sábado, 22 de febrero de 2014

Isidoro Gómez Montenegro-Cosoloaque, México/Febrero de 2014

La ofrenda


Si algún día debo dejarte.
¡A ti, a quien tanto amo!
Me desprenderé de tus labios,
con la avaricia del silencio.
Con sabor de agua,
sal de lágrimas descenderán
ajenas, pálidas…
 El muro se irguió… 
 sabía estabas en mi corazón; 
como incontable historia.
Tengo que regresar,
volver a la vera del camino,
aterido, derrotado,
huyendo de tu prodigiosa mirada
de espuma y sal… blanca.
Derrumbaré el muro de silencio:
Me recordarás
cuando al romper la rama
el vencejo emprenda su torpe vuelo.
Cuando una  hoja tierna
sea llevada por el viento.
De nuestra separación quedará…
El recuerdo de cuando zarpé de tu vida.
Los instantes…
La ofrenda que a mi cuerpo
llegó como alforja generosa.
¡No, no, no me entierres en el olvido!
No entristezcas en el recuerdo.
Pudimos hacer tantas cosas…
decirnos otras más…
Pero no debo volver la vista atrás.
Una costilla rota quedó en mi costado.
Mujer, cruzaste desnuda;
con ojos de agua.
¡Nos amamos tanto!
Eras: El cielo en la tierra,
 cordillera de pequeños senos,
 manojo de cabello,
selva virgen que hollé,
manos de paloma.
Sólo recuérdame…
El viento no podrá romper tus alas,
tus manos,
 tus mejillas barnizadas de luna.
Ni el olvido nos convertirá en recuerdo.


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