domingo, 22 de junio de 2014

PRESENTACIÓN REVISTA LITERARTE SOPORTE PAPEL




El Martes 8 de Julio, a las 16hs, presentaremos y entregaremos el número 41 de Revista Literarte soporte papel
El encuentro tendrá lugar en el Salón de Arte del Honorable Concejo Deliberante de Vicente López
La dirección es: Av. Maipú 2502, Olivos
En breve les enviaré la gacetilla
¡¡¡Los esperamos!!!

Nélida Vschebor/Buenos Aires, Argentina/Junio de 2014

HOLA



Hola Luisa:
            Voy a relatarte una experiencia que tuve ayer.
¿Recuerdas las clases con Miss Mary? Cuando comenzaba con un “once upon a time”…Bueno, esto no es “había una vez” sino lo que me ocurrió realmente.
            Caía la noche mientras salí al jardín. Acariciando  los pétalos  de las rosas, los pequeños brotes de jazmín, el electrizante violeta de la azalea, los pimpollos de azahar del limonero, me encontré en el medio de todos ellos. Y les hablé. Vos ya conoces mi manía de hablar con las plantas.
            Les conté que ya no las vería más. Que otra gente ocuparía mi lugar. Que otras manos cuidarían de ellos.
            Entonces, el aire se impregnó de perfume. Dirás que al anochecer las flores exhalan aroma. Sin embargo, te aseguro, que fue una respuesta.
            Entrando a casa, me volteé y abrí los brazos en un despido final. Fue en ese momento, que me pareció ver los pétalos inclinarse, cerrarse.
            Querida Luisa, no podía esperar a verte para contártelo.
Cariños.
Delia


Javier Úbeda Ibáñez (poema)/Junio de 2014

Luz

Eres como una candela en la oscuridad,
una fuente en medio del desierto.
La luciérnaga de mis sentidos y
el aliento que germina en mis entrañas.

Tú, amigo mío, me eres tan necesario
como las sales al mar.

Incansable,
tendiéndome un camino,
una salida, una puerta, un bastón,
un sofá, un millón de promesas,
un silencio acogedor y un abrazo
que me resguarda del ruido
de la soledad y del vacío.

Tus palabras son caricias transitivas,
consejos de viento; amistad marinera,
que vuela y vuela, pegadita a mi vera.





Javier Úbeda Ibáñez (cuento)/Junio de 2014

El espejo


Juan aún seguía en la oficina pese, a que el reloj marcaba las once de la noche. Había tenido un día rocambolesco, y no sabía cómo ponerle fin; le asustaba la idea de que ni siquiera la noche acabara con lo que había sido una jornada extenuante.

Repasó mentalmente todas las decisiones que había tomado desde primera hora de la mañana. Despedir a más de veinte empleados —a toda la plantilla de su empresa— había sido lo más complicado y doloroso que había tenido que hacer hasta la fecha. Le taladraban aún en la cabeza las escenas vividas. No podía soportar esas imágenes que se repetían una y otra vez, sin descanso, atormentándole la mente: rostros mudos, hombres derrotados delante de un abismo que les estaba ya devorando por momentos.

Antes de darse por vencido, lo había intentado sin éxito todo. Nada pudo hacer.

Durante meses parcheó la situación; fue aguantando una a una las embestidas de la maldita crisis, pero había llegado la hora de asumir la derrota. Su ilusión en un proyecto, su negocio, en el que confiaba y por el que había apostado su propia vida, ya no era suficiente. El adiós sellaba su círculo. Tantos años de sacrificios, y ya no quedaba nada.

La crisis había sido el tobogán que había acelerado la caída, pero él también había contribuido, encadenando un error tras otro, a que el batacazo fuera aún mayor.

Fue tan difícil aceptar “estar vencido”. Su empresa se iba a pique, mientras sus manos se consumían de impotencia, le hubiera gustado hacer algo más, algo más, pero qué… aunque se pasase todo el tiempo del mundo dándole vueltas siempre estaría en el mismo sitio.

