miércoles, 20 de noviembre de 2013

Gonzalo Carabajal-Buenos Aires, Argentina/Noviembre de 2013

LOS QUE NO LO QUIEREN

No lo quieren, no lo necesitan,
desconsideran potenciar ilusiones
por no ser ofrecidas,
descuentan sus años día a día
por haber desconfiado de sus sis

El resto los juzga tanto
los insulta, los aleja,
le dice que estan perdidos
con la facilidad de opinar;
y no lo intentan.

No les tendieron manos
para construir sus cimientos
tampoco tuvieron ejemplos
para engendrar su caracter;
para ellos, la vida no vale nada
ni para querer buscarla
no vale, ni en negativo

Y ahora, los jovenes no quieren futuro
si apenas aprendieron a sobrevivir
¿para que darselo ahora?;
sería una carga, una pesada carga

Armar a un joven sin bases
lleva tiempo;
hoy, el asunto es:
que el mundo no lo tiene

Por favor, sigan insistiendo;
puede ser dificil revertir un problema
pero si no lo intentan,
seguiran con sus quejas
y con menos futuro.


Jorge Campos-Managua, Nicaragua/Noviembre de 2013



Vendrás con alas desplumadas bajo un rebozo desteñido

En espera temblorosa vendrán tus besos fragantes
a flores rojas, helando el paso fatigado de la noche,
embalsamando horas en el peso de lo incierto, en las sombras
despavoridas de su pelo marchito

vendrás con alas desplumadas bajo un rebozo desteñido
a su lecho desnudo con boca de hoguera,
tapando su memoria descocida
a cerrar sus ojos secos, sus oídos anegados
a sellar el hueco doliente de la existencia

vendrás a esculpir la piedra primigenia en páramos
donde el viento inmutable espera tu beso complaciente,
allá en un lecho frío donde esa mujer levanta su frente ajada
y su sombra se abraza a la muerte.

Miriam Brandan-Estados Unidos/Noviembre de 2013

                      EL Extraño

Otra vez,  hoy he recibido flores,
como otros Viernes desde hace tres semanas
y una tarjeta entre ellas viene oculta,
donde un extraño me confiesa que me ama.

Tu me preguntas si yo se de quien se trata,
yo te respondo que de eso no se nada,
y aunque me crees, he notado en tu semblante
que la impaciencia poco a poco te acorrala.

Se que trabajas arduamente y lo comprendo,
pero estoy sola mucho tiempo y me haces falta,
a diario llegas de la calle tan cansado,
que estas dormido  antes de tocar la almohada.

Es ese extraño el que ha logrado con sus flores,
que tú regreses mas temprano a nuestra casa
y ha despertado en ti los celos que lograron
que no te duermas  antes de tocar la almohada.

Se que me amas y te amo con locura,
que estés celoso, me hace sentirme deseada
aunque el secreto que no voy a confesarte
es que a las flores… era yo quien las enviaba.




