lunes, 21 de septiembre de 2015

Fernando Sorrentino-Argentina/Septiembre de 2015




Existe un hombre que tiene la costumbre de pegarme con un paraguas en la cabeza


Existe un hombre que tiene la costumbre de pegarme con un paraguas en la cabeza. Justamente hoy se cumplen cinco años desde el día en que empezó a pegarme con el paraguas en la cabeza. En los primeros tiempos no podía soportarlo; ahora estoy habituado.
No sé cómo se llama. Sé que es un hombre común, de traje gris, algo canoso, con un rostro vago. Lo conocí hace cinco años, en una mañana calurosa. Yo estaba leyendo el diario, a la sombra de un árbol, sentado en un banco del bosque de Palermo. De pronto sentí que algo me tocaba la cabeza. Era este mismo hombre que ahora, mientras estoy escribiendo, continúa mecánica e indiferentemente pegándome paraguazos.
En aquella oportunidad me di vuelta lleno de indignación: él siguió aplicándome golpes. Le pregunté si estaba loco: ni siquiera pareció oírme. Entonces lo amenacé con llamar a un vigilante: imperturbable y sereno, continuó con su tarea. Después de unos instantes de indecisión, y viendo que no desistía de su actitud, me puse de pie y le di un puñetazo en el rostro. El hombre, exhalando un tenue quejido, cayó al suelo. En seguida, y haciendo, al parecer, un gran esfuerzo, se levantó y volvió silenciosamente a pegarme con el paraguas en la cabeza. La nariz le sangraba, y en aquel momento tuve lástima de ese hombre y sentí remordimientos por haberlo golpeado de esa manera. Porque, en realidad, el hombre no me pegaba lo que se llama paraguazos; más bien me aplicaba unos leves golpes, por completo indoloros. Claro está que esos golpes son infinitamente molestos. Todos sabemos que, cuando una mosca se nos posa en la frente, no sentimos dolor alguno: sentimos fastidio. Pues bien, aquel paraguas era una gigantesca mosca que, a intervalos regulares, se posaba, una y otra vez, en mi cabeza.
Convencido de que me hallaba ante un loco, quise alejarme. Pero el hombre me siguió en silencio, sin dejar de pegarme. Entonces empecé a correr (aquí debo puntualizar que hay pocas personas tan veloces como yo). Él salió en mi persecución, tratando en vano de asestarme algún golpe. Y el hombre jadeaba, jadeaba, jadeaba y resoplaba tanto, que pensé que, si seguía obligándolo a correr así, mi torturador caería muerto allí mismo.
Por eso detuve mi carrera y retomé la marcha. Lo miré. En su rostro no había gratitud ni reproche. Sólo me pegaba con el paraguas en la cabeza. Pensé en presentarme en la comisaría, decir: “Señor oficial, este hombre me está pegando con un paraguas en la cabeza”. Sería un caso sin precedentes. El oficial me miraría con suspicacia, me pediría documentos, comenzaría a formularme preguntas embarazosas, tal vez terminaría por arrestarme.
Me pareció mejor volver a casa. Tomé el colectivo 67. Él, sin dejar de golpearme, subió detrás de mí. Me senté en el primer asiento. Él se ubicó, de pie, a mi lado: con la mano izquierda se tomaba del pasamanos; con la derecha blandía implacablemente el paraguas. Los pasajeros empezaron por cambiar tímidas sonrisas. El conductor se puso a observarnos por el espejo. Poco a poco fue ganando al pasaje una gran carcajada, una carcajada estruendosa, interminable. Yo, de la vergüenza, estaba hecho un fuego. Mi perseguidor, más allá de las risas, siguió con sus golpes.
Bajé —bajamos— en el puente del Pacífico. Íbamos por la avenida Santa Fe. Todos se daban vuelta estúpidamente para mirarnos. Pensé en decirles: “¿Qué miran, imbéciles? ¿Nunca vieron a un hombre que le pegue a otro con un paraguas en la cabeza?”. Pero también pensé que nunca habrían visto tal espectáculo. Cinco o seis chicos empezaron a seguirnos, gritando como energúmenos.
Pero yo tenía un plan. Ya en mi casa, quise cerrarle bruscamente la puerta en las narices. No pude: él, con mano firme, se anticipó, agarró el picaporte, forcejeó un instante y entró conmigo.
Desde entonces, continúa golpeándome con el paraguas en la cabeza. Que yo sepa, jamás durmió ni comió nada. Simplemente se limita a pegarme. Me acompaña en todos mis actos, aun en los más íntimos. Recuerdo que, al principio, los golpes me impedían conciliar el sueño; ahora creo que, sin ellos, me sería imposible dormir.
Sin embargo, nuestras relaciones no siempre han sido buenas. Muchas veces le he pedido, en todos los tonos posibles, que me explicara su proceder. Fue inútil: calladamente seguía golpeándome con el paraguas en la cabeza. En muchas ocasiones le he propinado puñetazos, patadas y —Dios me perdone— hasta paraguazos. Él aceptaba los golpes con mansedumbre, los aceptaba como una parte más de su tarea. Y este hecho es justamente lo más alucinante de su personalidad: esa suerte de tranquila convicción en su trabajo, esa carencia de odio. En fin, esa certeza de estar cumpliendo con una misión secreta y superior.
Pese a su falta de necesidades fisiológicas, sé que, cuando lo golpeo, siente dolor, sé que es débil, sé que es mortal. Sé también que un tiro me libraría de él. Lo que ignoro es si el tiro debe matarlo a él o matarme a mí. Tampoco sé si, cuando los dos estemos muertos, no seguirá golpeándome con el paraguas en la cabeza. De todos modos, este razonamiento es inútil: reconozco que no me atrevería a matarlo ni a matarme.
Por otra parte, en los últimos tiempos he comprendido que no podría vivir sin sus golpes. Ahora, cada vez con mayor frecuencia, me hostiga cierto presentimiento. Una nueva angustia me corroe el pecho: la angustia de pensar que, acaso cuando más lo necesite, este hombre se irá y yo ya no sentiré esos suaves paraguazos que me hacían dormir tan profundamente.


[De Imperios y servidumbres, Barcelona, Editorial Seix Barral, 1972.]

Federico Skliar/Septiembre de 2015



lesbianas
Nos  surgió este amor  jurándonos una eternidad,
 ocultándonos ante los demás por miedo a sus miradas,
  se dio en una habitación desnudando el cuerpo de las dos,
una  elección de  nuestras almas y te encaré un día del pasado,
queriendo envejecer a tu lado y tu mirada se volvía serena,
 te tomé en una hora de la mano ni un instante dudé sobre nada,
ya te besaba demasiado el sol entre las dos se juntaba, 
guardando un secreto de semanas, 
mirando como cada año cambiaba  y la suerte en nosotras llegaba, 
nos  surgió este amor  y en  complicidad nos juramos las dos,
prestar el hombro cuando estemos tristes,
 sólo soy feliz  acariciando tu piel sin fin,
amaneciendo jugando a amarte y descubrir el pulso de la vida
girando siempre alrededor de esta llama.

