martes, 22 de octubre de 2013

Daiana Alejandra Ibarra-Buenos Aires, Argentina/Octubre de 2013

Dama...

Dama, 
que con grises construyes tu arcoiris,
lléname el alma con el destello de tu luz
y abre mi corazón atormentado.
Muéstrame tu rostro,
ese que escondes al amanecer
y suéltate el pelo al viento para que pueda correr.
Dama,
que el frío no te acobarde,
no permitas derramar más lagrimas en  ti,
sostén esa sonrisa,
esos labios firmes al besar
y muérdete las ganas de llorar.
Y así, 
Dama, ama la vida
y junto a sus grises déjate encontrar,
que el amor, es para los que
al escondite dejan de jugar.



Nélida Vschebor-Buenos Aires, Argentina/Octubre de 2013



EL PAISAJE TENÍA UN SABOR AMARGO


Llegando a la esquina, dobló pegado a la pared. El viento gélido elevaba el borde de su saco. Aunque no era el frío lo que le preocupaba. Miró hacia atrás y sólo siguió cuando la calle estuvo vacía. Su cuerpo era una sombra que se dibujaba en la pared. Su cabeza parecía insertada en el cuello doblado de su atuendo.

Caminó hasta el muelle.
Los barcos estacionados balanceaban lánguidos en la semi-penumbra de la noche, aunque las aguas  erguían y vociferaban en cada ola.
Damián quedó extático sin saber qué hacer. Allí estaba “El Valparaíso”, junto a otros. Silencioso, solitario. Raúl aún no vino, pensó nervioso. Trató de llegar hasta él y subirse y tuvo que tenerse para no caer.
Sentado sobre una viga esperó media hora y comenzó a cabecear.
El frío, el cansancio, la situación por la que atravesaba no lo dejaban descansar.
De pronto todo se llenó de luz, ruido de sirenas, gritos aislados. Entonces Damián se encontró rodeado. Raúl había arribado al fin. Pero no sólo.

María Elena Soria-Chilecito, La Rioja/Octubre de 2013

Carnaval

Cuando llegas carnaval,
fiesta inca de la lluvia,
celebración del pujllay
y de las tierras fecundas..

Cuando llegas son tus  sones
de caja y cuero tamplao
de chinas plenas de amores,
del floreo enamorao..

Cuando llegas carnaval
toda mi tierra celebra
y se tapa el corazón
con harina y  tibieza..

Cuando tus sones se acercan
olvidamos las tristezas,
se alejan las divisiones,
los títulos, la pobreza..


Carnaval lleno de sueños
donde a la tierra se ofrenda,
donde los hombres son uno
porque han muerto las tristezas..

Luis Tulio Siburu-Buenos Aires, Argentina/Octubre de 2013



TREINTA Y UNO

" llueve el treinta y uno
y se moja la tristeza
anticipando el adiós
de un año que ya se va
vendrá otro cualquiera
número continuado
hará las cosas mas viejas
y quizás mas duro el pan
será noche de nostalgias
chin chin de sidra o cerveza
laberinto de emociones
que cambian pero no se van
mañana será primero
pasado seguro el dos
y el tercero ya olvidando
me juego, como que hay un Dios
quedará un escaparate
 con cintas rojas y blancas
y el arbolito hasta el ocho
y luego, luego nada más
habrán pasado las fiestas
los saludos, los deseos
y apretando un camafeo
alquien rogará por paz "

31.12.2012

Roxana Rosado-México/Octubre de 2013

“Rendition”, por Suhair Sibai, acrylic/mix-media canvas, 36” x 36”   




RENAZCO EN MÍ

Me parió la vida
nací de un amor atormentado
o de una tormenta hecha amor,
crecí entre juncos, flores y cactus
sentí el dolor de sus espinas
y el placer de una caricia,
mi alma tiene llagas
lleva cicatrices a cuestas
que la lluvia lava a cada instante,
basta un descuido
para que algo me remonte al pasado
a una parte que me espera
con un tijera en las manos
para cortar en pedazos
y hacer trizas la esperanza,
pero aquí estoy, echa un ovillo
en el vientre del Universo,
buscando mi lugar en el mundo
curando y reconstruyendo
con trozos nuevos la esperanza,
aprendiendo  a amarme, a respetarme
a reconocer por qué soy quién soy
y me duela o no, eso me hace ser auténtica
e irrepetible,
espero con alegría y expectación
m i nacimiento
el momento en el que la vida, por segunda vez
me parirá completa
como nueva,
sonriéndole al presente
y futuro con sabiduría,
a sabiendas de que mi lugar está aquí
porque pertenezco y me pertenezco
al instante mismo que respiro,
y espero pacientemente
ver el primer hálito de luz en el alba
donde me aguarda
la música que inspira a mi alma,
la vida misma.