Ainhoa Bárcena Escarti-Madrid, España/Noviembre de 2013



Lucía y él

A Lucía le gustaban los rituales. Los sentía como extensiones de su propia personalidad que lo convertían todo en un arte más complejo de hacer las cosas. Por eso, todo, incluso lo más sencillo cobraba sentido. Le gustaba llamarlos rituales, pero en el fondo sabía que era un poco maniática. Ese era un debate que nunca lograba ganar contra su psiquiatra. Pero ¿qué sabía su psiquiatra?………. Nada, obviamente. Era un ser sin vida, frío, a la sombra de sus enormes gafas de pasta, sentado ahí, mirando la nada. Sabía que no la escuchaba cuando hablaba. Estaba segura. Algún día lo comprobaría y justo entonces ganaría la lucha. Como cada día, en su horario mental todo se cumplía escrupulosamente. Era viernes, día de caza con sus amigas. No le gustaba cazar, nunca lo hacía. Solía fingir interés pero no le interesaba nadie. Ninguno podía entrar en ella. Un par de veces en su vida lo intentó con ganas, incluso llegó a pensar que había sentido amor. No fue así. Las personas no solían entender lo delicado que era el equilibrio. Llegaban siempre como efusivos terremotos, desestabilizándolo todo. Ella tenía tiempo para el caos ejemplo era la noche de caza, sin embargo si se dejaba llevar por el caos sabía que todo se hundiría. Esa noche se vistió, se maquilló, se arregló el pelo, las uñas y se convirtió en todo lo que su revista femenina decía que tenía que ser una mujer. Salió con sus amigas a romper la noche. Ellas bebían, bailaban, se divertían, jugaban con algunos, perseguían a otros. Lucía nunca dejaba su refresco cítrico que simulaba tomar con alcohol.  Salió a bailar a la pista con sus amigas, al son de la música que se dirigía a través de un pum pum incesante a sus oídos. Sin esperarlo, le vio. Se parecía alguien conocido. Sabía que nunca había visto esa cara, ojos grises y pelo rubio. Nunca le habían gustado los rubios pero seguía mirándole porque él la miraba con una sonrisa de esas que dicen todo para no decirte nada y guardárselo. Ella se acercó y él dejo de sonreír. Se fueron juntos de allí sin decir nada. Él en ningún momento dejo de mirarla fijamente a los ojos teniendo cierto control místico hipnotizador y electrizante sin apenas decir nada. Con sonrisas extrañas y delictivas entrecortadas se fueron a casa de ella. Allí comenzó un ritual no nuevo, pero sí poco usado. Pasaron días de puro vigor y sin sentido. Meses más tarde una mañana se despertó y le escuchó roncar a su lado. Se levantó y no recordó qué era lo primero que tenía que hacer. Se volvió a la cama, se abrazó a su pecho y decidió dejarse llevar.

Victoria Asís-Magdalena, Provincia de Buenos Aires, Argentina/Noviembre de 2013

Poema 15

Euterpe me propone una danza,
que se trenza en salvaje música;
sutilmente me desnuda 
de ancestrales tabúes
que encadenaban mis gozos, mis delirios.

 Me pierdo en el verde fuego de esa mirada
 quemando mis pudores liberando al instinto, 
incinerando a los púdicos velos que me protegen.

El sudor se escurre entre sus dedos
hacia la rumorosa arena de mi vientre que lo espera 
para continuar el rito prometido; salvajemente cierto. 

Marcos Aguilar-México/Noviembre de 2013



El vals del solitario


A mi Silencio de siempre.


Al amanecer ululan las sirenas que se pierden entre callejones antiguos. Unos perros pretenden pelear: algo comen. El frío los une al piso húmedo azulado en miles de arco iris aceitosos y perennes, donde gruñendo, abandonan la idea de la violencia. Sólo los observo. Nada pienso.
El tiempo no transcurre y me siento acogido por las caricias de mis manos. Charlo con mi pensamiento y en momentos con él, no estoy de acuerdo. Eso me hace sentir menos solitario.
Mi lengua recorre unos dientes sucios y se acepta con una saliva viscosa y densa con sabor a lo rancio del aceite. En el estómago, no nacen mis eructos.
Sonrío al narrarme una pequeña historia. Una rata me imita y se escurre como el agua que, en esos momentos, se empecina en ser llovizna fugándose por dentro de frutos rojizos, entre legumbres agua-verdosas, silencio-verdosas, abandonadas-verdosas. Olvido mi cansancio.
Me yergo. Soy mi espectador. Danzo en trazos inefables un mambo creado entonces. La música soy y -como cascabeles- el baile corre entre mis pasos. No hay compañera imaginaria.
Me abrazo y me toco. Me platico y susurro un danzón. Viéndome me exalto y felicito por lo perfecto de mis deslizamientos. Me aplaudo mientras la lluvia sigue siendo y unos perros se destrozan entre lo oscuro y el silencio.
Ahora es un vals, mi rostro se inspira aristocrático y me repito en giros inconclusos observado por el vaivén del mirar de lo negro de un gato que, como una idea, observa discreto y tímido sacando su cabeza de entre las legumbres que ahora brillan en un verde pasado.
Un vientecillo trae el tono olvidado de lo claro. Las formas son fantasmas que adquieren su dimensión pausadamente. Algún gallo solitario en el canto se delata. Me siento invadido. Se escuchan voces, choque de metales, rompimiento de maderos, chiflidos, saludos. Me vivo descubierto y como respuesta guardo silencio.
Mi vista se sorprende y se recorre. Quiero más noche con sus amores encubiertos, pero ya no es posible.
Abandono todo movimiento, mi cabeza se piensa como un péndulo robotizado ante el dolor que da la luz de la mañana. De mí, para mí, nace una canción triste que en mi pensamiento bailo como títere roto, que ha equivocado de escenario.