Luis Tulio Siburu-Argentina/Septiembre de 2015



UN HOMBRE Y UNA MUJER

Ocurrió un lunes del septiembre madrileño. La cité en el barrio de Vallecas, en un lugar donde de adolescente festejaba, cuando de casualidad ganaba el Rayo Vallecano. El Mesón Moreno, de la Avenida Albufera y Josefa Díaz. Casi en la última esquina de una larga sombra de farolas apagadas. Donde el miedo se confunde con la desconfianza y la penumbra con la niebla otoñal de la naciente noche. Uno de aquellos lugares que en la mayoría de los casos no se quiere ir a esa hora, pero en éste se debía ir. Porque es más subyugante la sospecha que el desconocimiento. Y ella seguro querría encontrarse con la verdad oscura antes que con la mentira clara. O viceversa. Vaya uno a conocer el corazón femenino.
No lo había planeado de esa manera para hacerme el misterioso y mucho menos el melodramático. Simplemente surgió del recuerdo de alguna película de Claude Lelouch o de una obra de Tennessee Wiliams, esas escenas que se te quedan pegadas a la piel y las guardás bajo la manga de la camisa para alguna vez representarlas a tu manera, en el escenario que se te ocurra, pero con la misma concepción de quienes te hicieron vibrar en la butaca.
Le pedí al camarero una copa de un vino Ribera, para amainar el frío de afuera y acompañar el calor de adentro. Del bolsillo interior de la cazadora de cuero, tomé el sobre y lo puse sobre la mesa. Sorbí primero algo del tinto y luego por milésima vez en el día retiré la hoja blanca plegada en tres. La releí aunque ya la conocía de memoria, con puntos y comas, acentos y guiones, signos de interrogación y paréntesis.
La puerta batiente apenas chilló cuando su figura delgada, blanca, más blanca aún con el vestido negro, resaltando el gris de sus ojos, atravesó la entrada y se dirigió al rincón donde la esperaba, con andar vacilante y un temblor en las manos enguantadas que yo lo notaba fácil porque mi adicción era mirarlas, quizás hoy por última vez.
Me rozó con un beso la mejilla, se sentó suavemente luego de poner la silla justo enfrente mío, como dos jugadores de póker que en minutos medirán sus respectivas sapiencias, y cruzó esas piernas perfectas enfundadas en medias caladas, levantándose apenas la falda maliciosa o ingenuamente, sacando de antemano una ventaja que si hubiera habido un croupier, no se lo hubiera permitido.
El silencio se instaló entre el cruce de miradas. Empujé la esquela hacia ella y mientras giré mi vista hacia el único ocupante del mesón, un borracho que dormía despatarrado, con la mano derecha sosteniendo la botella que le permitía escapar de la realidad. Se parecía a mí, aunque yo no tenía sueño, pero sí ganas de escaparme.
Leyó despacio, demasiado para mi ansiedad. Su rostro fue pasando de la rigidez de la duda a la relajación de la bonanza. Estiró su brazo y me tomó la mano. El texto era un poco largo pero ya a la mitad del mismo se animó a tocarme la pantorrilla con la punta del zapato aguja. Cuando finalizó le caían lágrimas por las mejillas. No pude más que contagiarme. Me había vuelto el alma al cuerpo.
De repente me dijo que le hiciera lo que la primavera hace con los cerezos. Y que se lo hiciera pronto, ya no podía esperar más. Era el verso final del poema, me agregó, y seguramente si yo había escrito algo tan lindo sabría bien a que se refería. Se quedó aguardando tensa pero embelesada…
Joder con la pretensión de ella….lo pensé dos, tres, cuatro veces. Qué coño sabía yo de primaveras y cerezos. La única solución era una reacción intempestiva que se pareciera al desborde de un enamorado que no sabe qué hacer. Entonces la tomé del brazo, le dejé cinco euros al mozo, esquivamos el pie izquierdo del borracho, caminamos ligero hasta la estación Portazgo del metro y mientras la línea 1 me llevaba hasta Tirso de Molina para dejarla en su piso de La Latina, me prometí que al declarar el amor a una mujer, nunca más plagiaría a Neruda. Y menos su poema 14 con un final tan condicionante y comprometido.
Parafraseando parcialmente palabras del ilustre escritor chileno, confieso que he mentido. Y para colmo, mi desconocimiento de las metáforas literarias – según me contaron después – nos hizo perder a ambos una noche propia de “Un hombre y una mujer”.


Alicia Scordomaglia-Argentina/Septiembre de 2015



FRENÉTICA

Pondré la lupa
Sobre los agujeros
De mi vida…
Tan sencilla sensación
Desborda tedio
Más no existe
Circunstancia
Ni remedio
Que apague la sed
De mi desdicha…

Me arrodillo suplicando
Por mis penas
Por la indómita verdad
De tu verano…
Y entremedio
De frenéticas faenas
Sólo atino a preguntar:
¿Por qué te amo?



Ana Romano-Argentina/Septiembre de 2015



Magnetismo

Sostenida por las hojas
de las despedidas
Contempla alucinada
los vaivenes
No obstante, camina
Y en la cautela
los pies
Recorre
de la lucidez  en procura
el hechizo
Y es en la oscuridad del mar
donde se sumerge.

Agustín Alfonso Rojas-Chile/Septiembre de 2015



VIAJE A PARÍS 


Aborda el avión a las 18:40 horas, en el vuelo 707 de la línea “Blue Dollar”, en Santiago de Chile con destino a París. La razón del viaje es contraer matrimonio el sábado 28 del mismo mes, con Paulina Colomba Ricapiedra Olivera, Ingeniero Comercial de la línea aérea en la cual viaja.
La aeronave cubre la ruta Denver-Santiago-Sao Paulo-París, con dos vuelos semanales.
Ubicado en clase ejecutiva se arrellana en su butaca cayendo en agradable sopor, relajado por el suave ronroneo de los motores, un whisky en las rocas y el sutil aroma de un perfume femenino que satura el recinto. Él, más una dama son los únicos ocupantes de ese compartimiento.
Comprueba la hora en el reloj de múltiples funciones que lleva en el brazo izquierdo, entre ellas un GPS que le permite ubicarse permanentemente en la ciudad. Son las 19:30 - En cuatro horas más, estaremos en Sao Paulo – piensa. Coloca en sus oídos los audífonos que el avión proporciona, selecciona una música suave y cierra los ojos…
Juan Felipe Matapalos Rondon, siendo médico, tiene la tendencia a recordar y revivir los años pasados. Es así como hoy, en esa somnolencia propia de los largos viajes, revive en su mente el instante en que Colomba, dos años menor, reconoce que lo ama. Fueron compañeros en kinder, básica y media en un colegio de Vitacura. La amistad que los une nació con ellos. Crecen en madurez física, intelectual y con el respeto y mutuo apoyo de sus respectivas familias.
Una sonrisa se manifiesta en sus labios al recordar las “onces” infantiles en casa de ella el día en que fue coronada Reina del Curso, en tercero básico.  En la ocasión fue su príncipe consorte. Los días de playa en Cachagua. Los asados en la parcela de un amigo común, el gordo Morales en María Pinto, pueblito a 40 kilómetros de Santiago por la ruta 68. Especial memoria guarda de la obra de teatro donde ella es Julieta y él Romeo, con esta obra dieron fin a la enseñanza media. Con nostalgia recuerda el día en que la familia de Colomba se trasladó a París. Su padre había sido nombrado Embajador. Él, ingresó a una universidad en Santiago, ella en París.
Esta separación fue la más dolorosa de su vida, descubriendo que para él, ella era vital. Este alejamiento lo siente como un miembro cercenado de su cuerpo. Se lo hace saber. -Juan Felipe, para ti seré siempre tu Colomba, te extraño - fue la respuesta. Así, ambos corrieron la venda de sus ojos para descubrir que el amor había llegado a sus vidas…
-A los señores pasajeros, se les ruega volver a sus asientos, abrochar sus cinturones. En 15 minutos aterrizaremos en Sao Paulo” – Se oye la voz del capitán anunciando el pronto arribo a ese aeropuerto. Mira su reloj, son las 23:20. Cuarenta minutos más tarde, la aeronave despega rumbo a París.
El capitán consulta las condiciones meteorológicas que hay sobre el Atlántico a la torre de control. Recibe la respuesta. -Buen tiempo en el océano. Sobre territorio nacional baja presión atmosférica, tormenta en gestación a tres mil pies. - Las típicas tormentas tropicales de esta época - asegura a su copiloto.
-Señores pasajeros, volaremos un área de turbulencias, se ruega mantenerse en sus asientos, con el cinturón de seguridad abrochado.
-Dejaremos el territorio a 6.000 pies. Mayor potencia a los motores, ordena al ingeniero de vuelo: 800 – 900 – 1000 – 1.500 – 2.000 pies repite el copiloto y continúa, 2.600 – 2.800 – 3.000 – 3.500…