Ana Romano-Buenos Aires, Argentina/Octubre de 2013


Escoriación

Fragmentan
dormidas

Acordonan
antiguos

Y la realidad
¿qué despide?

Es en el ahora
que naufraga
la voluntad

Glotón
el sopapo
zurce
los instintos

¿Y la cabriola
dónde
espolea?

Ascensión Reyes (cuento)-Chile/Octubre de 2013



EL DIARIO DE UNA SENTENCIADA
Lunes 27 de Mayo de 1950.

            Por primera vez escribo en un cuaderno común y corriente lo que será de aquí en adelante mi diario de vida.
            Antes de la semana pasada creía que esta forma de vaciar nuestras intimidades en una hoja de papel, era cosa de gente débil e ignorante. Pero ahora me doy cuenta, que es el mejor amigo que he podido encontrar. Le escribo acerca de todas mis cuitas y él no me contesta, ni me reprocha. Es el amigo ideal. Y lo he decidido, hoy es el primer día de lo que me resta de vida.

Martes 28 de Mayo
            Ayer no me atreví a escribirlo todo, tenía miedo. ¡Claro que sí, mucho miedo! Debía de alguna forma, resignarme a lo que no tiene solución. Estoy sentenciada, por decirlo en forma simple, moriré, con suerte dentro de tres meses. La semana pasada llevé todos los exámenes al doctor y el diagnóstico fue claro y preciso. Tengo un cáncer avanzado. Sin embargo, el profesional me asegura que, con un medicamento que debo tomar diariamente, no sentiré dolores, sólo un progresivo debilitamiento hasta el final, en que del sueño pasaré a mejor vida. 

Jueves 30 de Mayo
            Ya lo tengo decidido, nada de testamento, legados, ni siquiera mi última voluntad. No estaré presente cuando mi familia llegue y se lleven a tirones cuanto encuentren y se peleen entre sí los que se sientan desfavorecidos. Solamente me preocuparé de mi funeral. Ser una mujer emancipada y haber tenido un buen pasar económico, tuvo sus compensaciones. Por supuesto que sí, conozco casi todo mi país, por tierra. Le tengo pánico a los aviones. Mi profesión me dio la oportunidad. Siempre estuve rodeada de gente que me hizo la vida encantadora y con quienes no tuve empatía, sencillamente me alejé discretamente. Deseché el matrimonio, porque consideré que mi libertad era más valiosa. Tener hijos sin casarme. ¡No, eso nunca! No porque me importe la crítica ajena, muy por el contrario, sino simplemente porque no tuve la suerte o desdicha, de amarrarme a un hombre que me convenciera que el matrimonio era para mí, el estado ideal. Siempre consideré que para tener hijos hay que estar casada. En todo caso, de sexo y de hombres sé bastante.

Domingo 2 de Junio.
            Ya hace como una semana que lo sé, moriré dentro de poco. Prometo no mencionarlo más. Todos tenemos que partir. Unos antes y otros después, yo estoy de las primeras. Pero en este punto de mi vida no tengo nada que me impida disfrutar del tiempo que me queda.
            Allá vamos, he tomado un vuelo que me llevará directamente a Inglaterra. Partiré a mitad de semana y aunque siempre he sentido pánico de viajar en avión, ahora es distinto. Iré confiada que estos tres meses los viviré intensamente.

Martes 4 de Junio.
            Voy en pleno vuelo, es de noche y las personas que están cerca de mí, roncan como si estuvieran en un aserradero. En realidad no me molesta. Yo no tengo sueño y si durmiera perdería este momento de intimidad contigo, mi querido diario.
            ¿Sabes que hasta el genio lo he moderado? Al revisar mi cartera, olvidé sacar mis tijeras de emergencia; aquellas que me regaló Julita, una antigua amiga de mi madre cuando yo era pequeña. La vi desaparecer dentro de un cilindro transparente entre un sinnúmero de objetos retenidos en el aeropuerto, por ser metálicos  y con punta aguzada.
            Reconocí que había sido un error mío, pero en este caso, se me estaba permitido olvidarme de lo que fuera. Por otra parte, la tal tijera, ya tenía bastante tiempo en mi poder, necesitaba cambiar de dueño.
            ¡Qué emoción, voy a conocer Europa! Voy volando seguramente a muchos metros de altura, pero voy feliz, no tengo temor. He sentido una que otra turbulencia, pero lo que suceda afuera no me interesa. Mañana llego al aeropuerto de Heathrow  y desde ese momento comenzaré mi aventura.
            Por esta noche te voy a dejar para dar paso al recuerdo de todos los momentos gratos que he pasado en estos cincuenta años vividos plenamente.
           