Laura Beatriz Chiesa-Mar del Plata, Provincia de Buenos Aires, Argentina/Noviembre de 2013

ARISTAS SILENCIOSAS


Se siente caminar la vida
al costado del destino,
mientras un silencio calmo
aborda aristas sin ruido.

Hay pasos muy andariegos
y hay otros que raspan ripio.
Los hay cortitos y alegres
o muy lentos en principio.

Todos los pasos se sienten
aún  cuando no hay silencio,
pues el silencio atraviesa
las tranqueras del momento.

La vida siempre es andar
y el destino un lazarillo,
de ese silencio que avanza
y roza aristas sin ruido.


José Emilio Tallarico-Noviembre de 2013

Epílogo de José Emilio Tallarico para la tercera edición soporte papel del poemario “Obras completas en verso hasta acá” de Rolando Revagliatti.


YO TAMBIÉN LEO Y ESCRIBO (1)



           Cuando en “Una noche con Hamlet”, Vladimir Holan -aquel estupendo poeta checo- dice: -Veo un hombre y lloro, Revagliatti -mediante un imaginario contrapunto- lo reconvendría: -Donde ponemos la agonía/ algo/ no cabe.


I


          Ha de constar que no soy un experto en la obra de  Rolando Revagliatti y todo aquello que desde “su acá” hasta “mi acá” suceda y se transcriba, deberá ser entendido en función de un aprovechamiento activo de su escritura y de un diálogo donde prevalecerán la indagación y el intento de resaltar algunos tópicos.
          A fines de los ‘80 llegó a mis manos la primera edición de estas “Obras completas en verso hasta acá”, de Ediciones Filofalsía. Recuerdo la dificultad que me plantearon dichos textos. No podía con ellos. ¿Qué buscará este señor?, me dije, yo, frecuentador de poetas argentinos de las décadas de los ‘40 y ‘50 y por ende, acostumbrado a una poesía en la que predomina en mayor o menor medida el sesgo surrealista. Por otra parte, tenía bien leídos a Girri, a Giannuzzi, a Gelman, a Olga Orozco, a Pizarnik y sabía que los poetas jóvenes solían encolumnarse detrás de estos nombres.
          Ya el título de uno de los poemas de Revagliatti me resultó extraño: “Los papás queman”: una joda, a éste le sobra la plata,  pensé.
          Sin embargo, el apellido del poeta aparecía aquí y allá: en revistas de poesía, en publicaciones que llegaban del interior del país, se lo veía en algunas antologías: sus textos circulaban.
          Sé que no es infrecuente que la obra de un autor se muestre  refractaria a  las primeras lecturas,  le pasa a mucha gente.
          Cuando conocí a Revagliatti en su ciclo de poesía “Julio Huasi”, en el año 2001, me encontré con un hombre serio pero cordial, de trato amable y muy respetuoso con los poetas convocados.  El suyo fue uno de los ciclos que más me entusiasmó. Llamaba  la atención su forma de recitar: teatral, su gestualización era seca y controlada, con una tensa apoyatura en el silabeo de algunas palabras, y un tono que se sostenía y regulaba mediante pausas inesperadas: al margen de su pintoresquismo, se trataba de un sujeto fogueado en el arte de leer en público. Intercambiamos sendos libros esa noche y a partir de una nueva lectura (me había obsequiado su poemario Tomavistas), comprendí que existía otro modo, por demás válido, de relacionarse con el fenómeno de la poesía.