De pronto, un rayo explota sobre el avión, las turbinas se detienen, la oscuridad es total, la tormenta está desatada, el avión se precipita a tierra de “cola”, cayendo rápidamente sobre la selva amazónica…
Luego del catastrófico impacto, todo es silencio. No hay gemidos, sólo crujidos de fierros que se adaptan a su nueva posición… pasan las horas, el sol se eleva en el horizonte, las tinieblas se disipan, la tormenta ha cesado, un cielo azul y límpido recibe el nuevo día.
Juan Felipe abre los ojos, toma conciencia de lo sucedido, pequeños hombres cubriendo sus genitales con taparrabos hurguetean las pertenencias de los pasajeros. Su vecina de cabina esta muerta al igual que los 163 compañeros de viaje.
Es rescatado por los indígenas y llevado a la aldea de la tribu. Allí lo alimentan y son curadas sus heridas. Sin embargo, lo peor está por venir…
Nada queda del avión, sólo el GPS sigue emitiendo señal, por breves minutos luego del impacto haciendo posible que las cuadrillas de rescate lleguen al lugar del accidente cuatro días después.
Durante ese tiempo los “hombrecitos con taparrabos” saquean los restos de la aeronave, mientras él permanece en una especie de ruca, atado al poste central que sostiene la techumbre. Transcurren algunos días. Nota a los pobladores ansiosos, pasan frente a la ruca, lo miran con sus rostros pintados, un pequeño hueso atraviesa la nariz chata y roma, la cabellera desgreñada de color rojizo les da una imagen de rudeza extrema.   
Hay luna llena. Por la noche llegan seis mujeres con los pechos descubiertos, lo desnudan sacándole los pocos trapos que cubren su cuerpo, lo atan con lianas y lo conducen a un claro del bosque donde la tribu se ha reunido. Lucen nuevas pinturas en sus rostros, su ferocidad se hace más patente mientras ingieren un líquido verdoso. Los tambores retumban, tumban y  retumban. Hombres, mujeres y niños danzan al compás de la música, si es que así pueda llamarse. Una inmensa hoguera ilumina el entorno. Cuando la euforia ha desatado las pasiones, es tomado en vilo, colocado sobre el fuego. Será el festín del día de la Luna. Lanza un grito de terror cuando las teas le comienzan a chamuscar la piel…!Colomba!  Es su último grito.

Despierta agitado, sudoroso. A su lado, el cuerpo desnudo de Colomba lo vuelve a la realidad. ¡Todo ha sido un sueño, un mal sueño! Se vuelve hacia ella, la abraza y se duerme con el rostro perdido entre su rubia cabellera que huele a miel…

George Reyes/Septiembre de 2015



NI SANGRE DE LA NOCHE


“Pienso que hay que resistir, este ha sido mi lema,
pero hoy cuántas veces me he preguntado
cómo encarnar esta palabra, cómo vivir la resistencia”. (E. Sábato)
---


La noche se atropella con el lastre de los verbos de espuma,
ansía levantarse con la luz de linterna que no escucha,
con su mano en el bolsillo pesado de ironía.

Todo ha muerto, pero hay huesos de palmeras caminando
en la esquina donde el éxodo me suelta vómito de letras,
en la patria que aboceto sin metralla descarada.

La sangre empozada como piedra derretida
convulsiona en los remiendos de mis dedos…
El idioma de mi boca ellos lo descifran, pues conocen bien mi nombre.

La noche…sobre el lastre de los verbos de espuma.
…………a
………..g
………o
……...n
……..i
……z
…..ó

Ascensión Reyes (cuento)-Chile/Septiembre de 2015



UNA SOMNOLENCIA DE TERROR

Trabajaba contra el tiempo, debía presentar una tarea sobre pueblos precolombinos del sur de Chile y sus formas de vida. Para que su nota mejorara era imperioso realizarlo y no terminar el año en rojo, como le había sucedido durante todo ese último tiempo.
Investigar sobre historia le parecía una “lata”. Sin embargo después que la funcionaria de la biblioteca, a quien pidió ayuda sobre el tema, le pusiera sobre la mesa varios textos que de sólo observarlos no atinaba por cuál empezar. Acomodado en un sillón que invitaba más al reposo que a la lectura, abrió el primero que tuvo a su alcance, encontrándose en un mundo desconocido. Hablaba de hielos permanentes, de seres humanos cubiertos de pieles, y de rucas a manera de casas, donde se compartía con la familia, desde el alimento hasta el sueño. El tema le agradó desde el comienzo, había láminas mostrando tupidos bosques que protegían de las nevadas. Animales inmensos, elefantes enormes cubiertos de pelos, y tigres cuyos colmillos eran tan grandes como sables, buscando alimento entre la nieve que cubría todo el entorno.
     El muchacho tenía sueño atrasado por el último carrete al que había asistido, pero aún así, debía captar la información que le entregaban los libros para realizar el trabajo. De pronto, la pasividad del salón hizo que su mente se encontrara en el lugar que le indicaba el libro, sintió el frío de la nieve en sus miembros. Sus manos y brazos estaban congelados, además eran más oscuros que antes. Algo le molestó, sintiendo que arañaba su espalda. Era su vestimenta confeccionada con cueros mal curtidos, debió olvidarlo, era su único abrigo. Solucionó el problema rascándose la zona afectada. Luego se incorporó, había estado apoyado en el grueso tronco de una conífera.
     Detrás de él sintió una respiración caliente y un hedor extraño. Volteó bruscamente y se encontró, frente a frente, con una especie de tigre gigante que lo superaba varias veces en tamaño. De entre sus fauces abiertas, emergían unos inmensos colmillos como sables. Lanzó  un rugido que lo hizo replegarse sobre el tronco del árbol. Ya sentía el aliento caliente del animal, que lanzó otro rugido que lo hizo temblar de pavor. Estaba cierto que ya no podría escapar de la bestia y supuso que en cualquier momento iba a sentir sus filosos dientes desgarrar sus carnes.
     El último pensamiento fue para su madre, que seguramente lo esperaba en la casa o en la ruca, y como una forma de lamento postrero, lanzo un grito: -¡Mamá, ayúdame!- justo cuando unas garras lo sacudían con fuerza.
     -¡Jovencito! Despierte. Por favor trate de no gritar de esa forma, porque ya tiene a todos los lectores pendientes de usted.
     -Oh, disculpe señora, parece que me quedé dormido.
     -Así es. Debe irse porque casi estamos por cerrar.
     Se incorporó del asiento, dirigiéndose con presteza al baño, sentía sus pantalones húmedos y unas culebrillas de hielo recorriéndole la espalda.
     Salió de la biblioteca pensando que su trabajo le permitiría pasar del rojo al azul, pero nunca se imagino que viviría una experiencia que nadie creería, en un tiempo y lugar que jamás conoció.