Viernes 7 de Junio
            ¡Increíble! Mi estado de ánimo es excelente. Hasta noto que mis mejillas han adquirido un tono saludable y parece que estoy más repuesta. Pero sin pecar de masoquista, no quiero engañarme. En todo caso, en estos escasos días he conocido una infinidad de lugares históricos. Como el inglés lo domino bastante bien, no he tenido ningún dilema para llegar a las ciudades que he escogido como itinerario.

Domingo 9 de Junio
            Me hice amiga, por supuesto que circunstancial de una “gringa”, un poco mayor que yo.  Me invitó gentilmente a una fiesta de gente de la tercera edad. En esta reunión los asistentes bailan y comparten en un amplio y elegante salón. Hubo una competencia de foxtrot y con la pareja que me asignaron, un “gringo” flaco y alto como poste de teléfonos, pero con mucha gracia. ¡No vas a creerlo! ganamos el primer lugar. Me esforcé tanto que terminé rendida. Decidí devolverme al hotel. Aprovechando este momento de intimidad, te cuento que me he sentido tan bien que no quiero soñar, creo que voy a mejorar.

Miércoles 12 de Junio
            Mañana viajo a España. Primero Madrid, Barcelona, Galicia, las Provincias Vascongadas, Andalucía, Murcia y talvez otro punto, para terminar en Islas Canarias. Me vendieron un paquete turístico a buen precio. Y de Inglaterra me voy feliz. He recorrido varias ciudades e infinidad de museos. Me llevo de recuerdo todos los folletos y papeles que me obsequian, para que a mi regreso pueda recordar los puntos por donde he caminado. A mis herederos les pueden servir cuando se les acabe el papel higiénico.

Domingo 20 de Junio
            Ya casi voy terminando mi recorrido. Maravillosa España, todo sol y colores. Lo único que no quise ver fue una corrida de toros. Lo encuentro sádico y apunta a la vileza más oscura del hombre. Pero forman parte de las tradiciones encarnadas en cada pueblo y para sus habitantes es normal y lógica. Es la pasión de ver al torero enfrentar a la bestia en el ruedo. Igual un bife de vuelta y vuelta es bastante rico.
            Mejor cambio de tema, como me siento un poco cansada, te dejo en este punto, para seguirte contando poco a poco, acerca de mis aventuras.

Domingo 25 de Junio
            ¡Por fin en París! ¡La ciudad luz! En un pequeño hotel que mira al Sena y algunos lugares importantes de la ciudad. Aún guardo en la mente las experiencias hermosas que viví en Las Canarias. Ese mar turquesa y las arenas limpias y finas de sus playas. Esas carreteras inolvidables.
            No traje cámara fotográfica, sencillamente porque quiero guardar sólo en mi mente cuánto he visto y cuánto he palpado en este viaje mágico.

Miércoles 29 de Junio
            He paseado y conocido todo aquello que antes vi en postales. Increíble, en vivo es aún más bello, es otra la perspectiva. Incluso hasta los cementerios son sitios turísticos. Mañana estaré en uno de ellos, por supuesto solamente de paso.
            Hoy me preocupé bastante, al sentir algo que nunca me había ocurrido. Iba subiendo una escala muy pronunciada, mi pecho se oprimió un poco y sentí un leve mareo. Pero cuando terminó el ascenso, volví de nuevo a la normalidad.
            En la cena pedí un bajativo y más adelante mientras conversaba con unos pasajeros muy gentiles, alojados en el mismo hotel, me entretuve contándoles acerca de mi país. ¡Me atreví! Les acepté un whisky en las rocas y vaya que me sentí bien. Hacía tiempo que no tenía esa sensación de plenitud.
            Pero ya de vuelta en mi habitación, me siento cansada y el brazo izquierdo me duele; puede ser que el bolsón que llevaba en ese brazo estuviera muy pesado. ¡Sí! , eso es lo más probable, ya tengo una gran cantidad de información turística de todo tipo. Voy a apagar la luz y mañana será otro día de sorpresas agradables.....Adiós mi querido diario...


