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Esteban  Edinzelbacher   | 
                                                        El cuidador
        Juan, el viejo flaco y áspero, suele
estar de mal humor y cuando habla,  lo
hace
 a los gritos. 
Hace muchos años que está al cuidado de la antigua y sombría 
casona de  Villa  La Delfina,  en un valle atrás de las montañas.
         La
vivienda  está   revestida  por fuera con una tupida hiedra, que la hace
más  aislada, más misteriosa . En la gran
sala de estar,  se destaca un piano de
cola negro
 y   dos
sillones canapé de pana roja, todo cubierto con sábanas blancas.
En las paredes,   grandes retratos de rostros adustos de
miradas penetrantes.
         La larga entrada de ese paraje
solitario,   tiene  plantado 
a ambos lados y en
 linea  recta  dos
filas de casuarinas. En otoño se amarronan. 
Por algo le dicen el
 árbol de la tristeza.
          Los dueños se fueron a vivir a un
país vecino y nunca regresaron, ni se supo
 nada de ellos, tampoco vino ningún familiar a  ocuparse o interesarse por la casa.
          El viejo dientudo con naríz  de tucán y mentón adelantado, baja cada tanto
al pueblo, para comprar algunos víveres y se queda hasta el atardecer. Ese día
se pone
otro sombrero y las botas más
nuevas.
          Suele contarle al cantinero y a los
parroquianos que juegan a las cartas, algunas cosas raras que pasan allá arriba
en la montaña.   Arruga la frente antes
de empezar a hablar de un pájaro extraño, que aparece chillando siempre  a la noche delante de la 
casa y vuela  del níspero al olivo y del olivo al
níspero.  ¨Tiene  cara de mujer y cuerpo y mirada de lechuza,
dice el viejo, -¨cuando lo miro,  esconde
la cara entre las plumas, revolotea y ríe sarcásticamente¨  
           Cuenta que una noche de luna llena,
le disparó con una escopeta,  pero el
pajarraco se metió en la casa y se perdió tras la puerta,  por la que había entrado.  
Dice que es una hechicera
convertida en pájaro, porque esa misma noche, 
él había salido a mirar los árboles y escuchó que el pajarraco le
gritaba.¨
No me busques,  no me busques!!!   Porque me vas a encontrar!!!¨   y se reía provocándome y burlándose!!!, ¨ dice
el viejo, ¨- y le tiré con la petaca que tenía en la mano¨. Ellos saben que el
viejo se enginebra  desde temprano, pero
a la vez sienten cierta curiosidad,  porque 
también piensan que los borrachos no mienten.
           Una mañana tormentosa de invierno
los arrieros  que  vadeaban  con sus mulas cargadas, encontraron un cuerpo
flotando boca abajo, en las aguas del 
Río Manso. 
           Al darlo vuelta,  vieron que era el viejo de la casona. Tenía  toda la cara tan lastimada, como si hubiera
muerto a  picotazos.
2 comentarios:
Gracias Esteban por compartir tu pintura, me encantó !!!
beso Josefina
Excelente cuento. Muy descriptivo y con un halo de misterio, que lo acompaño desde el principio al fin.
Abel Espil
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