sábado, 23 de abril de 2011

Jorge Serra-Alicante, España/Abril de 2011

It’s under control

            Es la una y pico de un martes cualquiera. Todo el mundo estará en casa, a estas horas. Además, como mañana se trabaja, nadie saldrá de fiesta hoy, ergo nada de controles policiales. ¡Qué bien! La calle es mía. Mejor dicho: la calle, las carreteras y toda la ciudad me pertenecen. Más vale no perder más tiempo. Pillo las llaves de casa y las del coche, sobre todo las del coche, antes de irme de cabeza al garaje. El zumbido de la puerta me ofrece la visión grata del patio, con el camino iluminado por los globos de los faroles.
            El rugido de mi coche adorado me saluda, listo para una nueva aventura. Los primeros metros sólo son para salir de casa; los cubro con la calma de un felino que sale de caza. Tal como imaginaba, mi calle está desierta. Sin árboles y bien alumbrada, se abre ante mis ojos como una pista de despegue que yo recorro en aceleración constante. En un periquete estoy en la avenida, doblo a la izquierda, supero las últimas casas del barrio residencial, sin olvidar mandar a la mierda dos semáforos en rojo.
            Adoro recorrer la ciudad por la noche a toda velocidad. Es lo único que me relaja: descargo la tensión del día, y al volver estoy listo para irme a dormir. Y nada de música ni de aire acondicionado. Quiero que seamos yo y el ronroneo del motor; en cuanto al aire acondicionado, no es que moleste, pero prefiero respirar el aire veraniego. Lo que hago podría costarme el pellejo.  Tal vez sea así, pero it’s under control. Yo controlo, y en el fondo de algo habrá que morir. Esta carretera me llevará pronto al centro. Falta poquito, esta curva y... ¡Me cago en todo! ¿Y este qué hace ahí en medio? Los neumáticos chirrían por el bandazo. Suerte que soy mejor que Fernando Alonso; conmigo al volante nadie se hace daño.
La carretera adquiere un aspecto urbano. De nuevo árboles, edificios y aceras; estoy en la calle principal de la ciudad. Algún que otro coche circula con parsimonia: procede despacio, se para ante el rojo, vuelve a arrancar. Inadaptados de la noche; están tan limitados a la vida diurna que se ven tan ridículos cuando circulan después de las doce. Momias enlatadas en sus vehículos; otras andan solas por la acera porque no acaban de conciliar sueño, no se les baja la cena, o por otras razones tontas. No hay más que dar un acelerón para dejar atrás a ese mundo de zombis. El fresco aire nocturno me embriaga con su aroma a árboles y gasolina. Tiendas de ropa y de muebles, restaurantes, bancos, compañias de seguros desfilan por ambos lados; se alternan con casas antiguas, edificios modernos de oficinas, comunidades de pisos. La avenida se ensancia, puedo entrever la rotonda que me espera en el fondo. Pero ¿qué es aquello? Paro el coche, bajo y agudizo la vista. ¿Es mi impresión, o se trata de un coche patrulla? Mirando bien, esas luces azules que parpadean silenciosas, desde lejos, no pueden significar otra cosa que la policía. Justo en la glorieta se han puesto a controlar quien entra y quien sale de la ciudad, por si pillan a algún borrachuzo o temerario del volante. Pero a mí no; yo no voy a caer en un puñetero control. No serán un par de maderos quienes me fastidien la noche. Como ya he dicho, it’s under control.
Cambio de trayecto. En vez de salir de la ciudad por la carretera he decidido respirar un poco de aire de campo. Me meto en una calle secundaria, subiendo la cuesta en aceleración progresiva. Estoy viendo mansiones impresionantes; algunas apenas puedo imaginarlas, tan ocultas por muros y hiedras. Aquí en la colina debe de vivir gente con mucha pasta. Las casas se hacen cada vez más dispersas; la calle se reduce a un único carril. Pronto sólo árboles y oscuridad, auténtica oscuridad de campo. A mi derecha cercas, muros de piedras y carteles contrapuntean la vegetación, mientras a la izquierda el parapeto corre siempre igual a sí mismo. Un camion viene hacia mí con las luces encendidas, y esa chulería que los ases del volante conocemos muy bien, típica del que se sabe más grande. Piensa, el imbécil, que seré yo el que se pare o se aparte del camino. Ahora va a ver lo que es bueno. Piso a fondo el acelerador. Sus faros se acercan, se acercan... ¡No se aparta!No se aparta! No se aparta, joder! Un volantazo a la izquierda. El coche tumba el parapeto como si fuera de cartón, y en eso el airbag me abofetea en la cara. Un salto a través de la noche fresca y oscura, rodeado por el canto de las cigarras, pronto cubierto por un crujido de cristales rotos y carrocería que se acartona. Un choque terrible contra algo duro. ¿Un árbol? Una roca? Está oscuro y no puedo verlo. Hasta me cuesta darme enterarme: entiendo que he acabado en la ladera de la colina; que me he estampado junto con el coche que ahora está hecho trizas. Y ese dolor lancinante en el abdomen. Me llevo la mano al estómago, pero el estómago ya no está ahí. En su lugar siento algo frío, una chapa de metal. Duele a morir. Los sentidos se me nublan. Ojalá no tarden en venir los auxilios. Ahora mismo necesito descansar. Al fin y al cabo, it wasn’t under control...


1 comentario:

Anónimo dijo...

muy bueno. :)
uhmm lancinante... no conocía esa palabra!