. De­lan­te y a un par de me­tros del ban­qui­to.

IN­DI­CA­CIO­NES:
a)  La MU­JER ta­lla con un cor­ta­plu­mas un pan de ja­bón du­ran­te ca­si to­do el trans­cur­so de la re­pre­sen­ta­ción.
b)  En las tres ins­tan­cias en que la MU­JER to­ma con­tac­to fí­si­co con la mu­ñe­ca que­da con ca­be­za a pros­ce­nio.

     El es­ce­na­rio a os­cu­ras. Se en­cien­de una luz. Y otra. Y otra. Así to­das las de­más. Pau­sa.

MU­JER (sen­ta­da al la­do del ban­qui­to): No­so­tras no la ma­ta­mos. Se mu­rió so­la. Se mu­rió por­que se te­nía que mo­rir. Cuan­do se te­nía que mo­rir. No­so­tras la cui­da­mos des­de que na­ció. No. Des­de que na­ci­mos. La cui­da­mos, le da­mos de co­mer... La fre­ga­mos, le hun­di­mos los bi­chi­tos en el agua, le can­ta­mos el bo­le­ro. Nos por­ta­mos bien. Ella no. Ella a ve­ces se por­ta­ba bien. No­so­tras no. No­so­tras no la ma­ta­mos. Se mu­rió so­la. La cui­da­mos des­de que na­ci­mos. “Ella es tu her­ma­na...” “Y ella es tu her­ma­na...” Ella no. La cam­bia­mos, le da­mos de co­mer. Ella le can­ta­ba el mis­mo bo­le­ro que le gus­ta­ba. Ba­ji­to. No po­de­mos ha­cer na­da más no­so­tras. La fre­ga­mos con “pu­loil”. Cuan­do apa­re­cían las man­chas en­se­gui­da las pin­tá­ba­mos. Ella se con­si­guió el es­mal­te y le pa­sá­ba­mos el pin­ce­li­to. Le ha­cía­mos un po­co de cos­qui­llas pe­ro nos mi­ra­ba con gra­ti­tud. Ella se mu­rió so­la. No. No­so­tras es­tá­ba­mos pe­ro no la ma­ta­mos. Se equi­vo­can. Se equi­vo­ca­ron con no­so­tras. Pen­sa­ron que no­so­tras la ayu­da­mos. Le traía­mos vi­no y le can­tá­ba­mos el bo­le­ro. Más ella que yo. Le can­ta­ba. Pe­ro no­so­tras le traía­mos el vi­no.

Pau­sa.

     Me la voy a po­ner cuan­do la ter­mi­ne. Tie­ne que que­dar bien he­chi­ta. Si no, no la quie­ro. No me la pon­go ni me­dio. Pa­só una mu­jer y se cre­yó que la te­nía. Me di­jo no sé qué de las ore­jas. Se cre­yó que la te­nía pues­ta. Me la vio en la fal­da y no se dio cuen­ta. Me dio una la­ta con mi­gui­tas. Me di­jo: “To­me, pa­ra us­te­des”. La se­ño­ra esa no es de acá, pa­sa­ba. Me cues­ta la bo­ca. So­bre to­do por­que que­re­mos te­ner una bo­ca que sir­va pa­ra reír­se. No que ha­ga así (ha­ce un pe­que­ño ges­to con la bo­ca) un po­qui­to. Que­re­mos que se ría. Que car­ca­jee. Con rui­do. ¡No nos in­te­re­sa que no que­de fi­no! Ella no se rió nun­ca. Se mu­rió so­la. Si se hu­bie­ra reí­do al­gu­na vez no hu­bié­ra­mos te­ni­do que es­tar siem­pre con ella vi­gi­lán­do­la, no nos hu­bie­ra pe­di­do na­da. Se hu­bie­ra en­tre­te­ni­do so­la. Se hu­bie­ra reí­do. Las que no me sa­len no las ti­ro más, las guar­do en la la­ta. Nos va­mos a ha­cer una ca­be­za con pe­lo de mi­gui­tas.

