miércoles, 25 de septiembre de 2013

Luis Siburu-Buenos Aires, Argentina/Septiembre de 2013



COSTUMBRES DE LA LLUVIA

El hombre se levanta el cuello del perramus. Toma con fuerza el pomo del paraguas. Esquiva a medias los charcos de la vereda. Llueve. Llueve mucho en la primavera de Buenos Aires. No le molesta demasiado. Se resigna a ver el agua que cae mansa pero constante desde un cielo inmaculado pero gris. Ese gris parejo de las lluvias que duran muchas horas porque no hay un hueco celeste que permita tener el optimismo de que el fenómeno desaparezca al menos en las próximas horas.
De que la lluvia lo moje es lo que ocurre siempre, aunque se cubra lo máximo  posible.  Pero también tiene otros efectos sobre él, al menos tres, quizá menos tenidos en cuenta pero que allí están, desnudos ante las gotas, el viento, el frío.
En principio son las observaciones que hace.
El farol que parece verse doble por el efecto de las gotas sobre el hierro mojado. El mantero que levanta su mercadería de ocasión porque ya nadie se detiene y además sus chucherías corren peligro de desteñirse. El diariero que extiende la cortina de plastificado pero no abandona ni cierra el quiosko. La anciana que se sienta junto a la ventana y corre parte de las cortinas para ver la película de la calle mojada que vivió centenares de veces pero igual la entretiene porque la lluvia es acción y movimiento, la antítesis de su eterna soledad soldada a una silla de ruedas. El brillo de los vehículos que aumenta al acercarse la noche. El cartonero que resguarda el carro bajo un toldo para evitar que se arruine el trabajo  de todo un día. El periódico que dice que el campo está contento porque se salvó la cosecha.
Luego son los recuerdos que tiene.
De otras lluvias con distinto entorno, diferente compañía, menos edad, sin apuro de llegar de vuelta a casa, excusa para entrar en un café y charlar con los amigos,indiferencia ante la posibilidad de que siga lloviendo o no, oídos sordos al parte meteorológico, torbellino de vida independiente del estado del tiempo, pegar la frente contra una ventanilla del colectivo que transmite fresco y dibujar en la mente una poesía, pensar en una imagen querida, trazar un nombre con el dedo sobre la humedad del vidrio, imaginar el mañana de mañana sin importar el presente.
Y por último son los sentimientos que percibe.
De que lo observado es el ahora y los recuerdos el pasado. De que hubo otras lluvias, quizá iguales en forma y espacio, con inundación o sin ella, con relámpagos, truenos y rayos pero con una visión personal desde su interior. Que a veces lo alegra. Que a veces le duele. Depende que como le haya ido en la feria. La lluvia destapa una caldera o abre una heladera. Seca los ojos, los humedece o los hace lagrimear, en función directa y escalonada con la emoción. Cuando salga el sol todo volverá a la normalidad, lo que no garantiza que se sienta mejor, pero al menos no observará, no recordará, no sentirá.
En fin, costumbres de la lluvia.


2 comentarios:

Laura Beatriz Chiesa dijo...

Luis, es verdad. Creo que nadie es indiferente a la lluvia. Vienen mucho recuerdos; nadie deja de tener una anécdota unida a ese fenómeno. Como todo recuerdo, muchas veces son amenos, otras no tanto.Además hay acciones, como las descriptas, que se llevan a cabo sin darse cuenta, son la respuesta esperada. Un abrazo,

Marta Susana Diaz dijo...

La lluvia es el hilo conductor en muchos cuentos. Pero en este en particular vi las escenas descriptas como si yo estuviera ahí. ¡Me encantó el relato!