Dio la cara con cada uno de sus empleados y les detalló los porqués del cierre. Le preocupaba mucho su reacción. No podía defraudarles, ahora no; muchos de ellos llevaban con él demasiados años, y nunca le habían fallado.

Se deshizo en explicaciones. Deseaba transmitirles una imagen de serenidad, pero las palabras se le aturullaban, compungidas.

Todo su empeño, el esfuerzo acumulado durante décadas, agonizaba. Sabía que acabaría quedándose solo, como un capitán de barco que ve naufragar su navío y se queda el último. Estaba dispuesto y cada vez más preparado para hundirse con dignidad.

¿Dignidad? A esas horas, y con el cansancio moral acumulado, dignidad le sonaba a desierto.

La alarma de su reloj daba ahora las doce, como un verdugo a media voz susurrando la hora del patíbulo.

Llevaba desde las siete de la mañana en la oficina, y eran las doce de la noche. La inercia lo paralizaba. Mañana, más de lo mismo; y el mañana estaba ya ahí. Necesitaba dormir, serenar su mente, pero la angustia no estaba dispuesta a darle ninguna tregua.

No sabía si iba a ser capaz de lidiar consigo mismo, ni si tendría fuerzas para soportar ver cómo bajaba, definitivamente, el telón.

Decidió quedarse a pasar la noche en el despacho. Quería estar cuando llegara el personal de la limpieza y aprovechar ese momento para despedirse también de ellos.

Las tres en el reloj, y no conseguía dormir. Tendría que haber reaccionado antes, pero uno siempre piensa que está a salvo de los infortunios que padecen los demás...

Amanecía, se levantó y se miró en el espejo. Vio dos representaciones de él mismo y una única mirada, descorazonadora, con la que empezar el día.


Luis Tulio Siburu-Buenos Aires, Argentina/Junio de 2014

EL TATUAJE    

hay un silencio este día, otro silencio mañana,
pregunta muda no oída, respuesta apenas un gesto,
lagrimón  reprimido, sin ternura y sin perdón,
espacio no permitido, para que quepan los dos.

entonces cada uno, en el brazo izquierdo, se tatúa la letra A

el tiempo no tiene sentido, una eternidad sin medida,
aguardan para seguir un camino, que alguno arroje una miga,
ambos esperan del otro en vano, caricia que afloje la angustia,
pero está estática la mano como una rosa ya mustia.

entonces cada uno, en el brazo izquierdo, se tatúa la letra D

aparecen los insomnios, desaparece la esperanza,
el otoño es demasiado frío, la primavera no se extraña,
hojas caen para secarse, flores ya huelen a nada,
en lo incierto de un romance, el reloj de arena atrasa.

entonces cada uno, en el brazo izquierdo, se tatúa la letra I

juventud ya se ha ido, adultez los alcanza,
poesía se ha dormido, junto al libro con telaraña,
la rutina es un recuerdo, no llega cartero con carta,
existe también otro perro, que no los huele ni ladra.

entonces cada uno, en el brazo izquierdo, se tatúa la letra O

las canas se dejan ver, pensando ya con nostalgia,
como será la vejez, para los que ahora se callan,
intuyendo cercana arruga, alguna marchita mirada,
debajo de propia cobija, añoran la misma almohada.

entonces cada uno, en el brazo izquierdo, se tatúa la letra S

imaginan ellos el futuro, habrá siempre tierra negra,
debajo de cualquier arbusto, esperando nueva siembra,
verán a  un jardinero maduro, hincarse dispuesto a plantar,
una enamorada del muro que en otros pueda trepar.

allí entonces el destino, se arremangará la camisa
y en el brazo izquierdo, tendrá tatuado ADIÓS.






Alicia Scordomaglia-Buenos Aires, Argentina/Junio de 2014

ALADO

Caballo de acero
No busca rencores…
Con guantes de seda
Recorre caminos
De cielos abiertos
De mares sin nombre

Caballo glorioso
¡Pareces alado!
Tus huellas  escondes…

No importa el destino…
Ni quienes…ni dónde
Quizá una epopeya
O la nada misma…
O sólo   horizontes…