Domingo 31 de Diciembre del 2000
            Hoy, doy término a la vida de este diario que perteneció a mi tía abuela. Por lo que escribió en él, creo que su final fue imprevisto. Murió en el sueño de un infarto y no de cáncer como le había pronosticado su médico. Me lo contó mi padre, quien fue a retirar sus restos a París. Aunque tenía dos días de fallecida, le pareció ver reflejado en su rostro la felicidad que sentía en esos momentos. Tenía un aspecto de placidez increíble. Hoy, los dos ya no están, seguramente se habrán reunido en la Eternidad.
R. ASCENSION REYES-ELGUETA. (16-11-12).

Ascensión Reyes (Comentario libro)-Chile/Octubre de 2013



Antonio Machado
“A LA DESIERTA  PLAZA”.  (POEMA)   

            La plaza es el corazón de cualquier ciudad. Generalmente allí se reúnen los mayores para ver pasar los últimos años de su vida y los pequeños para compartir con sus pares el crecimiento de sus aptitudes. Y en las grandes ciudades se les ha llamado los pulmones verdes con que la naturaleza preserva el medio ambiente.
            Para el Hablante Lírico, “A la desierta plaza”, la asocia metafóricamente a su vida, a su alma solitaria. Desde esa plaza se derivan un “laberinto de callejas”, haciendo alusión a los diferentes derroteros que conducen los destinos que debe seguir cada ser humano. Y cerca o lejos, “al otro lado la tapia blanquecina con cipreses y palmeras”, sin duda nuestro descanso final, reposo eterno al cual todos llegaremos. La tapia o pared blanquecina, es el aspecto común con que lucen las paredes exteriores de los cementerios, el ciprés se ha transformado en símbolo de este lugar y la palmera nos da una imagen de eternidad. Su lento crecimiento y la firmeza de sus raíces  le proporcionan más años de vida, superando a la del hombre.
            “A un lado el viejo paredón sombrío de una ruinosa iglesia”. Sin duda hace alusión a la fe católica cuyas reglas seculares nos convierten de por vida en pecadores penitentes, y ese anhelo de santidad, en un paredón sombrío al cual es difícil acceder. Nuestras creencias comparables a esa ruinosa iglesia de la cual nos habla el poeta.
            “Frente a mi la casa”, el hablante lírico ocupa el sentido que tiene la casa para el humano, el lugar de encuentro con la familia, con aquellos que se comparte la vida y lo más importante, el lugar que proporciona refugio, seguridad y protección. En este caso no se refiere a la propia, sino a la de la amada. Pero, antes de llegar a ese anhelado refugio, “y en la casa la reja”,  existen  inconvenientes, obstáculos que le impiden penetrar.
            “Ante el cristal que levemente empaña su figurilla plácida y risueña”, el temor de enfrentar ese amor que inspira la mujer amada: figurilla plácida y risueña, refiriéndose a una joven que ha despertado sus sentimientos, sin correspondencia o sin que ella lo sepa.
            “Me apartaré. No quiero…llamar a tu ventana” Prefiere alejarse de esa tentación, esa llamada puede significar  el rechazo, algo peor que una ilusión no cumplida.
            “Primavera viene, su veste blanca…”. La primavera asociada con la juventud, con la ilusión, el blanco con la pureza, que en su imaginación asocia con la amada, la viste de galas de inocencia y de virtud, inalcanzables para él.
            “Flota en el aire de la plaza muerta” en el alma del hablante, que se supone un hombre mayor, no puede evitar que estos pensamientos aniden con el vigor de los sentimientos. “Viene a encender las rosas…rojas de tus rosales”…asociando el rojo de la rosas, con la pasión.  Aunque joven, en algún momento de su vida, ella también va a responder a la pasión latente en toda mujer.
            “Quiero verla”… Con esta frase el hablante lírico, a pesar de todos los inconvenientes que lo separan de la joven amada. Igual insiste, porque sus sentimientos son más poderosos que su razón.
            El amor otoñal de un hombre que ha puesto sus ojos y sentimientos en una mujer muy joven, pero su lógica realidad lo inducen a frenar sus impulsos. No obstante no renuncia a la posibilidad de gozar dolorosamente ese amor, a la distancia.

lunes, 21 de octubre de 2013

Rolando Revagliatti-Buenos Aires, Argentina/Octubre de 2013



CO­MI­DA



Personaje Único: HOMBRE

INDUMENTARIA: Camisa, pantalón, chinelas, delantal de cocina.