R. ASCENSIÓN REYES ELGUETA- 10-SEPTIEMBRE DEL 2014.


Ascensión Reyes (Comentario libro)-Chile/Septiembre de 2015



ALMUERZO Y DUDAS
De Mario Benedetti.- Uruguayo
    
     El protagonista se observa a través del reflejo de una vitrina, alegrándose de haber logrado convencer a Matilde de que acepte una invitación para almorzar juntos, en un restaurante. De él no se sabe su nombre ni su físico, solamente se deja entrever que es un conquistador avezado en busca de una presa. Es casado con Amanda, pero está encandilado por obtener a la mujer que tiene enfrente.
Lo interesante del relato es que la trama se desarrolla mediante un diálogo permanente entre los dos personajes, desde el momento en que se encuentran y el hombre la convence de aceptar esta invitación. Finalmente, el objetivo se ve frustrado cuando Matilde toma el autobús camino a su casa.
     Por saberse el nombre de la mujer y no el del hombre, se puede presumir que ella es la protagonista, quien maneja el ritmo de la conversación en un nivel cordial, pero definido en cuanto a valores que trasuntan del diálogo. Sin embargo, el hombre es el protagonista, el cazador que finalmente pierde a su presa.
          Hay un desarrollo parlante permanente de un narrador cuasi omnisciente que a través de su voz se puede advertir la ambientación del lugar y el regio almuerzo que ambos disfrutan.
     Finalmente, con un “gracias por la comida” ella lo deja sin que sus argumentos le hayan afectado en lo más mínimo. El estilo de narrativa es muy parecido al que empleó Hemingway en Los Asesinos, usando un solo escenario donde transcurre toda la acción.
Mario Orlando Hardy Hamlet Brenno Benedetti Farrugia
     Más conocido como Mario Benedetti, nació en Paso de los Toros el 14 de septiembre de 1920 y falleció en Montevideo el 17 de Mayo del 2009.
Benedetti, fue un escritor y poeta uruguayo, integrante de la generación del 45, a la que también pertenecen Ida Vilarino y Juan Carlos Onetti, entre otros. Su prolífica producción Literaria incluyó más de 80 libros, algunos de los cuales fueron traducidos a más de 20 idiomas. 

Ascensión Reyes (Poema)-Chile/Septiembre de 2015



CONJURO EN NOCHE SIN  LUNA      


Abracadabra, pata de cabra
Pelos de gato, boca de sapo…

Conjuro en noche sin luna
en tierra de cementerio…
Espíritus que rondan los miedos
sombras que atrapan el silencio
de algunas almas que esperan.

Espíritu de la oscuridad
deja que mi escoba se eleve
por ámbitos desconocidos
y en un solitario desierto sepulte
uno a uno mis quebrantos.

Por mis ropajes oscuros
permite que raudos…
resbalen amargos dolores
y por la punta de mi sombrero
escapen mis torvos pensamientos.

Dale poder a mi vara para detener
al maldito enfurecido.
Para el felino y artero ladrón
me convierta en sombra,
repelente a su condición.

Y antes del canto de un gallo,
en mi olla mágica mezclaré
los malos recuerdos
los momentos tristes
y los anhelos incumplidos,
para lanzarlos al pozo
oscuro y nauseabundo
donde pasarán al olvido. 

Y al comenzar la aurora
mi canto será como el trinar
de un ave saludando el día…
Sin recuerdos…
Sin memoria…
  
Abracadabra, pata de cabra,
Pelos de gato, boca de sapo…

Rolando Revagliatti-Argentina/Septiembre de 2015



Valeria Iglesias: sus respuestas y poemas

Entrevista realizada por Rolando Revagliatti



Valeria Iglesias nació el 2 de abril de 1970 en Buenos Aires, ciudad en la que reside, la Argentina. Es Licenciada en Lengua Inglesa por la Universidad del Salvador. Publicó los poemarios “Papel reciclado” (2002) y “Restos de jukebox” (2009), así como la novela “Correo sentimental” (2012). Fundó blogs, editoriales y fanzines. Además de ejercer la docencia como profesora de inglés, dictó talleres de escritura creativa en centros culturales y otras instituciones.




          1 — Hasta antes de tu acercamiento a la poesía, ¿qué podríamos ir sabiendo de vos y tu familia en esos primeros años de la convulsionada década del setenta?

          VI — Mi mamá tenía diecinueve años, había dejado su Paraná natal después de casarse con mi padre, porteño, de casi veinticuatro años cuando yo nací. Vivíamos en la Capital Federal, en “la casa de Aráoz” según siempre se refirieron cuando hablaban de esa época. Luego nos trasladamos a un montón de lugares que no recuerdo, uno de los cuales denominaban “la convivencia”, en una casa grande en la localidad de San Martín, provincia de Buenos Aires, que mis padres y yo compartíamos con otras familias de militancia peronista.
          La primera vivienda que sí recuerdo, a mis dos años de edad, era un departamento que mis padres alquilaban en la suburbana Villa Ballester, “la casa de Almirante Brown”: la entrada del edificio, la disposición de los ambientes, mi madre embarazada de mi hermana, mi hermana de bebé. Y unas vecinas mellizas, mayores que yo, hijas de la dueña de todo el edificio —tipo PH, con pocos departamentos—, que a veces me invitaban a jugar y tenían una cocinita de miniatura que a mí me encantaba.
          De ahí nos mudamos, dentro de la misma localidad, a la casa de la avenida Las Heras. Mis padres la pudieron adquirir gracias a los préstamos otorgados en el último gobierno de Perón. Yo tendría cinco años y asistía al jardín de infantes del INTI Instituto Nacional de Tecnología Industrial, donde mi mamá trabajaba. De ese jardín evoco el traslado en el auto nuestro o de mi tía, quien también trabajaba allí. Viajaba con mi hermana, mi tía y mi primo todas las mañanas. ¿Qué más?: tuve mi primer perro, el Cuchi, un bóxer que regalaban unos chicos que pasaron por la puerta de mi casa y que no sé cómo me dejaron tener. Duró poco. Mi madre no tuvo paciencia con lo que él rompía, así que lo regalaron. Por ese entonces falleció Perón: en mi memoria las imágenes del velatorio en la TV blanco y negro y mi madre llorando. Poco después, la despidieron de su trabajo.
          La primaria la cursé en una escuela parroquial donde mis compañeros iban a misa menos yo, ya que mis padres eran agnósticos, tirando a ateos, así que no me permitieron concurrir. Fue un sufrimiento: con miedo a los castigos de Dios, rezaba todas las noches para que mi familia se volviera creyente.
          También hice danzas españolas. Yo hubiese preferido concurrir a danzas
clásicas, pero no recuerdo por qué me quedé con las españolas. Fue un antecedente para que, ya en el secundario, en primer año me pusieran en el grupo de gimnasia deportiva. Sin embargo (hoy todavía me arrepiento), como no me agradaba estar separada de mis amigas, pedí que me incluyeran en el grupo de gimnasia común. Así fue como me alejé de mi conexión más consciente con mi cuerpo, de los movimientos, de sus posibilidades más allá del cotidiano. Algo que recuperé de grande con el yoga.