     Ríe es­ten­tó­rea­men­te. Co­lo­ca su ca­be­za a con­ti­nua­ción del cue­llo de la mu­ñe­ca. Que­da ex­ten­di­da, ha­cia arri­ba. Pau­sa.

     ¡Qué be­llo que nos que­ra­mos! ¡Que oi­ga­mos por la mis­ma ore­ja, que ola­mos por la mis­ma na­riz! ¡Que no nos odie­mos, que no nos queramos ma­tar! Se mu­rió so­la. No­so­tras la cui­da­mos. Le voy a po­ner la den­ta­du­ra. Va a sa­lir bien. Si no, ha­ce­mos otra. No me im­por­ta. Bien he­chi­ta. Si sa­le mal, no im­por­ta. Otra vez. No nos da­mos por ven­ci­das. (Ríe es­ten­tó­re­a­men­te.) No­so­tras sa­be­mos lo que pa­sa: vie­ne la fia­ca y no tra­ba­ja­mos. Nos que­da­mos mi­rán­do­nos co­mo es­tú­pi­das. Nos po­ne­mos a pen­sar co­mo idio­tas. Nos em­pe­za­mos a ara­ñar. Nos em­pe­za­mos a de­cir co­sas crue­les, ho­rri­bles. Y así pa­re­ce que nos odia­mos, que no ne­ce­si­ta­mos es­tar jun­tas. Pe­ro no­so­tras ne­ce­si­ta­mos es­tar jun­tas. Y de­cir­nos que nos que­re­mos. Y que nos de­mos una flor, o al­go. No bas­ta sa­ber que nos que­re­mos. Nos po­ne­mos la ca­be­za y ya es­tá. Y si ella se mu­rió, ella se mu­rió. Nos po­de­mos be­sar y nos po­de­mos mor­der. Y nos ha­ce­mos una po­e­sía y la de­ci­mos. Co­mo un re­ga­lo. Nos gus­ta mu­cho ha­cer­nos una po­e­sía, o una flor, o al­go. No que­re­mos que nos en­cuen­tren ti­ra­di­tas, o acu­rru­ca­das, o con ca­ra de frío. Ella nos lla­ma­ba la pa­li­du­cha. ¿Pe­ro quién se mu­rió?... No­so­tras no. Pe­ro tam­po­co le hi­ci­mos na­da. No. La cui­da­mos no­so­tras. Tam­bién.

     En si­len­cio, se in­cor­po­ra tra­ba­jo­sa­men­te. Arro­di­lla­da, mi­ra a la mu­ñe­ca. Se aga­cha y po­ne su bo­ca en uno de los pe­zo­nes de la mu­ñe­ca. Suc­cio­na. Lo aban­do­na dán­do­le be­sos. Be­sa amo­ro­sa, so­no­ra e in­fan­til­men­te. Sus­pi­ra. Ta­lla el ja­bón con par­ti­cu­lar ahín­co. Sus­pi­ra. Ríe es­ten­tó­re­a­men­te. Que­da sen­ta­da al la­do de la mu­ñe­ca.