ESCENARIO:
a)  Una silla contra la pared del escenario que queda a izquierda del espectador.
b)  Una mesa en proscenio.
c)  Un combinado a izquierda del espectador.

INDICACIONES: Durante toda la representación, discos de 78 R.P.M. giran y caen al plato del tocadiscos. Lo más que el espectador oye de ellos es el ruido que produce cada disco al caer. Por el parlante del combinado se oye desde bastante antes de que se ilumine el escenario, y comience la acción, la voz del HOMBRE. El HOMBRE no presta atención al combinado.


ACCION DETALLADA:

     El escenario iluminándose muy lentamente.

     Transcurridos algunos instantes, aparece el HOMBRE por derecha del espectador. Trae un mantel que pone en la mesa, así como una servilleta. Ubica la servilleta como para sentarse “de frente” al espectador. Se lo ve contento y en paz. Todas sus entradas y salidas las efectúa por derecha. Trae de la “cocina” elementos que coloca sobre la mesa. Dicha “cocina” no está en absoluto sugerida escenográficamente. Sale.

     Entra trayendo grisines, pan, manteca y sal. Sale.

     Entra trayendo la frutera y un huevo duro sin descascarar en un platito. Sale.

     Entra trayendo los cubiertos y el aparato que sujeta los frascos de aceite y de vinagre. Ubica los elementos sobria y aplicadamente. Elige el mejor sitio para cada cosa. Sale.

     Entra trayendo una mesita rodante, sobre la que hay una sopera con su cucharón, platos, una botella de un cuarto litro de vino blanco, un sifón, una copa y un sacacorchos. Pone sobre la mesa el vino, la soda, la copa, el sacacorchos y un plato hondo. Sale.

     Entra trayendo un plato con buñuelos. Y una ensalada. Y un sobre con queso rayado. Sale.

     Entra trayendo otros elementos, en fin, algún condimento, pickles, escarbadientes. En su última entrada desde la cocina, aparece ya sin el delantal.

     Va hasta donde está la silla. La toma. La lleva hasta la mesa y se sienta.

     Descascara el huevo, lo sala. Pone manteca sobre una rodaja de pan. Echa sal sobre la rodaja. Prepara la ensalada. Lustra alguna manzana. Descorcha la botella de vino. Se sirve vino. Sin soda. Se sirve la sopa, que está sumamente caliente. Revuelve la sopa. Sopla el humito. Le echa queso. Vuelve a soplar. Le echa pedacitos de pan. Revuelve. Pincha la lechuga.

     El tenedor llega muy cerca de la boca, pero no puede abrirla. Deja la lechuga en la ensaladera.

     Agrega aceite. Revuelve la ensalada.

     Lleva el vaso de vino a sus labios. Estos no se abren. Se le vuelca un poco encima. Deja el vaso en la mesa.

     Toma la rodaja de pan con manteca. Intenta morderla. No puede. Va violentándose. Deja la rodaja en la mesa.

     Toma el huevo duro. Intenta morderlo. No puede. Va crispándose. Se le tensan los brazos y las manos y los dedos. Deja el huevo en el platito.

     Toma el cuchillo. Corta el huevo en rodajitas sobre la ensalada.

     Toma nuevamente el vaso de vino. No puede beberlo. Lo deja.

     Pone un dedo sobre la tapa agujereada del salero, y lleva ese dedo con algún granito de sal hasta su lengua.

     Intenta que la cuchara con sopa pase por sus labios. Estos se abren, pero no sus dientes. Tira la cuchara en el plato.

     La crispación del HOMBRE va en aumento: vuelca cosas al suelo, se sube a la mesa, toma el sifón, apunta el pico del sifón a la sien y vigorosamente se dispara un chorro de soda, en simultánea con apagón.