          2 — Y ahora sí: tu primer acercamiento a la poesía.

          VI — Fue en quinto grado. Allí estudiamos la métrica y la rima del poema “Ay, señora, mi vecina” del cubano Nicolás Guillén. La maestra nos indujo a plasmar nuestro propio poema. Sentí que se abría una puerta a algo mágico, misterioso y selecto. Lograrlo fue como si me dijeran que podría incorporarme a la NASA y conducir un cohete. Algo que yo creía imposible e inalcanzable (quién sabe porqué) resultaba que era viable, que sólo se trataba de intentar. Ese año le escribí uno a mi papá para el Día del Padre y algunos otros. No los recuerdo ni tengo copias.
          En el secundario empecé a pergeñar canciones. A la letra le inventaba una melodía que al día siguiente olvidaba porque no sabía anotar música, así que muy pocas “canciones” perduraban en mi cabeza, completas con su música, por más de una semana. Las letras eran de amor, o de desamor. Y hasta busqué palabras difíciles en el diccionario para agregarlas a esas letras y “darles mayor vuelo”. A los diecisiete años, cuando mi hermana comenzó un taller de teatro, a mi madre se le ocurrió ofrecerme concurrir a un taller literario. Inicié uno dependiente de la Municipalidad de San Martín, coordinado por Mabel Garabelli. Fui a mi primer encuentro con mis “canciones” de (des)amor, llenas de lugares comunes. Cuando oí lo que los demás participantes (que ya venían asistiendo de años anteriores) leyeron, supe que debía cambiar radicalmente mi escritura. Me volví surrealista al instante. Me fui alejando de los lugares comunes, yéndome al extremo de rebuscar imágenes abstrusas, inentendibles. Pero así empecé a experimentar con el lenguaje.


          3 — Cuando estarías concluyendo el secundario.

          VI — Y pensé en estudiar psicología, como mi mamá. Incluso (ella era la que definía los detalles de lo que yo quería estudiar) me iban a anotar en la Universidad del Salvador, donde ella había cursado durante la dictadura. Pero en una ocasión acompañé a una amiga a anotarse en el CBC [Ciclo Básico Común], hicimos la fila, y cuando llegó nuestro turno pedí un formulario para inscribirme y me anoté en la Universidad de Buenos Aires para la carrera de Letras. Hice el CBC, mitad en una sede (Drago) y mitad en otra (Ciudad Universitaria). Aprobé cinco de las seis materias imprescindibles para ingresar a la carrera. Con cinco materias se podía comenzar, podías cursar durante el primer cuatrimestre la materia del CBC que te faltara. Pero no fue fácil. Yo todavía vivía en el Conurbano Bonaerense y el viaje era largo y complicado (no tenía medios de locomoción directos, debía tomar tres). Cada vez que llegaba para anotarme, había paro no docente, se había cortado la electricidad, etc. Así que, decepcionada, volví al ofrecimiento de mi madre de estudiar en la Universidad del Salvador, pero la carrera de Letras. Me aburrí un montón. Cuando terminé el primer año, del que no rendí ninguna materia, me puse a estudiar para dar libre la materia del CBC que me faltaba aprobar, y al año siguiente comencé la carrera de Letras, cuando ya tenía veinte. Cursé durante dos años, aprobé con final seis materias (a otras jamás me presenté a dar final) y a los veintidós me fui a Londres a estudiar inglés, en un viaje que me regaló mi padre. Regresé enamorada de Londres y fantaseando con enseñar idiomas. No sólo inglés, sino también español para extranjeros. Quería irme a enseñar nuestro español a Europa, y necesitaba una carrera más rápida (Letras en la UBA es muy larga) y más práctica (precisaba mejorar mi inglés para residir en el extranjero), así que me anoté en la Universidad del Salvador, pero para la carrera de Lengua Inglesa. Era parecida a una carrera de Letras, pero se cursaba toda en inglés. Al año siguiente me conseguí un trabajo, junté plata y volví a viajar, esta vez de turista, a Londres. Es el día de hoy que tengo saudade de esa capital (si es que este término en portugués aplica). Incluso, tengo sueños recurrentes en los que estoy ahí, en los que viajar hasta allí es muy fácil. Lo logro con un colectivo o un taxi desde mi casa. Y siempre, siempre que sueño con Londres me despierto feliz.
          Pero, a los veintitrés me puse de novia con el papá de mi hijo y a los veinticuatro nos casamos (mientras continuaba estudiando, y a unos meses después de que falleciera mi padre) y a los veintiséis tuve un hijo (mientras seguía estudiando), y cuando concluí mi carrera tomé conciencia de que había estudiado para irme a enseñar idiomas por el mundo pero me había casado y tenía un hijo, por lo cual el proyecto originario quedó anulado o reemplazado por otro.


          4 — Y habrás arribado a tus treinta años.