II


          Si la  poesía y la narrativa respondieran a parámetros equivalentes, yo propondría este subtítulo para las OC de Rolando: novela de iniciación.
          Es que, precisamente, y en tanto relato, se han puesto en marcha fragmentos de una historia personal, se ha establecido un diálogo con padres, novias, abuela, maestras, se han recorrido los espacios y las modas que cifraron un aprendizaje y una pertenencia adolescente. Pero el tema excluyente es el de las relaciones humanas.
          ¿Cuánto de seducción habrá en esta escritura? Por lo pronto, no la habitual, no la conocida y devaluada; y, desde luego, no parece casual la insistencia de su autor por licuar cualquier mirada complaciente. Dentro de un esquema donde el chiste, la ocurrencia y lo caricaturesco se despliegan con desigual fortuna,  y más allá de los procedimientos que, consciente o inconscientemente,  Revagliatti hubiere incorporado, una sombra deseada sobrevuela sus textos: la del lector estupefacto. (“Un globo ocular estupefacto”, así concluye uno de los poemas.)


III


          Cuando yo medio no existía/  yo era demasiado yo/ para mí solo.
          He aquí uno de los primeros indicios del programa de apertura que Rolando eligió para su obra. Programa  que se fue consolidando a través de una práctica minuciosa y consecuente. Gran difusor de publicaciones propias y ajenas mediante el correo postal en épocas en que no había Internet,  presentó espectáculos teatrales en base a textos poéticos, coordinó ciclos, eventos de poesía, talleres literarios,  y desde el año 2005 tiene un sitio en la web.  A propósito, hay más de 2000 páginas del buscador Google donde recabar información sobre su obra.
          Aquel abundante yo del fragmento arriba citado debía hacerse carne.
          A esta altura, muchos de quienes lo conocen deben tener una sensación similar a la mía: me resulta difícil prescindir del recuerdo de sus recitados cuando comienzo a leer sus textos. El oído, impregnado de las modulaciones de su voz,  parece asociarse con una suerte de deja vù poético;  me sucede incluso con poemas que jamás le escuché. Todo apunta a la vitalidad en la poesía de Rolando.


IV


          Inmanencia es una divinidad terrestre que inventé hace un tiempo,  y a quien imaginé dispensadora de dones especiales, como  las delicias del amor, las peripecias conyugales, las temperaturas agradables, la saciedad, los juegos..., es decir, eso que en tanto Diosa le competería. ¿No la han visto atravesar descalza los jardines de la casa de Rolando? ¿No se percataron que charlaba con Nicolás Olivari, con César Vallejo (ni una lágrima en ellos) y con un Oliverio des-solemnizado hasta los tuétanos? Inmanencia,  la Diosa,  hacía su trabajo.
          Y el poeta, por su parte, espigaba unas líneas a su  amada:
          “Seguirla”:  Se refugió la perinola de tus pretensiones/ en el cuchitril de mi indolencia/ halló la calefacción exigua/ que dejaba en la almohada mi cabeza//
Me arrojé a mis brazos/ cuando supe en lo hondo/ que maltrecha y dormida me esperabas/ para seguirla/ todavía.
          No tocamos una cuestión menor cuando, remitiéndonos a algunos conceptos de Harold Bloom, pretendemos señalar   precursores en la poética de Rolando Revagliatti.
          ¿De qué se apropia nuestro poeta, qué rechaza, en qué medida la tradición deposita una antorcha en sus manos para que su poesía avive o desmerezca el fuego?
Olivari, Vallejo, Huasi, Girondo, no conforman una línea de cuatro impasable y, sin embargo, defenderían  buena parte de la forma expresiva que eligió Rolando (eligió, en este caso, vale tanto como decir  fue elegido).
          Decíamos de aquel jardín despojado de los lamentos de  Olivari y Vallejo, lugar donde  Girondo no pudo ser solemne: ellos donaban familiaridad,  materia vinculante.
          Rolando, desde una absoluta inmanencia, ha capturado ciertos datos, ciertos significantes de estos inolvidables poetas, aunque en un aspecto tan particular que las conciencias desgarradas de Vallejo, Huasi y Olivari no vuelven  recicladas, infladas de sí. La problemática es distinta, el drama, otro. Drama que a partir del título delimita un “hasta acá”, como dando a conocer el campo operativo de sus conjuros poéticos.
          Hablo de una riqueza desplegada en estas OC.