VOZ DEL HOM­BRE: Las mon­jas me asus­tan. No las quie­ro. No las en­tien­do. Só­lo las de­seo. Di­go yo. Di­go que di­go yo. Aho­ra. (Pau­sa.) Pue­do ape­nas fle­xio­nar las ro­di­llas. Pe­ro soy el pri­me­ro cuan­do se tra­ta de co­rrer. Tran­cos lar­gos, grá­ci­les, y lo me­jor es cuan­do no to­co el sue­lo. ¿Al re­for­ma­to­rio yo?... ¡¿Tan chi­qui­to?! ¡¿Es pa­ra tan­to...?! ¡¿Al juez de me­no­res...?! (Pausa.) ¡¿Tan chiquito?! (Pausa.) Al fút­bol soy un ague­rri­do co­bar­dón. Un “ma­le­ta” a pu­ro ta­po­na­zo, que se arre­ba­ta fren­te a la pe­lo­ta, que pe­ga de “pun­tín” y si va en bue­na di­rec­ción: es gol. La tie­nen que ir a bus­car a la lu­na. “¡Eh, ma­le­ta, mi­rá dón­de la man­das­te!”: cuan­do no iba a pa­rar a la lu­na. “¿¡Pe­ro es­tás lo­co vos!?... ¡Aho­ra an­dá a bus­car­la!” Y co­rría, asu­mía mi bru­ta­li­dad, mis ac­ce­sos de cre­ti­nis­mo. (Pau­sa.) Soy un buen “fulbac”. (Pau­sa.) Lo que me ma­ta son las ba­las que no dis­pa­ré. Te hi­ce po­ner mal, pa­pá, cuan­do te di­je que yo sé lo que ha­go, que no quie­ro con­se­jos, que pre­fie­ro equi­vo­car­me so­lo. Esa no era una bue­na res­pues­ta pa­ra vos. Un hi­jo de­be acep­tar la guía, la con­duc­ción: el je­fe de la fa­mi­lia. (Pau­sa.) Al eclip­se lo quie­ro es­pe­rar des­pier­to. En la me­sa no se lee. Po­ne­te de­re­cho, mi­rá esa es­pal­da, te va­mos a com­prar el apa­ra­to. No se­rá con im­po­si­cio­nes que cre­ce­ré, no se­rá con mon­jas ni con ame­na­zas. Mi ma­má me mi­ma, me ba­ña o me re­ga­ña. Mi ma­má me quie­re que más no se pue­de, pe­ro yo no lo sé bien.

     Se oye al­gún tro­zo de can­ción sil­ba­da. Y al­gu­nos tri­nos y “bi­chos feos” eje­cu­ta­dos tam­bién con la téc­ni­ca del sil­bi­do.

     Leo y es­cri­bo a los cua­tro años. Y tres por una tres. Pe­ro can­to tan mal, tan mal... ¿Cuán­do no can­to? ¿Cuán­do no es­toy ti­ra­do con­tra la pa­red ha­cien­do la or­ques­ta? Ha­cien­do vo­ces, pe­ro no la mía. ¡Mi voz ver­da­de­ra es és­ta, se­ño­res! (Pau­sa.) Si ha­go al­gu­na ac­ción ma­la al­go ma­lo me va a pa­sar. Mi pie de­re­cho es fuer­te, va­le­ro­so. Pe­ro el dé­bil ga­na, el ame­dren­ta­do. Eso es la jus­ti­cia. La ma­no iz­quier­da se so­bre­po­ne y en el úl­ti­mo mo­men­to, pró­xi­ma a que­dar am­plia­men­te de­rro­ta­da, un ins­tan­te an­tes de so­bre­ve­nir la ex­te­nua­ción, des­com­pues­ta por el su­fri­mien­to, da vuel­ta la co­sa: ven­ce, ven­ce pa­ra siem­pre y siem­pre se­rá así. He re­gla­men­ta­do, he es­ti­pu­la­do, he con­cor­da­do. Má’ qué tan­ta vi­ta­mi­na, qué tan­ta “be do­ce”, qué tan­to pan­ci­to aden­tro de la so­pa. Pa­pá, que nun­ca fue pa­pá, tal vez “pa” al­gu­nas ve­ces, me pe­ga con la ma­no abier­ta por­que no de­seo in­ge­rir. Y en pú­bli­co. Ma­má, ma­mi, “ma” y des­pués na­da, me cas­ca por ha­cer uso in­de­bi­do del bi­dé. Yo so­me­to a las hor­mi­gas y me fas­ci­no con los ca­ra­co­les. Por be­llos y por pe­cu­lia­res.

Pau­sa.