          VI — En crisis. Me separé, seguí enseñando inglés a desgano. A comienzos de 2002, mientras la Argentina se derrumbaba, en el instituto de inglés en el que era docente me ofrecieron trabajar más horas por menos dinero. Renuncié. Decidí dedicarme a la literatura a tiempo completo y criar a mi hijo. A fin de cuentas, ganando poco era lo mismo que ganar mucho pero dejar la mayor parte de mis ingresos en una niñera para que lo cuidara. Efectué algunos trabajos aislados de corrección, de asesoramiento a estudiantes que estaban redactando sus tesis. Intenté armar talleres literarios. Sólo tuve alumnos individuales. En 2005 el sistema “vivir de la literatura” se hizo insostenible y empecé a desempeñarme en una escuela como maestra de inglés. Si bien me sentí muy a gusto con el equipo de trabajo (de hecho, he vuelto a ejercer la docencia en la misma institución), no me satisfacía enseñar inglés y tenía escasa paciencia con los niños. Durante esos veranos inventé una modalidad de taller intensivo: taller de escritura creativa de cinco días corridos. Cinco días explorando las posibilidades de la escritura. Funcionó. Quedaron algunos alumnos para seguir durante el año con un taller más tradicional. Empecé a dar talleres y renuncié a la escuela. Fue por entonces, y con esa decisión, que compilé los poemas que conservaba desde los diecisiete años (pocos quedaron de esa edad) y escribí algunos nuevos incorporados a “Papel reciclado”, en una edición de autor. Organicé presentaciones, una suerte de gira por diferentes bares y centros culturales, con la finalidad de vender mi primer poemario. Una amiga me aconsejó que iniciara un curso de clown para perfeccionar mi manejo con el público. En 2003 estudié con Cristina Martí en el Centro Cultural Rojas. Luego con varios clowns: Pablo Argañaráz (2004), Lila Monti (2005), Marina Barbera (2007), Silvia Aguado (2011). Participé de numerosas muestras. Trabajé dando talleres durante ocho años. De escritura, de creatividad y de proyectos. Di seminarios de creatividad en talleres extracurriculares de UADE Universidad Argentina de la Empresa y también como parte de programas de capacitación para gerentes de empresas.
          En 2006 concurrí a un taller de poesía en la Casa de la Lectura, coordinado por Andi Nachon. Aunque en un principio me desilusionó ver que era un taller de obra (se leía y analizaban los poemas que se habían enviado para quedar seleccionados en el grupo) y no de producción, con el pasar de los encuentros fui concibiendo todo un poemario que terminé publicando en 2009, con más textos que proseguí escribiendo después del taller, y que se llamó “Restos de jukebox. Este poemario, a diferencia del anterior, fue el primer proyecto de libro organizado como un todo y no como una selección de poemas que ya tenía y junté para un volumen. Cada poema fue pensado, escrito y trabajado para pertenecer a un todo. El título surgió de uno de los poemas. Jukebox significa rockola, y el hecho de que el libro llevara un nombre mitad en inglés y mitad en castellano anticipaba lo que pasaría en el poemario; el inglés, indefectiblemente, se cuela en muchos de los textos con palabras sueltas y con un poema bilingüe, autotraducido, o, mejor dicho, escrito y versionado en ambos idiomas.
          En 2007 comencé un ciclo de lecturas llamado “Outsider”. El propósito era integrar la poesía y la narrativa (había ciclos de poesía o de narrativa por separado), así como también invitar a leer a quienes nunca habían participado de esas tertulias (el outsider). Pasaron por el ciclo Juan Faerman, Ingrid Proietto, Julieta Prandi, Fernanda García Lao, Patricia Suárez, Patricia Kolesnikov, Gabriela Cabezón Cámara, Juan Guinot, Paola Ferrari, Jimena Repetto, entre muchas otras personas (se pueden ver todos los que participaron en el blog del ciclo que todavía está online: www.eloutsider.wordpress.com). Lo coordiné durante dos años, hasta que en 2010, junto con Enzo Maqueira (uno de los lectores que había pasado por el ciclo) fundamos Ediciones Outsider. Aparecieron cinco títulos: “Antología outsider”, “Antología outsider II”, “Cuentos raros”, “Escribir después” (antologías de cuentos) y el volumen doble de Federico Jeanmaire y Juan Martín Guastavino: “Los zumitas / El silencio del río”. Luego todo quedó en stand by por lo costoso que resulta imprimir y lo complicado que implica la distribución. En 2014 reactivé la propuesta con nuevos socios: Francisco Cascallares y Jorge Churio, como editorial digital de cuentos: www.eloutsider.org. 
          Dos años antes me había integrado a la Escuela del Estudio de la Intuición: es una ONG que enseña valores para que el ser humano vuelva a vivir como especie y no como individuo separado. A partir de lo que fui incorporando en la escuela, decidí volver —en 2013— a ejercer la docencia en la misma institución en la que había trabajado en 2005 y 2006.


          5 — Has tenido tu paso por un taller de escritura coordinado por el escritor y periodista Luis Gruss.

          VI — En la misma época en que me dediqué de lleno a la literatura, cuando reunía en papelitos y carpetas los poemas que llevaba escritos para elegir los que publicaría, mi mamá me prestó un ejemplar de la revista “Latidos”. Ahí reparé en que se anunciaba un taller de "nuevo periodismo". Estaba orientado a escribir crónicas desde una perspectiva más literaria que periodística, y quedaba muy cerca de casa. Ahí conocí a la actriz y escritora chilena Vanessa Miller, con quien entablé una profunda amistad que comenzó con mi colaboración en algunos guiones de un programa de Georgina Barbarrosa en los que Vanessa actuaba.
          Al año siguiente, Luis armó un nuevo taller, ya orientado a la escritura más general, no necesariamente crónica. Fue muy productivo y nutritivo mi paso por esos talleres.


          6 — Recuerdo aquel blog que fundaste: Absurda y Efímera. Y hubo otros.

          VI — Sí, cuando ya hacía varios años que trabajaba con Absurda y Efímera (que comenzó como un sitio web antes de ser un blog, pero con la misma dinámica que luego tuvieron los blogs) un amigo me invitó a participar de uno llamado Perdida y desdichada; la propuesta era turnarnos para subir posts fingiendo que no era ficción, sino que era verdaderamente una chica la que usaba la plataforma para contar sus desventuras amorosas, sus problemas existenciales con el amor. Algo como lo que hizo Hernán Casciari con el blog que terminó siendo la exitosa obra teatral “Más respeto que soy tu madre”, protagonizada por Antonio Gasalla.
          Con esa idea en mente, creé un blog llamado Busco novio: un título llamativo para poder generar muchos lectores lo más rápidamente posible. Y así, fingiendo que era una chica que contaba una historia que le había ocurrido en un pasado cercano, empecé a escribir una novela que terminé en 2014. Eso sí, el blog lo tuve por poco tiempo "al aire". Era divertido percatarse de cómo algunos lectores opinaban como si eso que leían ahí fuese ficción literaria, mientras que otros creían que era verdad y me aconsejaban consultar a un médico (la protagonista tiene una mancha rara en la piel que la perturba porque podría llegar a ser algo maligno).


          7 — En 2009, cuando comenzabas a cursar el posgrado “Diplomatura en Ciencias del Lenguaje” en el Instituto Superior del Profesorado Dr. Joaquín V. González, te definís expresamente feminista.

          VI — Después de coquetear con la fantasía de cursar ese postgrado, justo se me ocurre decidirme el año en que mudan el “Joaquín V. González” al Centro (antes quedaba a tres cuadras de mi casa). Es un postgrado que aún estoy cursando, porque no lo hago tanto por el título como por aprender o profundizar temas que me interesan. Entonces, si en un cuatrimestre no hay una materia que me atraiga dentro del horario en que me es cómodo, no concurro, como es el caso de este segundo cuatrimestre. Pero ya cursé más de la mitad de la diplomatura.
          Mi incursión en el feminismo también supone algo de coqueteo. Allá por el 2001 conocí a Andrea Álvarez, baterista y cantante, conocida por sus trabajos con otros músicos y bandas como Soda Stereo y Divididos, pero que en esa época se lanzaba como solista. Su hijo iba al mismo colegio que el mío y nos hicimos muy amigas. Ella es una feminista confesa. Yo, sin embargo, aunque estaba de acuerdo en lo que ella sostenía, pensaba que no valía la pena exponerse con opiniones que no todos podían entender. Se lo dije varias veces, cuando la acompañaba a las entrevistas que le realizaban para medios gráficos o radiales.
          Pero siempre hay algo que alguna vez te hace ver las cosas de otra manera. Cuando algo es de por sí justo, tarde o temprano sale a la luz. Hoy se consideran derechos humanos a algunas instancias que antes eran invisibles. Por ejemplo, antes se asumía como normal que existieran esclavos, o que la mujer estuviese desconsiderada por ley para votar. Aunque todavía existen quienes tienen sus peros con el matrimonio igualitario, o que opinan que una mujer que se expone como mercancía en un programa de TV como el de Marcelo Tinelli es porque elije ser(hacer) eso. Además, una vez leí una de esas frases que suenan lindas y políticamente correctas pero que si las sopesás, te impulsan a posicionarte. Decía algo como "ser indiferente ante una injusticia es lo mismo que ser injusto". La estoy citando por su concepto, pero estoy segura de que estas no eran las palabras exactas.