V


          Mediante la vena amatoria, Revagliatti ensancha su registro desde lo que podríamos llamar su orilla más  convencional hasta su ampulosidad más fervorosa. Subordinado al discurso coloquial (peripecial y/o lúdico)  el tema del amor frecuenta su poesía, particularmente en las secciones “El fotógrafo cargado” y “Espasmitos espantosos” :
          “Como”: Qué bueno que el amor/ se imponga en el poema/ qué bueno que qué bueno/ yo te poemo como te amo/ te poamo.
          “¿Tropezón?” (estrofa final): No me embauqués/ cuando no sea tu propósito hacerlo/ desprestigiame de a poco/ ante mí/ prestigiame de golpe/ tropezate conmigo una vez/ que después siempre.
          Veamos qué dice Rolando de su poesía:
          -“Aun esmerándome no me imagino alcanzando una abarcadora definición de mi poesía. Sé que abunda el sarcasmo, la ironía, el humor falsamente ingenuo, la burla, el trastrocamiento. Sé también que escribí textos donde esto no aflora. Reconozco que me agrada “ponerme en peligro”, literariamente hablando. Acaso atormentado por el espectro de la mediocridad, de esa amenaza, de ese horror. Más vale morir inventando que seguir perdurando en la repetición. Más vale chillar en procura de alguna armonía disparatada que albergar el conformismo del gimoteo” (texto extraído del sitio Mis poetas contemporáneos de Gustavo Tisocco).(2)
          -“...más que la anécdota propiamente dicha, me inclino por el cómo los personajes transitan por sus pasarelas. Les cuento también lo que me sucede con los noticieros televisivos: me extasío escudriñando, no tanto el cebo de la noticia sino los gestos de los involucrados y la dicción de locutor, o las personas que aparecen por detrás de lo que es principal en las imágenes” (texto extraído de Revista Teína, abril-junio de 2004).(3)
          ¿Elegir o ser elegido por la expresión? A las propensiones, las construcciones, dice Rolando, pero esas construcciones: ¿cuánto de innato aportan, con cuánto de lectura se levantan?
          La forma, de la que apenas pueden consignarse  implicancias ligeras,  hebras finas, ¿cómo estructura su secreto?
          ¿No estaremos rumiando una pregunta inacabable?        ¿El balbuceo, el ingenio, el artefacto de Nicanor Parra?
          ¿Dónde las proporciones? ¿No hay en estos poemas algo que podríamos llamar marcas de arranque, algo arrebatado que busca definir, decirlo todo, porque todo parece que hirviera? (Y ahí está la palabra, como una  pinza de entomólogo, al acecho.) Pero además: ¿cómo  creer en originalidades a esta altura de los tiempos?