     (Imi­ta a Pe­pe Arias): ¡¿Qué ha­cés, “amo­ma­ba­do”?! ¡Pe­ro pres­tá aten­ción con esa pa­lan­ga­na! ¡A ver si me ti­rás en­ci­ma el agua ja­bo­no­sa! ¡Mu­cho cui­da­di­to con la per­cha! ¡Yo soy de ver­dad, chi­tru­lo! ¡Y cuan­do quie­ras par­lo­tear con­mi­go me pe­dís au­dien­cia! “¡Amo­ma­ba­do!”

Pau­sa.

     (Pro­si­gue con su pro­pia voz.) To­dos los agos­tos vie­ne la par­ca por ca­sa. Vie­ne, ron­da, gua­da­ñea, ha­ce lo po­si­ble, oxí­ge­no pa­ra la abue­la, mé­di­cos, pro­fe­so­res, re­me­dios y pe­ni­ci­li­na. Y yo me voy a dor­mir con mi ma­má. Pe­ro se va. Des­pués de re­vol­ver­lo to­do, se va. No ga­na, de­sis­te; di­ce has­ta lue­gui­to. De to­dos mo­dos al­guien mue­re siem­pre en agos­to. Mien­tras es­cri­bo con pe­da­zos de ti­za, me ase­gu­ro los pan­ta­lo­nes, voy a bus­car el pan en­sar­ta­do en las san­da­lias pa­ra­gua­yas. La hi­ci­mos ha­blar bas­tan­te en ca­sa a la par­ca, sin em­bar­go. Nos dis­cur­sea­ba con ese olor a fra­za­da prin­go­sa, nos su­su­rra­ba...: vol­vé. ¿Por qué vol­vé? ¿A dón­de? (Pau­sa.) No se­rá ins­tán­do­me a ver quién va­cía pri­me­ro ca­da pla­to que co­me­ré. Ni me sub­yu­ga­rán con mo­ne­das. Ni con na­da. ¿O se cre­en que un chi­co no en­tien­de? ¿Que no hue­le, no oye, no sien­te, no pien­sa, no ve, no ne­ce­si­ta? ¿Que uno es un es­cudito fa­mi­liar, un ac­ce­so­rio? Un sím­bo­lo. La ro­pa se me cal­ma. Soy car­ne de pi­le­tón. Te­ra­pia de fas­ci­ne­ro­so pa­ra un ner­vio­so. ¡Upa-la-la­aa! Agüi­ta fres­ca y el al­ma se me cho­rrea. ¿¡Pe­ro no me ven, na­die se da cuen­ta de que eso es una per­ver­sión, una por­que­ría!? ¡Me mo­jan las aga­llas! ¡Qué mier­da, no soy un pes­ca­do! ¡Dé­jen­me ser al­gu­na co­sa! ¡Ah, no se atre­ven, ee­e­e­ehhh! Se van a vi­si­tar en­fer­mos, por eso me que­do ju­gan­do al “ru­mi”. Tan bien ves­ti­dos, con ca­ra de “vol­ve­mos tem­pra­no, po­ne­te el pi­ya­ma”. ¡Qué ma­ne­ra de te­ner­me mie­do, de ti­rar­me todo ese mie­do en­ci­ma! Pe­ro có­mo: ¡¿el hi­jo de la due­ña de la pen­sión le pi­de a los re­yes me­dian­te con­sa­bi­da y res­pe­tuo­sa car­ta la re­cep­ción de un au­ti­to, de esos pa­ra me­ter­se aden­tro, y apa­re­ce un tri­ci­clo?! Un tris­te tri­ci­clo. ¿Un sim­ple tri­ci­clo?... ¡¿To­do es­te tri­ci­clo pa­ra mí?! Mien­tras tan­to al hi­jo de una pen­sio­nis­ta le apa­re­ce un au­ti­to. ¡Y jue­ga con él! ¡Y an­da!... ¿Quién mi­ra por la ven­ta­na del au­la del co­le­gio? Yo. Aun­que no ha­ya pa­ja­ri­tos. ¿Quién lle­ga co­mo una trom­ba ha­cién­do­se en­ci­ma? Yo. ¿Quién se ubi­ca en las fies­tas de­ba­jo de la me­sa a la ho­ra de los cuen­tos ver­des? Yo. ¿Quién se em­bu­cha a los seis me­ses de su pro­pio na­ci­mien­to, me­dia pas­ti­lli­ta de se­dan­te? Yo. ¿Quién mi­ra re­vo­lo­tear a los pa­ja­ri­tos, que no hay, a tra­vés de la ven­ta­na del au­la del co­le­gio? ¡Yo, se­ño­res, yo! ¿Quién si no yo?: el más dó­cil ¡y el más bue­no!!