          8 — ¿Cuántos fanzines editaste? ¿A qué apuntaban, con qué características gráficas?

          VI — Con esta pregunta me quedo pensando en las vueltas de la vida. Empecé con Absurda y Efímera, primero como revista digital, luego como blog. Para pasar por los fanzines y volver a lo digital, que es mi proyecto actual con Ediciones Outsider. Hice dos fanzines. El primero era una hojita de Absurda y efímera con la selección de algunos poemas de los autores que colaboraban con la revista digital. Era una hoja A4 diseñada en Corell, cada número con una forma de plegar diferente. Las dejaba en los negocios, librerías, tanguerías y centros culturales. Era una manera de llegar a la gente que estaba por fuera de internet. (Hace poco, buscando en Mercado Libre fui a dar con un posteo en el que venden un ejemplar de ese fanzine (http://articulo.mercadolibre.com.ar/MLA-570985240-absurda-y-efimera-nro-5-directora-valeria-iglesias-_JM).
          El segundo, que edité junto a mi hermana, bailarina de tango, se llamó Una herida absurda y era una publicación de Tango. Tenía también poemas, entrevistas, textos y una agenda de las milongas y shows de tango. El propósito de tener fanzines, lo mismo que revistas, blogs, o la editorial, surge de la necesidad de crear canales de expresión alternativos. Se trata de no quedarse quejándose por la falta de oportunidades para expresar lo que uno tiene para expresar.


          9 — Te asomás públicamente a la narrativa a través de una novela.

          VI — La escribí sin darme cuenta que la estaba escribiendo. Antes estuve con la otra novela que ya mencioné y no tiene nombre, la que arranqué escribiendo en un blog. “Correo sentimental” empezó con un mail que redacté para alguien y que luego no envié. Entonces, se me ocurrió que sería un buen experimento escribir algo que se basara en eso, en mails nunca enviados. Me lo planteé como un proyecto a seguir, redacté dos o tres más y dejé, porque no podía no ser autobiográfica, y esa no era la intención.
          Seguí con mi otro proyecto de novela hasta que, unos meses más adelante, supe de un concurso de novela corta. La que estaba generando ya iba por la mitad y no tenía atisbos de ser breve, ni de ser concluida en un lapso acotado. Entonces retomé lo de los mails. Aquella experiencia emocional que me había impulsado a redactar el primer mail ya estaba, no sé si sanada, pero sí en paz. Entonces me mandé a escribir esos mails usando mi biografía a veces, sí, pero no ya con respecto a una sola persona, sino a varias, y a sucesos que me habían referido amigos y amigas, y así, a los apurones, logré algo que envié al concurso y que no gané. Estaba desprolija, la historia que subyacía a esos mails no se entendía. Un año después la pulí, la amplié y se la pasé al editor de Pánico el Pánico, Luciano Lutereau, que la aceptó encantado, le cambió un par de cosas, entre ellas el título, que originariamente era “Los mails que no te envío”. Es, como sus nombres (el original y el definitivo) lo indican, una novela de género epistolar. Me entusiasmó que no sólo apareciera el narrador como personaje, sino también el narratario. Conté una historia, reflexioné sobre el lenguaje, las redes sociales, las relaciones humanas, las obsesiones, y hasta me di el lujo de incluir unos poemas, los que en su gestación estaban en el medio de la novela, pero el editor los dejó como un apéndice cuyo título es “Los mails que no te envío”.


          10 — Tu perfil quedaría incompleto si no diéramos cuenta de que sos instructora de yoga y que impartís un taller de obra (narrativa) a distancia y en grupo.

          VI — Hace diez años que practico yoga. Durante los primeros cinco fue algo inestable. Concurría todo un año, dejaba seis meses (generalmente durante el verano y el otoño). Desde que comencé sentí que esa era mi actividad física (había probado con otras y siempre fallaban mis ganas); no obstante, me faltaba entrenar mi voluntad de sostenerlo ininterrumpidamente. Un poco por eso, y otro poco porque necesitaba un cable a tierra, una actividad laboral que no implicara trabajo intelectual (con mi escritura, la editorial y los talleres que impartía), un día se me ocurrió hacer el instructorado de yoga. Sin embargo, el primer cambio no fue laboral, sino que obró en mi actitud con respecto a cuán en serio me lo tomaba. Hace cinco años que practico yoga sin interrupción y hace tres que doy clases. Me estimula esta contracara de la labor intelectual, que es el trabajo del cuerpo, con el cuerpo y para con el cuerpo de los demás. En 2015, además, dejé de coordinar talleres de escritura presenciales y me quedé con uno, que ya tiene también cinco años, en forma virtual a partir de un blog privado. Participan personas de Mar del Plata, Pilar, y ahora dos de Capital que no tienen tiempo de asistir a un taller presencial, pero que precisan un espacio y un grupo para elaborar sus textos. Es un taller de obra, no es a partir de consignas. Actualmente hay cuatro participantes: tres están trabajando en novela, y uno en un volumen de cuentos.


          11 — ¿Te detectás identificada con personajes de algún narrador?

          VI — En general, resueno con aquellos narradores personajes (historias narradas en primera persona) que exponen su vulnerabilidad y que se construyen como un personaje fuerte a partir de asumir sus debilidades. Incluso, en ocasiones, se regodean con esa debilidad que es, la más de las veces, la imposibilidad de encajar en el mundo de los "normales". Tal es el caso de la narradora de "El ancho mar de los Sargazos", una novela de Jean Rhys que se trata, nada menos, que de la precuela a la novela “Jane Eyre” de Charlotte Brontë. También podría ser el del narrador de Paul Auster en las dos partes de "La invención de la soledad". En este otro caso, la resonancia fue más por lo autobiográfico: es un hijo que procura reconstruir a su padre muerto, y siente cómo se le escurren las certezas de quién era ese padre suyo. A mí, de alguna manera, me resultó aliviador. Otras personas que lo encontraron angustiante me preguntaban, cómo podía resultarme agradable su lectura. Y es que a mí me alivia cuando otro pone en palabras sentimientos parecidos a los míos que andaban ahí, innombrados en mi interior.


          12 — Para Jean Anouilh, “La vida es muy bella cuando a uno se la cuentan o cuando la lee en los libros; pero tiene un inconveniente: hay que vivirla.” Para Virginia Woolf, “La vida es sueño; el despertar es lo que nos mata.” Para Gabriel García Márquez, “La vida es un juego de probabilidades terribles; si fuera una apuesta no intervendrías en ella.” Para Joseph Conrad –en realidad, para el personaje narrador de “El corazón de las tinieblas”-: “La vida es una bufonada. Disposición misteriosa de implacable lógica para un objetivo vano. Lo más que se puede esperar de ella es un cierto conocimiento de uno mismo —que llega tarde— y una cosecha de remordimientos inconmensurables.” Y para vos, ¿qué es la vida?...