VI


          “Obras completas en verso hasta acá” está constituido por 4 secciones, a saber: “Los papás queman”, “El fotógrafo cargado”, “Espasmitos espantosos” y “El cirujano poetón”.
          En “Los papás queman” se perfila una época (los ‘50 y ‘60), las tiendas Harrod’s y su descripción enumerativa, los paseos familiares,  las preferencias infanto-juveniles, la consolidación de la sexualidad (complejo de Edipo mediante, ineludible), las posibilidades de nombrar la nostalgia (con no poca crudeza). El título de este capítulo, codificado por mi burdo intento de dilucidación personal, sería: “Los papás cogen”. Pero hay joyitas como esta:
Diana Dors/ acerca sus tetas de nácar/ a mi sopa/ ¡Yeeeeeah!... Diana.
          “El fotógrafo cargado” alude a un extraño personaje en el poema inicial e inmediatamente comienzan a aparecer los nombres de unas señoritas de linaje vario. Ahh, las pasarelas del ojo poético…, niñas: esplendorosas como Constanza, inconsecuentes como Ana, instantáneas como Nora, anheladas como Eliana M. Cada una con su estereotipo, configuradas por un decir que las vive y reinventa.
…toda que es toda/ que si usted no la ama ni la  deja/
es que ni la critica/ es que ni es/ usted/
y ella sí/ ella es toda.
                                  (fragmento de “Constanza”)
          De “Espasmitos espantosos” habíamos adelantado algo.  En este bloque de hacer el amor se trata. (El yo poético, fuertemente presentificado,  no iba a perderse tamaña oportunidad, esa “graaan aventura”, como reza uno de los poemas.)
          Transcribo una curiosidad gramatical donde con eficacia se enlazan 6 verbos consecutivos:
...me toca saludarte/ emocionarte/ dejarte haciendo que te vayas.
          La serie “El cirujano poetón”  que cierra el volumen, a diferencia de las anteriores, ofrece una diversidad temática. Destaco especialmente “La musa merodeadora” y “A la nostalgia”, poemas donde lo poético logra una  fuerte impronta existencial.
          Otros textos apuntan a desestructurar el sentido  con un trabajo directo sobre  el lenguaje tal como se ve en “La dexyuprilora” y “Cirú”. El extenso y arrollador poema surrealista “Mil novecientas ochenta y cuatro” responde a esta última propuesta.


VII


          Finalmente, intentaré señalar algunas características de la poética que Rolando emplea en este libro, y que a lo largo de su amplia trayectoria fuera templando y complejizando.
          Es común que inicie los primeros versos con un arranque inesperado, con un espacio que predispone a la tensión (una gran fuerza centrífuga, diría la escritora Lucila Févola). Cito como ejemplos:  “¡Ay! me tildo/ me reviso...” o, “Recórcholis y Albricias...” o, “Esa mujer es un tugurio”.
          Otro procedimiento es el de cruzar los textos  con datos de la mitología clásica o popular, o utilizar recortes de la refranesca  a través de alguna variante de desmonte, con el propósito de alterar el significado tradicional: “Los papás queman porque amanecen más temprano”, “¡Qué lleno de mujeres era mi valle!”, “Una se malogró en plena senectud”.
          De este modo se llega al suceso humorístico, desplegando a veces la figura del antihéroe, o la del distraído , incluso  la del energúmeno atrapado en su anomia social. Parodiar es otra de las más caras tentaciones de Rolando: “llegué a apostar que me querías”, dice en su poema “La abuelita”.
          Quedan a consideración del lector especializado algunos guiños vinculados con el psicoanálisis, disciplina que nuestro poeta ejerce desde hace un buen tiempo.
          Macedonio Fernández,  hablando de sus autores predilectos,  confesaba: “Sólo Quevedo me mantiene despierto”.(4)
          Revagliatti no busca con-moverte, estimado lector (al menos desde el presupuesto de lo que debería ofrecer un   poema), tampoco se le ocurriría ir a tocar tus fibras íntimas. Como has podido ver, sus Obras Completas te han provisto de un material nervioso, generoso y vital. Algo de luz para tu insomnio. 



                                                 José Emilio Tallarico
                                      Buenos Aires, noviembre de 2006



(1)          Alusión a “Leo y escribo”, de R.R., Ed. Recitador Argentino, Bs. As. , 2002.
(2)          http://mispoetascontemporaneos.blogspot.com
(3)          http://www.revistateina.com
(4)          Extraído de una entrevista que junto a Pablo Gisone hiciéramos a Adolfo de Obieta, hijo de Macedonio,  en el invierno de 1988, y que fuera publicada en el número 5 de la revista de literatura “Tamaño Oficio”.