Pau­sa.

     Imi­ta a una or­ques­ta tí­pi­ca. Can­ta la pri­me­ra es­tro­fa del vals de Ge­ró­ni­mo y An­to­nio Su­re­da: “Ilu­sión Ma­ri­na”.

     Era la hi­ja del vie­ji­to guar­da fa­ro
     la prin­ce­si­ta de aque­lla so­le­dad,
     y le de­cían con amor los pes­ca­do­res
     que era la per­la más bo­ni­ta y blan­ca que guar­da­ba el mar.
     Fue pa­ra ella que can­ta­ron los ma­ri­nos
     que cru­za­ban las se­re­nas aguas huér­fa­nas de amor,
     y en sus can­tos lle­nos de ca­ri­ños siem­pre le de­cían
     que bri­lla­ban sus ojos más que el fa­ro y el sol.

Pau­sa.

     Las me­lli­zas eran ca­ri­ño­sas con­mi­go. Ba­tían la cla­ra de los hue­vos con un te­ne­dor, le echa­rían azú­car, va­ya a sa­ber, era ri­co, yo me lo co­mía. Me aca­ri­cia­ban, ha­bla­ban de sí, se sa­ca­ban la ro­pa. El de las fo­tos con las mu­je­res des­nu­das en las pa­re­des y en los por­ta­rre­tra­tos es­cu­cha­ba mú­si­ca clá­si­ca a to­do lo que da. Cuan­do la her­ma­na y la ma­dre ve­nían a vi­si­tar­lo, las pa­re­des que­da­ban ba­rri­das, lo más un al­ma­na­que. Ese tam­bién se sa­ca­ba la ro­pa de­lan­te mío. La pe­lo­ta se­bo­rrei­ca era ser­vi­cial. He­día, dor­mía do­ce ho­ras, y ex­cep­to los dis­cos, ni un rui­di­to. Yo le lle­va­ba el ca­fé con le­che a la ca­ma a Blan­ca, la chi­ca de la pie­za del fon­do, la que tra­ba­ja­ba de no­che, des­pués su­pe de qué, que a mí me gus­ta­ba tan­to, tan su­ge­ren­te. Arre­gla­ba en­chu­fes la pe­lo­ta, sol­da­ba ca­ños, ajus­ta­ba bal­do­sas y cam­bia­ba cue­ri­tos. Se son­reía con sig­ni­fi­ca­do. Blan­ca es­ta­ba muy bien, me per­tur­ba­ba su exis­ten­cia: mi sa­ber que de­ba­jo de su ro­pa, ella es­ta­ba to­da.

     Se oye unas cua­tro ve­ces la re­pe­ti­ción de las tres úl­ti­mas pa­la­bras. In­me­dia­ta­men­te des­pués se oye: “Mi sa­ber que de­ba­jo de su ro­pa ella es­ta­ba to­da”. Lue­go se oye la pa­la­bra “to­da”, va­rias ve­ces, co­mo si se vi­to­rea­se a un equi­po de fút­bol.

Pau­sa.

     Ca­len­tu­rien­to, ca­len­tu­rien­to, ¿por qué re­lle­na­ron los agu­je­ri­tos de aque­lla se­gun­da puer­ta del ba­ño gran­de, la que es­ta­ba tra­ba­da, la que da­ba di­rec­to a la pie­za en la cual al­guien siem­pre dor­mía? ¿Por qué le pe­ga­ban con el cin­tu­rón y a ve­ces con la he­bi­lla del cin­tu­rón, a Nor­ma? ¿Por qué yo oía los gri­tos del amor y del do­lor? ¿Por qué aque­lla plan­cha se des­li­zó has­ta tu ma­no? ¿Por qué me acuer­do de tu co­mu­nión con la man­te­ca?... ¿Qué es es­to? ¿Qué es­toy di­cien­do? Yo hu­bie­ra que­ri­do es­piar por los agu­je­ri­tos. ¡Oh, la ba­ña­de­ra! To­dos ha­bía­mos des­fi­la­do por allí.

Pau­sa.

     Re­co­mien­za el tex­to es­cu­cha­do has­ta que ce­sa con el apa­gón.