          VI — La vida es un regalo y es un misterio y puede ser vivida de todas las formas que dicen esas citas, pero también de muchas otras (¡por suerte!). Hace poco reparé en un chiste en las redes sociales que cuestionaba el consejo ese que reza "que no se te vaya el último tren" o algo parecido. El chiste decía "no conozco ningún tren que pase una sola vez, así que dejen de decir pavadas". Creo que a cada instante la vida te envía un tren para ir a lo bello que indica Anouilh; el inconveniente es que no siempre lo tomamos. No tomamos el de este instante, ni el del que sigue y así y así. Pero cada tanto tomamos uno, y qué lindo que fluye todo. Es más, uno se dice ¿por qué no hago esto más seguido?, sin saber qué es "esto" exactamente. Y luego volvemos al estatismo, a dejar pasar los trenes. La vida es movimiento, así que habría que animarse a tomar el tren de cada instante.


          13 — ¿Ensalada o puchero?... ¿Más lo salado que lo dulce? ¿Y agridulce?...

          VI — ¡Puchero, de una! Pero también ensaladas bien power (nada de lechuga y tomate, ¿se entiende?). Me provoca lo dulce, pero si tengo hambre de algo salado, lo dulce no me interesa ni me satisface. El postre es algo que siempre surge como imperativo después de cenar. Lo agridulce también me encanta. Un placer de adulta. Sobre todo con frutas frescas: melón con jamón, triples de miga con ananá, carnes con puré de manzanas.


          14 — ¿Qué te estás debiendo al punto de mortificarte por ello? ¿Perdurarán las deudas?

          VI — Mortificarme, hace rato que no me pasa eso. Pero me fascinaría volver a Londres. O tener la posibilidad de viajar seguido a esa capital. Tener un trabajo u ocupación que suponga viajar a Londres con frecuencia. Me debo aún corregir la última novela que escribí, sí. Y eso me perturba un poco, a veces. Pero no siempre. Espero que ninguna de las dos deudas perdure.


          15 — ¿A qué poeta con veta humorística destacarías?

          VI — Oliverio Girondo, sin duda: muchos de sus poemas.


          16 — ¿De qué está hecho el poema? ¿El poeta tiene punto de llegada? ¿Cuál es tu relación con la grafía?

          VI — Mi poema está hecho muchas veces de una voz que aparece y repite una frase. Una frase que al principio no tiene mayor sentido para mí y escribir el poema es darle el sentido. Pero hace tanto que no escribo poesía. Así que esto que estoy contestando puede ser un invento que me hago, esos recuerdos que uno se construye y no sabe si le pasó o si lo urdió tan sólidamente como a una certeza. Otros poemas los fui a buscar yo. El punto de llegada es raro. Hay poemas que llegan a un punto en el que ya no les harías nada (estamos en casa, hemos llegado). Y otros que parece que están bien, pero podrían ser otra cosa.
          Si con grafía te referís a manuscritura, escribo todo a mano, luego trabajo con la compu. Todo lo redacto primero con papel y lápiz, incluso los escritos administrativos. Si estamos hablando de la forma que adquiere el poema en el papel, también son detalles que observo, mucho. Me parece que la distribución del texto en el papel, incluso en la narrativa, puede ser una puerta que se abre al lector, o un paredón que eyecta las ganas de leer.


          17 — ¿Qué consideraciones te merece la poesía argentina a la que has ido accediendo como lectora y cuya irrupción se haya producido en este siglo?

          VI — Sinceramente, no me percibo con autoridad para opinar sobre poesía argentina. No soy lectora de poetas, soy lectora de poemas. Hay poemas que me han conmovido hasta pensar que ahí se encontraba el secreto de todo. Incluso me ha pasado de encontrar poemas ocultos en la narrativa. En general, resueno, como contesté en mis identificaciones con los personajes de novelas, con los momentos en que el lenguaje deja ver lo que no se puede decir con lenguaje. Me ha pasado eso con poemas de la uruguaya Idea Vilariño, de Ungaretti, de Alejandra Pizarnik, de la recientemente fallecida Juana Bignozzi, de Héctor Viel Temperley. Pero te estoy nombrando extranjeros y argentinos del siglo pasado en su mayoría. De mis contemporáneas locales me conmueven muchos poemas de Noelia Rivero, Valentina Nicanoff, Carolina Mikalef y Andi Nachon.


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Valeria Iglesias selecciona poemas de su autoría para acompañar esta entrevista:



Árbol genealógico


La pera podrida
que nunca se cae
es mi origen.
Fui su semilla,
no su simiente.

Las uvas maduras
son granos que adolecen.

Más cerca, acá abajo,
los cítricos:
la ácida y rugosa piel
del limonero
del patio
de mi casa.



                                (de “Papel reciclado”)



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doble de riesgo


hay
el pensamiento que sobrevuela
registrando el todo visible
las partes del cuerpo incluso
su propia espalda

y hay
los efectos especiales
dinamita acmé reventándole adentro
derramándola

va a perder la cabeza

va a dejarla en el camarín o en el tráiler
para que le maquillen el gesto de espanto
o para que la use el acróbata
que en esas tomas hace de ella
gira por el aire
sin mirar a cámara y fuera de foco



                    (Inédito en fanzine-plaqueta “Estrella de cine catástrofe”, Ediciones Bailanta, 2013)




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morera


miedo esquina de cañas
una selva no es valor
es volar
suspende el diafragma
serpiente rodea tronco
llegar a donde no llora
lugar donde recuerda
no llora

trepa las rodillas
arden bajo los vaqueros
árbol de moras
la altura certifica
el suelo lejos no hay dudas
con gusto a vuelo la fruta
por entre las hojas sol
magia es creer de dios
más cerca se reza

los rayos atraviesan pelusas
partículas de polvo
como una redención
es ella niña santa
inmaculada mora
explota el paladar dulce
en los pies colgando miel
niña alada

y está sola
sin testigos se abandona
lo hace sola
se deja a sí misma
una tarde sin rescate



                                    (de “Restos de jukebox”, Tocadesata, 2009)




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Los mails que no te envío


5.

primero lo besé
antes su voz oblicua
el comentario inseguro de cuerpos rotos
lo besé furiosa increíble
pero no estuve ahí
no estuve
y cuando me permití estar
quedé blanda de amor y perdida.


6.

pero no se pierde
el que está:
parece un cuerpo enlazado
sin clasificar
el peligro se bebe lento
y se escupe
ante la duda
cuando ya es tarde.



                          (de “Correo sentimental”, Ediciones Pánico el Pánico, 2012)



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Timidez


Sos muy íntima
me dicen
cuando están a punto de reventar todos
—y yo también—.

Paredes hacia adentro
el templo de la vergüenza
donde rindo culto
al temor
a entrar en contacto
con lo ajeno.

Cuando muera
ni siquiera el olor
alertará a los vecinos
temeroso de importunarles la cena.

Ojalá pudiera desaparecer
sin dejar rastros.



                         (Inédito publicado en Revista “Pistilo” Nº 3, marzo de 2005)



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Entrevista realizada a través del correo electrónico: en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Valeria Iglesias y Rolando Revagliatti, agosto 2015.

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