     ¡Qué ale­gres que so­mos! Y di­cha­ra­che­ras y ju­gue­to­nas. Siem­pre nos en­ci­ma­mos, ha­bla­mos al mis­mo tiem­po. De­ci­mos pa­só una nu­be jus­to cuan­do pa­sa. ¡Ale­gres, ben­di­tas y ale­gres! ¡Somos una gloria! ¡Y co­mo so­mos chis­pe­an­tes y di­ver­ti­das no nos ha­cen do­ler los bra­zos ni el cu­lo!... Y co­mo ha­ce­mos así (Ha­ce un pe­que­ño ges­to con la bo­ca.) con la len­gua lim­pia, las mue­las em­plo­ma­das, to­das ben­di­tas, nos fe­li­ci­tan con tar­je­to­nes: “Pa­ra las chi­cas más re­ca­ta­das...” “Pa­ra las ha­cen­do­sas her­ma­nas...” “Las pú­di­cas mu­cha­chue­las del pa­be­llón me­re­cen to­da nues­tra sim­pa­tía y cor­dia­li­dad.” “Por —cán­di­das y pri­ma­ve­ra­les, nues­tro be­ne­plá­ci­to, nues­tro re­go­ci­jo.” “Pa­ra las ri­sue­ñas bue­nas mo­zas...” ¡Y esas so­mos no­so­tras pa­ra los de­más!... (Pau­sa.) ¡Es­ta bo­ca! ¡Me sa­le trá­gi­ca, me sa­le trá­gi­ca! Ché, na­die te va a be­sar a vos, así. Tan amar­ga, van a po­ner los la­bios pa­ra aden­tro, los otros. Te vas a ha­cer ma­la fa­ma. Y haz­te ma­la fa­ma y écha­te a dor­mir. Y des­pués de dor­mir, más amar­ga, más sin sa­li­va to­da­vía. Ché, no­so­tras te que­re­mos ra­dian­te, ¿eh? No pas­to­sa. ¿Pa­ra qué te po­ne­mos los ho­yue­los en­ton­ces? ¡De­sa­pro­ve­cha­do­ra! No­so­tras te mi­ma­mos, te ha­ce­mos son­ri­si­tas, te con­ta­mos... (Me­te la ma­no en una axi­la. Sa­ca dos pa­pe­li­tos. Lee uno en voz ba­ja. Lee el otro:) chas­ca­rri­llos. (Guar­da am­bos pa­pe­li­tos en la axi­la.) Te da­mos chi­clets Adams, te can­ta­mos el bo­le­ro. No. A vos no te can­ta­mos el bo­le­ro. ¡Las ce­jas no in­te­re­san, las mu­je­res se las arran­can! (Se yer­gue alar­ma­da. Sus­pen­de su ta­rea de ta­llar el ja­bón. Di­ce:) “Alam­bre alam­bre no ma­ta el ham­bre.” (Re­to­ma su ta­rea de ta­llar el ja­bón.) “Alam­bre alam­bre no ma­ta el ham­bre.” (Co­lo­ca su pu­bis so­bre el de la mu­ñe­ca.) No la ma­ta­mos no­so­tras. So­la se mu­rió. La cui­da­mos des­de que na­ció. No. Des­de que na­ci­mos. No­so­tras te­ní­a­mos que na­cer tam­bién. Ella ya es­ta­ba. Ya es­ta­ba acá. No­so­tras apa­re­ci­mos. “Ella es tu her­ma­na...” (Co­mien­za a fro­tar con sua­vi­dad su pu­bis “en re­don­do” so­bre el de la mu­ñe­ca.) “Y ella es tu her­ma­na...” Nos di­je­ron “de­ci­le ma­má”. La cui­da­mos, la fre­ga­mos, le hun­di­mos los bi­chi­tos en el agua. No se mu­rió por­que no le di­ji­mos ma­má. Le can­ta­mos el bo­le­ro. Más ella que yo. Vi­no así: ya es­ta­ba muer­ta. (De­ja de ta­llar el ja­bón al tiem­po que ce­sa de fro­tar­se. Abre los bra­zos, apo­ya un la­do de la ca­ra en el sue­lo. En una ma­no tie­ne el ja­bón, en la otra el cor­ta­plu­mas. Le­van­ta la ca­be­za. Di­ce:) Me fal­ta la ca­be­za... (Fro­ta su pu­bis con­tra el de la mu­ñe­ca du­ran­te al­gu­nos ins­tan­tes. Ya no sua­ve­men­te. Ce­sa de mo­ver­se. Bus­ca en la axi­la. Sa­ca los dos pa­pe­li­tos. Lee:) “Es­tá, có­mo di­ré, me­nos que ama­ne­cien­do. Pe­ro ama­ne­ce.”

     Guar­da los pa­pe­li­tos en la axi­la. Fro­ta su pu­bis con­tra el de la mu­ñe­ca, con gran sua­vi­dad. Ta­lla el ja­bón a ras del sue­lo. De­cre­ce la luz muy len­ta­men­te. Te­lón.